3

—PIÉRDETE, ¿quieres? —le susurró con ferocidad Kaia a Paris, mientras bajaban las escaleras que conducían a la libertad… y a Strider—. Eres como un sarpullido que no desaparece nunca.

Él se echó a reír con un sonido que todavía tenía trazas de dolor.

—En serio. Esta es la mayor cantidad de atención que Strider me ha prestado en toda su vida, y tú lo estás estropeando todo. Márchate antes de que te dé una paliza.

Paris se detuvo y la tomó del brazo para detenerla. Su diversión se había convertido en un sentimiento comprensivo, y los rayos dorados del sol lo estaban acariciando con el cuidado y la delicadeza de un amante. Qué hombre tan guapo. Hasta los elementos tenían dificultad para resistirse a él.

—Escucha con atención, cariño, porque estoy a punto de darte una información vital. Sé buena y no azuces al oso hoy. Ya está de mal humor.

Ella entornó los ojos.

—Creía que eras más listo. Algunas veces hay que azuzar a un oso, o nunca saldrá de la hibernación.

Paris sonrió.

—¿Tú crees? Pues piensa en esto: ¿Qué es lo primero que hace un oso cuando despierta de la hibernación?

Eh…

—Come. Y para ser sincera, estoy deseando que lo haga.

—Sí, sí. Ya lo sé. Eso puede ser muy divertido —respondió Paris, inclinándose hacia ella, y le susurró—: Pero, ¿sabes qué otra cosa hacen? Los osos torturan. A los osos les encanta torturar, Kye. Son malos. Cuando un humano se interpone en su camino, sobre todo después de una larga hibernación, el resultado nunca es bonito. Tienes que dejar que este oso se aclimate a tus… artimañas.

—Para empezar, yo no soy exactamente humana —repuso ella—. Y además, soy más fuerte que tú, y que él. Más fuerte que vosotros dos juntos. Puedo enfrentarme a cualquier cosa que él me sirva.

—Por el amor de Dios —rugió de repente Strider, que se había dado la vuelta y los estaba mirando—. Ya está bien. Tenemos que marcharnos, Paris, así que deja de flirtear con nuestra fugitiva.

Había dicho «nuestra». No «tu fugitiva». Qué progreso tan dulce. Kaia intentó no sonreír, se apartó de Paris y se giró lentamente hacia Strider. Al mirarlo, se le cortó la respiración. Paris era guapo, sí, pero Strider… Strider era magnífico.

Lo había visto por primera vez desde hacía semanas en el vestíbulo de la comisaría, entre paredes blancas, y había sentido que le flaqueaban las rodillas. Él tenía el pelo rubio pálido, y lo llevaba muy despeinado, en punta. La había observado con sus ojos azul oscuro, pasándole la mirada por el cuerpo y deteniéndose en los lugares adecuados, y a ella se le había encogido el estómago.

Y en aquel momento, con aquella segunda mirada… Era un hombre alto, y tenía un cuerpo musculoso y una cara… la cara inocente y perversa de un ángel caído.

Al principio, ella no había advertido la contradicción que había en aquel rostro. Solo había visto la inocencia, y había seguido buscando a alguien que tuviera las cualidades que siempre eran atractivas para ella: algo inquietante, peligroso y temporal.

Por eso le había llamado la atención Paris.

Él estaba sufriendo porque había perdido a una compañera humana. Era inquietante. También era un adicto a la ambrosía, que mataría sin dudarlo. Peligroso, por tanto. Y temporal, también. Sin embargo, después de salir de su cama, se había sentido vacía y superficial.

Por eso, había vuelto para tener una segunda relación con él después de unas semanas. Quería sentir lo que había sentido cuando estaban juntos. Plenitud. Satisfacción. Sin embargo, él la había rechazado; era físicamente incapaz de repetir con la misma mujer, así que la había echado de su habitación.

Pero ella había ido a su habitación vestida solo con una bata, y se había marchado de allí solo con aquella bata, y como iba distraída, se había chocado con Strider en el pasillo.

