16
EL viento le revolvió el pelo a Strider mientras alargaba los brazos para agarrar a Kaia por la cintura. Fue rápido, pero no lo suficiente, y cuando consiguió ponérsela sobre el hombro, al estilo de un bombero, Haidee ya tenía las mejillas arañadas y sangrando.
Parecía que Haidee se había quedado demasiado anonadada como para reaccionar, y mucho menos para defenderse, cosa que no era normal en ella. Nadie tenía un instinto de conservación tan desarrollado como Haidee. Tal vez, el hecho de haberse liberado de Odio había ralentizado sus movimientos.
—¡No lo toques! ¡No hables con él! ¡Nunca más! —gruñó Kaia. Detrás de su voz se oían los gritos de otro ser, su propia furia, plumas y oscuridad.
—Maldita sea, Kaia —dijo Strider.
Ella no se dio cuenta. Intentó retorcerse, y accidentalmente, le dio un rodillazo en el estómago. A él se le escapó el aire por la boca, y se inclinó hacia delante. Estuvo a punto de perderla. La agarró con más fuerza por la parte trasera de las piernas y por la espalda, y se dio cuenta de que su cuerpo ardía. Literalmente. Irradiaba un calor que le estaba quemando.
—Kaia —le dijo—. Si no te tranquilizas, me vas a hacer daño.
Para su sorpresa, aquello funcionó. Penetró por la niebla de su furia. En un instante, ella se tranquilizó y permaneció abrazada a él, respirando sobre su camisa, quemando la tela con sus jadeos, acariciándolo con algo delicioso y abrasador. Gracias a todos los dioses que ella ocultaba, con el cuerpo, su erección a la vista de todos los demás.
Había varios humanos en el bar, observándolos. Él sonrió con timidez.
—Mujeres.
Todos asintieron comprensivamente. Amun llegó corriendo junto a Haidee. Haidee le dijo:
—No es nada, cariño. Te lo prometo.
Sin embargo, él le tomó las mejillas en las palmas de la mano y frunció el ceño. Después, miró con cara de pocos amigos a Strider.
Amun era el guardián de los Secretos, y podía leerles el pensamiento a todos los que le rodeaban. Así pues, Strider abrió sus puertas mentales y permitió entrar a su amigo.
«Ni se te ocurra vengarte de ella. Podría haber sido mucho peor, y lo sabes. Kaia solo la ha arañado un poco, nada más».
«Tú proteges lo que es tuyo, y yo protejo lo que es mío», respondió Amun, en el lenguaje de signos, con enfado.
Kaia. Suya. Strider no quería analizar la emoción que le produjeron aquellas palabras. Tampoco era necesario. Ella era suya. Por poco tiempo, pero era suya.
Haidee agarró a Amun por el brazo, y le dejó una mancha de sangre en la piel de color moca.
—No pasa nada. Estoy bien.
Kaia le dibujó algo con el dedo en la espalda a Strider, y lo distrajo. Le pareció que era un corazón, y tuvo ganas de sonreír.
Amun siguió haciendo gestos furiosos.
«¿Te parece que esto es divertido?».
—Sí. Me lo parece. Y ahora, si nos disculpáis, tengo que resolver un pequeño asunto.
Strider se llevó a Kaia hacia la pista de baile.
Sabin todavía no había llegado, lo que significaba que no había ningún motivo para resistirse. Dejó que se deslizara por su cuerpo al bajarla al suelo, pero ella, en vez de posar los pies sobre el suelo, le rodeó la cintura con las piernas y presionó con el centro del cuerpo sobre su erección.
Él tuvo que contener un gruñido. Por lo menos, su temperatura había disminuido, y no tenía que preocuparse de arder. La miró a los ojos, y el mundo desapareció. Solo quedó Kaia, el deseo y la necesidad de calmar el mal humor que le había provocado sin querer.
—Suéltame —le dijo ella—. Voy a matar a esa zorra.
—No, nena.
—Sí —insistió ella. Sin embargo, el negro había desaparecido de sus ojos, que habían recuperado el color dorado que él tanto amaba.
¿Amaba? No, no. Solo le gustaba el color, eso era todo.
—¿Dónde está la señorita Agradable? ¿La chica que ha venido conmigo hasta aquí?
—La señorita Agradable ha muerto. La has matado tú, al flirtear con otra mujer.
—Por si no lo sabías, morir no significa irse para siempre. Podría levantarse de la tumba.
Ella jadeó con indignación.
—Sabía que te gustaría así —dijo, y le dio un puñetazo en el hombro—. ¡Lo sabía!
Él se echó a reír sin poder evitarlo.
