El karate salva mi vida

Me gustaría contar una historia de karate ocurrida en el puerto de Naha, que es el más importante de la Prefectura de Okinawa. Desafortunadamente éste es tan poco profundo que los grandes barcos no pueden llegar al muelle.

Estos deben anclar en el medio del puerto y los pasajeros deben ser trasladados en pequeños botes.

El día que dejé Okinawa para ir a Tokio estaba bastante ventoso y las olas eran altas. Junto con un grupo de pasajeros que nos llevaría a la capital.

Cuando llegamos el mar estaba momentáneamente calmo y varios pasajeros pasaron fácilmente desde el pequeño bote hacia el pasamanos de la cubierta del gran barco. Cuando llegó el turno de pararme en el movedizo bote, vino repentinamente una gran ola, así que esperé hasta que el mar se calmase nuevamente.

Tan pronto como se calmó puse un pie en el pasamanos pero justo en ese momento vino otra enorme ola y el bote comenzó a moverse fuertemente.

Y ahí estaba yo, con un pie en el pasamanos y otro aún en el bote, y dos valijas en mis manos. Debajo mío estaba el peligroso mar. Para hacer peor la situación debo confesar que, aunque isleño, nunca aprendí a nadar, habiendo sido criado en el castillo de la ciudad de Shuri y habiendo hecho varias excursiones a la costa okinawense.

Permaneciendo allí, sobre el fuerte mar, podía escuchar a la tripulación del barco dándome instrucciones pero simplemente no les hacía caso. Sin pensarlo, cambié la valija que tenía en la mano izquierda a la mano derecha y simultáneamente arrojé la valija más pesada que tenía en la mano derecha hacia la cubierta. El impulso me llevó hacia la segura cubierta. Si hubiese vacilado un momento seguramente habría caído al mar y me hubiese ahogado. Y si me hubieran rescatado habría sido con mi estómago lleno de agua salada.

Cuando subí a la cubierta murmuré unas palabras de agradecimiento al Karate-dō por ayudarme a salir de esa situación.

Algunos años después, retornando de visita a Okinawa, por supuesto fui a saludar al Maestro Azato. “Bienvenido” exclamó. “¡Realmente! Que asustados estábamos ese día”. Él, con su familia, había ido al puente a despedirme y ahora me contaba lo aterrorizados que habían estado con lo que había pasado. “Cuánto admiramos su rapidez y destreza” agregó. “Y que aliviados nos quedamos”.

Por supuesto que no es solo el karate el que entrena a un hombre al punto de realizar hechos extraordinarios de esta clase; las otras artes marciales son igualmente útiles. Los expertos de judo, por ejemplo, aprenden a caer de una forma que no se lastiman, esta habilidad se atribuye al entrenamiento de judo. El punto importante es que la práctica diaria de cualquier arte marcial puede ser invalorable en momentos de emergencia.