22

STRIDER tiró de Kaia a través de una niebla espesa y de un río, hasta que llegaron a la cueva que había descubierto mientras seguía su rastro. Tenía pensado gritarle por muchas razones. Primero por dejarlo atrás y segundo por estar a punto de caer en la trampa de la seducción de Lazarus, entre otras cosas. Sin embargo, cuando entraron en la cueva, la vio de pies a cabeza por primera vez desde que la había tirado al suelo; Kaia tenía el pelo húmedo, y le caían gotas de agua en el estómago desnudo.

El río le había lavado el maquillaje con el que siempre se cubría la piel, y brillaba como un diamante bajo el sol. Sin embargo, no con tanta fuerza como antes. Y estaba temblando. Él frunció el ceño. ¿Por qué estaba temblando? Allí hacía mucho calor.

Nada de aquello conseguía disminuir su atractivo, sin embargo. Eso no era posible. Kaia llevaba una camiseta de tirantes diminuta y unos pantalones cortos. Ambas prendas eran blancas, y ahora que estaban húmedas, se habían vuelto transparentes. Él vio su cuerpo. Vio sus pezones endurecidos y, entre las piernas largas y esbeltas, un delicioso parche de vello rojizo. Si no apartaba pronto la vista, su erección estallaría a través de la cremallera de los pantalones.

Observó el resto de su cuerpo, y se dio cuenta de que estaba herida. Los cortes que tenía en el costado y en el muslo lo enfurecieron. No era de extrañar que su piel no brillara tanto como de costumbre, y que ella no pudiera dejar de temblar.

Él se mordió la muñeca y le puso la herida en la boca.

—Bebe.

Ella gimió de éxtasis y obedeció, y entonces, Strider sintió su succión exquisita y su calor. Kaia cerró los ojos. Cuando él vio que sus músculos y su carne se cerraban, asintió con satisfacción y apartó el brazo.

Entonces, se le escapó un gruñido. Por supuesto, ahora que se había curado, su piel había recuperado su esplendor completo, y él la devoró con los ojos. La lujuria se apoderó de él.

Kaia tenía un mohín en los labios rojos, y sus ojos estaban llenos de emociones: disgusto, alivio, excitación, dolor. Él quiso borrar lo malo y multiplicar lo bueno. Y el único modo de hacerlo era poseerla. Por fin. Hasta el final, sin contener nada.

Sí, le gustaba aquella idea. Era como si pensara con claridad por primera vez en toda su vida. Necesitaba lo que ella le había ofrecido, quería reclamarla para sí y alejar a cualquier otro hombre que quisiera acercársele.

Estaba seguro de que aquello tendría consecuencias, pero no le importaba. Cuando ella lo había dejado y se había marchado por su cuenta, Strider se había vuelto loco.

Apretó su cuerpo contra el de ella, y Kaia jadeó. Fue un sonido precioso, lleno de necesidad y de desinhibición.

—Gracias —le dijo en tono seductor—. No tienes ni idea de lo mucho que necesitaba esto.

—De nada.

—¿Todavía quieres amordazarme?

—No, no es necesario. Puedo manejarte.

A ella se le cortó la respiración.

—¿De veras?

Él asintió.

—Sí, de veras. Así que vamos a aclarar lo que necesito para llevar esto a buen puerto.

—De… De acuerdo.

—Una vez me dijiste que Paris te había dado cientos de miles de orgasmos. Tú lo dijiste, no yo. ¿Cuántos son, en realidad, «cientos de miles de orgasmos»?

Se le ruborizaron las mejillas, y Kaia se puso más adorable que nunca con aquel ataque de azoramiento.

—No lo sé. No los conté. Y no quiero hablar sobre él.

—Acuérdate. Cuenta. Y vas a hablar de él solo una vez. Después de esta conversación te olvidarás de Paris para siempre.

—¿Por qué? —le preguntó ella, y posó las palmas de las manos en su pecho—. ¿Por qué quieres que lo recuerde?

—Por mi demonio. ¿Por qué otra cosa iba a ser? —Strider le acarició la línea de la mandíbula con un dedo e insistió—: Hazlo, por favor.

«Ganar».

Qué raro, pensó Strider con ironía. «Sí, lo haré». O eso esperaba, al menos.

Ella lo entendió, y su expresión se volvió de temor. Acababa de darse cuenta de que Strider tenía que provocarle más orgasmos que Paris. Que incluso el sexo era un desafío para él. ¿Estaría preguntándose si tendrían paz alguna vez? ¿Si tendrían alguna vez un momento solo para ellos, sin juegos, sin vencedores ni vencidos?

—Sabías cómo era esto antes de aceptarme como consorte —le dijo él con tirantez—. Ahora no pienses en rechazarme. Hazlo. Piensa, recuerda y dímelo.

