Capítulo 37
Eduardo estaba tan contento de que Soraya y Blas fueran a cenar con ellos en Nochebuena, que al día siguiente, cuando estaban con el ensayo final de la grabación del video para que la diva felicitara las fiestas a sus seguidores, su Händel sonó mejor que nunca: alegre, esperanzado, vital, luminoso…
—Hijo mío, no sé qué ha pasado, pero estás en estado de gracia —dijo la diva, cuanto ya lo llevaban ensayado unas cuantas veces.
—¿Qué le va a pasar? Que vienen Soraya y Blas a cenar y está en una nube —se chivó Teo, vestido de esmoquin como Eduardo y Jimmy y con un gorrito de Papá Noel en la cabeza, como todos menos la diva que tenía que lucir el exagerado cardado que le había hecho a las ocho de la mañana la peluquera del teatro.
—Ah, claro, Soraya y Blas, oye pues habría sido ideal que también hubiesen salido en el video con los gorritos tan monos… —dijo Alejandra risueña, y que para la grabación se había puesto un caftán de lentejuelas doradas que le hacían parecer un árbol de Navidad andante.
—Soraya tiene cosas mejor que hacer que jugar a los von Trapp —farfulló Eduardo que estaba contento, pero no iba a soportar que le tomaran el pelo.
—Va a quedar un video precioso, ya verás como acaba saliendo hasta en los telediarios —comentó la diva lanzando las manos al vuelo.
—Lo que lo viralizaría a lo bestia sería que saliera Blas, con su gorrito puesto, dando un buen zarpazo a Eduardo… —comentó Teo, muerto de risa.
—¡Blas en la vida se dejaría poner este ridículo gorro! —replicó Eduardo—. Yo me lo pongo porque con él puesto y las gafas de sol de la abuela, no me va a reconocer ni mi padre…
—¡Hablando de tu padre: voy a llamarle para que venga a grabar que ya estamos listos! —habló Alejandra muy emocionada, al tiempo que cogía su móvil y le escribía un wasap a su exmarido para pedirle que abandonara el despacho y acudiera raudo a la grabación.
Y tan raudo fue que, apenas un minuto después, apareció en el salón y se quedó embobado mirando a la diva:
—Alejandra estás bellísima…
Alejandra se atusó una ceja con coquetería y luego dijo:
—Es un poquito de maquillaje, un poquito de cardado, el brillito de las lentejuelas y…
—Y tu poderosa y regia presencia… —la interrumpió su ex, fascinado.
—Para no tenerla, la peluquera y la maquilladora se han pasado tres horas restaurándola, si a eso le sumas el sencillito vestido de cuando hizo Antonio y Cleopatra, pues eso… que parece una poderosa y regia pieza de museo arqueológico —comentó Eduardo hijo, para no perder la costumbre de ser un tío desagradable.
—Tu madre siempre luce fresca y joven como una rosa… —dijo Eduardo padre, poniéndole ojitos a la diva.
—Frescos y jóvenes como tus piropos… —ironizó Eduardo hijo.
Ajeno a las provocaciones de su hijo, Eduardo padre cogió una flor del jarrón de rosas blancas que estaba junto al piano, le dio un beso y se la tendió galante a Alejandra:
—Una rosa para otra rosa… —susurró emocionado.
La diva tomó la rosa con una sonrisa enorme y, con una caída de párpados de lo más pesada por las toneladas de rímel que llevaba en sus pestañas postizas, le agradeció a su ex:
—¡Eres muy gentil, Eduardo!
—¡Qué cosa más asquerosa! ¡Voy a vomitar! —gritó Eduardo hijo, doblándose en la silla y haciendo que vomitaba.
—¡A mí parece tan romántico! —exclamó Mandy aplaudiendo.
—Porque tú eres una niña cursi y ridícula —replicó Eduardo dando un manotazo al aire.
Mandy empezó a llorar a lágrima viva y la diva fue corriendo a consolarla, abrazándola fuerte…
—No hagas caso a Ogri —le dijo Alejandra—, está enfurruñado porque ni su gato ni la chica que le gusta le hacen caso, pero seguro que por dentro está tan contento como tú porque papá me haya dado esta rosa…
—¡Estoy de un contento de cojones! —repuso Eduardo muy molesto, pero no por lo que había dicho su madre de la chica y el gato, porque quedaba poquito para tenerlos en casa y su suerte iba a cambiar muy pronto… Él con quien estaba cabreado pero a full era con sus progenitores, esos seres que le habían dejado en la estacada de niño y que ahora no sabía a qué estaban jugando con el estúpido galanteo que se traían…
—Eduardo no te voy a permitir otra falta de respeto —le advirtió su padre retándole con la mirada—, no vuelvas a utilizar ese lenguaje hiriente y ofensivo, y te exijo que te disculpes con tu madre y con tu hermana.
—¿No me puedo expresar libremente en mi casa, padre? —inquirió Eduardo frunciendo el ceño.
