Estreñimiento

El estreñimiento es como esperamos algo que sencillamente no. Para rematarlo, a menudo hay que hacer mucha fuerza. Y, como recompensa a todo este esfuerzo, a menudo solo recibimos unos pocos ïïï. O funciona, pero con poca frecuencia.

Entre un 10 y un 20% de la población alemana, por ejemplo, padece estreñimiento. Para formar parte de este grupo, se deben cumplir como mínimo dos de los siguientes requisitos: evacuar menos de tres veces por semana, que una cuarta parte de todas las deposiciones sean especialmente duras, a menudo en pequeñas porciones de puntitos (ïïï), que la expulsión requiera fuerza, que solo se logre evacuar con ayuda (remedios o trucos paliativos) o que la persona no se sienta totalmente vacía al salir del lavabo.

En caso de estreñimiento, los nervios y músculos del intestino ya no trabajan con tanta determinación por un objetivo común. Mayoritariamente, la digestión y el transporte aún funcionan a una velocidad normal, pero al final del intestino grueso no existe unanimidad sobre si la materia debe expulsarse o retenerse.

Un parámetro mucho más adecuado para determinar si existe estreñimiento no es con qué frecuencia se va al lavabo, sino cuánto cuesta ir al lavabo. En realidad, deberíamos pasar un rato estupendamente relajados en ese silencioso cuartito, que de no ser así, puede provocar un gran malestar. Existen diferentes niveles de estreñimiento: estreñimiento temporal al estar de viaje, enfermo o durante fases de estrés, pero también estreñimiento pertinaz con tendencia a convertirse en un problema permanente.

Prácticamente, una de cada dos personas conoce el estreñimiento durante los viajes. Sobre todo durante los primeros días no logramos defecar en condiciones. Los motivos pueden ser diversos, pero la mayoría de las veces se resume en uno: el intestino es un animal de costumbres. Los nervios intestinales registran qué nos gusta comer y a qué horas. Saben cuánto nos movemos y cuánta agua bebemos. Distinguen cuándo es de día y cuándo es de noche, y cuándo vamos al lavabo. Si todo va sobre ruedas, trabajan animadamente y activan los músculos del intestino para la digestión.

Cuando nos vamos de viaje, tenemos en mente muchas cosas: llevamos las llaves, apagamos el gas e incluimos un libro o música en nuestro equipaje para que nuestro cerebro esté de buen humor. Pero casi siempre olvidamos algo: nuestro pequeño animal de costumbres, el intestino, también se viene de viaje y, de repente, le dejamos en la estacada.

Durante todo el día comemos bocadillos envasados, comida extraña de avión o especias desconocidas. A la hora del almuerzo estamos en medio de un atasco o en el mostrador de facturación. No bebemos tanto como habitualmente por miedo a tener que ir demasiado al lavabo, y además el aire de los aviones nos reseca. Por si todo esto no fuera suficiente, tenemos el ciclo día/noche cambiado por culpa del desfase horario.

Los nervios del intestino perciben esta situación excepcional. Están irritados y se detienen hasta que reciben la señal de que pueden reanudar la marcha. Incluso aunque el intestino haya hecho su trabajo en una jornada tan desconcertante y avise con éxito de que quiere ir al baño, añadimos más leña al fuego y sencillamente lo reprimimos porque es mal momento. Si somos sinceros, a menudo es por el «síndrome de este no es mi baño». A las personas que lo padecen no les gusta confiar sus defecaciones a un lavabo extraño. Sin duda, lo peor son los baños públicos. A menudo solo los visitamos por alguna circunstancia adicional, construimos una laboriosa «escultura de sillón» hecha de papel de váter y mantenemos una delicada distancia de 10 metros respecto de la taza. Si el «síndrome de este no es mi baño» es muy agudo, ni tan siquiera eso ayuda. No logramos relajarnos lo suficiente para completar el trabajo de nuestro animalillo de costumbres. Así las cosas, unas vacaciones o un viaje de negocios pueden ser bastante desagradables.

