4

AL día siguiente, Strider se pasó la mañana recorriendo la fortaleza de Budapest, poniéndose al día de las vidas de sus amigos. Cualquier cosa para distraerse y no pensar en Kaia, y en lo triste que se había quedado cuando él se marchó. Por no mencionar lo mucho que él había deseado abrazarla y consolarla. Y devorarla.

«No. No pienses en eso».

Legión, un pequeño demonio caprichoso que se había convertido en una humana caprichosa con el cuerpo de una estrella del porno, y que había sido prisionera de Lucifer, rodó y se tumbó de costado, dándole la espalda cuando él entró en su habitación.

Físicamente, se había recuperado de sus días de cautividad en el infierno. Mentalmente… tal vez nunca se recuperara. Había sufrido durante varias semanas, pasando de manos de un Señor del Infierno a manos de otro, violada, golpeada y quién sabía cuántas cosas más. Nadie lo sabía porque Legión se negaba a hablar de ello.

—Hola, princesa —le dijo Strider con suavidad. Se acercó a su cama y le dio una palmadita en el hombro. Ella se estremeció y se alejó. Él suspiró y apartó la mano.

No le gustaba visitarla. Legión le caía bien como persona, y él lamentaba todo el sufrimiento que había tenido que soportar, pero él temía que Derrota considerara que su distancia emocional era un reto, y le obligara a él a presionar a Legión para que fuera menos distante. Ella no estaba preparada para tal cosa.

Necesitaba ayuda, y su mejor amigo, Aeron, y la pareja de Aeron, el ángel Olivia, estaban intentando ayudarla. Sin embargo, hasta el momento, Legión no había respondido a nadie positivamente. Apenas comía, y se estaba dejando morir lentamente. Strider sabía que había un ángel de la guardia vigilándola, aunque él nunca había conseguido ver al tipo en cuestión. Lo que sí sabía era que aquel idiota invisible no estaba haciendo bien su trabajo.

—Lo que te ha pasado a ti les ha pasado a algunos de mis amigos, ¿lo sabías? A Kane le ha sucedido varias veces, de hecho. Como está poseído por Desastre, es un imán para ese tipo de cosas. Y no te estoy dando información privada, ni cotilleando. Cuando vivíamos en Nueva York, él llevaba un grupo de apoyo para ayudar a otras personas. Tal vez deberías… No sé… hablar con él, o algo así.

Silencio.

Ella tenía el pelo enredado y mate, y la piel grisácea. Bajo la gruesa tela de su camisón, sus hombros eran frágiles.

—Una vez, Paris y yo incluso… bueno, espera. Esto sí es un cotilleo. No importa. Tendrás que preguntarle a Paris si quiere que sepas eso.

Silencio. De ella, y de su demonio. Claramente, Legión era un reto, y sin embargo, Derrota seguía indiferente.

Él la tapó hasta la barbilla con la manta, y vio que a ella se le caía una lágrima por la mejilla.

—Solo quería ver qué tal estabas, pero me doy cuenta de que no estás cómoda conmigo, así que me voy —dijo Strider suavemente. Legión no podía relajarse si él estaba allí, y él no quería empeorar las cosas para ella.

Más silencio. Strider suspiró y se puso en pie.

—Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo? Cualquier cosa. Te ayudaré encantado.

Después de otro silencio, salió de la habitación de Legión y fue hacia la de Amun.

Pese a que Amun y él seguían llevándose bien, él había evitado verlo durante una semana. Solo ver a Haidee le provocaba pinchazos de dolor en el pecho. No porque la deseara, sino porque la había perdido, y nunca podría tenerla, y su demonio no era capaz de olvidar lo que habían sufrido a causa de su rechazo.

Haidee abrió la puerta, y él la observó. Era de estatura media y tenía el pelo rubio, con algunos mechones teñidos de rosa. Tenía un piercing en una ceja, y un brazo cubierto de tatuajes. Llevaba una camiseta y unos vaqueros, y podría haber estado en cualquier bar.

Cuando ella lo vio, frunció el ceño y se apartó de la puerta para dejar que entrara. Pese al gesto ceñudo, parecía que ella estaba iluminada por dentro, como si… Estaba radiante, y Strider hubiera jurado que el amor, en su forma más pura, le salía por los poros de la piel.