Aquella había sido la primera vez que había visto al demonio en sus ojos.

En aquel momento, se sintió como si alguien le hubiera apretado un interruptor por dentro. Había cometido un error al intentar perseguir a Paris. El hombre que tenía delante era todo lo que siempre había deseado, y más.

Tenía el pelo mojado y aplastado en la cabeza, y llevaba una toalla blanca alrededor del cuello. No llevaba camisa, y todos los músculos de su estómago quedaban a la vista, mostrando aquella fortaleza de bronce. Ella se había quedado mirándolo con fascinación.

Strider llevaba unos pantalones cortos que se le sujetaban en la parte baja de la cintura, y dejaban entrever en su cadera derecha los bordes del tatuaje de una mariposa en color azul zafiro. Claramente, venía de hacer ejercicio. De una sesión de ejercicio muy intensa. Todavía tenía la respiración acelerada. Al verla, sonrió irónicamente.

—Bonita bata —dijo, pasándole la mirada desde la cabellera despeinada hasta los dedos de los pies, deteniéndose en sus pezones erectos y en sus muslos temblorosos.

—Es lo único que encontré —respondió ella con inseguridad. Estaba avergonzada. «¿Cómo puedo arreglar esto?».

—Pues esa bata ha tenido suerte, entonces. Aunque creo que te quedaría mejor sin el cinturón.

«Bueno, tal vez no tenga que arreglar nada». Por primera vez desde que se conocían, ella había percibido el deseo en su tono de voz. Y aquel deseo la afectó más que ninguna otra cosa en su vida.

—¿De veras?

—Oh, sí. ¿Estabas buscando a alguien en particular?

—Eso depende —dijo ella seductoramente, y dio un paso hacia él—. ¿Qué puede estar pensando ese «alguien»?

Entonces se abrió la puerta de la habitación más cercana.

—¿Kaia? —dijo de repente Paris, y cuando ella se dio la vuelta, él le lanzó un par de zapatillas de color rosa—. Se te habían olvidado. Me las hubiera quedado yo, pero no son de mi número.

—Ah —dijo ella—. Gracias.

—De nada. Eh, hola, Strider —saludó Paris.

—Hola —respondió Strider con tirantez—. ¿Una noche interesante?

—No es asunto tuyo.

Mientras Paris desaparecía de nuevo en su habitación, Kaia se volvía hacia Strider. Entonces, vio que su expresión de había vuelto de cautela, de reserva.

—¿Una noche interesante? —le preguntó él.

Ella tragó saliva.

—Pues en realidad, no. No ha ocurrido nada. Esta vez —dijo ella con esfuerzo. Si Strider hacía algo con ella aquella noche, y averiguaba la verdad sobre Paris más tarde, después iba a odiarla. Así pues, era mejor contárselo todo. Salvo que…

—Bueno, nos vemos, Kaia —dijo él. La rodeó y se alejó por el pasillo sin bromear sobre la situación, y sin pedirle que le contara lo que había ocurrido de verdad. Y sin preocuparse en absoluto por nada.

—… hacerme caso de una vez! —estaba gruñendo Strider en aquel momento—. Y no porque yo quiera que me hagas caso, sino porque estás enfadando a mi demonio.

¿Enfadando a su demonio? Ella quería seducir a su demonio, ¿no? ¿O había renunciado a conseguirlo, tal y como le había recomendado Bianka?

Pestañeó y volvió a observar a Strider. La furia le había endurecido los rasgos, los había convertido en hojas afiladas, y a ella le fallaron las rodillas. Qué magnífico. Un salvaje, un bruto. Paris tuvo que agarrarla antes de que cayera al suelo.

Oh, por los dioses. ¿Debilidad? ¿Allí, en aquel momento? Se ruborizó de vergüenza.

Strider dio un paso amenazante hacia ella, y entonces se detuvo en seco.

—Paris, tío, suéltala —rugió, y Paris obedeció de inmediato. Entonces, miró a Kaia con intensidad—. ¿Hace cuánto tiempo que no comes, Kaia?