—No quiero rechazarte, pero tampoco quiero hacerte daño —respondió Kaia. Se mordió el labio con nerviosismo y dijo—: Creo que fueron cu-cuatro.

—¿Crees, o lo sabes con seguridad?

Una pausa.

—Yo… eh… lo sé. Sí, lo sé. Fueron cuatro, seguro.

«Ganar».

«Cállate. Lo haré».

Le provocaría, como mínimo, cinco orgasmos antes de tener el suyo. Sin embargo, tendría que hacerlo mientras ella seguía vestida. En cuanto la viera desnuda, tendría que penetrar en su cuerpo, y perdería el control que necesitaba.

—Me resulta sorprendente que pensaras que cuatro orgasmos son «cientos de miles», pero cada uno es cada uno. Prepárate para cientos de millones.

Entonces, él le desabrochó los pantalones.

Ella abrió unos ojos como platos.

—¿Vamos a hacer el amor ahora?

—Sí —respondió él, y le bajó la cremallera—. Después de todos tus orgasmos. ¿Hay algún problema?

—No, no. Es solo que… ¿Te acuerdas que te he dicho que no quería que sufrieras ningún daño? Bueno, quería decir que… que no quería hacerte daño accidentalmente. Así que… bueno, necesitas una contraseña. Lo siento.

Él se quedó anonadado.

—¿Yo? ¿Yo necesito una contraseña?

Al darse cuenta de que ella no estaba preocupada porque él pudiera fallar, sino solo por si le hacía daño, Strider estuvo a punto de sonreír. Aquella era la mejor experiencia sexual de su vida, y ni siquiera habían empezado.

Kaia asintió.

—¿Te importa mucho?

Deliciosa mujer. Él bajó la mirada hacia la abertura de sus pantalones. Braguitas blancas. De encaje. Bonitas.

—¿Qué te parece una frase entera? La mía podría ser «Hay alguien ahí fuera».

Strider no esperó a que ella respondiera, sino que se puso de rodillas.

—Oh, por todos los dioses —susurró Kaia—. De acuerdo, sí, de acuerdo. Eso sirve.

Él miró la sombra rojiza que había bajo el encaje. Después se inclinó hacia delante y la acarició con la nariz, y percibió su dulce olor femenino.

—Oh, por todos los dioses —repitió ella—. Tú… vas a ser el mejor, Strider, no tienes de qué preocuparte. ¿Entiendes? Lo sé.

En aquel momento, él no estaba preocupándose de nada, porque solo podía pensar en ella, en probar su cuerpo, en oír cómo le rogaba más y más, y sentirla agarrándose a él, tal vez tirándole del pelo.

Le separó las piernas, y sin preocuparse de las braguitas, apretó con la punta de la lengua contra el corazón de su sexo, contra su calor. Y apretó con fuerza. Por los dioses, ya percibía su sabor, y nunca había probado nada mejor.

Sintió un intenso dolor en el miembro. Era casi insoportable. Sería magnífico apretar los dedos alrededor de su cuerpo y acariciarse de arriba abajo mientras enterraba la cara entre sus piernas.

Estaba haciéndolo antes de poder darse cuenta. Sin embargo, se detuvo y le agarró los muslos a Kaia. Debía concentrarse en el placer de ella y permanecer distante. Solo podía pensar en su propia satisfacción cuando hubiera superado a Paris.

Strider movió la lengua sobre su clítoris tenso, y ella jadeó.

Él no tuvo necesidad de poner en blanco la mente, porque aquel jadeo lo concentró al máximo. Solo quería satisfacerla. Sus braguitas ya estaban húmedas, pero él quería que estuvieran empapadas.

Trazó círculos con la lengua, lentamente, alrededor del centro caliente, y lo tocó desde todos los ángulos posibles. Cuando ella comenzó a arquear las caderas hacia él, él le acarició las piernas, los muslos, las pantorrillas y, después, por debajo de los pantalones. Su piel era increíblemente suave, increíblemente cálida.

Aunque quería seguir acariciándola, meter los dedos en su cuerpo, solo le insinuó aquella posibilidad, sin cesar las caricias con la lengua y, por fin, dulcemente, ella se agarró a su nuca y mantuvo su boca contra su cuerpo, firmemente. Estaba jadeando.

—Necesito… Yo… —susurró, y lo movió contra sí—. ¡Strider! —gritó al llegar al éxtasis.

Uno. Solo quedaban cuatro.

Él se puso en pie con las piernas temblorosas. Sin decir una palabra, la giró y la puso de cara a la pared. Le rozó las nalgas con el miembro, y tomó aire bruscamente. Después, pasó los dedos por dentro de sus pantalones y de sus braguitas. Contacto. Piel contra aquel sexo femenino caliente y húmedo. Era exquisita.

