28

STRIDER llevó a su mujer al clímax una y otra vez, sin piedad, colocando su cuerpo en todas las posiciones imaginables. Le succionó los pezones, le pasó la lengua desde la cabeza a los pies, le acarició el sexo y le hizo el amor lentamente, rápidamente, con movimientos ligeros, y también profundos, que la atravesaron.

Cuando ella estaba tendida boca arriba, sin poder recuperar el aliento, él se colocó sus piernas en los hombros. Cuando llegó otra vez al orgasmo, él se colocó sus piernas en la cintura. Cuando ella llegó de nuevo al éxtasis, él le dio la vuelta y la tomó desde la parte de atrás. Y durante todo el tiempo, ella no dejó de moverse, de gemir y de rogar más y más.

Más. Sí, él podía darle más. Pensaba que podría amarla así para siempre, y más todavía, pese a su propia necesidad de alcanzar el clímax. Su deseo era cada vez más grande, tanto que lo estaba consumiendo, pero nunca se había sentido tan decidido a dejar su marca en otro ser. Y lo haría. Seguiría hasta que todas las células del cuerpo de Kaia lo reconocieran y fueran incapaces de negarlo de ningún modo.

Así, nunca olvidaría que ella le pertenecía, y nunca olvidaría lo que iba a hacerle si volvía a asustarlo. Aunque eso no iba a ser precisamente una forma de disuasión. Demonios, le estaba dando motivos para que lo provocara todos los días. Estaba a punto de morir, y conseguía el mejor sexo de su vida.

Strider no quería que aquello terminara. Lo necesitaba. La necesitaba a ella.

No podía mantenerse alejado de Kaia. Sí, sabía cómo iba a reaccionar cuando le confesara que lo había quemado. Y se lo había confesado solo cuando ella no podía rechazarlo. Era listo. Pero era cierto que solo había sido un accidente. Sin embargo, Strider no le había dicho que en realidad, aquel accidente lo había provocado él.

Ella se estaba muriendo. Iba a dar su último aliento; Strider había visto morir a las suficientes personas como para saberlo. Y sabía que Lucien acudiría pronto a la llamada. Lucien tendría que llevársela, porque era el guardián de la Muerte, y no iba a importar lo mucho que él protestara. Strider se había vuelto loco y había decidido hacer lo mismo que Gideon.

Se había casado con aquella mujer.

Recordó que Gideon le había contado con embeleso que Scarlet y él se habían hecho un corte en la piel y habían mezclado su sangre. Una unión de la vieja escuela. Aquella acción había unido su vida y sus almas, y Scarlet se había convertido en la fuerza de Gideon. Así pues, Strider lo había hecho. Se había cortado a sí mismo, y después, a Kaia. En cuanto la cuchilla había abierto la carne sensible de entre los pechos de Kaia, ella había estallado, y el fuego se había desatado de nuevo.

A él se le había derretido un poco de piel; la de la mitad superior del cuerpo. Sin embargo, eso era un precio muy barato a cambio de la vida de Kaia. Él ya era su consorte, y lo único que había hecho era añadir un poco de sabor a su relación. Los había convertido en iguales, en compañeros.

Kaia era suya. Era su esposa, para siempre.

Con cada clímax que alcanzaba Kaia, Derrota se sentía más y más seguro, confiaba más en que podía dominarla. Y también sentía más posesión por ella. Como Strider, el demonio se había dado cuenta de que ella nunca les haría daño deliberadamente, y de que ganarla, algo que nunca había conseguido ningún otro hombre, era una de las mayores victorias de su existencia.

En aquellos momentos, Derrota también estaba vertiendo placer en las venas de Strider, y aquello era más de lo que él podía soportar.

—Strider —dijo Kaia, gimiendo, moviéndose mientras él, una vez más, ralentizaba sus acometidas—. Por favor.

Continuaba nevando. Había una tormenta exquisita, que él veía, pero no podía sentir. Su mujer estaba demasiado caliente. Desprendía un calor que él adoraba y anhelaba. Para él, el calor representaba ahora a Kaia, al placer y a la satisfacción. Una combinación potente. Seguramente, iba a tener una erección continua durante todo el verano.

