Vomitar
Si dispusiéramos a cien personas, que en un instante van a vomitar, alineadas una junto a la otra, la imagen sería muy variopinta. En ese momento la persona 14 está sentada en la montaña rusa y levanta las manos hacia arriba, la número 32 habla maravillas de la famosa ensalada de huevo, la número 77 agarra incrédula una prueba de embarazo y la número 100 está leyendo en un prospecto «puede provocar náuseas y vómitos».
El vómito no es un tropiezo. La acción de vomitar sigue un plan preciso. Es una obra maestra. Millones de pequeños receptores comprueban el contenido de nuestro estómago, analizan nuestra sangre y procesan imágenes que llegan del cerebro. Cada información individual se aglutina en la inmensa red de fibras formada por nervios y se envía al cerebro. El cerebro puede ponderar la información. Dependiendo del nivel de alarma emitido, se toma la decisión: vomitar o no vomitar. El cerebro lo notifica a determinados músculos, que se ponen manos a la obra.
Si radiografiáramos a esas mismas cien personas mientras vomitan, obtendríamos cien veces la misma imagen: el cerebro en alarma activa el área del cerebro correspondiente al malestar y sitúa los interruptores del organismo en posición de emergencia. Palidecemos, porque la sangre se retira de las mejillas para acudir a la tripa. Nuestra presión sanguínea se desploma y el latido cardíaco se ralentiza. Finalmente, llega la señal casi segura: la saliva. La boca la genera en grandes cantidades nada más el cerebro dé información sobre el estado actual de la situación. Su misión es proteger los preciados dientes del ácido gástrico.
En primer lugar, el estómago y el intestino se mueven formando pequeñas olas nerviosas, empujando su contenido, con un ligero pánico, en direcciones totalmente opuestas. Nosotros no podemos percibir esta marcha atrás, porque procede de la musculatura lisa involuntaria. No obstante, precisamente en ese instante, muchas personas notan de forma totalmente intuitiva que deberían buscar un recipiente donde vomitar.
Tener el estómago vacío no ayuda a no vomitar, puesto que el intestino delgado también puede vaciar su contenido hacia arriba. El estómago abre las compuertas especialmente para la ocasión, permitiendo que el contenido del intestino delgado retroceda. En un proyecto de tal magnitud, todas las partes implicadas colaboran. Si de repente el intestino delgado ejerce presión contra el estómago con su contenido, dicha presión puede estimular los nervios sensibles del estómago. A su vez, estos nervios envían señales al «centro del vómito» del cerebro. La cosa está clara: todo preparado para vomitar.
Los pulmones hacen una respiración especialmente profunda y las vías respiratorias se cierran. El estómago y la apertura hacia el esófago se relajan totalmente y, ¡plof!, de golpe el diafragma y la musculatura de la pared abdominal ejercen presión desde abajo como si fuéramos un tubo de pasta de dientes. Exprimimos todo el contenido del estómago. Con ímpetu, ¡todo fuera!
Por qué vomitamos y qué podemos hacer para combatirlo
Los seres humanos están construidos de forma que pueden vomitar. Otros colegas del mundo animal que también pueden vomitar son los monos, los perros, los gatos, los cerdos, los peces y también los pájaros. En cambio, son incapaces de devolver los ratones, las ratas, las cobayas, los conejos o los caballos. Tienen un esófago demasiado largo y angosto. Además, carecen de los nervios dotados de la capacidad para vomitar.
Los animales que no pueden devolver han de adoptar un comportamiento diferente en la ingesta alimentaria. Las ratas y los ratones roen su comida: mordisquean trocitos diminutos a modo de prueba y no continúan comiendo a menos que el primer bocado no les haya dañado. Así, si el alimento era tóxico, normalmente solo tienen bastante malestar. Además, así aprenden a no comer más de eso. Asimismo, los roedores pueden descomponer mejor las sustancias tóxicas, porque su hígado posee más enzimas para ello. Los caballos ni tan siquiera pueden roer. Cuando algo inadecuado acaba en su intestino delgado, a menudo resulta mortal. Así pues, en realidad podemos sentirnos muy orgullosos cuando nos retorcemos de dolor sobre la taza del inodoro.
Durante la retórica sobre el vómito podemos utilizar las breves pausas entre vómitos para reflexionar. La famosa ensalada de huevo del sujeto número 32 se ha conservado sorprendentemente bien a su regreso del breve viaje por la campiña del estómago. Pueden reconocerse claramente un par de trocitos de huevo, guisantes y pasta. El número 32 constata decepcionado: «Debo de haber masticado muy mal». Poco después, el siguiente aluvión le proporciona un conjunto de componentes más pequeños. Si nuestro vómito contiene trozos identificables, con gran probabilidad provenga del estómago y no del intestino delgado. Cuanto más tamizado, amargo o amarillento, más probable es que se trate de un pequeño saludo postal del intestino delgado. La comida claramente reconocible se ha masticado mal, pero ha sido catapultada por el estómago cuando aún no había llegado al intestino delgado.