Mierda.

—¿Estás embarazada?

—No —dijo ella, y sonrió de manera enigmática—. ¿Qué pasa?

Strider se pasó la mano por el corazón, porque esperaba más punzadas de dolor, pero no sintió nada. Bien. Podía seguir.

Paseó la mirada por la habitación, y se dio cuenta de que la decoración había cambiado por completo. Las paredes ya no estaban pintadas de color vainilla, ni vacías. Parecía que a Haidee le gustaba el estilo contemporáneo con un toque japonés, y la habitación era marrón y naranja. Había lámparas en forma de farol colgando del techo, bonsais por todos los rincones, y una alfombra blanca. También el edredón era blanco, con cojines naranjas de abalorios.

Si hubiera intentado hacer aquello en su habitación, habrían tenido una discusión grave. Un hombre tenía que sentirse cómodo en su espacio, o no podía relajarse. Y aquello no era cómodo.

Pensó en la casa de Kaia, y en su estilo de decoración. Eso sí era una mujer que sabía cómo hacer que un lugar resultara cómodo y divertido.

Haidee carraspeó.

—¿Strider?

Él se giró a mirarla.

—¿Qué? Eh… sí. ¿Dónde está Amun?

—Cronos lo ha llamado, y está en los cielos.

—¿Por qué?

Otra sonrisa secreta.

—Todavía no lo sé.

—¿Cuánto tiempo lleva fuera?

—Tres horas, nueve minutos y cuarenta y ocho segundos. No es que esté mirando el reloj, ni nada por el estilo. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No —dijo él. Solo quería ver a su amigo. Después de todo lo que le había hecho, al intentar que Haidee y él se mantuvieran separados… se sentía culpable—. Yo… vendré a verlo más tarde.

Ella se quedó desconcertada. ¿Y preocupada? Sí. Eso era preocupación.

—¿Seguro?

No debería sentirse tan sorprendido, pero… ella había matado a Baden, el guardián de la Desconfianza. Y había intentado matarlo a él mismo. Además, tenía un buen motivo para ambas cosas. Mucho tiempo antes, ellos habían participado en el asesinato de su familia y habían destruido su vida. Por causa de un demonio, además, ella había sido asesinada una y otra vez.

Y en cada una de las ocasiones había vuelto, pero solo recordaba el odio que sentía y las muertes de aquellos a quienes había querido. Solo ansiaba vengarse. Y todo tenía sentido, puesto que en ella habitaba un fragmento del demonio del Odio. Y tal vez ese fuera otro motivo por el que Strider la había deseado. Esa parte de Odio había conseguido que otras personas se desagradaran a sí mismas, y que sintieran desagrado por ellas. Strider había superado aquello rápidamente, había vencido a aquello, y sospechaba que ese era el motivo por el que estar con Haidee había sido tan excitante para su demonio y para él.

El hecho de que ella adorara a Amun y hubiera comenzado a apoyar a los Señores y a su causa, bueno, era un milagro que Strider tenía que dejar de cuestionar.

—Sí, estoy seguro —dijo. Se inclinó hacia ella y le dio un beso en la mejilla. Nunca había hecho un gesto hacia Haidee que no incluyera cuchillos—. Hasta otro momento.

Ella se quedó boquiabierta y respondió tartamudeando:

—Sí, nos vemos.

Era lógico; Strider sabía que nunca había sido tan agradable con ella. Debía de estar ablandándose con la edad.

Después se encontró en la puerta del dormitorio de Sabin, comiendo puñados de gominolas. Tenía una reserva de sus dulces favoritos escondidas en los rincones de la fortaleza. Vio a su amigo, que estaba metiendo cosas en una maleta. Su esposa, Gwen, le ayudaba, intentando doblar la montaña de ropa que Sabin había arrugado, apilar ordenadamente las armas que él había enfundado solo en parte y quitar el megáfono de la maleta por tercera vez.

En el pasado, las Arpías la llamaban Gwendolyn la Tímida. Strider no sabía lo que le llamaban ahora, pero ciertamente, el sobrenombre anterior no encajaba con ella. Se había vuelto como la dinamita; se había encontrado a sí misma y había puesto en su sitio incluso a Kaia. Había encerrado a su hermana en una celda del sótano de la fortaleza para impedirle que despellejara a Sabin.