—¿Has aprendido la lección? —le preguntó él con la voz ahogada por el deseo.

—Sí.

Él se inclinó hacia delante y pegó el pecho contra su espalda ardiente, y creó una fricción deliciosa entre los dos cuerpos. Ella emitió un murmullo de aprobación. Sin embargo, por mucho que él se deleitara con aquel contacto nuevo y más profundo, no permaneció así. La rodeó con los brazos y los elevó a los dos hasta que estuvieron de rodillas; las de ella, dentro de las de él.

Su miembro dolorido no salió nunca de su cuerpo, y ella llegó a su raíz. Su cabeza cayó sobre el hombro de Strider, y su cabellera sedosa les acarició el cuerpo a ambos. Él tomó uno de sus pechos y pellizcó su pezón rosado, y dirigió la mano libre a su sexo húmedo.

—¡Muévete más deprisa! —le ordenó ella, que ya no podía coordinar sus propios movimientos—. Más deprisa.

—No. Antes, dime lo que has aprendido —exigió él, y se quedó inmóvil. No le tocó el clítoris, sino que provocó a aquel botón hinchado tan solo con su cercanía.

Ella gruñó.

—Que no voy a hacerte daño si pierdo el control durante las relaciones sexuales. Para tu información, me di cuenta hace cinco orgasmos, bobo.

—No sabía que aprendías tan rápido.

—Entonces, ¿por qué no te mueves? ¡Te haré daño si no terminas esto! —exclamó Kaia. Aquel gruñido fue más marcado que los anteriores, y le clavó las uñas en el muslo—. Te juro que terminaré sola y te dejaré pudriéndote.

Él se rió. Su mujer era muy impaciente. «Gracias a todos los dioses por ello».

—Te quiero —le dijo Strider.

Antes de que ella pudiera responder, él inclinó la cabeza y la besó, y sus lenguas danzaron juntas mientras la agarraba por las caderas y comenzaba a acometer con fuerza, deslizándose dentro y fuera de su cuerpo.

Y cuando aquello no fue suficiente, él apretó el pulgar contra el punto más dulce del mundo. Ella era tan pequeña, y tan ceñida, que él sabía que era demasiado grande para su cuerpo. Tal vez hubiera debido ser más cuidadoso, pero ella era fuerte, y podía aceptar cualquier cosa que él le impusiera, así que le impuso mucho, y embistió con fuerza, con rapidez. El beso no terminó nunca, nunca se ralentizó, y Strider se deleitó sabiendo que estaban probando la pasión del otro.

Ella alzó una de las manos y le arañó el cuero cabelludo.

—Strider —dijo con un jadeo, apartándose de sus labios—. Sí. Sí…

Qué dulce bendición. A él le temblaban los músculos debido a la intensidad de su deseo. Le dolían los huesos. Tenía que… necesitaba… Había contenido aquella liberación durante tanto tiempo que casi no podía derribar el muro de contención que había erigido.

Siguió embistiendo, moviendo las caderas, y al ver que eso no funcionaba, se dejó caer hacia un lado llevándola consigo, y le separó las piernas con las suyas todo lo que pudo.

Se movió cada vez con más fuerza, pero el orgasmo continuaba eludiéndolo. Se estaba desesperando, y sudaba tanto que estaba derritiendo el hielo que había a su alrededor. Kaia gimió, gruñó y gimoteó. Gritó «Te quiero», al llegar al clímax, y sus músculos ciñeron a Strider con fuerza, y él se dio cuenta de que aquello era exactamente lo que había estado esperando. Su declaración.

Él también llegó al éxtasis y su cuerpo liberó toda su simiente. Vio luces brillantes por detrás de los párpados, y su rugido resonó en la noche.

Momentos después, se desplomó a su lado. Ella estaba temblando, no del frío, sino del agotamiento. Él se sentía demasiado débil como para sonreír y darse puñetazos de orgullo en el pecho. Su mujer, su esposa, estaba satisfecha.

—¿Lo has dicho en serio? —le preguntó con la voz entrecortada.

—Sí —susurró ella con una voz delicada.

—Ya era hora.

—Oh, cállate y disfruta de esto conmigo.