Con tres pequeños trucos las personas con fases breves o leves de estreñimiento pueden volver a estimular su intestino para que pierda el miedo y se ponga nuevamente manos a la obra:

1. Hay algo de comer que da un pequeño toque a nuestra pared intestinal y la motiva a trabajar: las fibras alimentarias. Puesto que no se digieren en el intestino delgado, pueden golpear amablemente las paredes del intestino grueso y avisar de que han llegado visitas que desean ser transportadas. Los mejores resultados se obtienen con las cáscaras de las semillas de Plantago ovata y con las ciruelas, que saben mejor. No solo contienen fibras alimentarias, sino también principios activos que atraen más líquido al intestino, con lo que todo el contenido adquiere una consistencia más blanda. Pueden pasar entre dos y tres días hasta que surtan pleno efecto. Así pues, se pueden empezar a tomar un día antes de emprender el viaje o en el primer día de vacaciones, dependiendo de lo que nos dé mayor seguridad. Si no tiene un compartimento apto para ciruelas en su maleta, también se pueden adquirir fibras alimentarias en forma de comprimidos o en polvo en la farmacia o en las parafarmacias. Treinta gramos de fibra alimentaria no pesan mucho y, sin embargo, es una cantidad diaria más que suficiente.

Para los que tengan curiosidad, atención al dato siguiente: las fibras alimentarias que no se diluyen en agua estimulan movimientos más intensos, pero también provocan más frecuentemente dolor de barriga. Las fibras alimentarias solubles en agua no son tan eficaces para favorecer el movimiento, pero hacen que el bolo alimenticio sea más blando y son más digeribles. La Naturaleza ya nos lo presenta con gran habilidad: la cáscara de las plantas contiene a menudo grandes cantidades de fibras alimentarias no solubles en agua, mientras que la pulpa nos brinda una mayor proporción de fibras solubles en agua.

Las fibras alimentarias nos aportan poco si no bebemos suficiente: sin agua, son solo terrones sólidos. Con agua, se hinchan como pelotas. Y, entonces, la aburrida musculatura intestinal finalmente tiene algo que hacer mientras el cerebro se entretiene viendo películas en la pantalla del avión.

2. Solo deben beber mucho aquellas personas que realmente necesiten agua. Si ya bebemos suficiente, no notaremos ninguna mejoría aunque bebamos más. Sin embargo, si en el cuerpo no hay líquido suficiente, la cosa cambia: en este caso el intestino extrae más agua del bolo alimenticio, lo que a su vez dificulta la evacuación. Los niños pequeños, cuando tienen fiebre, a menudo evaporan tal cantidad de agua corporal que su digestión se paraliza. Si permanecemos sentados durante mucho tiempo en el avión, también perdemos mucho líquido. No necesariamente tenemos que sudar, basta con un aire ambiental muy seco que va absorbiendo el agua de nuestro cuerpo de manera totalmente inadvertida. A veces lo notamos porque se nos reseca la nariz. En esos casos deberíamos procurar beber más de lo habitual para alcanzar el nivel normal.

3. No hay que forzarse. Si tenemos que ir al baño, hagámoslo. Sobre todo, si hemos acordado unos horarios claros con nuestro intestino. Si siempre vamos al baño por la mañana y estando de viaje se reprime la necesidad, estaremos rompiendo un acuerdo no escrito. El intestino solo quiere hacer su trabajo según lo previsto. Con tan solo hacer volver dos veces seguidas el bolo alimenticio a la cola de espera, ya estaremos entrenando a los nervios y músculos para que den marcha atrás. La consecuencia puede ser que cada vez resulte más difícil volver a cambiar de dirección. Además, en la cola de espera, se tiene aún más tiempo para extraer agua, lo que puede dificultar cada vez más la futura evacuación. Reprimir las ganas de ir al baño puede provocar estreñimiento tras un par de días. Por lo tanto, si tienen por delante una semana de vacaciones en un camping, superen el miedo a la letrina antes de que sea demasiado tarde.

4. Probióticos y prebióticos: las bacterias sanas vivas y su comida preferida pueden insuflar nueva vida a un intestino cansado. Pueden preguntar en la farmacia u hojear este libro unas páginas más adelante.

5. ¿Paseos adicionales? No necesariamente surten efecto. Si de repente nos movemos menos de lo habitual, nuestro intestino puede volverse perezoso. Es así. Sin embargo, si nos movemos como siempre, un paseo de más o de menos no nos llevará al nirvana de la digestión. Los estudios demuestran que solo practicar deporte con un elevado nivel de exigencia tiene un impacto mensurable en el movimiento intestinal. Así pues, si nuestra intención no es dejarnos la piel practicando deporte, no tenemos por qué obligarnos a realizar un paseo diario: al menos en lo que se refiere a su influencia sobre una evacuación exitosa.