Kaia.

A Strider se le aceleró el corazón, y tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse en lo que le rodeaba. Sin embargo, mientras continuaba observando a Gwen, se dio cuenta de lo mucho que se parecía a su hermana mayor.

Kaia.

«Otra vez», pensó.

Gwen tenía la misma cabellera rojiza, y los mismos ojos grises y dorados, como Kaia. También tenían la misma nariz pequeña, la misma barbilla con carácter… Pero mientras que Kaia era la encarnación del pecado, Gwen era la encarnación de la inocencia. No tenía sentido. No obstante, aquel parecido le afectó, y se sintió excitado.

Forzó a su cuerpo a relajarse. Sabin se enfadaría si experimentaba una erección delante de su preciosa mujercita. Y enfadarse en el caso de Sabin significaba que Strider tendría los intestinos alrededor del cuello en un segundo, y que dejaría de respirar.

«Habría que verlo», pensó.

Derrota se rió, y Strider se inquietó.

Esperó a que Derrota hiciera un desafío, pero no sucedió, y él se dio cuenta de que tenía que ser más cuidadoso. Ni un riesgo más.

De todos modos, ¿qué estaba haciendo allí? Debería estar en el Cielo, con Paris. Debería estar en Nebraska con William, torturando a la familia que había maltratado a Gilly, su amiga humana. Debería estar por ahí, matando Cazadores. Debería estar en Roma, negociando con los Innombrables, que eran unos monstruos que permanecían encadenados dentro de un templo antiguo y que estaban desesperados por conseguir la libertad.

Él les había dado uno de los artefactos que los Señores del Inframundo necesitaban para encontrar y destruir la caja de Pandora. Una reliquia que también buscaban los Cazadores.

Unos Innombrables tenían la Capa de la Invisibilidad y la Vara Cortadora. Los Señores tenían la Jaula de la Coacción y el Ojo que Todo lo Ve. Así pues, Señores uno, Cazadores cero.

Los Innombrables no estaban interesados en los artefactos. Estaban interesados en lo que podían conseguir a cambio de los artefactos. Quien les llevara la cabeza del actual rey de los dioses, sin el cuerpo, ganaría la Vara Cortadora.

Entonces solo quedaría en su poder la Capa de la Invisibilidad. Strider había tenido en su poder aquella capa, pero la había intercambiado por Haidee.

En aquel momento no le había importado hacer aquel intercambio porque confiaba en que los Innombrables conservarían el artefacto para negociar con él más tarde. Tendría que pagar un precio muy alto para recuperar la Capa, pero era mejor que permitir que Haidee se le escapara y les contara a sus amigos los Cazadores todos sus secretos.

Se había jurado que recuperaría la Capa, y lo conseguiría muy pronto. Porque quien encontrara primero la caja de Pandora ganaría la guerra, y él quería ganar la guerra contra los Cazadores. Aquella victoria le proporcionaría un placer muy grande. Un placer mejor que el sexo o las drogas. Debía irse a cumplir con sus obligaciones, ahora que ya había visitado a todo el mundo.

—¿Qué haces ahí plantado? —le preguntó Sabin de repente—. Di lo que tengas que decir y márchate, Strider. Estás volviendo loca a Gwen.

—¡Tú eres el que me está volviendo loco! —gruñó ella, y volvió a sacar el megáfono de la maleta—. No necesitamos todas estas cosas.

—¿Y cómo lo sabes? —le preguntó Sabin. Se pasó una mano por el pelo oscuro. Tenía los ojos más brillantes de lo normal—. Nunca has tomado parte en los Juegos de las Arpías. ¡Y tampoco tendrías por qué participar ahora, maldita sea!

—Ya has oído lo que ha dicho Bianka. Todas las hijas de Tabitha Skyhawk han sido convocadas. Y, aunque no fuera así, aunque solo hubieran llamado a algunos miembros del clan, yo iría de todos modos. Son mi familia.

—Bueno, pero tú ahora también eres parte de mi familia.

