Capítulo 35

Cuando salieron del portal, se encontraron con que Miguel estaba en la puerta hablando con Sofía…

—¡Buenas tardes, Eduardo! Ya me ha contado mi padre lo de Blas y me alegro mucho de que persiga sus sueños…

—Si tú lo dices… —musitó Eduardo pensando que ese pobre chico estaba como un cencerro.

—Es como yo, no hay duda… —replicó mirando a Sofía con una sonrisa cómplice y ella se mordió los labios y bajó la vista al suelo.

—¿Es tu novia? —preguntó Teo con curiosidad a Miguel.

¡Que si Sofía era su novia!, pensó Eduardo a punto de echarse a reír.  Pero ¿cómo podía pensar que una pijorra como Sofía iba a fijarse en el porterillo del portal de al lado? ¿Así que su hermano sabía mucho sobre el amor? Por favor… si ignoraba lo más básico: que eso de que el amor puede con todo es el invento más perverso inventado por el hombre, después del de los Reyes Magos. ¡Así que que si era su novia! Ja. Ja. Y más Ja. Sofía seguro que estaba por allí porque el portero de su finca estaría de vacaciones y les habría surgido alguna urgencia: una ventana que no cerrara bien, un buzón atascado, o una bombilla que había que cambiar.

Eduardo estaba tan convencido de que jamás podrían estar juntos que cuando Miguel respondió alto y claro: “Sí, es mi novia”, pensó que se había equivocado…

—Sí, es mi novia.

—Querrás decir que no lo es... —le corrigió Eduardo, convencido.

—¿Por qué querría decir que no lo es si lo es? —replicó Miguel, perplejo.

—¿Tú y ella? —susurró Eduardo parpadeando muy deprisa.

—Amor, te presento a Eduardo y a su hermano Teo… —Los tres se saludaron y luego Miguel explicó—: Llevamos poquito, pero sí ella y yo… Estábamos quedando para luego, vamos a ir al cine. Eduardo, ¿nos recomiendas alguna peli de esas de Navidad protagonizada por un tío avinagrado y descreído al que la realidad le da un zas en toda la boca?

Teo se echó a reír y su hermano le fulminó con la mirada:

—Sé que ahora hay una muy buena sobre uno que canta victoria antes de tiempo y luego se lleva un chasco monumental —retó Eduardo a Miguel alzando las cejas.

—Sí, pero resulta que solo es la pesadilla que tiene un amigo amargado y pesimista, y al final todo acaba bien… —replicó Miguel que no pensaba permitir que Eduardo se saliese con la suya.

—Eso espero… —murmuró Eduardo.

—Quién lo diría, porque pareciera que quisieras que la película acabara fatal solo para que confirmaran tus teorías negras sobre el amor y la vida.

—Te equivocas, solo quiero que no te ilusiones demasiado con la película, porque nunca es lo que uno se imagina…

—En eso te doy la razón, es siempre mucho mejor… —concluyó Miguel sonriendo de oreja a oreja.

—¡Y tanto! ¡Tu novia es guapísima! —exclamó Teo que se percataba de todo, mirando embobado a Sofía.

—Gracias Teo, eres muy amable —dijo la chica agradecida—. Y Eduardo, te deseo de corazón que pronto des con tu peliculón…

—Ya le queda poco, ¿no ves que estoy aquí para ayudarle? —replicó Teo, risueño.

—¡Qué suerte tienes, tío, de que haya venido tu hermano para empujarte a que sueñes! —exclamó Miguel, sonriendo al chico.

—Solo quiero recuperar a mi gato —replicó Eduardo con su antipatía habitual.

—Que lo tiene la chica que le gusta… —se chivó Teo, entre risas.

—O sea que Blas se fugó para buscarte una novia… —dedujo Miguel muerto de risa.

—¿Ves como no soy el único que lo piensa? —opinó Teo, rascándose la cabeza.

