19
A la mañana siguiente, a Strider le sangraban los oídos, y tenía la mente embotada. Y no ayudaba nada el hecho de que Bianka y Kaia siguieran cantando. Mal. Cantaban muy mal. Aunque él nunca admitiría aquello en voz alta. Kaia estaba tan feliz desafinando como una loca que él no quería estropear una actividad que le proporcionaba tanto placer. Pero, en serio, Strider pensaba que los maullidos de un gato eran más agradables que aquello.
Una vez que las chicas habían empezado, no habían parado. Aunque habían transcurrido horas, trágicamente, ninguna de las dos había sufrido laringitis.
Aparte de los humanos, que se habían ido después del cierre del bar, los muy afortunados, nadie más se había atrevido a salir de allí. Ni los Señores, ni las Skyhawk, ni los ángeles, ni las Eagleshield.
Para las Arpías, aquel era otro tipo de competición, simple y llanamente. ¿Quién podía durar más que el otro? Por una vez, Strider estaba dispuesto a perder. Él se habría marchado y habría sufrido un dolor inhumano durante días, pero demonios, tenía que proteger a su pequeña Arpía.
En algunas ocasiones, algunas de las Eagleshield habían intentado subir al escenario, hacerse con el micrófono y acabar con el sufrimiento de todo el mundo. Strider se había levantado para pasar a la acción, pero Lysander y Zacharel, que eran invisibles para todo el mundo salvo para Strider y Sabin, habían formado inmediatamente un muro impenetrable de músculos que no podía atravesar nadie.
Y las Arpías habían intentado hacerlo, golpeando, dando patadas y zarpazos, hasta que se habían rendido de frustración. Por supuesto, habían culpado a Kaia y a Bianka, y él había oído murmullos de asombro y maravilla. ¿Qué extraños poderes tenían las mellizas?
Bien. Que se lo preguntaran.
Sabiendo que los ángeles protegían a Kaia, Strider había podido estudiar a Juliette y a su consorte, Lazarus, que estaban concentrados en Kaia. A él no le gustaba eso. No le gustaba en absoluto. Y no iba a consentirlo.
«Compórtate como es debido», le dijo a Derrota, «y yo haré bien las cosas. Yo me ocuparé de esto».
Pese al ruido, que había dejado a Derrota gimoteando y rogándole que escapara, el demonio soltó un resoplido.
Así que no iba a colaborar. Sin embargo, eso no iba a detenerlo. Se levantó, acercó una silla a la mesa de Juliette y se sentó. Inmediatamente, notó que la tensión aumentaba en el bar, y no tuvo que mirar atrás para saber que Amun y Sabin se habían colocado tras él para cubrirle las espaldas.
Finalmente, Juliette se dignó a mirarlo.
—Recibo lo que deseo. Deseaba que te acercaras a mí, y lo has hecho. Pero debo admitir que esperaba que lo hicieras antes.
—¿Por qué? —preguntó él, con una genuina curiosidad.
—Yo tengo algo que tú deseas, ¿no?
—¿El qué?
—La Vara Cortadora. Sí —añadió Juliette, al ver que él se sorprendía—. Lo sé todo acerca de vosotros, los Señores del Inframundo, y de vuestra búsqueda de la caja de Pandora. Sé que necesitáis cuatro artefactos para encontrarla, y que la Vara es uno de ellos. ¿Por qué piensas que la he ofrecido como premio?
En vez de responder, él hizo una pregunta.
—¿Cómo la conseguiste?
Juliette sonrió con petulancia.
—Yo nunca cuento mis secretos.
Ah, bueno. Strider miró hacia atrás, a Amun. El guerrero, grande y oscuro, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos. Cuando su mirada se cruzó con la de Strider, hizo un gesto negativo con la cabeza. ¿Eh? ¿Acaso no podía leerle la mente a la Arpía?
Eso era extraño.
Strider se volvió hacia Juliette de nuevo, sin dejar de observar a Lazarus de reojo. Él ni siquiera había mirado a Strider, porque no le quitaba los ojos de encima a Kaia.