—En realidad, tú eres parte de mi familia, y como yo soy la generala, la capitana y la comandante, irás a donde yo vaya. ¡Y yo voy a ir!

—Mierda —dijo Sabin. Se sentó al borde de la cama y apoyó la frente en las rodillas.

—Las cosas van mal, ¿eh? —preguntó Strider, intentando que no se le notara la curiosidad.

Kaia había intentado disimular el miedo el día anterior, pero no lo había conseguido del todo. Cuando él había mencionado su viaje, ella se había echado a temblar y había palidecido. Él no debería de haberse dado cuenta, porque estaba de espaldas a ella, pero había visto su reflejo en el cristal de la ventana.

Kaia brillaba como un diamante, y había captado su mirada inmediatamente. Y él había sentido fuego en el cuerpo.

La piel de una Arpía… No había nada más bello. Nada. Aunque era raro que él nunca hubiera querido acariciar a Gwen, a Bianka ni a Taliyah como quería acariciar a Kaia.

Aunque tenía que dejar de pensar en ella.

Derrota volvió a reírse, y Strider se puso tenso. Al notar que el pequeño demonio no respondía, no aceptaba ningún reto, volvió a relajarse. ¿Qué estaba ocurriendo con su demonio?

Gwen se mordió el labio.

—Bianka me dijo que los juegos son tan violentos que la mitad de las participantes terminan muertas, o rezando para que les llegue la muerte. Y una vez, hace mil quinientos años, murieron muchas más de la mitad. Casi todas.

A Strider se le heló la sangre en las venas.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—No me ha contado nada más, así que no me mires con esa cara. Lo único que sé es que Bianka no estaba exagerando —continuó Gwen—. Bueno, en realidad me contó algo más. Creo que a las Skyhawk no les han permitido participar durante siglos, por algo que hizo Kaia, aunque nadie quiere explicarme qué fue. En nuestro clan nadie habla de ello, y yo nunca he estado con Arpías de otros clanes. Siempre nos han dado la espalda. Y ahora, de repente, nos acogen con los brazos abiertos. Es raro, y no me gusta, pero no voy a dejar que mis hermanas vayan solas a un terreno hostil.

Strider se concentró en uno de aquellos detalles: era Kaia la que había provocado los problemas. ¿Qué habría hecho?

—Hay una cosa más. Bianka cree que esto es una trampa —dijo Gwen. Hizo que Sabin irguiera la cabeza y se sentó en su regazo. El guerrero la abrazó con fuerza—. Mi hermana cree que las Skyhawk, sobre todo Kaia, vamos a ser objetivo de todas las demás, como venganza.

Kaia… objetivo de todas las Arpías… A Strider le hirvió la sangre de rabia.

—¿Los hombres pueden ir?

—Los consortes y los esclavos sí. De hecho, todo el mundo prefiere que vayan. La sangre es una medicina para las Arpías, y los consortes y los esclavos ayudan a curar a las participantes heridas.

—¿Y Kaia tiene algún… esclavo? —preguntó Strider con la voz quebrada. Por un lado, quería que lo tuviera, para que estuviera a salvo. Por otro, ya quería asesinarlo.

Derrota rugió, y en aquella ocasión no hubo ni el menor asomo de diversión en su rugido.

«Esto no es un desafío, amigo». ¿O acaso su demonio se sentía furioso al pensar que otro que no fuera Strider podía hacerle daño a Kaia?

Era tan retorcido que tenía sentido. Tenía un sentido de la posesión muy desarrollado, especialmente con sus enemigos, pero también con sus amigos. Kaia era un poco de las dos cosas.

Afortunadamente, Derrota no respondió. Strider no necesitaba la complicación de tener que luchar contra Kaia, ni contra nadie que la retara. Ella no era responsabilidad suya. No era su problema.

—No —dijo Gwen por fin, en un tono triste—. Kaia no tiene esclavo.

Strider sintió un alivio abrumador.

—Pues entonces, le encontraremos uno —dijo.

Y sintió furia.

—No. Ella piensa que tú eres su consorte.