Gracias a todos los dioses. Él pensaba que ella se sentía débil por no haber comido, y no por haberlo visto tan irresistible. Se encogió de hombros, y consiguió mantenerse en pie.

—No lo sé.

Como había decidido no robar ni ganarse uno de los cuencos de comida que les daban a los prisioneros, y llevaba dos días en una celda… bueno, estaba muerta de hambre.

Bien. Podía haber comido. Bianka había acudido en su rescate, como siempre, con la intención de sacarla de allí y llevarla a comer algo. Ella había echado a su hermana con una severa advertencia: que no volviera por allí.

—Demonios, Kaia. Te tambaleas, y no eres capaz de concentrarte —dijo Strider, y miró a Paris—. Llama a Lucien para que venga a buscarte. Nos vemos en Budapest. Quiero que coma, y después nosotros…

Paris negó con la cabeza.

—Llamaré a Lucien para que venga a buscarme, pero no voy a esperarte en Buda. Cuando termines tus asuntos, pídele a Lucien, o a Lysander, que te lleven a los cielos. Los dos sabrán dónde estoy.

Strider asintió.

Paris le revolvió el pelo a Kaia, echó a andar y torció una esquina, dejándola a solas con el guerrero de sus sueños. Exactamente, lo que Kaia había estado esperando desde que había echado a Bianka de la celda y había vuelto a encerrarse dentro.

Se miraron el uno al otro durante un largo rato, sin moverse ni hablar. Cada vez había más tensión, y al final, Kaia no pudo soportar más el silencio.

—¿Vas a ir a los cielos?

Él asintió. Las vibraciones de ferocidad cesaron, y se relajó. A ella también le gustaba aquella faceta suya.

—¿Por qué? —preguntó Kaia.

Sin embargo, en realidad, hubiera querido preguntarle cuánto tiempo iba a permanecer allí, si iba a reunirse con una mujer, con un ángel… Su amigo Aeron se había enamorado de una santita con alas, así que, ¿por qué no iba a ocurrirle a Strider lo mismo?

—¿Estás segura de que quieres saberlo? —le preguntó él—. Tiene que ver con Paris y con otra mujer. Una mujer a la que él desea.

Kaia sintió un gran alivio.

—¡Ah! ¡Un chismorreo! —exclamó ella, y se frotó las manos con una sonrisa—. Cuéntamelo.

Él se pasó la lengua por los dientes.

—Yo nunca repito los cotilleos, Kaia.

—Ah —dijo ella, y los hombros se le hundieron ligeramente a causa de la decepción.

—No me has dejado terminar. Nunca repito los cotilleos, así que escucha atentamente —le dijo Strider. Ella se dio cuenta de que él estaba conteniendo una sonrisa, y eso le encantó—. La mujer a la que ama Paris… o a la que odia… lo que sea. Él la desea, y ella está prisionera allí arriba.

Aaah. Entonces, Strider iba a la guerra para ayudar a su hermano, no a buscar a ninguna chica. Su alivio se multiplicó por tres.

—Yo podría… No sé… Ayudarte a que lo ayudes. Tengo contactos ahí arriba… Y yo…

—¡No! —gritó él, y después, con más calma, repitió—: Gracias, pero no. Sin embargo… ¿No te importa que el hombre al que deseas desee a otra mujer?

—Espera, ¿quién ha dicho que yo lo deseo?

—¿No es así?

—No.

Strider no varió de expresión, pero carraspeó.

—Bueno, no es que tenga importancia de ninguna de las dos formas. Pero, tal y como te iba diciendo, él ya ha hablado con Lysander para pedirle un poco de ayuda angelical, y ha obtenido un «no» por respuesta.

—Claro que Lysander no lo va a ayudar a él. Pero sí ayudaría a Bianka, y Bianka me ayudaría a mí.

—No. Lo siento.

Bruto obcecado. Estaba tan desesperado por librarse de ella que ni siquiera sopesaría la posibilidad de aceptar su ayuda. Otro rechazo. Qué bien.

Él le hizo un gesto rígido.

—Vamos. Tienes que comer.