Ella gruñó y arqueó la espalda. Alzó los brazos y se agarró a su cabeza, mientras él frotaba su clítoris hinchado. Después, él introdujo un dedo en su cuerpo y lo movió hacia dentro y hacia fuera, e insertó el segundo dedo, moviéndolo de la misma manera, hasta que ella comenzó a retorcerse contra él con desesperación.

—Strider, necesito… necesito…

—Lo sé, nena.

Entonces, él introdujo el tercer dedo, expandiéndola. Con la mano libre, le tomó uno de los pechos y le pellizcó el pezón endurecido. Ella jadeó, y aquel sonido afectó a Strider y multiplicó su deseo.

—¿Cómo lo estoy haciendo?

—Eres el mejor. El mejor de todos. Por favor.

Él no podía evitarlo. Tenía que concentrar el contacto entre ellos. Tiró de sus caderas hacia atrás y colocó su erección contra la hendidura de sus nalgas, y, cuando ella gimió, hizo más lento el empuje de sus dedos. En pocos segundos, ella comenzó a mover las caderas con más velocidad y más fuerza, urgiéndolo a que él mantuviera el ritmo. Strider no lo hizo. Lo hizo un poco más lento.

Enseguida, ella estaba sin aliento, jadeando. Su piel se calentó un grado más; hacía daño, pero era un daño delicioso. Sobre todo, cuando hundió las uñas en su cuero cabelludo y le hizo sangre. Entonces, todos los músculos de su cuerpo se tensaron y sus huesos vibraron. De nuevo, gritó su nombre, y en aquella ocasión su voz tenía un doble tono, más áspero, casi como un ronroneo. Strider se dio cuenta de que su Arpía estaba allí con ella, disfrutando.

Dos. Faltaban tres.

—Strider, deja que te… acaricie con la lengua… tienes que estar sufriendo…

Maldición, tuvo muchas ganas de aceptar aquella oferta. Se mordió la lengua para contenerse. Sí, estaba sufriendo, pero sufriría mucho más si no hacía bien aquello.

—Todavía no.

—Por favor…

Por los dioses, iba a matarlo.

ooo

Él iba a matarla.

A Kaia le temblaban las piernas. Apenas podía sostenerse en pie. Le hervía la sangre, y se había derretido por dentro. Y, sin embargo, no tenía suficiente de Strider. Él le había provocado un orgasmo, y ya deseaba otro. Le había provocado otro, y seguía anhelando más y más.

Si ella se sentía así, ¿cómo se sentiría él? ¿Estaba ardiendo? ¿Estaba a punto de explotar? Ella quería que Strider también disfrutara del tiempo que pasaran juntos, no que sufriera.

Cuando él la giró hacia sí, Kaia se sintió mareada. Strider no le dio ocasión de hablar; la besó, la agarró por el trasero y la levantó, y ella tuvo que rodearle la cintura con las piernas para no caer. En cuanto lo hizo, él se apretó con fuerza contra ella, y su erección presionó el centro de su deseo.

Ella gimió. Él gruñó.

Él no dejó de besarla. Era un beso dulce, una tortura. Era maravilloso y erótico, y le llegaba hasta el alma, y por todos los dioses, iba a llegar al éxtasis otra vez, antes incluso de poder deslizar la mano entre sus cuerpos y acariciarlo.

—Eres muy bella cuando tienes un orgasmo —le dijo él ferozmente, con la voz ahogada—. Dos veces más, nena, ¿de acuerdo?

Strider no lo entendía. ¿Cómo podía hacer ella que lo entendiera? Con él, el número de orgasmos no importaba. Era suficiente que la tocara, que la acariciara, que la besara y le diera placer. Ninguna experiencia sería nunca mejor que aquella.

Tenía que conseguir que lo entendiera.

Kaia tenía las piernas sin fuerzas cuando las bajó al suelo. Él la empujó contra la pared de cristal y le tomó los pechos en las manos, y se los acarició. Ella le agarró las muñecas para detenerlo, y él la miró a los ojos.

Una vez que hubo conseguido su atención, lo hizo girar para invertir las posiciones, y con las garras, le rasgó los pantalones.

—¿Qué estás… —la pregunta terminó con un gemido ronco cuando ella le tocó la carne—. Kaia, no… no puedes… ¡Demonios, nena! Hazlo, por favor.

Ella ya se había puesto de rodillas, y lo tomó profundamente en la boca. Él enredó los dedos en su pelo. Tal vez quisiera apartarla, pero cuando ella empezó a succionar y a pasar la lengua por su piel, él se limitó a acariciarle la cabeza con suavidad, con ternura, como si tuviera miedo de hacerle daño.