Sí, una vez, Kaia le había dicho algo parecido. Sin embargo, Strider pensaba que estaba equivocada, que estaba permitiendo, sencillamente, que la atracción que había entre ellos la confundiera. Sin embargo, no había nada sencillo en la atracción que ella sentía por él. Kaia quería lo mejor de lo mejor para sí misma, y él no podía culparla por el hecho de haberlo elegido…

Un momento. Tenía que contener su ego. Se frotó la nuca y reformuló la frase: Kaia quería a alguien fuerte, capacitado y guapo. Vaya. Tenía que contener su ego. Ella quería a alguien guapo.

No. Eso no tenía sentido. Ella quería a alguien muy guapo, sí, y él tenía ese requisito. Sin embargo…

Paris era mucho más guapo.

«Mucho más guapo» no servía para describirlo. Paris era el hombre más guapo de todos los hombres, probablemente.

—¿Y qué? —preguntó, con más fuerza de la que quería.

—Pues que no va a aceptar a ningún otro —le dijo Sabin—. Las Arpías son territoriales, posesivas y tercas como una mula. Eso significa que son igual que tú, y son incapaces de comprometerse con ningún otro.

Gwen frunció el ceño.

—¡Eh!

—Lo siento, nena, pero es cierto —le dijo él. Después miró a Strider—. Kaia se quedará contigo, o con ningún otro. Así son las cosas.

—Y ese es el motivo por el que… —Gwen tomó aire y exhaló lentamente mientras miraba amenazadoramente a Strider—. Sabes que te quiero, ¿no?

Strider asintió con rigidez. Él, o nadie. Aquello era una bendición y una maldición. No tenía tiempo para eso. No quería eso. No podía pasar más tiempo con ella. Ya le había dicho adiós.

—Pues entonces, entérate de que solo tienes dos días para ocuparte de tus asuntos más importantes. Porque, aunque te quiero, voy a asegurarme de que vayas a los juegos. Kaia te necesita, y tú estarás allí para ayudarla.

Él fulminó a Gwen con la mirada.

—Ni se te ocurra desafiarme —le dijo—. No voy a dudar en vengarme.

Por supuesto, con un solo rasguño que le hiciera a la mujer de Sabin, su amigo lo atacaría. Tendría que vencer también a su jefe, pero, ¿dos victorias por el precio de una? Magnífico.

—Como si yo fuera a usar a tu demonio en tu contra —respondió ella, y eso le sorprendió—. Dios, no puedo creer que me tengas en tan poca estima —añadió Gwen, en un tono verdaderamente dolido. Justo cuando él estaba abriendo la boca para disculparse, ella dijo—: ¡Solo pensaba darte una buena paliza, atarte y pedirle a Lucien que te llevara al lugar donde se va a producir la primera reunión!

«Solo pensaba darte una paliza…». Strider frunció los labios.

—¿Te das cuenta de que darme una paliza y atarme sería usar a mi demonio en mi contra? La derrota me destruiría.

—Oh. Eso no lo había pensado —dijo ella. Sin embargo, después alzó la barbilla con un gesto que a Strider le recordó mucho a Kaia—. Pero de todos modos, lo haré. Por favor, facilítame las cosas y ve con Kaia. Por favor.

Strider apretó los dientes.

—¿Cuánto tiempo?

—Cuatro semanas —respondió ella, más esperanzadamente.

Cuatro malditas semanas con Kaia. Consiguiéndole comida, protegiéndola, resguardándola con su propio cuerpo si surgía la oportunidad.

Notó que se excitaba. «No, esto no es algo que tengas que desear, idiota», se dijo. La resguardaría con su cuerpo si las circunstancias lo exigían. Sin embargo, incluso reformulando aquella frase, él solo podía pensar en los problemas. Su modus operandi con las mujeres era tener relaciones cortas, tan cortas que ninguna tenía tiempo de conocer sus particularidades y usarlas contra él.

Kaia, sin embargo, ya las conocía, y nunca titubeaba a la hora de desafiarlo. En parte, a él le producía emociones aquello, sí. No se podía ganar sin jugar, y ella era todo juego. En la otra cara de la moneda tampoco se podía perder.

—¿Y qué pasa con la guerra contra los Cazadores? —le preguntó a Sabin. Si había alguien a quien le gustaba ganar tanto como a él, era a Sabin.