—Bueno, por retroceder un poco, el ganador tendrá algo que yo quiero —mintió. Él sería quien tendría el artefacto antes de que terminaran los juegos. No iba a permitir que ocurriera otra cosa.
—Da lo mismo —dijo ella, encogiéndose de hombros—, porque Kaia no va a ganar nada.
Derrota gruñó.
«Buen chico».
—Cuando Kaia pierda —prosiguió Juliette—, tú vendrás a mí. Y tal vez, después de que me lo niegues, te permita que me complazcas. Y tal vez, después de que me complazcas, si puedes, te dejaré que uses mi Vara Cortadora.
Su Vara Cortadora.
—No creo que eso vaya a ocurrir.
—¿No? Yo sí. Como soy mucho más bella que esa zorra pelirroja, me suplicarás mis favores.
¿Ira? No, esa era una palabra demasiado suave para lo que sintió. Incluso Derrota rugió.
—Pues no, no lo eres. Nadie es más bella que Kaia. Además, ella no es ninguna zorra. Es mía. Y yo no voy a rogarte nada, salvo que te marches.
—¿De veras? Bueno, permíteme que te haga una pregunta, Strider, guardián del demonio de la Derrota. Tú eres uno de los fabulosos Señores del Inframundo, y te he investigado meticulosamente. Para ti, la victoria es más importante que cualquier otra cosa. Entonces, ¿por qué has elegido ser el consorte de Kaia la Decepción?
Eso iba a cambiar. Su Arpía iba a conseguir un apodo nuevo, y rápidamente.
—Kaia significa muchas cosas para mí, y ninguna de ellas es decepcionante. Y ahora, respóndeme tú a esto: ¿Eligió tu consorte estar a tu lado? —le preguntó Strider, señalando con la cabeza las cadenas tatuadas del gigante—. Porque estoy seguro de que te cortaría el cuello sin dudarlo.
Por fin, Lazarus atendió a lo que estaba sucediendo en la mesa.
—Tienes razón —dijo y, en ese momento, el odio que Strider sentía por él disminuyó.
—Cierra la boca —le ordenó Juliette a su consorte.
Lazarus obedeció, aunque miró a Juliette con odio y rabia.
Juliette entornó los ojos y los clavó en Strider.
—Él se siente honrado por estar conmigo.
—¿De veras? No lo creo.
Las uñas de la Arpía ya se habían convertido en garras, y sus ojos se habían vuelto negros. Oh, por todos los dioses. Su animal estaba a punto de salir a jugar.
Strider siguió golpeando, mientras todavía podía hacerlo.
—Bueno, yo sí que me siento honrado de estar con Kaia, y si vuelves a intentar algo como lo que hiciste en la primera prueba, ordenando que todo el mundo la atacara a la vez, yo me lo tomaré como un desafío personal. ¿Descubriste en tu investigación lo que les ocurre a los que me desafían?
A Juliette se le pusieron los ojos completamente negros. Hasta que Lazarus le dio una palmadita en la mano. Con aquella única palmadita, el negro fue desapareciendo y sus garras volvieron a ser uñas.
Strider había visto muchas veces a Sabin calmar a Gwen, pero por primera vez entendió el poder que tenía un consorte sobre su Arpía, y lo mucho que una Arpía necesitaba a su consorte.
Sin embargo, claramente, Lazarus era un esclavo que estaba allí a la fuerza. ¿Por qué había calmado a la mujer que lo tenía esclavizado? ¿No debería disfrutar si ella se disgustaba? ¿Y cómo lo había capturado Juliette, no una, sino dos veces? Aquel hombre se había abierto paso por un campamento lleno de Arpías y había conseguido salir victorioso. Era hijo de Typhon y de una Gorgona, lo cual significaba que tenía poderes difíciles de imaginar.
¿Acaso había permitido él que lo capturara? Aquella le parecía la única explicación posible, pero, ¿por qué habría hecho algo así?