Vaya, parecía que no estaba tan débil como para no sonreír.

—¿Vas a dormir? ¿De verdad?

—Intenta impedírmelo —dijo ella. Bostezó y apoyó la cabeza en el hueco de su hombro.

—¿Confías en mí para que te proteja?

Pasaron varios minutos en silencio.

—¿Kaia?

—¿Qué? —murmuró ella con voz somnolienta.

—Que si confías en mí para que te proteja.

—Por supuesto —respondió ella. Cerró los ojos y, en cuestión de segundos, estaba dormida en sus brazos.

«Por supuesto», había dicho. Como si no le hubiera hecho sudar por la respuesta. Él reunió fuerzas para llevarla de nuevo a la tienda, y allí la abrazó durante toda la noche, jurándoles a los dioses que nunca se alejaría de ella.

ooo

Dos días después, cuando se reunieron con sus hermanas, Kaia todavía estaba tambaleándose por la absoluta posesión de su cuerpo por parte de Strider. Ellas tenían las cabezas inclinadas sobre sus armas; estaban afilando las puntas y preparándolas para la tercera competición.

Strider y ella no habían vuelto a hacer el amor, ni a hablar de sus sentimientos. Ella sabía que era una cortesía por su parte. Tenía que permanecer concentrada en conseguir el premio. Por desgracia, no había podido atrapar ni torturar a Juliette para conseguir información sobre la Vara Cortadora. Strider le había dicho que el artefacto sí era real, y no una falsificación, tal y como esperaban.

Además, no tenía tiempo para planificar el secuestro, debido al viaje desde Alaska a Roma. Aunque Juliette ahora sí estaba a mano, la prueba iba a dar comienzo dentro de media hora.

Bianka vio a Kaia cuando alzó la vista para buscar su piedra de afilar.

—¡Kye! —exclamó. Se puso en pie sonriendo y su arma cayó al suelo junto a su cubo de agua. Entonces, abrazó a su hermana—. Estuve a punto de matar a Strider, porque no me dejó verte, pero sabía que no lo aprobarías —le dijo con un suspiro—. Afortunadamente, me ha enviado mensajes diariamente, así que sabía que estabas curándote. Pero verte…

A Kaia se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Sí, lo sé. Yo también necesitaba verte.

Sabía que Strider no les había contado a sus hermanas lo del fuego, ni tampoco sus consortes, que habían visto las consecuencias. Strider había dejado que lo decidiera ella.

¿Contarlo o no contarlo? Si lo contaba, sus hermanas no querrían que luchara, y su reticencia podía impedir una catástrofe. Si ella se enfadaba con las Arpías durante la prueba, estallaría en llamas, y todas ellas morirían, como los Cazadores. Eso no era un problema; incluso podía esperarse algo así. Durante aquel tipo de competiciones se animaba a las participantes a utilizar sus habilidades, a aprovechar sus ventajas.

Sin embargo, si perdía el control, ¿le haría daño también a su familia? Ojalá tuviera tiempo para practicar, para probar los límites de su faceta de Fénix.

Había otro motivo por el que debería permanecer fuera de la prueba. Si ella estallaba en llamas o le prendía fuego a otra persona, se correría la noticia de su nueva habilidad, y al final, su padre se enteraría. Iría a buscarla.

—Demonios, Kaia. ¿Tienes fiebre? —le preguntó Bianka cuando se separaron. Aunque su hermana mantuvo un brazo alrededor de su cintura.

—No —mintió Kaia—. Estoy un poco acalorada. Y ya lo sé, no tienes que decirlo. Strider es un hombre afortunado.

—Sí, es cierto.

Tuvo que aguantarse una punzada de culpabilidad, porque odiaba mentirle a su hermana. Miró a su alrededor, y recibió el saludo de Taliyah y de Gwen. Neeka le lanzó una sonrisa tímida y las demás saludaron con la mano.

—Ponedme al día —les pidió.

Bianka la empujó hacia delante. Mientras su melliza y ella se sentaban en el suelo de la tienda del Equipo Kaia, ella vio a Sabin, a Lysander, y a Strider reunirse en una esquina y comenzar a charlar en voz baja.