Quienes estén interesados en las técnicas poco convencionales pueden probar a balancearse mientras están en cuclillas: hay que sentarse en el retrete e inclinar el tronco hasta que este quede por delante de los muslos, y volver a moverlo hacia atrás hasta la postura sentada erguida. Hay que repetir esta operación un par de veces para obtener el resultado deseado. En el baño nadie nos ve y tenemos tiempo: las condiciones perfectas para un experimento tan poco convencional.

Si los consejos expuestos para el día a día y el balanceo no sirven:

En los casos de estreñimiento persistente, los nervios del intestino no solo están confundidos o enfadados, sino que también necesitan que les prestemos un poco más de apoyo. Si ya hemos probado todos los pequeños consejos pero no logramos ir al baño como una seda, podemos hurgar en otro cajón de trucos. Pero solo deben hacerlo aquellas personas que conozcan el motivo de su estreñimiento. Los que no conocen el origen exacto de este trastorno, no podrán hacer nada para ayudar a solucionarlo.

Siempre hemos de acudir al médico si el estreñimiento aparece de golpe o se prolonga durante un período inusualmente largo. Quizás la causa sea una diabetes no diagnosticada o un problema de la glándula tiroides, o quizás sencillamente nuestros transportadores sean lentos de nacimiento.

Laxantes

El objetivo de los laxantes es claro: lograr verdaderos y espléndidos montoncitos. Y no de cualquier tipo, sino aquellos que hagan salir de la reserva incluso al intestino más tímido. Existen diferentes clases de laxantes con distintos funcionamientos. Para viajeros estreñidos desesperados, para transportadores lentos, para objetores de los baños de los campings o para los que necesiten superar el obstáculo de las hemorroides. A continuación, abordaremos esta caja de Pandora.

Un espléndido montoncito por ósmosis

… está bien formado y no tiene una consistencia demasiado dura. La ósmosis es el sentido de la justicia del agua. Cuando un agua tiene más sal, azúcar o similares que otra agua, el agua más pobre fluye hacia el agua más enriquecida. De este modo, ambas tienen lo mismo y conviven pacíficamente. Ese mismo principio permite que la lechuga pocha vuelva a parecer fresca: simplemente hay que sumergirla durante media hora en una fuente con agua y obtendremos de nuevo una lechuga crujiente. El agua fluye hacia la lechuga, porque la lechuga contiene más sales, azúcares, etc. que el agua pura de la fuente.

Los laxantes osmóticos hacen uso de esta justicia compensadora. Contienen determinadas sales, azúcares o diminutas cadenas moleculares que llegan hasta el intestino grueso. A lo largo de su camino, recogen todo tipo de agua, con lo que permiten que la evacuación sea lo más blanda posible. Si exageramos su consumo, se arrastra demasiada agua. Sin duda, la diarrea es una señal indiscutible de que se ha ingerido demasiada cantidad de laxante.

En el caso de los laxantes osmóticos podemos decidir si como «medio de arrastre del agua» preferimos azúcares, sales o pequeñas cadenas moleculares. Las sales, como el sulfato de sodio, tienen un efecto más bien burdo en nuestro cuerpo. Su efecto se produce de manera muy repentina y, si las ingerimos a menudo, alteran el contenido de sal de nuestro organismo.

El azúcar más conocido para tratar el estreñimiento es la lactulosa, que posee un práctico efecto doble: además de reclutar agua, la lactulosa también alimenta a las bacterias intestinales. Estos pequeños seres pueden echar una mano, por ejemplo, produciendo sustancias con acción emoliente o motivando el movimiento de la pared intestinal. No obstante, como efecto secundario, precisamente eso puede resultar desagradable: las bacterias sobrealimentadas o malas pueden producir gases y provocar dolor de tripa y flatulencias.