Strider tenía muchas preguntas, pero no podía responder ninguna. Llamaría a Torin y le pediría al guardián de la Enfermedad que investigara por Internet. Sin duda, allí había algo oculto.
—No puedes hacerme nada, guerrero —dijo Juliette, que había recuperado el control sobre sí misma. Sonrió con su acostumbrada petulancia y prosiguió—, si no quieres que Kaia parezca sospechosa, y todo el mundo piense que es una perdedora y una débil. Otra vez.
Exactamente, lo que le había contado Kaia. Él la había creído, pero no le había dado importancia a sus sentimientos, puesto que estaba muy ocupado en conseguir sus propios objetivos. Y todavía lo estaba, puesto que era una cuestión de vida o muerte, y no de emociones. Sin embargo, en aquel momento estaba muy enfadado.
«Ganar», gruñó Derrota.
Strider sabía lo que quería su demonio, y estaba de acuerdo. Le haría algo a Juliette sin que pareciera que era culpa de Kaia. Desafío hecho, desafío aceptado.
—Ya veremos —le dijo a Juliette con una sonrisa.
Su lista de desafíos aceptados iba aumentando. Proteger a Kaia de las otras Arpías, conseguir la Vara Cortadora y, a partir de aquel momento, destruir a Juliette.
—Sí, ya veremos —replicó Juliette—. Y otra cosa, guerrero. Hay una cosa que debes saber: Si alguien me roba la Vara Cortadora, o sufro algún percance antes de los juegos, Kaia morirá. Mi clan está muy ansioso por actuar.
Estaba intentando atarle las manos, y estaba haciendo un buen trabajo. ¿Cómo iba a mantener a Kaia a salvo contra todo un ejército de Arpías? Al pensarlo, él comenzó a sudar.
Por fin, los cánticos cesaron.
De repente reinó un silencio absoluto, como si todo el mundo temiera que, con tan solo respirar, iban a provocar que comenzara otra ronda de canciones. Pero no. Sonaron unos pasos y, al segundo, Kaia estaba acercando una silla a la mesa.
—Strider —dijo con tirantez.
—Nena —dijo él, con la esperanza de no dejar traslucir su miedo.
—Gracias a todos los dioses —dijo Juliette—. Cantas horriblemente mal. Mis oídos necesitaban un descanso.
Strider le posó la mano en la nuca a Kaia, y dijo:
—A mí me parece que canta muy bien.
Kaia alzó la barbilla.
—En serio, nena. Podría escucharte durante horas.
«Pero, por favor, no me obligues a hacerlo».
Derrota gimoteó.
—Eso es porque eres un hombre de buen gusto —dijo ella.
Se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla, un beso que le proporcionó a Strider una deliciosa sensación de calor en la piel. Cuando comenzó a apartarse, él la agarró con más fuerza, y no se lo permitió. Le gustaba tenerla cerca. Juliette observó aquel intercambio de ternura con una expresión de rabia.
—Yo estoy de acuerdo. Escucharte cantar es un placer —dijo Lazarus, hablando por segunda vez, con una voz hipnótica, casi sexual—. Kaia la… Más Fuerte, ¿no?
Strider posó la mano en una de sus dagas al oír el tono burlón del consorte de Juliette. Sin embargo, Lazarus dijo despreocupadamente:
—Bueno, creo que es hora de marcharse.
—No eres tú quien puede decidir eso —le espetó Juliette en un tono amenazante, y hubiera continuado de no ser porque Kaia la interrumpió.
—Quería hablar contigo sobre algo importante, Julie —le dijo.
—Juliette —corrigió la Arpía, con los ojos oscurecidos—. Me llamo Juliette la Erradicadora. Dirígete a mí con el debido respeto.
—Como quieras. Es una pena que no puedas luchar en los juegos. Casi parece que aceptaste ser la directora porque temías la competición.
Hubo un jadeo de indignación. El negro se apoderó de los ojos de Juliette.
—Acepté la dirección de los juegos para poder, por fin…
—No —dijo Lazarus, con tanta fuerza, que las paredes del bar vibraron—. Ya es suficiente.
