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—VAMOS a ver si lo entiendo bien —susurró Kaia con ferocidad—. Cuando dijiste que hiciéramos un reconocimiento de la competición, ¿de verdad te referías a eso?

Strider la miró de reojo mientras ambos se arrastraban con los brazos por el suelo, que estaba lleno de ramitas y polvo. Había luna llena, y aunque brillaba con fuerza en lo más alto del cielo, las ramas de los árboles les privaban de la luz. Sin embargo, eso no era ningún problema, porque Strider veía bien en la oscuridad, y podía concentrarse en los detalles más importantes.

Salvo aquella noche, en la que se estaba concentrando en detalles que no importaban. Como por ejemplo, el hecho de que Kaia estuviera más sexy que nunca. Se había pintado la cara de negro y verde para camuflarse mejor en la noche, y llevaba un pañuelo negro sobre el cabello rojizo. Llevaba unos pantalones cortos de entrenamiento militar, y Strider no podía dejar de imaginarse la severidad de semejante entrenamiento. La instrucción manual. El tipo de disciplina que se les impondría a los voluntarios que no cumplieran las órdenes.

El monstruo de Strider se despertó.

Justo lo que necesitaba, sentirse excitado en aquel momento. Aquel maldito beso lo había echado todo a perder. Si él no hubiera abierto la boca, seguiría viendo a Kaia como amiga, y solo como amiga. Sin embargo, en aquel momento solo quería convencerla de que el sexo era una parte obligatoria de su acuerdo.

«No te atrevas a decir una palabra», le ordenó a su demonio.

Silencio.

Vaya.

—Pues claro que me refería a hacer un reconocimiento —dijo por fin Strider—. ¿Qué te creías?

—Bueno, eh… Pensaba que te referías a debilitar a mis contrincantes.

Un momento.

—Entonces, está permitido romperle una rodilla a una contrincante antes de las pruebas, pero no está permitido robar el precio por tu… tu… consorte… —Strider casi no pudo decir la palabra.

Ella se quedó quieta y lo miró con absoluto asombro.

—No puedo creer que me hayas preguntado eso. Las rodillas rotas son algo que se espera entre las de mi raza. Incluso se nos anima a hacerlo.

—Creía que tú nunca habías participado en unos Juegos de las Arpías.

—Eso es cierto, pero veía a mi madre cuando ella participaba.

—Muy bien —refunfuñó él—. Puedes dañar un poco a tus oponentes.

Mientras, él se dedicaría a llevar a cabo su plan. Mientras ella disminuía el número de competidoras, él estudiaría el campamento de las Arpías. Su organización, la situación de los centinelas, las horas de cambio de turno…

—Pero hazlo con las manos —le dijo a Kaia—, porque atacarlas con un cuchillo parece un poco excesivo —añadió.

En realidad, no quería dejar un rastro accidental de sangre dentro de las tiendas, porque eso sería delatar sus intenciones.

—No digas nada más. He venido preparada para actuar sin cuchillos —respondió Kaia, y se pasó una de sus manos elegantes por… Sí, por las braguitas. Justo por el centro, donde seguramente ya estaba cálida, húmeda, preparada—. Tengo algo que creo que te va a gustar.

Sí, claro que lo tenía, pensó Strider.

Entonces, Kaia lo dejó asombrado, porque volvió la palma de la mano hacia arriba y le mostró una varilla de plata.

Él se sintió decepcionado y frunció el ceño.

—¿Qué es eso?

—Mira —dijo Kaia. Agarró la varilla por un extremo y movió la muñeca. La vara creció varios centímetros. Con otro movimiento, se prolongó unos centímetros más, hasta que se asemejó a la porra de un policía.

—Quiero una como esa —dijo él.

—Es normal. Pero no la toques. Esta es mía. Y ahora, vamos —le respondió Kaia, y se puso en marcha.

—Eh. Soy tu consorte. Lo que es tuyo es mío.

Se arrastró tras ella, y por fin llegaron al límite del campamento. Había una hoguera encendida en el centro de las tiendas, pero no se oía nada más.

—Aquí no hay nadie —susurró él.

—Ya lo sé —respondió Kaia, y suspiró.

Los ocupantes se habían marchado de allí a toda prisa. Había huellas de botas en la tierra, pisadas arrastradas, como si se hubieran movido demasiado rápido. El ave que se estaba asando al fuego estaba calcinada, y había una botella de agua tirada en el suelo. El líquido se iba derramando poco a poco.

