Eructos con reflujo ácido

También el estómago puede tropezar. Su musculatura lisa puede tener fallos motrices, al igual que sucede con la musculatura estriada de las piernas. Si el ácido gástrico llega a lugares que no están preparados para recibirlo, provoca ardor. En los reflujos ácidos, el ácido gástrico y las enzimas digestivas llegan hasta la faringe; en el caso de la acidez de estómago, solo alcanzan el principio del esófago, provocando ardor en el tórax.

El motivo de los eructos no es otro que el mismo que hace que demos un tropezón: los nervios. Los nervios regulan la musculatura. Si los nervios ópticos no se dan cuenta de que hay un escalón, los nervios de las piernas reciben una información errónea y nuestras piernas siguen andando como si no hubiera ningún obstáculo: y tropezamos. Si nuestros nervios digestivos reciben información errónea, no retienen el ácido gástrico y lo sueltan en la posición de marcha atrás.

La transición del esófago al estómago es un lugar propicio para que se produzcan este tipo de tropiezos: a pesar de las medidas preventivas «esófago estrecho, acoplamiento firme en el diafragma y curva en la entrada al estómago», a menudo algo sale mal. Aproximadamente una cuarta parte de la población alemana, por ejemplo, siente molestias en esta zona. No se trata de un fenómeno moderno: los pueblos nómadas, que aún viven como hace cientos de años, también presentan índices de acidez de estómago y reflujo elevados de modo similar.

El problema es que en la zona del esófago y del estómago colaboran estrechamente dos sistemas nerviosos diferentes: por un lado, el sistema nervioso del cerebro y, por el otro, el del tubo digestivo. Los nervios del cerebro regulan, por ejemplo, el esfínter entre esófago y estómago. Además, el cerebro influye en la formación de ácido. Los nervios del tubo digestivo se encargan de que el esófago se mueva hacia abajo formando una ola armónica y, por consiguiente, que los miles de tragos de saliva que realizamos al día estén siempre bien limpios.

Los consejos prácticos contra la acidez de estómago o los eructos se basan en reconducir ambos sistemas nerviosos por el camino correcto. Mascar chicle o beber té ayuda al tubo digestivo, ya que una gran cantidad de sorbos pequeños indican a los nervios la dirección correcta: hacia el estómago, no en sentido contrario. Las técnicas de relajación hacen que el cerebro envíe menos órdenes nerviosas apresuradas. En el mejor de los casos esto comporta que el músculo orbicular de la boca permanezca cerrado de forma permanente y se genere menos ácido.

Fumar cigarrillos activa zonas del cerebro que también se estimulan al comer. Aunque nos hace sentir mejor, también producimos sin motivo real más ácido gástrico, distendiendo el músculo orbicular del esófago. Por este motivo, dejar de fumar a menudo contribuye a que desaparezcan los eructos desagradables o la acidez de estómago.

Las hormonas del embarazo también pueden provocar un desorden de estas características. En realidad, su misión es que la matriz permanezca relajada y tranquila hasta el momento del parto. Sin embargo, tienen ese mismo efecto en el esfínter del esófago. La consecuencia es un cierre más relajado del estómago, que junto con la presión proveniente del abdomen inferior abombado impulsa el ácido hacia arriba. Las mujeres que utilicen un anticonceptivo con hormonas femeninas también pueden experimentar eructos con reflujo ácido como efecto secundario.

Fumar cigarrillos u hormonas del embarazo: nuestros nervios no son cables eléctricos enteramente aislados. Están intercalados orgánicamente en nuestro tejido y reaccionan a todas las sustancias que les rodean. Por este motivo, algunos médicos recomiendan renunciar a varios alimentos que reducen la fuerza del músculo orbicular del estómago que actúa de esfínter: chocolate, especias picantes, alcohol, productos cargados de azúcar, café y un largo etcétera.

Todas estas sustancias afectan a nuestros nervios, pero no necesariamente provocan en todas las personas tropiezos del ácido. Los modelos de investigación americana recomiendan que cada cual pruebe qué alimentos hacen que los propios nervios reaccionen de forma sensible. De este modo, no hay necesidad de renunciar a todo.

Existe una conexión interesante que se descubrió a raíz de un medicamento, cuya comercialización nunca llegó a aprobarse por sus efectos secundarios. Dicho medicamento bloquea los nervios en el punto en el que normalmente el glutamato se liga a los nervios. La mayoría conocerá el glutamato por su efecto potenciador del sabor. Pero nuestros nervios también lo liberan. En los nervios de la lengua, el glutamato intensifica las señales del sabor. En el estómago puede crear confusión, ya que los nervios no saben con seguridad si el glutamato proviene de sus compañeros o del restaurante chino que acabamos de visitar. Por este motivo, la idea para realizar el experimento con uno mismo es la siguiente: no tomar comida rica en glutamato durante algún tiempo. Para ello deberemos acudir al supermercado equipados con nuestras gafas de leer y analizar el texto en letra diminuta de las listas de ingredientes. A menudo, el glutamato se esconde tras crípticas criaturas lingüísticas como glutamato monosódico o similares. Si notamos una mejoría, perfecto. De lo contrario, en cualquier caso habremos llevado una vida más sana durante algún tiempo.