Ella intentó escucharlos, pero no pudo. Intentó leerles los labios, pero estaban en ángulos que no le permitieron ver nada. Estaba a punto de levantarse e ir a preguntarle a Strider qué era lo que sucedía, pero se dijo: «Confías en él. Sabes que nunca te haría daño». Eso era evidente; de lo contrario, nunca habría dormido junto a él. En toda su vida se había sentido tan contenta como despertando a su lado.

—Bueno, ¿y qué piensas? ¿Te parece bien? —le preguntó Bianka.

Vaya. No había oído absolutamente nada de lo que le había dicho su hermana.

—¿En qué? Cuéntamelo otra vez, porque tus explicaciones me han confundido.

Bianka la conocía bien, y puso los ojos en blanco.

—Qué mal mientes.

—No, esa eres tú. Continúa.

—Te estaba diciendo que estamos en Roma, en el Coliseo. Pero en el Coliseo antiguo, tal y como era antes. Solo que muy diferente.

—Bee, cariño. Eres deliciosa, pero, ¿sabes lo contradictorio que es lo que estás diciendo?

—¿De qué estás hablando? Todo lo que digo tiene sentido. El Coliseo está oculto a los ojos de los mortales. Estamos escondidos en un reino al que no tenemos que entrar por ningún portal. Estamos aquí, pero no estamos aquí.

—¿Y cómo lo hemos conseguido?

—Lo ha conseguido Juliette, de alguna manera.

Solo con oír aquel nombre, Kaia apretó la mandíbula. Juliette le había tendido una trampa para que unos mortales la mataran. Aquella zorra iba a pagarlo caro, y muy pronto.

—¿Y qué?

—Y vamos a luchar como gladiadoras. Eso es lo que quería decirte. Que, como tú eres muy buena con las manos, el equipo te necesita. ¿Te parece bien? En Alaska te golpearon mucho.

¿Que la necesitaban? Pero si habían conseguido su primera victoria sin ella. Miró a su hermana con atención, intentando encontrar alguna señal de engaño en su rostro, pero solo halló inocencia y seguridad en sus preciosos ojos.

Entonces, no tenía ninguna recriminación que hacerle sobre las pasadas derrotas. Bianka creía en ella.

¿Podía creer ella en sí misma?

Tal vez su nueva habilidad les hiciera daño a sus hermanas, pero ayudaría a conseguir la segunda victoria del equipo, y Strider necesitaba aquella victoria para sobrevivir.

Lo miró. Él todavía seguía en el círculo de sus amigos, con el pelo revuelto y las mejillas sonrojadas. Siempre estaba sonrojado cuando estaba cerca de ella, como si estuviera constantemente excitado. A Kaia le gustaba eso. Quería besarlo, quería estar con él otra vez.

Claramente, se había vuelto adicta a su marido.

Sí, sabía que él los había casado. Y al enterarse, se había quedado asombrada. Él pensaba que seguía siendo su pequeño secreto, pero ella se había enterado. No sabía por qué no se lo había contado, ni siquiera por qué lo había hecho, pero ella era obstinada, y esperaría su confesión. Y era lo suficientemente malvada como para tomarle el pelo sin piedad hasta que él le dijera la verdad.

Después de todo, le gustaban sus métodos.

Desde que se había despertado entre sus brazos, sabía que había algo diferente entre ellos, y había pasado muchas, muchas horas devanándose la cabeza para averiguar qué podía ser. Entonces había tenido pequeños flashes de memoria, y había visto el brillo de la hoja de un cuchillo, la sangre. Había sentido la presión de la piel de Strider, y el calor de su respiración. Había oído las palabras. «Tú eres mía, yo soy tuyo. Somos uno. Desde este momento somos uno».

Oh, sí. Estaban casados, y Kaia nunca se había sentido más feliz. Le debía mucho a aquel hombre.

Él debió de sentir su mirada, porque la miró también, y le guiñó un ojo. Ella sintió una opresión en el pecho. Tenía que mantenerlo a salvo. Haría lo que fuera necesario.

Tenía que conseguir la Vara Cortadora.

Se concentró de nuevo en su hermana, y alzó la barbilla.

—Lucharé —dijo.