—¿Qué es lo que te parece tan divertido?
—Tú —respondió él. Le gustaba cuando era ilógica y adorable, y cuando estaba celosa. De Haidee, o incluso de sí misma—. Quiero comerte.
Ella se quedó boquiabierta.
—¿Cómo?
Una vez que había conseguido su atención… Puso las manos bajo sus muslos y la elevó para apoyarla sobre el extremo de su erección.
—¿Me vas a decir lo que acaba de ocurrir con Haidee? —le preguntó.
La expresión de Kaia volvió a oscurecerse, y miró hacia atrás mientras se mordía el labio. Él arqueó las caderas hacia delante y se frotó contra ella.
—No. No quiero.
—Hazlo de todos modos.
Él se frotó de nuevo. Ella se mordió con más fuerza. Demasiado, pensó él. Demasiado para aquella habitación tan abarrotada. Entonces, la mantuvo inmóvil.
—Dímelo.
Hubo una pausa. Después Kaia dijo, con un mohín:
—Ella te gusta más que yo.
—No, nena. No es verdad.
—Sí. Tú mismo me lo has dicho.
—Eso era cuando no sabía lo que decía. Fui un idiota, y lo siento mucho. La que me gustas eres tú. Y mucho —respondió él con sinceridad.
Ella alzó la barbilla.
—Pero me acosté con Paris, y tú nunca podrás olvidarlo.
—Noticia de última hora —respondió él—, más de la mitad de la gente que hay en este bar se ha acostado con Paris.
—Pero tú nunca podrás superarlo. Conmigo no.
—Está bien. Vamos a aclarar esto de una vez por todas. ¿Estoy celoso? Sí. ¿Vas a hacerlo otra vez? No, demonios. No, si quieres que él siga respirando. ¿Estoy preocupado por nuestra primera vez por su culpa? Sí. ¿Qué pasará si no soy tan bueno como él? Pero, ¿puedo condenar lo que pasó? No. Estás hablando con un hombre muy promiscuo, Kaia. Como si yo pudiera juzgarte.
—¿Estás celoso? —preguntó ella, y de repente, el brillo de su piel traspasó su maquillaje, y su temperatura corporal volvió a aumentar.
A él se le aceleró el corazón.
—Sí. Y te diré otra cosa más: Soy muy posesivo, y eso no va a cambiar.
—No quiero que cambie. Me gusta eso de ti.
—Bien.
—Y yo… —dijo ella, pero se interrumpió. De repente, frunció el ceño, y el brillo se apagó, como se había apagado su esperanza—. Me estás diciendo todo esto porque quieres que gane la Vara Cortadora para ti.
—¿Es que la Vara tiene una melena tan sexy como la tuya, y un cuerpo que envuelve el mío a la perfección?
Kaia frunció los labios.
—No.
Él tuvo ganas de besarla…
—Entonces, estoy seguro de que me gustas por ti misma. ¿Es que hay algo que no pudiera gustarme?
—Eso es cierto —dijo ella, aunque no se relajó contra su cuerpo—. Soy bastante increíble.
—Más que «bastante».
—Ya lo sé. Y nadie podrá convencerme de lo contrario, por mucho que lo intente.
Aquello era una indirecta para recordarle todas las veces que él había herido su orgullo, que había intentado no desearla.
Aunque no le había funcionado.
—Siento haber dicho esas cosas —añadió él sinceramente—. Está claro que no estaba en mis cabales.
—Eso me parecía a mí —dijo ella. Suavizó la expresión de la cara, pero no dio por terminada la conversación—: Entonces, ¿qué es lo que te gusta de mí, aparte de mi pelo increíble y mi cuerpo? Porque, la última vez que hablamos de esto, dijiste que yo daba muchos problemas. Dijiste que te suponía un desafío para todo, y que no querías tener que vértelas con algo tan difícil.
—¿Vas a restregarme todo lo que te he dicho cada vez que discutamos?
—Por supuesto.
—Está bien. Solo quería saberlo.
—¿Y bien?
—Es cierto. Eres un desafío en todo. No puedo negarlo —le dijo Strider, y ella se puso tensa—. Pero me he dado cuenta de que no me importa.
—¿Que no te importa? Vaya, qué afortunada soy. Si alguna de tus novias te ha dicho alguna vez que tienes el don de la palabra, te mintió.
Kaia dejó caer las piernas, pero él no la soltó. Volvió a subirla a su cuerpo y la obligó a permanecer así. La estrechó contra sí, la frotó contra él sin demasiada estimulación.