—Las he oído abandonar el barco —dijo Kaia—, pero esperaba que hubiera algunas rezagadas. ¿Es que ya no defienden su terreno?

¿Que ella las había oído, cuando él, un soldado entrenado para la guerra, no había oído absolutamente nada? Vaya. Era un inútil.

—Haré una inspección del lugar. Tú quédate aquí y vigila.

—Ni hablar. Yo haré la inspección. Tú quédate aquí.

—Maldita sea, Kaia. Será mejor que…

Algo le agarró fuertemente por los tobillos y tiró de él hacia atrás. Él se giró a medio camino y se sentó pese al impulso, y empujó.

Se oyó un gruñido femenino de dolor. Su atacante cayó y él consiguió liberarse.

«Ganar», dijo Derrota de repente. Era la primera vez que hablaba desde que habían salido del motel.

«Ya lo he hecho», respondió Strider. Por el momento, al menos. Estaba rodeado por guerreras que lo fulminaban con la mirada. Cada una tenía un tipo de arma, desde machetes hasta hachas.

Vaya, vaya. Strider se levantó lentamente, con las manos alzadas en señal de rendición, todo inocencia, todo mentira.

—Buenas noches, señoras. ¿Puedo hacer algo por ustedes?

Kaia se agachó y soltó un graznido. Su Arpía la había dominado. ¿Solo por pensar que él pudiera resultar herido o por el hecho de que otra mujer le hubiera puesto las manos encima? De cualquier modo, ella veía el mundo a través de una neblina roja y negra, y la necesidad de sangre le hinchaba la lengua.

—Mío —dijo con una voz dual. Aquella fue la única advertencia que dio antes de atacar.

Mientras hacía girar aquella vara con una velocidad y una elegancia que lo dejó anonadado, Derrota gimoteó, en vez de pedir la victoria otra vez. Kaia se movía como una bailarina. Como una bailarina mortal y psicótica que quería pasar el resto de la vida en la cárcel. «Mi tipo de mujer», pensó Strider. El metal chocó con el metal, y se oyeron más gruñidos.

Y entonces, la batalla comenzó de verdad.

Vio la expresión de Kaia mientras giraba. Era fría y despiadada. Sus ojos eran como llamas, y él podía sentir su calor. Su piel emitía un brillo azul. No era el brillo de la Arpía, con aquellos maravillosos dardos de colores atrapados bajo la superficie, sino la llamarada más ardiente del fuego.

Él recordó su beso, cómo lo había quemado, lo caliente que estaba ella. Era como un horno viviente. Le había excitado muchísimo, había conseguido que se sintiera en la cima del mundo. Y en aquel momento, se preguntaba si…

¿Estaba exhibiendo Kaia algún tipo de poder?

Sus garras desgarraban y sus dientes cortaban. Los cuerpos se movían tan rápidamente a su alrededor que él no podía verlos, pero cada pocos segundos, Kaia salía impulsada hacia atrás, como si algo la hubiera embestido. Un segundo después otra mujer aullaba de dolor, ¿porque la habían quemado?

«Ganar», gruñó Derrota, que olvidó temporalmente su miedo.

Estupendo.

«Dame un minuto». Strider tenía que dilucidar unas cuantas cosas. Por ejemplo, cómo entrar en aquella lucha sin encontrarse con los puños de Kaia. «¡Ganar!».

De repente supo la respuesta. Se sacó la pistola de la cintura de los pantalones y pegó un tiro al aire. Hubo jadeos, pisadas. Después, el silencio.

—Retiraos —gruñó él, y bajó el cañón del arma para apuntarlas—. Ahora mismo. Os aseguro que tengo el valor suficiente para volaros la tapa de los sesos.

Kaia se quedó inmóvil. Estaba jadeando, cubierta de sangre. Las mujeres se apartaron de ella rápidamente. Podrían haberlo atacado, porque se movían tan veloces como un rayo, pero no lo hicieron. Tal vez temieran a su demonio.

Derrota canturreó de satisfacción, y Strider sintió un pequeño cosquilleo de placer en el pecho.

—Tú —le dijo a Kaia—. Acércate.