Acababan de ver una pequeña muestra de su poder. Oh, sí. Claramente, allí había gato encerrado.
Juliette palideció y carraspeó.
—Lo que quiero decir es que podemos organizar una pelea entre tú y yo. Si quieres pelear conmigo, lo haremos. Pero, en realidad, terminaremos haciéndolo aunque no quieras. Me desafiaste hace muchos siglos, y a mí nunca se me ha permitido responder.
—¿Por qué eras demasiado cobarde?
—Primero teníamos que recuperarnos de todo el daño que tú provocaste.
—¿Yo? ¿Y qué pasa con él? —preguntó Kaia, señalando a Lazarus con el dedo pulgar.
—Ya sabes cuál es la respuesta a eso. Él actuó así por tus acciones. Ahora, cierra la boca y escucha. En segundo lugar, teníamos que volver a recuperar la población, así que matar a otra Arpía fuera de los juegos quedó prohibido. En tercer lugar, tu madre habría declarado la guerra a mi clan —dijo Juliette, y la ira se vio reemplazada por la superioridad y la arrogancia—. Ahora, ya no existe ninguno de esos obstáculos.
Kaia se estremeció al recordar el repudio de su madre.
Juliette se sacó el colgante del cuello de la camisa y acarició el medallón de madera con un dedo.
—Es bonito, ¿verdad?
Kaia no pudo disimular el temblor de su barbilla al verlo.
—Los he visto mejores.
«Así se hace», pensó Strider. Estaba claro que ver aquel colgante le hacía daño, y que Juliette sabía por qué. Y ahora, él también quería saber el motivo. Sin embargo, Kaia era su nena, y siempre debía tener la última palabra, pasara lo que pasara. Él no podía culparla por ello; en realidad, se sentía orgulloso de ella. Y excitado.
Antes de que Juliette respondiera, todas las Arpías del establecimiento, incluso Kaia, se quedaron inmóviles y fruncieron el ceño.
—¿Qué ocurre? —preguntó Strider con preocupación.
No hubo respuesta. Todas las Arpías sacaron sus teléfonos móviles a la vez. Kaia leyó el mensaje que apareció en la pantalla, y se puso tensa.
—Se ha hecho público el lugar donde se celebrará la siguiente prueba —dijo—. Tenemos veinticuatro horas para llegar.
Juliette se rió. Aunque era la directora, ella también había mirado el teléfono. ¿No debería saber ya adónde debían dirigirse?
—La pobre Kaia tiene que tomar una decisión muy difícil, ¿verdad? —murmuró. Después dijo—: Vamos, equipo, debemos marcharnos.
Por fin, las Eagleshield y sus consortes, Lazarus incluido, salieron del bar. Juliette se quedó rezagada en la puerta y se volvió hacia Kaia con una sonrisa.
—Es una pena que esta vez no puedas esconderte detrás de tu hombre, ¿eh?
Y, con aquellas palabras, se marchó.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Strider.
—Tenemos que marcharnos —dijo ella con angustia.
«Tenemos». Bien.
—Recogeré mis cosas.
—No —dijo ella, agitando la cabeza—. Mis hermanas y yo tenemos que marcharnos. Juliette tenía razón. Tus amigos y tú no podéis venir.
Y un cuerno.
—¿Por qué? ¿Adónde tenemos que ir?
Ella suspiró.
—A Odynia, el Jardín de los Adioses. Se llama así porque Hera solía deshacerse de sus enemigos sin tan siquiera tener que levantar la mano contra ellos. Ahora es Rhea quien está a cargo del jardín, por supuesto, y supongo que ella será nuestra anfitriona.
Rhea, la reina de los dioses Titanes, y la verdadera dirigente de los Cazadores. Mucho más peligrosa y más poderosa de lo que nunca sería Galen. Si Strider asistía a aquella parte de los juegos, caería directamente en una trampa. Si no iba, Kaia podía resultar herida, y él no podría ayudarla ni curarla.
«Ni hablar», pensó.