«Lo único que quiero es mordisquearte a ti».

—No te preocupes por mí. Sé cuidarme sola.

—Ya lo sé, pero me quedaré contigo hasta que comas algo. Quiero asegurarme de que no vuelven a arrestarte.

Dentro de su cabeza, su Arpía le gritó la orden de que le demostrara a Strider lo eficaz que era, lo muchísimo que valía.

—Muy bien. Ah, y hay algo que quiero decirle al demonio que siempre quiere ganar: dudo que tú estés a la altura de lo que yo necesito.

Él soltó un resoplido, y ella pensó que debía de haberse enfadado mucho.

—Vamos, ve delante —dijo él, antes de que Kaia pudiera disculparse.

—Muy bien.

Sin embargo, no lo llevó de caza. Todavía no. Lo llevó a la cabaña que compartían Bianka y ella, a una buena distancia de la civilización. Afortunadamente, su hermana no estaba por allí.

—Puedes curiosear. Yo tengo que ducharme y cambiarme.

—Kaia —dijo él, mientras la seguía por el pasillo.

—Tengo poco tiempo, y por lo que has dicho, necesito estar a la altura de lo que tú necesitas y…

Ella le dio con la puerta en las narices, oyó su rugido y sonrió. La sonrisa, sin embargo, se le borró de la cara al darse cuenta de que había mucha comida robada en la cocina. Sí Strider se daba cuenta, no habría ningún motivo por el que ella debiera llevarlo de caza.

«Tengo que arriesgarme. Huelo mal».

Kaia se duchó rápidamente y se puso una camiseta rosa y unos pantalones vaqueros cortos. Al mirarse al espejo, se dio cuenta de que la ropa estaba muy bien, pero su pelo no. Tenía la melena muy mojada, así que se la secó con el secador. Pensó en ponerse una capa de maquillaje sobre la piel expuesta, porque quería que Strider la deseara por sí misma y no por ningún otro motivo, pero desechó la idea. Que la viera. Que la anhelara. En aquel momento aceptaría cualquier cosa que pudiera conseguir de él. Más tarde discutirían sobre el por qué.

Si ella decidía darle otra oportunidad.

Por fin, salió corriendo de la habitación. En un tiempo récord, unos veinte… o cuarenta minutos.

La siguió un rastro perfumado cuando recorrió el pasillo. Strider no estaba en el salón, donde ella tenía una lámpara a tamaño natural de una bailarina hawaiana y un castillo que había hecho ella misma con latas de cerveza vacías. Él debía de estar curioseando. Kaia se preguntó qué pensaría de su casa, de sus cosas, e intentó ver la habitación a través de sus ojos.

Además de la mesa de centro, que era de madera tallada y tenía la forma de un luchador de sumo agachado, sobre cuya espalda se apoyaba la hoja de cristal, y la silla con brazos que estaban pintados para que parecieran unas piernas humanas que se estiraban hacia el suelo, el mobiliario era muy bonito; eran piezas que Bianka y ella habían robado durante sus siglos de vida.

Cada uno de aquellos muebles tenía la pátina del tiempo y de la Historia. Bueno, tal vez no fuera así en el caso de la alfombra blanca con dos cojines amarillos cosidos en un extremo, de manera que parecían un par de huevos fritos en una sartén. O la silla en forma de hamburguesa, con lechuga, tomate y capas de mostaza.

Pero eso era todo.

Y bueno, tal vez los sofás habían sido elegidos por cuestiones de comodidad solamente. No tenían más de una década. Ella había ido una vez a la fiesta de una fraternidad universitaria, y le había gustado cómo acogían el cuerpo aquellos cojines de color tostado. Eran casi del mismo tono que los ojos de Bianka, así que ella se había marchado con ellos. Nadie había intentado detenerla, seguramente porque se los había llevado los dos por encima de la cabeza. Sin ayuda.