—Ya he hablado con Cronos —respondió Sabin—. Galen está intentando recuperarse. Está demasiado grave como para causar problemas. Y Rhea está desaparecida.

Galen era un guerrero inmortal que estaba poseído por el demonio de la Esperanza. Y también, irónicamente, era el líder de los Cazadores. Rhea era una diosa reina, y tenía el control de la mitad del Cielo. Ambos eran sus más grandes enemigos.

—¿Todavía está desaparecida? —preguntó Strider. Él ya lo sabía, pero se había imaginado que la diosa se había escondido, ya que su marido había querido castigarla porque había descubierto su última traición: convencer a su hermana de que actuara como su amante y lo espiara—. ¿Ha sido juego sucio?

—Seguramente sí, aunque Cronos no ha dado información al respecto.

Tal vez porque no tenía ninguna. Eso podría explicar por qué había llamado Cronos a Amun. Amun era el guardián del demonio de los Secretos, y no había nadie a quien se le diera mejor obtener respuestas.

—Entonces, este es el momento perfecto para golpear a los Cazadores —dijo. Tuvo que obligarse a hacerlo.

—No. No lo es. ¿Te acuerdas de la chica a la que vimos, la que aceptó al demonio de la Desconfianza en su cuerpo?

—No, Sabin, se me ha olvidado —ironizó Strider.

Los dos estaban en el Templo de los Innombrables, que con su magia, les había mostrado algo que estaba ocurriendo en otro continente.

Galen se las había arreglado para encontrar lo imposible: al demonio perdido de la Desconfianza. Lo había encerrado en una habitación y había convencido a la bestia para que poseyera a otra persona. A una mujer, una Cazadora.

Aunque ellos habían investigado, no habían vuelto a saber nada más de la chica. Ni dónde estaba, ni cómo estaba.

—Cronos ha decidido que la quiere. Le ha pedido a Amun que la encuentre —le explicó Sabin.

Ah. Así que ese era el motivo por el que habían convocado a Amun en el cielo. Si Sabin lo sabía, entonces Haidee también. Así que ella no había querido compartir aquella información con él. Un pequeño castigo, seguro, y él no podía culparla.

—¿Qué tiene que ver esa chica con nuestra guerra?

—Los Cazadores están intentando mantenerla oculta, y están demasiado ocupados como para atacarnos.

—Eso es lo que tú te crees. Pero bueno, si ese fuera el caso, sigue siendo la mejor ocasión para atacar.

—Si es que somos capaces de encontrarlos. Sin Amun, solo podemos valemos de nuestras lamentables aptitudes detectivescas.

—Tenemos a Ashlyn —replicó Strider.

Maddox, el guardián de la Violencia, se había casado con una mujer que tenía la capacidad de situarse en un lugar y escuchar todas las conversaciones que se habían producido en aquel lugar durante todos los tiempos. Nadie podía esconderse de ella.

—¿Es que no te has enterado? Está en cama. Sus gemelos han crecido tanto, y ella tiene el vientre tan grande, que necesita ayuda hasta para ir al servicio. Maddox piensa que va a dar a luz muy pronto.

Seguramente, su amigo estaba muerto de preocupación. Ashlyn era humana, y por lo tanto, muy delicada. Al contrario que Kaia, que podría… «No lo pienses».

—No sé tú, pero yo soy muy buen detective.

Sabin se encogió de hombros.

—Bueno, te lo explicaré de otra manera. Yo tenía que elegir entre aprovechar nuestra ventaja, o cuidar a mi mujer. ¿Y sabes lo que he elegido?

¿Cuándo se había vuelto Sabin un calzonazos?

—Por lo menos, no tenemos que preocuparnos de que nuestros chicos resulten heridos porque los hayamos dejado solos.

Como si tuvieran que preocuparse de eso. Los chicos eran tan competentes como Strider. Por no mencionar el hecho de que estaban poseídos por demonios como Dolor, Enfermedad y Tristeza. No necesitaban niñeras, hubiera batalla o no.

—Bueno, de todos modos no puedo ir —dijo Strider—. Le prometí a Paris que le ayudaría en los cielos.

—Ayúdale después —dijo Gwen—. Kaia te necesita.

Al oír aquellas palabras y pensar en que Kaia pudiera necesitar algo de él, todas las células de su cuerpo despertaron de excitación.