El tipo de vómito también nos aporta información. Si se produce de forma repentina, casi sin previo aviso y con una expulsión enérgica, es indicio de un virus gastrointestinal. Los sensores precavidos cuentan primero cuántos patógenos localizan y, si mientras cuentan se percatan de que son demasiados, activan el freno de emergencia. Antes de sobrepasar este umbral posiblemente el sistema inmunitario se podría haber ocupado del asunto, pero ahora ya se encargan de ello los músculos gastrointestinales.
En caso de intoxicaciones por alimentos en mal estado o alcohol, el vómito también se produce de forma abrupta, pero hay que decir que se anuncia poco antes mediante náuseas. Las náuseas deben indicarnos que esa comida es mala para nosotros. En el futuro, la persona 32 sin duda se enfrentará a una fuente de ensalada de huevo con bastante más escepticismo.
El número 14 de la montaña rusa se siente tan mal como el número 32 de la ensalada de huevo. Vomitar por culpa de la montaña rusa funciona según el principio «mareo al viajar». Aquí no hay ninguna sustancia tóxica en juego y, no obstante, el vómito acaba sobre los pies o en la guantera o sale disparado en la dirección del viento sobre la luneta trasera. Nuestro cerebro vigila nuestro cuerpo de manera meticulosa y cuidadosa, sobre todo si se trata de niños pequeños. La explicación actualmente mejor fundada sobre el vómito en la carretera es la siguiente: cuando la información que reciben los ojos difiere de la recibida por los oídos, el cerebro no sabe qué va mal y activa todas las posibles palancas de emergencia.
Si leemos un libro mientras vamos en coche o tren, los ojos reportan «poco movimiento» y el sensor de equilibrio de las orejas afirma «mucho movimiento». La situación inversa se produce cuando, al viajar, seguimos los troncos de los árboles en el límite del bosque. Si al mismo tiempo movemos un poco nuestro cuerpo, parece como si los troncos de los árboles aún pasaran más rápido de lo que en realidad nos movemos y, una vez más, eso confunde a nuestro cerebro. En realidad, nuestro cerebro solo conoce esas contradicciones entre ojos y sentido de equilibrio en el caso de las intoxicaciones. Si bebemos demasiado o tomamos drogas, siente que está en movimiento aunque permanezca quieto sentado.
Las emociones intensas, como las cargas emocionales, el estrés o el miedo, también pueden ser motivo de vómito. Normalmente, cada mañana generamos la hormona del estrés CRF (factor liberador de corticotropina, por sus siglas en inglés) y, de este modo, creamos un colchón alrededor del cuerpo para atender la demanda diaria. El CRF se encarga de que aprovechemos las reservas de energía, de que el sistema inmunitario no sobreactúe o de que nuestra piel se torne de color moreno como protección contra la radiación solar. Cuando una situación resulta inusitadamente excitante, el cerebro inyecta una dosis adicional de CRF en la sangre.
Sin embargo, no solo se genera CRF en las células cerebrales, sino también en las gastrointestinales. También allí esta señal significa «estrés y amenaza». Si las células gastrointestinales detectan grandes cantidades de CRF, no importa de dónde provenga la señal (cerebro o intestino): basta con la simple información de que uno de ambos cree que el mundo es demasiado contradictorio para reaccionar con diarrea, náuseas o vómito.
En el caso de estrés cerebral, la acción de vomitar transporta el bolo alimenticio hacia el exterior para ahorrar energía digestiva, que el cerebro puede emplear para solucionar sus problemas. En el caso de estrés intestinal, el bolo alimenticio es expulsado porque es tóxico o porque en ese momento el intestino no está en condiciones de realizar correctamente la digestión. En ambos casos, vaciarse puede constituir una ventaja. Sencillamente no es el momento más adecuado para digerir con calma. Las personas que devuelven por nerviosismo poseen un tubo digestivo que está alerta e intenta ayudar.
Por cierto: los petreles también utilizan el vómito como técnica de defensa. Los demás animales dejan en paz al que vomita. Y los investigadores se aprovechan de este hecho. Se acercan al nido de estos pájaros, les acercan pequeñas bolsas para vomitar y los pájaros devuelven dentro de ellas de forma resuelta. Posteriormente, el contenido del estómago se analiza en el laboratorio para comprobar la presencia de metales pesados y de diversas especies de peces a fin de determinar el grado de contaminación del medio ambiente.
A continuación, un par de consejos para reducir al mínimo los innecesarios ataques de vómito:
1. En caso de mareo durante los viajes: mirar a un punto lejano del horizonte. De este modo se puede sincronizar mejor la información de los ojos y la del órgano del equilibrio.