—Mira —le dijo—, tú me diviertes mucho. Me excitas. Y poco a poco me he dado cuenta de que lo que pensaba que no me iba a gustar de ti es mi parte favorita. Además, sé que yo tampoco soy fácil.
Ella comenzó a ablandarse. Por lo menos un poco, porque sonrió ligeramente.
—Te estás cavando tu propia tumba, bobo.
—Vamos, nena —dijo él—. Es la primera vez que soy consorte de alguien. Soy nuevo en esto. Dame un respiro.
—¿Acabas de admitir que eres mío?
¿Lo había hecho?
—Sí —dijo él—. Durante estas próximas semanas voy a ser el mejor consorte que hayas conocido. Después de eso, no puedo prometerte nada. Nunca he tenido una relación larga. Tendremos que analizar cómo nos sentimos.
De repente, Strider tuvo un pensamiento angustioso. ¿Y si ella no podía perdonarle que robara la Vara Cortadora? Entonces, no podrían analizar nada, porque ella no querría estar con él. Habrían terminado.
Se sintió agobiado. Tenía que conseguir que ella lo aceptara por completo, en aquel mismo momento. Así, después le resultaría más difícil echarlo de su vida.
—Dame una oportunidad, por favor —le rogó.
«¿Ganar?», dijo Derrota.
«Vuelve a tu rincón».
En el fondo de su mente, se dio cuenta de que la música del bar había cambiado, de que el ritmo era más fuerte y más duro, pero no quiso acelerar los lentos movimientos de su cuerpo contra el de Kaia. A ella se le hundieron los hombros.
—Eso no es suficiente. Ojalá lo fuera, pero…
—Por ahora, es todo lo que puedo ofrecerte. Sé que detesto pensar en que pudieras estar con otro hombre. Y sé que eres la única mujer a la que deseo.
Ella comenzó a morderse el labio de nuevo, y él estuvo a punto de sustituir aquellos dientes blanquísimos por los suyos. Pero todavía no. No hasta que ella hubiera accedido.
—¿Y por qué has cambiado de opinión? —le preguntó Kaia—. Estoy segura de que no han sido mi asombrosa habilidad para la lucha, ya que perdí en la primera prueba.
A él se le encogió el estómago al recordarla ensangrentada e inconsciente, con la cara hinchada y llena de heridas. Se juró que nunca volvería a suceder algo así. Él la protegería.
«¿Ganar?».
En aquella ocasión, Strider no intentó echar a Derrota a un rincón. En aquella ocasión, iba a aceptar cualquier reto.
Antes de que pudiera responder a la pregunta de Kaia, ella miró hacia abajo y añadió:
—Una vez, perdí una pelea por ti, ¿te acuerdas? Fue la noche de los Cazadores. Te desafié a que mataras más Cazadores que yo, y podría haberte ganado, pero ti di a todos los que había capturado.
Él sintió una punzada de emoción en el pecho.
—Me acuerdo, nena, y sé que nunca llegué a darte las gracias. Lo siento mucho.
—Bueno, pues aunque me hayas dado las gracias, no pienso volver a hacerlo. No voy a volver a perder una lucha por ti.
—Me alegro.
Strider se puso orgulloso. Ella también odiaba perder, y aunque no experimentara dolor físico, sí sufría angustia mental cuando no ganaba en algo.
Su propia gente la llamaba «Kaia la Decepción», por todos los dioses. Strider se dio cuenta, en aquel momento, de que aquel era el motivo por el que ella siempre luchaba por demostrar lo que valía. Sabía que era la razón por la que le había desafiado a él: demostrarle que era lo suficientemente buena para estar a su lado. Y el hecho de que hubiera perdido deliberadamente le demostraba que lo deseaba por encima de todo.
Como si ella tuviera algo que demostrar.
Sin embargo, ¿cómo iba a compensarla? La había rechazado una y otra vez, y sintió vergüenza al acordarse. No volvería a suceder. Siempre que estuvieran juntos, la trataría con el cuidado y el afecto que ella se merecía.
—¿Estás contento? —le preguntó ella, mirándolo con asombro—. Porque si te gano en algo, vas a sufrir.
—Pero tú me besarás para que me sienta mejor, ¿no?
Ella le clavó las uñas en la tela de la camisa y después en la piel.
—Yo… yo… no sé qué decir.
—Di que no me vas a desafiar a propósito para que haga algo que nunca podré ganar.
Pasó un momento en silencio mientras ella reflexionaba sobre sus palabras.
—Intentaré no hacerlo, pero no puedo prometértelo. A veces sacas lo peor que hay en mí.
¡Ja! Él sacaba lo mejor de ella. Strider estaba seguro de que aquello era la verdad.