La lactulosa se obtiene a partir de la lactosa (azúcar de la leche), por ejemplo, calentando mucho la leche. La leche pasteurizada se calienta brevemente y, por este motivo, contiene más lactulosa que la leche cruda. A su vez, la leche calentada a alta temperatura contiene más lactulosa que la leche pasteurizada, y así sucesivamente. Pero también existen azúcares para tratar el estreñimiento que no son lácteos, como el sorbitol. El sorbitol se encuentra en algunos tipos de frutas, como ciruelas, peras o manzanas. Este es uno de los motivos que sustenta la imagen del poder laxante de las ciruelas y también de la advertencia de que el exceso de zumo de manzana fresco provoca diarrea. Puesto que los seres humanos apenas absorbemos sorbitol, así como lactulosa, en la sangre a menudo se utiliza como sustituto del azúcar. En este caso adopta el nombre de E420 y podemos encontrarlo, por ejemplo, en los caramelos para la tos sin azúcar, donde es el responsable de la indicación: «Un consumo excesivo puede tener efectos laxantes». En algunos estudios el sorbitol tiene el mismo efecto que la lactulosa, pero en general presenta menos efectos secundarios (no se producen flatulencias desagradables).

Las pequeñas cadenas moleculares son los laxantes mejor tolerados. Tienen ese tipo de nombres que gustan a las cadenas moleculares, como polietilenglicol, abreviado PEG. No alteran el contenido en sal tanto como las sales y apenas provocan flatulencias, como los azúcares. La longitud de la cadena a menudo viene indicada en el propio nombre: PEG3350 tiene tantos átomos de longitud que posee un peso molecular de 3350. Es mucho mejor que PEG150, puesto que en este caso las cadenas son tan cortas que podríamos absorberlas sin querer en el intestino. No sería necesariamente peligroso, pero sí irritante para el intestino, puesto que el polietilenglicol definitivamente no forma parte de nuestra dieta.

Por este motivo, los laxantes no contienen cadenas cortas como PEG150, aunque sí podemos encontrarlas en las cremas para la piel, donde ejercen una actividad profesional muy afín: ayudan a que la piel sea más suave. Es improbable que ocasionen daños, aunque esta cuestión no se ha debatido en profundidad. Los laxantes como el PEG contienen exclusivamente las cadenas no digeribles y, por lo tanto, se pueden tomar sin problemas durante períodos largos; según los estudios más recientes al respecto, no hay que temer ni dependencia ni daños permanentes. Algunas conclusiones de las investigaciones incluso apuntan a que mejoran la barrera protectora del intestino.

Los laxantes osmóticos no solo actúan por la humedad, sino también por la masa. Cuanta más humedad, bacterias de la flora intestinal bien alimentadas o cadenas moleculares pueden hallarse en un intestino, más se estimula el movimiento del intestino. Es el principio del reflejo peristáltico.

Un espléndido montoncito por lubricantes

… suena a una maravillosa actividad de ocio: deslizamiento fecal, el parapente del intestino grueso. El inventor de la vaselina, Robert Chesebrough, juraba a diario por una cuchara de vaselina. Comer vaselina debería tener un efecto similar a la ingesta de otros lubricantes grasos. Con una sobredosis de grasa no digerible recubren la mercancía que hay que transportar y ayudan a facilitar su evacuación. Robert Chesebrough llegó a la edad de 96 años, lo que no deja de ser sorprendente, puesto que la ingesta diaria de lubricantes grasos provoca la pérdida de demasiadas vitaminas liposolubles, ya que éstas también se recubren y transportan para su evacuación. Eso genera un déficit que provoca enfermedades, sobre todo, si se hace con demasiada frecuencia y de manera excesiva. La vaselina no forma parte de los lubricantes fecales oficiales (y realmente no debería ingerirse), aunque los lubricantes fecales conocidos por todos como el aceite de parafina tampoco constituyen una solución convincente a largo plazo. Puede resultar útil como solución transitoria, por ejemplo, en el caso de pequeñas heridas molestas o hemorroides en el ano. En estos casos, incluso puede tener sentido asegurarse de que las defecaciones sean blandas para evitar dolores o desgarros en el ano. Para ello también son adecuadas las fibras alimentarias gelificantes de venta en las farmacias, que son bastante más digeribles y menos peligrosas.