Las personas que tengan eructos con reflujo ácido menos de una vez a la semana pueden recurrir a remedios sencillos: los neutralizantes de ácidos que venden en las farmacias funcionan; el jugo de patata también es un remedio casero que ayuda. No obstante, neutralizar los ácidos es una solución bastante poco indicada a largo plazo. El ácido gástrico también corroe los alérgenos y las bacterias malas de la alimentación o ayuda a la digestión de las proteínas. Además, algunos de los medicamentos neutralizantes contienen aluminio, que es una sustancia muy ajena a nuestro cuerpo. Por lo tanto, nunca debemos ingerir demasiada cantidad, siguiendo en todo momento las indicaciones del prospecto.

Como máximo después de cuatro semanas de tratamiento, deberíamos adoptar una actitud escéptica respecto de los neutralizantes de ácidos. Si hacemos oídos sordos a este consejo, pronto tendremos ocasión de percibir un estómago obstinado que quiere recuperar su ácido. En tal caso, lo que hará nuestro estómago es sencillamente producir más ácido: en primera instancia, suficiente cantidad para contener al medicamento y después más cantidad para recuperar finalmente su acidez. Los neutralizantes de ácidos nunca deben constituir una solución a largo plazo y tampoco si se dan otros fenómenos relacionados con los ácidos como la gastritis.

Así pues, si a pesar de la neutralización de los ácidos continuamos teniendo molestias, el médico deberá adoptar un enfoque más creativo. Debería realizar un hemograma y una exploración física. Si los resultados son normales, puede recomendar un inhibidor de la bomba de protones. Este tipo de inhibidores impide que las células estomacales bombeen ácido al estómago. Quizás al estómago le falte ácido aquí y allá, pero, en estos casos, primero hay que restaurar la calma para que tanto el estómago como el esófago se recuperen de los ataques de los ácidos.

Si los problemas se producen por la noche, se recomienda acostarse incorporado con un ángulo de 30 grados. Lograr una construcción con esta inclinación con la ayuda de las almohadas es, sin duda, una manipulación nocturna de lo más divertida. Pero también existen almohadas prefabricadas en los comercios especializados. Además, incorporar el tronco 30 grados es muy beneficioso para el sistema cardiocirculatorio. Así lo afirmó nuestro profesor de fisiología como unas treinta veces y, puesto que es investigador cardiovascular y raras veces se repite, le creo. Aunque eso suponga también que, cada vez que alguien menciona su nombre, me lo imagine durmiendo tumbado con una inclinación de 30 grados.

Deberíamos estar alerta si tenemos dificultades para tragar, pérdida de peso, hinchazones o sangre en cualquier forma. Ha llegado el momento de que una cámara efectúe una visita de control a nuestro estómago, y no importa que esta idea no nos guste en absoluto. El verdadero riesgo al eructar no es el ácido que nos produce ardor, sino la bilis que sube del intestino delgado pasando por el estómago hasta el esófago. La bilis no produce ardor, pero tiene consecuencias mucho más peligrosas que el ácido. Por suerte, de todas las personas que sufren eructos con reflujo ácido, rara vez este va acompañado de bilis.

La bilis puede generar una verdadera confusión en las células del esófago. De repente, estas se sienten inseguras: «¿Realmente me encuentro en el esófago? ¿Nos llega bilis sin cesar? Quizás soy una célula del intestino delgado y no lo haya sabido durante todos años… ¡qué penoso!». Solo quieren hacer bien su trabajo y se transforman de células del esófago en células gastrointestinales. Pero esto puede salir mal. Las células mutantes se pueden programar erróneamente y entonces ya no crecen de forma controlada como las demás células. De todas las personas que tienen un tropiezo, solo un pequeño porcentaje sufre lesiones graves.

En la inmensa mayoría de los casos, los eructos y la acidez de estómago únicamente son «tropiezos» inofensivos, aunque molestos. Del mismo modo que después de tropezar nos recolocamos la ropa, neutralizamos el susto sacudiendo la cabeza y continuamos andando de manera templada, cuando eructamos podemos comportarnos de modo similar: un par de tragos de agua nos sentarán bien, podemos neutralizar el ácido y después lo mejor es seguir más calmadamente.