Ella también obedeció. Él le acarició el brazo con la mano libre, para reconfortarla, para calmarla. ¡Vaya! Al tocarla, se dio cuenta de que era como tocar metal al rojo vivo. Se le formaron ampollas en las yemas de los dedos inmediatamente. Pero eso no le importó. ¿Qué era un poco de dolor cuando el bienestar de Kaia estaba en juego?

Por fin, a Kaia se le calmó la respiración, y el negro desapareció de sus ojos. Las llamas se apagaron. Su piel se enfrió.

—Buen trabajo, nena —le dijo él.

—Gracias, cariño —respondió ella.

Entonces, Strider miró a las guerreras. Kaia y él estaban rodeados, pero ahora, el círculo se había agrandado, y él se fijó en que todas las Arpías lo estaban fulminando con la mirada. Él se colocó delante de Kaia; seguramente aquel gesto de protección fue molesto para ella, pero Strider no estaba dispuesto a dejar que ella se expusiera a más riesgos. Aquella era su gente, y tal y como había demostrado una vez su hermana Gwen, a la familia le resultaba duro matar a la familia.

A Strider nunca le había resultado duro matar a nadie. Tal vez fuera un don.

Kaia se puso a su lado y arrojó aquella vara a los pies de… su madre. Él tuvo ganas de soltar una maldición.

—Hola, Tabitha —dijo con calma.

La mujer dio un paso hacia delante. No estaba mirando a su hija, sino a él.

—Baja el arma, demonio. Por mucho que cacarees, sabemos que no vas a usarla.

Kaia gimió.

—No deberías haber dicho eso.

Strider sonrió agradablemente, desvió la pistola y apretó el gatillo. Se oyó un grito agudo de incredulidad. Le había dado a la Arpía que estaba junto a Tabitha, y le había atravesado el muslo. La sangre comenzó a brotar de la herida, y la mujer se desplomó al suelo sin fuerzas.

«¡Ganar!». Derrota se echó a reír como si fuera un colegial.

Strider notó más cosquilleos de placer en el pecho.

—¿Qué estabas diciendo?

Tabitha miró a Kaia y soltó una maldición. Después se giró hacia su compañera y se encogió de hombros.

—Solo le has hecho un rasguño. No le has dañado ningún órgano importante.

—¿De veras? Bueno, pues permíteme que lo intente de nuevo.

Volvió a apretar el gatillo y, en aquella ocasión, le atravesó el muslo a Tabitha. Ella llevaba unos pantalones negros y la tela ocultó la herida. Sin embargo, no hubo nada que pudiera disimular el olor de la sangre en el aire.

La única indicación de que el tiro la había alcanzado fue que la Arpía enseñó sus colmillos blancos.

—Oh, vaya —dijo Strider—. He vuelto a fallar. No he dañado ningún órgano importante. Tal vez deba seguir practicando. ¿Quién es la siguiente?

Se oyeron jadeos de indignación.

Tabitha alzó una mano para imponer silencio.

—Por supuesto, tenías que ser tú la que cayeras en la vieja trampa del campamento —le dijo a Kaia—. No me sorprende.

—Pues ya somos dos. Tú has caído en la vieja trampa de que tu enemigo ha caído en la trampa del campamento —replicó su hija. Después se metió los dedos en la boca y silbó.

De repente, las hojas comenzaron a moverse por encima de ellos, y Strider vio con perplejidad que Sabin, Lysander, Taliyah, Bianka, Neeka y otras mujeres a quienes él no conocía, bajaban de los árboles, donde habían estado escondidos. Llevaban arcos preparados para disparar.

Derrota comenzó a canturrear otra vez.

«¿Por qué estás tan contento?», le preguntó Strider a Derrota. Ellos habían estado allí durante todo el tiempo, y él no sabía nada. Podrían haberlo matado antes de que se diera cuenta de que estaba siendo atacado. Y él, sintiéndose tan capaz, tan invencible. Bueno, parecía que era un completo inútil.

Sin embargo, no tenía por qué culparse. Kaia y su aspecto sexy habían dado al traste con su concentración.

—Qué novedad —dijo Tabitha con los dientes apretados. A su alrededor hubo exclamaciones de admiración, mezcladas con resoplidos de incredulidad y varios jadeos de furia—. Ahora sí que estoy sorprendida.

—¿Cómo lo has hecho? —le susurró Strider a Kaia.