Un espléndido montoncito por hidragogos

… se produce mediante una estimulación masiva del intestino. Estos laxantes están destinados a personas estreñidas con nervios intestinales muy tímidos y de lenta reacción. Podemos saber si ese es nuestro caso a través de diferentes pruebas; una de ellas consiste en ingerir pequeñas bolitas para uso médico que un especialista fotografía con un aparato de rayos X durante su periplo por el intestino. Si pasado cierto tiempo la mayoría de las bolas aún están dispersas por todas partes y no se han reunido mansamente en el ano, estarán indicados los agentes hidragogos.

Los agentes hidragogos se instalan sobre un par de los receptores que el intestino arrastra inquisitivo por la región. Estos receptores envían señales al intestino: no soltar más agua del bolo alimenticio, recoger más agua de fuera, músculos, ¡ayudad! Por decirlo de algún modo, los transportadores de agua y las células nerviosas reciben órdenes de los agentes hidragogos, que poseen una estructura inteligente. Cuando los laxantes osmóticos no son suficientemente estimulantes y emolientes, un intestino con tal nivel de timidez requerirá un par de órdenes claras. Si lo ingerimos por la tarde, todo el contenido puede desplomarse durante la noche y, a la mañana siguiente, el intestino reaccionará correspondientemente. Si nos corre prisa, los comandos de los agentes hidragogos se pueden enviar directamente al intestino grueso a través de lanchas exprés en forma de supositorios. En tal caso, el mensaje se entregará en cuestión de una hora.

Las líneas de comandos no solo incluyen sustancias químicas, sino también plantas. El aloe vera o la hoja de sen funcionan de manera muy similar. Sin embargo, tienen efectos secundarios más emocionantes: si alguien quiere teñir de negro su intestino por dentro, le invito a probarlo. El tinte no es peligroso y desaparece.

Fig.: Los hidragogos estimulan el transporte hacia delante en el intestino.

No obstante, algunos científicos también han descrito lesiones nerviosas por un consumo excesivo de hidragogos o aloe vera que resultarían menos divertidos si realmente ellos fueran los culpables. El motivo es que los nervios que reciben demasiadas órdenes se irritan en uno u otro momento. Entonces se repliegan como los caracoles, cuando les tocamos las antenas. Por ello, si persisten los problemas, no deben tomarse estos medicamentos con mayor frecuencia que cada dos o tres días.

Un espléndido montoncito por procinéticos

… es el último grito, por partida doble. Estos medicamentos solo refuerzan al intestino para que haga lo que haría de todos modos, y no pueden ordenar la ejecución de movimientos no deseados. Su principio funcional es el mismo que el de unos altavoces. Para muchos científicos resulta fascinante que estos medicamentos presten su ayuda de forma aislada. Algunos solo funcionan en un único receptor o ni tan siquiera se absorben en la circulación sanguínea. Sin embargo, la eficacia de muchas sustancias aún está en período de prueba o los medicamentos correspondientes se están empezando a comercializar. Por lo tanto, las personas que necesiten una solución pero no quieran soluciones experimentales es mejor que prueben medios convencionales.

La regla de los tres días

Muchos médicos prescriben laxantes sin explicar la regla de los tres días. Es una explicación muy rápida que ayuda a entender muchas cosas. El intestino grueso tiene tres porciones: intestino grueso ascendente, transverso y descendente. Cuando vamos al baño, normalmente vaciamos la última porción. Esta porción no vuelve a llenarse hasta el día siguiente, y el ciclo comienza de nuevo. Si tomamos laxantes fuertes, quizás vaciemos todo el intestino grueso, es decir, sus tres porciones. Para que el intestino grueso vuelva a estar suficientemente lleno pueden pasar tranquilamente tres días.

Si no conocemos la regla de los tres días, nos pondremos nerviosos durante este período. ¿Aún no evacuo? ¿Ya van tres días? Y entonces, zas, nos llevamos a la boca otro comprimido o medicamento en polvo. Es un círculo vicioso innecesario. Después de tomar un laxante podemos darle un par de días de respiro al intestino. Solo volverá a contar el tiempo a partir del tercer día. Si estamos seguros de que somos un transportador lento, podemos prestarle una pequeña ayuda al cabo de dos días.

Fig.: 1. Estado normal: un tercio del intestino grueso se vacía y se llena hasta el próximo día. 2. Después de tomar laxantes: todo el intestino grueso se vacía y pueden pasar tres días hasta que vuelva a llenarse.