Sobre las mesas había jarrones de colores y algunas ardillas de peluche con trajecitos absurdos. Y de las paredes colgaban armas y algunos cuadros. También había fotografías de su familia y de ella. Bianka y su hermana pequeña Gwen, y su hermanastra mayor, Taliyah. Kaia aparecía en fiestas, Bianka aparecía ganando concursos de belleza, Gwen intentando esconderse de la cámara, y Taliyah mostrando con orgullo sus habilidades.

En la cocina, Kaia se detuvo en seco y con el corazón acelerado. Strider, guapísimo y sexy. Estaba sentado a la mesa de billar que ella había sacado de su fortaleza durante su primera visita allí, y que usaba de mesa de la cocina. Había comida por todas partes, desde bolsas de patatas, a lonchas de queso y dulces.

Él no la estaba mirando, pero se había puesto rígido cuando ella entró.

—Pensé que, como todas estas cosas estaban aquí, puedes comerlas. Así que he estado a tu nivel. Te he superado en inteligencia.

—Gracias —dijo ella secamente. Qué desilusión. La única vez que quería que su hombre se olvidara de que tenía cerebro, él lo recordaba.

Se apoyó contra el marco de la puerta y se cruzó de brazos. Aunque estaba a punto de empezar a rugirle el estómago, permaneció así, esperando. Solo se movería cuando él la mirara.

—Kaia, come algo.

—Dentro de un minuto. Estoy disfrutando de la vista. Y tú deberías intentarlo.

Él se puso tenso.

—Hay una nota de tu hermana en la puerta de la nevera. Dice que está con Lysander, y que os veréis dentro de cuatro días para los juegos.

—De acuerdo.

—¿Qué juegos? No, no importa. No me lo digas. No quiero saberlo. ¿Qué perfume llevas? No me gusta.

Idiota.

—No llevo perfume.

Y ella sabía que le encantaba. Strider tenía debilidad por la canela, algo de lo que se había dado cuenta mientras estaba por ahí con él.

A las pocas horas de saberlo, se había aprovisionado de jabón, champú y acondicionador con olor a canela.

—Deja de… disfrutar de las vistas y ven a comer —le dijo él en tono autoritario.

Y a Kaia le encantó aquel tono. No debería. Debería odiarlo. Los bárbaros no deberían resultarles atractivos a las mujeres modernas. Sin embargo, ella se estremeció.

—Oblígame.

Por favor.

Por fin, él la miró. Un segundo después estaba en pie, y la silla se había deslizado violentamente hacia atrás. Abrió y cerró la boca, con las pupilas dilatadas. Se humedeció los labios. Se agarró al borde de la mesa, con la respiración entrecortada.

—Tú… eh… ¡Mierda!

Kaia sabía lo que estaba viendo. Había dardos de arcoíris danzando hipnóticamente en cada centímetro de su piel, el rubor de la salud y la vitalidad… la promesa de la seducción.

—¿Te gusta?

Él, como si estuviera en trance, rodeó la mesa y se acercó a ella. Se detuvo justo antes de alcanzarla, y soltó una maldición. Después se giró y le dio la espalda, y se pasó una mano por el pelo.

—Tengo que irme.

¿Qué? ¡No!

—Acabas de llegar.

—Le he prometido a Paris que iba a ayudarle. Tengo que hacerlo.

—Strider, yo…

—No. No. Ya te lo he dicho antes. Estoy superando una mala relación, y nunca he tenido una aventura con alguien que haya salido con alguno de mis amigos.

—Esa mala relación no será con Haidee, ¿verdad? ¿La mujer que no te deseaba? ¿La mujer que está saliendo con uno de tus amigos?

Silencio. Un silencio pesado, desagradable.

Strider no iba a defenderse. Ni siquiera iba a intentar explicar sus motivaciones absurdas. Le había perdonado a Haidee que matara a Baden. ¿Por qué no podía perdonarle a Kaia haberse acostado con Paris?

—Tú no eres ningún inocente, Strider. De hecho, la última vez que te vi acababas de lamer crema con olor a melocotón del cuerpo de una stripper.

—Yo nunca he dicho que sea un inocente. Solo he dicho que…

—Ya lo sé. No puedes salir con alguien con quien haya salido un amigo tuyo. Eres un mentiroso. Pero tal vez… No sé, tal vez tú pudieras acostarte con alguna de mis amigas y así estaríamos empatados.