—Vámonos antes de que se os acabe de ir la pinza… —exigió Eduardo, empujando a su hermano para que saliera del portal.

—¡Encantado de conocerte, Sofía! ¡Nos vemos, chicos! —se despidió Teo y Eduardo hizo lo mismo, pero con un movimiento rápido de la mano.

Luego encaminaron sus pasos hacia la casa de Soraya, mientras le dejaba las cosas bien claras a su hermano:

—Ojito con volver a soltar tu teoría de que Blas se fugó para buscarme novia o decir alguna parida sobre que si Soraya me gusta o cosas similares…

—Tío, no soy un friki. Sé comportarme en estas situaciones de la vida. Te repito que estoy aquí para ayudarte.

—Como me líes alguna, te prometo que voy a mover todos mis hilos para que mi padre te meta en el internado irlandés que tenía reservado para mí.

—Te advierto que no tendría inconveniente, es más: entre que soy resiliente y que las chicas irlandesas me ponen muchísimo, creo que hasta me harías un favor. ¡Así que amenázame con otra cosa que sea más hardcore! ¡Estrújate mejor el cerebro, Ogri!

—Dame tiempo a que te conozca mejor…—le dijo con cara de “mi venganza no tendrá límites”.

Pero a Teo no le amilanó lo más mínimo, porque replicó tan pancho:

—Es un grave error: el tiempo solo hará que te mole más y me convertiré en tu hermano de verdad.

—¿Y ahora qué somos? ¿De mentira? —inquirió Eduardo, con sorna.

—Ahora solo soy eso que ocupa tu sofá y que estás loco porque se marche.

—Tampoco andas muy desencaminado…—apuntó Eduardo risueño.

—Sí, pero es solo cuestión de días que descubras lo bonito que es tener hermanos. ¡Y te lo digo yo que tengo tres!

—Muy bonito, sí. Como Caín y Abel.

—Ya lo verás… —musitó Teo y luego se puso a canturrear la pieza de Händel que estaban ensayando con su madre.

Diez minutos después, llegaron a la casa de Soraya y, como se encontraron con la puerta abierta del portal, subieron directamente.

Llamaron una vez al timbre, dos, tres, cuatro… y así hasta ocho veces, pero allí no parecía haber nadie.

—A lo mejor está trabajando, el caso es que me dijo que cuando salía se lo dejaba a su vecina Carmen…  —recordó Eduardo.

Entonces, Teo se giró y llamó al timbre de la puerta que tenían enfrente:

—¿Qué haces, loco? —le susurró Eduardo, tirándole de la capucha de la parka para que dejara de llamar al timbre.

—Pedir el aguinaldo… —bromeó—. ¿Qué voy a hacer? ¡Preguntar a la vecina!

—¿Y si vive en la otra puerta?

—Pues llamo a la otra, ya ves tú qué problema —contestó encogiéndose de hombros.

Pero no hizo falta llamar a otra puerta porque al momento apareció una señora de pelo canoso, de unos ochenta años, muy abrigada para estar en casa, porque llevaba puestas encima cinco rebecas, al cuello una bufanda enroscada y en los pies unas botas altas de peluche, que les saludó muy amable:

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarles?

—Buenas tardes, hemos venido a ver a Soraya y a Blas, ¿por casualidad no sabrá usted dónde andan? —preguntó el niño, mientras Eduardo se quedaba atónito.

¿Qué se pensaba el listillo de Teo que Madrid era un pueblito donde la gente estaba al tanto de lo que hacían a cada momento sus vecinos? Aquello era la gran ciudad y a nadie le importaba una mierda lo que hiciera el vecino, pensó.

—Soraya se fue a trabajar y está al llegar, pero Blas está aquí conmigo viendo la tele… Le tengo puesto el Sálvame porque parece que le gusta mucho la farándula y el cotilleo…

—Perdone, señora, pero Blas detesta el chismorreo…

—¿Es usted el dueño de Blas?