—Lo pensaré —dijo con la respiración entrecortada.

Después salió de la habitación y se dirigió a su dormitorio, antes de que Gwen pudiera amenazarlo por segunda vez. Cuando estuvo allí, se colocó en el centro de la estancia y observó las paredes mientras pensaba febrilmente.

Kaia y él tenían los mismos gustos en cuanto a la decoración. Las paredes de la casa de la Arpía estaban cubiertas de armas, igual que las de su dormitorio. Se preguntó si, como las suyas, todas las piezas de su colección eran de los humanos e inmortales a quienes ella había defendido a lo largo de los siglos.

Kaia. Derrota. Dos palabras que se habían convertido en sinónimos para él.

Las Arpías eran partidarias de la supervivencia de la más fuerte, y Strider podía entenderlo. Por Gwen, él sabía que les estaba prohibido dormir delante de los humanos, o delante de cualquiera que no fuera su consorte. Sabía que no podían revelarle ni una sola de sus debilidades a nadie, ni siquiera a sus consortes. Y tenían terminantemente vetado robarles algo a sus hermanas. Si quebrantaban alguna de aquellas normas, recibían un castigo.

Demonios, ¿qué iba a hacer con ella?

Kaia podía cuidarse a sí misma contra cualquiera, salvo contra otra Arpía. Además, iba a necesitar todas las ventajas de las que pudiera disponer. Una de ellas era el descanso. Tendría que descansar entre las pruebas, fueran cuales fueran esas pruebas. Ella pensaba que Strider era su consorte, así que solo descansaría si él estaba a su lado.

En segundo lugar, necesitaría que alguien la ayudara a comer adecuadamente. Solo había que pensar en cómo había dejado de alimentarse cuando estaba en la cárcel.

En tercer lugar, necesitaría que alguien le cubriera las espaldas si robaba algo, y conociéndola, iba a robar muchas cosas.

Por otro lado, Gwen había dicho que en aquellos juegos morían la mitad de las participantes. La mitad. Las Arpías no tenían piedad, no tomaban prisioneros. Y, por el motivo que fuera, Kaia iba a tener una diana en la espalda.

Si hacía aquello, si iba con ella… tendría que encontrar el modo de resistirse a su atractivo. Porque pese a todo, no podía acostarse con ella. No solo por Paris, sino porque ella consideraría que cualquier contacto íntimo era un compromiso, algo como un vínculo entre Arpía y consorte. Algo como un vínculo eterno. Y no había manera de que él aceptara una condena de por vida.

Sin embargo, ¿iba a ser capaz de resistirse a ella?

Y, una pregunta todavía mejor: ¿Iba a ser capaz de protegerla? Si sus enemigos averiguaban quién era él, podrían usar a Derrota en contra de Kaia. Lo desafiarían para que hiriera a Kaia, para que la destruyera.

«¿Ganar?», gimoteó Derrota en la cabeza de Strider.

«Yo he hecho un esfuerzo por no pensar en eso, así que haz tú lo mismo. Por favor».

«Ganar», repitió el demonio, pero en aquella ocasión, lo hizo como una exigencia. Una exigencia que tenía un ligero tono de miedo.

Demasiado tarde, pensó. Derrota había pensando en ello, y ya no había manera de retroceder.

«¿Ganar contra las Arpías que intenten hacerle daño a Kaia?».

«Ganar».

Sí. Contra las Arpías que intentaran hacerle daño a Kaia.

«¿Por qué? Ella no es tu preferida. ¿Por qué quieres que yo la proteja?».

«Ganar, ganar, ganar».

Strider no sabía por qué había esperado que Derrota le diera una respuesta. Al contrario que otros demonios, el suyo tenía un vocabulario muy limitado. Sin embargo… tal vez Derrota hubiera recordado lo buena que era una victoria contra Kaia, y quisiera más. Si ella moría, no podrían disfrutar de más victorias contra ella. O tal vez, como su demonio era tan posesivo, Kaia se hubiera convertido en su campo de batalla personal, y los demás no tenían permiso para luchar allí. Nunca.

¿Qué sabía él? Iba a ir a los Juegos de las Arpías.