RECADO A LOLITA ARRIAGA, EN MÉXICO
Lolita Arriaga, de vejez divina,
Luisa Michel, sin humo y barricada,
maestra parecida a pan y aceite
que no saben su nombre y su hermosura,
pero que son «los gozos de la tierra».
Maestra en tiempo rojo de vikingos,
con escuela ambulante entre vivacs y rayos,
cargando la pollada de niños en la falda
y sorteando las líneas de fuego con las liebres.
Panadera en aldea sin pan, que tomó Villa
para que no llorasen los chiquitos, y en otra
aldea del azoro, partera a medianoche,
lavando al desnudito entre los silabarios;
o escapando en la noche del saqueo
y el pueblo ardiendo, vuelta salamandra,
con el recién nacido colgado de los dientes
y en el pecho terciadas las mujeres.
Providencia y perdón de tus violentos,
cuyas corvas azota Huitzilopochtli, el negro,
«porque todos son buenos, alanceados del diablo
que anda a zancadas a medianoche haciendo locos…».
Comadre de las cuatro preñadas estaciones,
que sabes mes de mangos, de mamey y de yucas,
mañas de raros árboles, trucos de injertos vírgenes;
floreal y frutal con la Cibeles madre.
Contadora de casos de iguanas y tortugas,
de bosques duros alanceados de faisanes,
de ponientes partidos por cuernos de venados
y del árbol que suda el sudor de la muerte,
vestida de tus fábulas como jaguar de rosas,
cortándolas de ti por darlas a los otros
y tejiéndome a mí el ovillo del sueño
con tu viejo relato innumerable.
Bondad abrahámica de Lola Arriaga,
maestra del Dios del cielo enseñando en Anáhuac,
sustento de milagro que me dura en los huesos
y que afirma mis piernas en las siete caídas.
Encuentro tuyo en la tierra de México,
conversación feliz en el patio con hierbas,
casa desahogada como tu corazón,
y escuela tuya y mía que es nuestro largo abrazo.
Madre mía sin sueño, velándome dormida
del odio suelto que llegaba hasta la puerta
como el tigrillo, se hallaba tus ojos,
y se alejaba con carrera rota…
Los cuentos que en la sierra a darme no alcanzaste
me los llevas a un ángulo del cielo.
¡En un rincón, sin volteadura de alas,
dos viejas blancas como la sal diciendo a México
con unos tiernos ojos como las tiernas aguas
y con la eternidad del bocado de oro
en nuestra lengua sin polvo del mundo!