2. Escuchar música con auriculares, tumbarse de lado o probar técnicas de relajación ayuda a algunas personas. Una posible explicación es el efecto calmante de estas medidas. Cuanto más seguros nos sentimos, menos apoyamos la situación de alarma en el cerebro.
3. Jengibre: actualmente, existen varios estudios que sostienen que el jengibre es beneficioso. Las sustancias contenidas en la raíz de jengibre bloquean el centro del vómito y, por consiguiente, las ganas de vomitar. No obstante, en los caramelos o similares, el jengibre no debería estar presente solo como aromatizante, sino en su forma real.
4. Los medicamentos contra los vómitos de venta en farmacias suelen funcionar de manera distinta: pueden bloquear receptores en el centro del vómito (el mismo efecto que el jengibre), aliviar los nervios del estómago e intestino o sofocar determinados avisos de alarma. Los medicamentos para desactivar las alarmas son prácticamente idénticos a los fármacos contra las alergias. Ambos inhiben la histamina, una sustancia de alarma. Sin embargo, los fármacos contra las náuseas pueden tener un efecto mucho más intenso en el cerebro. En los últimos tiempos han evolucionado los medicamentos para las alergias y mejorado hasta el punto de que apenas se acoplan al cerebro y evitan que la inhibición de la histamina provoque cansancio.
5. ¡P6! Es un punto de acupuntura que actualmente es reconocido por la medicina ortodoxa, ya que ha demostrado buenos resultados en más de cuarenta estudios sobre náuseas y vómitos, incluso en comparación con placebo. No sabemos cómo ni por qué, pero el P6 funciona. Este punto está situado de dos a tres dedos por debajo de la muñeca, exactamente entre los dos tendones que sobresalen en el antebrazo.
Si no tenemos a un acupuntor a mano, podemos intentar pasar suavemente los dedos por encima de este punto hasta que nos sintamos mejor. No se ha demostrado en los estudios correspondientes que funcione, pero puede ser un experimento con uno mismo que valga la pena. Según la medicina tradicional china, este punto activa meridianos que, a través de los brazos, atraviesan el corazón, relajan el diafragma y siguen su recorrido hacia el estómago o llegan incluso a la pelvis.
No todos los consejos funcionan con todos los factores desencadenantes de las ganas de vomitar. Los remedios como el jengibre, los fármacos o el P6 pueden ser beneficiosos; en el caso del vómito emocional, a menudo lo que más ayuda es construir un nido seguro para nuestro pájaro interior propio. Con técnicas de relajación o incluso hipnoterapia (con un hipnoterapeuta de verdad, no con un hipnotizador dudoso) se pueden entrenar los propios nervios para tener la piel más dura. Cuanto más a menudo y durante más tiempo practiquemos, mejor nos sentiremos: el irrelevante estrés del trabajo o los exámenes pueden constituir una amenaza menor, si no dejamos que nos afecten tanto.
Vomitar nunca es un castigo de la tripa. Más bien es un signo de que el cerebro y el intestino se sacrifican por nosotros hasta las últimas consecuencias. Nos protegen contra tóxicos que nos han pasado inadvertidos en los alimentos, son extremadamente cuidadosos en las alucinaciones ojos-oídos durante los viajes y suponen un ahorro energético para solucionar problemas. Las náuseas deben ser una brújula para nuestro futuro: ¿qué es bueno para nosotros? ¿Qué no lo es?
Si no sabemos exactamente cuál es el origen de las ganas de vomitar, un buen asesoramiento será confiar simplemente en nuestro cuerpo. Lo mismo sucede si hemos tomado algo incorrecto, aunque no es necesario devolver. En este caso no deberíamos forzarnos artificialmente, ya sea introduciendo los dedos en la boca, tomando agua con sal o un lavado de estómago. Si hemos ingerido sustancias químicas como ácidos o espumantes, incluso puede salirnos el tiro por la culata. A la espuma le gusta dirigirse a los pulmones, y el ácido tendría la oportunidad de abrasar el esófago por segunda vez. Por este motivo, desde finales de la década de 1990, el denominado vómito forzado se ha suprimido en gran medida en la Medicina de urgencia.
El origen de las verdaderas ganas de vomitar es un programa milenario capaz de quitarle las riendas a la conciencia. La consecuencia de este derrocamiento palpable es que nuestra conciencia se siente en ocasiones entre indignada o en estado de shock: en realidad, quería tomar tequila en alegre compañía y justo ¿ahora surge esto? Aunque una vez que nos han fastidiado, es mejor transigir. Sin embargo, si el vómito se produce por un exceso innecesario de prudencia, la conciencia puede volver a la mesa de negociaciones y enseñar su comodín contra el vómito.