—De todos modos, lo resolveremos.
—Sí, lo resolveremos… —ella entrecerró lentamente los ojos y le hundió más las uñas en la piel—. Vaya, vaya. Por fin has sacado a relucir a la señorita Agradable. ¿Me estás engatusando para que no le haga daño a Haidee?
Qué desconfiada. Sin embargo, aquella era la naturaleza de la bestia. Él era igual en ese sentido.
—Puedes atacarla si todavía quieres hacerlo, pero entonces Amun se enfadará y me atacará a mí. Y yo tendré que hacerle daño a él.
—Está bien —dijo ella con un suspiro—. Me cae bien Amun, así que no le haré nada a Haidee.
—Gracias —respondió Strider.
Entonces, ella retiró las uñas y se pasó el pelo hacia la espalda por encima del hombro.
—Dime, ¿qué es lo que te gusta de mí? Nunca me lo has dicho. Puedes ser muy descriptivo y tal vez poético.
—Bueno, veamos… —comenzó él, con la voz ronca—, me gusta tu boca cuando eres una listilla. Me gusta tu boca cuando haces mohines. Me gusta tu boca cuando te quejas. Me gusta tu boca cuando gritas. Me gusta…
—Mi boca —dijo ella irónicamente, poniendo los ojos en blanco. Unos ojos que brillaban de excitación. Se movió contra su erección, del modo exacto que a él le gustaba—. Dime por qué.
—No. Te voy a demostrar por qué.
Entonces, él le agarró la nuca con una mano y la estrechó contra sí. Sus labios se encontraron y se abrieron, y sus lenguas comenzaron a bailar. Ella tenía un sabor a menta y a cerezas, y él decidió que aquel era su nuevo sabor favorito.
Kaia enredó los dedos en su pelo y le clavó las uñas en el cuero cabelludo. El deseo comenzó a bombear por las venas de Strider, y lo cegó a todo lo demás. A la gente que había a su alrededor, a las circunstancias, a las consecuencias. Sabía que tenía fuego entre los brazos, y quería quemarse.
«Mía, es mía». Demonios, ¡cuánto lo excitaba! Sus lenguas siguieron danzando de una forma deliciosa. Él sintió los pezones endurecidos de Kaia contra el pecho, y tuvo ganas de pellizcárselos. Quería acariciarla entre las piernas, entrar en su cuerpo.
—Strider —jadeó ella.
—Nena…
—No pares.
«Hemos ganado», dijo Derrota, y lanzó otra oleada de placer por su organismo, algo que aumentó su deseo por ella.
Strider la llevó hasta la mesa más cercana y la sentó allí, y derribó con un brazo todas las botellas de cerveza al suelo, y mientras oía romperse los cristales, tendió a Kaia sobre la madera.
—¡Vaya! ¡Sí, ánimo! —gritó Anya, la diosa de la Anarquía, y él oyó sus vítores por encima de la neblina del deseo—. ¡Rásgale la ropa, Kaia! ¡Enséñanos lo que tiene!
Strider se irguió con un gruñido de rabia. Sólo pensaba en destruir a la multitud, en volver a besar a Kaia. Se dio cuenta de que todos los que estaban en el bar los miraban, y el calor de su interior se apagó. Algunos los observaban con sonrisas, otros con exasperación, otros… con lujuria.
El calor volvió, pero por otro motivo. Furia. No quería que nadie viera así a Kaia, perdida, ansiosa por él. No podía permitirlo.
La tomó del brazo y la puso en pie, y le colocó el vestido. Sus movimientos eran rígidos. ¿Cómo podía haber olvidado que tenían público? Alguien podría haberlos atacado, y podría haberlo vencido. ¿Y cómo había podido olvidar lo que podía ocurrirle si no era él quien le daba el mejor beso a Kaia? Quedaría debilitado por el dolor, y no podría ayudarla durante las siguientes competiciones de los juegos.
Aunque… no estaba de rodillas, abrumado de dolor, así que claramente, aquel había sido su mejor beso. Otra vez. Se le infló el pecho de orgullo.
Sin embargo, tenía mejores cosas que hacer que regodearse por lo magnífico que era. Miró con un gesto ceñudo a sus amigos.
—Bueno, ya está bien de mirar —les dijo. Después miró a Kaia con severidad—. Reúne a los chicos y ve a la parte de atrás. Haz lo que hay que hacer.
Ella abrió mucho los ojos. Se había quedado sorprendida.
—¿Tú no vas a venir conmigo?
—No —dijo él, y le dio un pequeño empujón—. Y ahora, vete.