—Exprésate cuanto quieras pero con educación y respeto —habló su padre.
—Es que a lo mejor no tengo educación ni respeto porque vosotros no estuvisteis ahí para enseñármelo…
El padre resopló y, agotada su paciencia, repuso:
—Pero mira por dónde estoy hoy para enseñarte que el único cursi y ridículo que hay en la familia eres tú. ¿Hasta cuándo tienes pensado seguir torturándonos? Hemos reconocido que no fuimos unos padres perfectos, lo sentimos mucho, te pedimos disculpas, ¿qué más podemos hacer? Tú victimismo ya roza lo patético… ¡Madura de una vez!
Eduardo no pensaba quedarse callado, él tenía una herida muy profunda que no se curaba con unas simples disculpas y, por supuesto, tampoco iba a permitir que su padre trivializara su dolor, pero justo en ese instante le llegó un wasap de Soraya y se olvidó del resto del mundo. Porque abrió el mensaje y vio una foto de Blas y ella, guapos y sonrientes, con unos gorritos de Navidad, y el texto:
¡Estamos listos para la Nochebuena! ¿Lo estás tú? Mañana nos vemos…
Y después de la frase ocho emoticones de besito corazón…
Eduardo suspiró de felicidad, sintió el remusguillo más fuerte que nunca y el corazón latir con tanta fuerza que le entró como una especie de alegría de vivir que no había conocido en su vida.
Así que se guardó el móvil en la chaqueta de su esmoquin, dio un saltito con la silla pegada al culo para arrimarla al piano y le dijo a su madre con una sonrisa enorme:
—¿Empezamos?
—¿Pero estás para tocar a Händel? —preguntó su madre temiéndose que con el rifirrafe con su padre aquello sonara a tambores de guerra.
—¡En mi vida he estado tan preparado! —contestó ajustándose bien el gorro rojo.
—Lo que te dice tu padre es para que seas feliz… —le recordó Alejandra, con la rosa que le había dado su ex pegada al pecho.
—Supongo que sí… —susurró Eduardo, que en ese instante solo tenía cabeza y corazón para Soraya.
—¿Entonces reconoces que el único cursi y ridículo eres tú? —inquirió Mandy con los ojos todavía llenos de lágrimas.
—Sí, claro que sí —respondió Eduardo, que se sentía flotar, que tenía ganas de cantar y de bailar, que sentía una emoción tan intensa y tan bonita en su pecho que temía que el corazón le fuera a estallar de dicha.
Así que sí, pensó, se había ganado a pulso el oro olímpico en cursilería y ridiculez, y era tan fuerte lo que sentía que estaba convencido de que nadie podía hacerle sombra.
—¿Retiras tus palabras, Ogri? —quiso saber la niña, de morros, y apuntándole con el dedo.
—Todas y cada una de ellas… —replicó Eduardo llevándose la mano al pecho para que no se fugara su corazón con Soraya.
—Tío, te honra que reconozcas que te has equivocado… —reconoció Teo, dándole un manotazo en la espalda.
—Por algo se empieza… —apuntó el padre, satisfecho con la disculpa de Eduardo.
—¡Pues eso digo yo! —exclamó Eduardo entusiasmado, pues su Blas se había puesto el gorro de Papá Noel y su Soraya se había retratado mirándole con una sonrisa que fundía el cobre, así que si sus amores querían Navidad, iban a tener Navidad ¡y a lo grande!—. ¿Empezamos? ¡El mundo tiene que saber que mañana es Nochebuena y pasado Navidad! ¡Cantemos de una vez que ha nacido el Príncipe de la Paz! —exclamó Eduardo eufórico poniendo las manos sobre el piano.
—Jolín, ¿qué le ha pasado? ¿Le ha picado de repente el bicho de la Navidad? —preguntó Jimmy alucinado.
—Pues no lo sé —comentó el padre—, pero sí es así… ¡Bendito sea ese bicho!
—¡Lo mismo digo! —replicó Alejandra eufórica—. ¡Cantemos entonces! ¡Vamos chicos, a vuestras posiciones! ¡Eduardo, cuando quieras, graba por favor!
Los niños y Alejandra se colocaron junto al piano en la posición que tenían ensayada, los dos mayores detrás y las dos niñas delante, luego la diva hizo un gesto con la cabeza a Eduardo, el padre comenzó a grabar y Eduardo a tocar en ese estado de gracia con el que se había levantado, pero multiplicado por mil…
Y aquello sonó tan divino que no pudo evitar que dos lagrimones recorrieran su rostro de algo que debía parecerse mucho a la felicidad, aunque también podía ser eso…
Y entonces, todos cantaron: For unto us a Child is born, to us a Son is giv’n…
Y sonó mejor que nunca, sonó tan de verdad que Eduardo padre tuvo que quitarse las lágrimas con el dorso de la mano libre porque sintió que para él también había esperanza… y se llamaba Alejandra, su primer amor, la madre de su hijo el patético y ojalá que también el último amor de su vida…