—Les envié un mensaje de texto antes de salir del motel —respondió ella.

—¿Y no podías habérmelo dicho?

—No —respondió ella, y se volvió hacia Tabitha—: Querida madre, ¿no te arrepientes de haber tomado la decisión de expulsar a tus hijas de tu equipo?

—No —dijo Tabitha, en el mismo tono categórico de su hija.

Strider no se atrevió a mirar a Kaia. Sabía que aquello debía de haberle dolido, pero no le ofreció ningún consuelo. Aquel no era el momento apropiado. Sin embargo, más tarde… Sí, más tarde la consolaría. Eso entraba dentro de las tareas de un consorte, y durante las cuatro semanas siguientes, él iba a ser su consorte.

Sin embargo, después de aquellas cuatro semanas tendría que superar su enamoramiento, aunque hubiera probado la dulzura de Kaia, aunque hubiera sentido sus curvas apretadas contra sí, y supiera que ninguna otra mujer podía comparársele…

—¿De veras crees que puedes ganar los juegos? —le preguntó Tabitha a Kaia.

—Sí.

—¿Contra mí?

—No me gusta repetirme, pero sí.

«Esa es mi chica», pensó Strider. Bueno, su chica por el momento.

—Puede que Juliette haya ganado las ocho últimas veces, pero eso es porque a mí no se me permitía participar. Como sabes, nunca he perdido —dijo Tabitha, acariciándose el medallón que colgaba de su cuello.

Strider se preguntó si aquel colgante tendría algún significado. Tendría que preguntárselo a Gwen, porque seguramente, Kaia no iba a darle una respuesta clara. Nunca lo hacía.

—Hay un motivo por el que nunca has perdido —replicó Kaia con altivez—. Porque no has luchado nunca contra mí.

«Va a morir».

Aquella voz femenina resonó por la mente de Strider. Era la voz de Tabitha, y era la misma que él había oído durante el día de presentación de los juegos. Ella no le había transferido su atención, pero él lo sabía.

—Y un cuerno —murmuró.

Kaia lo miró con una expresión ofendida.

—Es cierto.

—Sí, cariño, eso ya lo sé. No estaba hablando contigo.

—Ah. Bueno. De acuerdo.

«Ella va a morir, y no podrás ayudarla de ningún modo».

—Ya basta —ordenó él, y clavó la mirada en la mujer responsable de aquellos comentarios.

Tabitha pestañeó inocentemente.

—¿Por qué me habla tu consorte sin que yo me haya dirigido primero a él? —le preguntó a Kaia—. ¿Es que no le has enseñado el orden adecuado de las cosas?

—Limítate a salir de mi cabeza, Arpía, o lo lamentarás. A propósito, ¿qué tal esa pierna?

Ella le lanzó un silbido de furia.

«¡Ganar!».

«Ya lo sé», le dijo Strider al demonio. «Te he dicho que no voy a permitir que le ocurra nada a Kaia».

Kaia pestañeó también, pero de sorpresa. Sin embargo, no le preguntó nada a su madre, y él se preguntó si ella permanecía en silencio porque sabía que su madre no iba a responder, o porque el hecho de preguntarle algo a Tabitha revelaría ignorancia por su parte, y la ignorancia podía ser percibida como una debilidad.

Arpías. Parecía que la vida era una partida de ajedrez para ellas. Para él era algo ridículo. Y, sí, captaba la ironía de todo aquello. Sin embargo, él tenía que convertir todo lo que hacía en un concurso de inteligencia y fuerza de voluntad. Ellas no lo hacían, ni tampoco sufrían si perdían un reto. Para ellas era solo una cuestión de diversión.

—No te preocupes por mí, hombre —dijo finalmente Kaia, alzando la barbilla.

«Mi hombre». A Strider le gustó cómo sonaba aquello.

Apretó los dientes. Aquello era una mentira, y no podía confundir la mentira con la realidad.

—Me sorprende que hayas conseguido a un temible Señor del Inframundo como consorte —dijo Tabitha.

—A mí no —repuso Kaia, encogiéndose de hombros—. Yo también soy formidable.

Tabitha no mostró ni el menor atisbo de emoción. Ni orgullo, ni decepción.

—Supongo que mañana averiguaremos exactamente lo que eres, cuando de verdad den comienzo los juegos.