—Nena… cariño… por favor —susurró. Estaba moviendo las caderas hacia delante y hacia atrás, intentando ser gentil, cuando su cuerpo ansiaba la intensidad.

Aunque ella estaba disfrutando del hecho de darle placer, empezó a sentir dudas. ¿Y si el número de orgasmos afectaba de verdad a su demonio? Strider sería el mejor, sin duda, pero si el número tenía importancia, y ella no tenía más de cuatro orgasmos antes de que él tuviera uno, él iba a sufrir mucho. Y si sufría, no volvería a acostarse con ella.

Recordaría el dolor, en vez del placer.

Oh… maldición… Tendría que dejar aquello para más tarde.

Se detuvo de repente, y él gruñó como si estuviera agonizando, cosa que probablemente era cierta. Dos más, pensó ella. Tenía que tener dos orgasmos más antes de que él tuviera uno. Se sentía egoísta, pero no podía correr ningún riesgo. Después le compensaría. Le provocaría tantos orgasmos que no sería capaz de andar durante una semana.

Se puso en pie, le tomó la mano y se la llevó a los pantalones, entre sus piernas, donde ella estaba más caliente y más húmeda. En cuanto hubo contacto, ella gimió.

—Kaia, por favor… tienes que… Necesito…

—Me rindo —susurró ella, y ser arqueó contra su cuerpo mientras le deslizaba los dedos en el interior de su cuerpo—. Soy tuya, y vamos a hacer esto a tu manera. Como tú quieras.

—No, quiero… Necesito…

—Lo sé, cariño, lo sé, pero sigue acariciándome así, ¿de acuerdo? Acaríciame hasta que yo te diga que pares. Y después, vas a tomarme… y nunca volveré a ser la misma… —sus palabras terminaron con un gemido. La presión estaba aumentando de nuevo… se apoderaba de ella…

—Sí —gruñó él.

—Oh, sí.

Kaia tomó el pulgar de Strider y se lo apretó contra el clítoris. Sintió el cuarto orgasmo rápidamente, y su sangre se convirtió en un infierno. Empezó a emitir vapor por los poros de la piel, y se creó una neblina a su alrededor. Ella no lo entendía, sabía que había algo raro, pero no iba a preocuparse por ello en aquel momento. Había algo mucho más importante.

—Kaia… date prisa… No voy a poder aguantarme mucho más tiempo. Me muero…

Ella no cesó de moverse con sus dedos en el cuerpo, y una vez más, la presión creció…

—Solo un poco más. Por favor, solo un poco más.

—Voy a tener un orgasmo en cuanto esté dentro de ti.

—Eso es lo que quiero.

—Por todos los dioses, Kaia. Nunca me había sentido tan excitado…

Aquello era muy bueno. Él necesitaba ser el mejor para ella, y ella quería ser la mejor para él. Quería que olvidara a todas las demás. Que fuera la única mujer para él. Para siempre.

—Eres mío —le dijo.

—Tuyo. No debería haberme resistido a ti nunca. Nunca.

Le hundió los dedos en el cuerpo, tan profundamente que, por fin, ella llegó al clímax. Gritó sin poder evitarlo, y vio estrellas plateadas detrás de los párpados.

Al instante, estaba tendida en el suelo, y él le estaba arrancando la ropa. Abrió los ojos y vio a Strider fuera de control. Él le separó las piernas y se hundió en ella hasta el final.

Rugió. Pero no llegó al orgasmo, todavía no, y ella gimió mientras se arqueaba para recibir sus acometidas. Él embistió con todas sus fuerzas; no era humano, ni inmortal. Era un animal, pensó Kaia, y a ella le encantó. Ya no debería poder responder más, pero a medida que él se hundía en ella una y otra vez, ella también se abandonó a las sensaciones y se convirtió en un animal.

Entonces, él se detuvo. Se detuvo. La miró.

—¿Nena? —dijo con la voz ronca.

—Sí, soy yo. ¡Muévete!

—No. ¿Te vas a quedar… embarazada?

—No. No soy fértil en este momento.

Al instante, él comenzó a embestir de nuevo, y ella se perdió otra vez.

Era su consorte, su hombre, y estaban unidos. Eran uno solo. Aquello le resultaba embriagador.

—Strider —gimió—. Mi Strider.

Tal vez fuera oír su nombre lo que le llevó al límite, porque él gruñó de nuevo, y el sonido reverberó por las paredes. Todo su cuerpo se tensó sobre el de ella. En su rostro se reflejó un placer absoluto, y embistió por última vez mientras alcanzaba el éxtasis y la llevaba con él.