Oh, por los dioses. ¿Hasta qué punto sonaba desesperada aquella sugerencia? Era horrible. Además, con solo pensar en que otra mujer pudiera estar con él, su Arpía comenzaba a gritar. Si no tenía cuidado, la dominaría y controlaría sus acciones. Su visión se volvería negra, y la necesidad de tomar sangre la consumiría. Le haría daño a todo aquel que se interpusiera en su camino.

El único que podría calmarla sería Strider, pero él no lo sabía. Y, aunque lo supiera, estaba claro que no quería tener aquella responsabilidad. Estaba haciendo todo lo posible por alejarse de ella.

—No voy a acostarme con ninguna de tus amigas —dijo él—. Kaia, no hay nada que puedas hacer para que cambie de opinión. Eres muy guapa, inteligente y divertida, y además, eres fuerte y valerosa, pero entre nosotros nunca va a ocurrir nada. Lo siento, de veras. No quiero ser un imbécil, solo quiero ser sincero. No somos buenos el uno para el otro. No hacemos buena pareja. Lo siento —repitió.

¿Que no eran buenos el uno para el otro? Lo que realmente quería decir era que ella no era lo suficientemente buena para él. Después de haberlo seguido para protegerlo, después de haber perdido una batalla contra él deliberadamente, después de haberse puesto a su disposición una y otra vez… no era lo suficientemente buena para él. Y él… lo sentía.

De repente tuvo ganas de clavarle las uñas en la cara. De beberse su sangre.

«No olvides los juegos». Si le hacía daño, se haría daño a sí misma, y necesitaba estar en forma.

Tomó aire y lo contuvo hasta que le dolieron los pulmones. Después lo dejó escapar lentamente. Tal vez hubiera pensado que Strider se merecía algo mejor, pero era ella quien se merecía algo mejor que eso. ¿No?

Él terminó su discurso con torpeza.

—Espero que lo entiendas —dijo, sin darse cuenta de los estragos que había causado. O tal vez no le importara nada.

Ella debería enseñarle cuál era la etiqueta adecuada para tratar con aquella Arpía. Debería caminar hacia él y apretarle las curvas contra el cuerpo para excitarlo, y cuando él le rogara algo más, dejarlo allí plantado. Sin embargo, Kaia no dio un solo paso. Cabía la posibilidad de que Strider volviera a rechazarla. Y, en realidad, durante los próximos días ya iba a sufrir los suficientes rechazos.

—Lo entiendo —susurró—. Que te diviertas durante tu viaje —dijo—. Yo pienso divertirme mucho en el mío.

Era una mentira. Aunque pensaba mantener la cabeza alta y patear tantos traseros como le fuera posible. Tantos, que su clan tendría que cambiarle el sobrenombre.

Ya no sería Kaia la Decepción. Tal vez se convirtiera en Kaia la Apisonadora. O en Kaia la Aniquiladora.

—Entonces, ¿te vas de viaje? —preguntó él, en un tono de alivio.

«No reacciones».

—Sí, claro.

—¿Adónde? ¿Cuándo?

«No reacciones».

—Dentro de cuatro días me marcho a… Bueno, en realidad tú no quieres saberlo, ¿no?

—Sí, es cierto. Pero… cuídate, ¿eh? Nos vemos… Cuídate.

Él no le había dicho que se verían pronto, ni que se verían después. Porque no tenía planes de volver a verla. Nunca.

—Sí, eso haré —respondió ella, mientras hacía un esfuerzo por contener las lágrimas, por segunda vez en su vida.

Supuso que se merecía todo aquello, como castigo por El Trágico Incidente, por Paris, por todas las veces que ella había rechazado a alguien durante aquellos siglos.

—Tú también —dijo. Por mucho que lo despreciara en aquel momento, quería que estuviera sano y salvo.

—Sí.

Strider salió de su cocina, de su casa, de su vida, y la puerta principal resonó lúgubremente al cerrarse.