—El concepto dueño me horroriza… —respondió Eduardo, muy serio.

—Es su hijito…

—Tampoco se pase, a esos extremos no llego, pero vamos…

La señora le puso a Eduardo la mano en el brazo y le dijo:

—Le entiendo, ¿quieren pasar a verlo?

Los dos hermanos asintieron, se lo agradecieron y la siguieron por un pequeño pasillo en el que hacía un frío que pelaba, luego por un salón desvencijado y más helado todavía y después entraron a un cuartito de estar enano en el que había un pequeño radiador portátil que, tampoco calentaba mucho, colocado delante de un sofá raído de dos plazas, una de ellas ocupada por Blas.

—¡Hola Blas, guapo! ¡Qué ganas tenía de conocerte! —exclamó Teo, muy contento, acercándose a Blas y dejando que le oliera la mano.

—Es muy cariñoso y muy bueno. A mí me tiene enamorada… —dijo la señora llevándose las manos al pecho.

—Señora, usted tiene aquí mucho frío… —comentó Eduardo apurado por las condiciones en las que vivía la señora.

—Es que esta casa es buena para el verano, pero para el invierno es un horror. No le pega el sol en todo el día y la calefacción como es tan cara… Ahora tengo este trasto encendido un ratito, más por Blas que por mí. Yo ya estoy acostumbrada a estos rigores…

—Tengo en casa radiadores y calefactores que no uso, mañana se los voy a traer para que no pase frío, por la factura no se preocupe que yo se lo pago —le ofreció Eduardo.

A la señora se le llenaron los ojos de lágrimas y dijo:

—Por favor, no hace falta, yo estoy bien así… Además tengo contratado lo mínimo, tampoco puedo enchufar muchas cosas.

—Cambie el contrato, a partir de hoy sus facturas las pago yo… —le pidió Eduardo, con tanta contundencia que no daba lugar a réplica.

—Que no por favor, no puedo aceptarlo —negó la señora, emocionada.

—Señora, los amigos de Blas son mi amigos.

—Que de verdad que me apaño bien con lo que tengo.

—¿Cómo se va a apañar a vivir en una cámara frigorífica? ¡Ni que fuera usted una ternera congelada!

—¡Hala! No seas grosero, no llames vaca a la señora que no está gorda —le corrigió Teo.

—¡Cierra el pico, aprende lo que es una ternera y no seas metijón! Y usted señora, recuerde que estamos en Navidad, tómenos por pajes reales y acepte mi propuesta como un regalo del rey Melchor… —propuso Eduardo.

—Pero hijo mío, si no tengo regalo de Reyes desde hace siglos… Y seguro usted necesita el dinero para otras cosas más importantes.

—Para mí es importante que usted esté bien, así que  ¡acepte el regalo de Navidad de una vez, leches!

Carmen se echó encima de Eduardo y le abrazó llorando a mares:

—Dios le bendiga, hijo. No tengo palabras para agradecerle esto tan grande que va a hacer por mí.

Eduardo que llevaba fatal las expresiones de afecto, se quedó rígido como un palo mientras le decía:

—No tiene nada que agradecerme, señora. Es lo menos que puedo hacer con usted, después de cómo se está comportando con Blas.

El gato, que estaba tumbado panza arriba, estaba tan a gusto dejándose acariciar por Teo…

—De verdad que no sé por qué le ha cogido manía su gato, con lo bueno que es usted…

—No le tiene manía, señora —comentó Teo—, este gato es muy listo y se ha venido para acá porque es un celesti…

El chico no pudo terminar la frase porque sonó el timbre, para relajo de Eduardo que estaba de los nervios, entre el abrazo de la señora y las tonterías que estaba a punto de soltar su hermano por la boca.

—Debe ser Soraya… —indicó la señora—. Voy a abrir…

Y Carmen se marchó a abrir la puerta, mientras a Eduardo le volvieron los nervios y el remusguillo así, todo de golpe.