Capítulo 10
Turbopropulsores para mejorar tu conexión con los demás
En este capítulo
Reforzar tu conexión con las personas que te rodean, e incluso con la naturaleza
Cómo irradiar amor universal
Practicar la compasión
La buena costumbre de alegrarse por los éxitos ajenos
La ecología mental no solo consiste en hacer mejoras en nuestro interior para lograr un mayor nivel de éxito y felicidad. También pretende hacer felices a otras personas, pues tiene en cuenta que en el universo no hay separaciones, es decir, que todos estamos unidos a todos; todos somos interdependientes. Eso significa que no podemos hacer daño a nadie sin hacernos daño a nosotros mismos. De la misma forma, no podemos ser felices de forma individual, sin hacer felices a los demás. ¡La felicidad individual es falsa, y solo se la cree el ego!
Estás conectado a otras personas, unas más cercanas, otras menos. No solo estás conectado en el espacio, sino también en el tiempo... Lo que haces hoy puede impactar a otras personas en el futuro, en los más diversos lugares del mundo, y a veces de forma casi instantánea. Quizá hace décadas costase creérselo, pero hoy día no nos extraña... Estamos más conectados que nunca gracias a la tecnología, así que no es raro que nuestras acciones puedan tener impacto a grandes distancias y con rapidez.
La ecología mental va en dirección contraria al ego, lo cual implica evitar las distancias entre ti y otras personas. Por tanto, se trata de reforzar tu conexión interpersonal. Cuanto más avances en esa dirección, más fácil te resultará hacer felices a los demás y, en consecuencia, te sentirás más feliz. Y no solo se trata de las personas que te rodean, sino también de la naturaleza en general. ¡Estás unido a todo! ¿Acaso los vegetales que te rodean no te ayudan a respirar aire puro gracias a la fotosíntesis? ¡Y ese sí es un ejemplo!
El objetivo de este capítulo es, precisamente, reforzar tu conexión con quienes te rodean (no solo cerca de ti, sino en el mundo en general). Si me permites un símil, al poner en práctica este capítulo será como si dotaras a tu ecología mental de un par de turbopropulsores, que la elevarán a su máximo exponente. ¡Te invito a hacerlo y apreciar los resultados por ti mismo!
Irradiar amor universal
Para reforzar el vínculo con todo lo que te rodea, es necesario que comiences por poner en práctica esa conexión. Para lograrlo, hay que irradiar lo que me gusta llamar «amor universal». Vamos a ver en qué consiste...
El amor universal
Al amor universal le puedes poner cualquier nombre, pero el concepto es el mismo: se trata de desear el bien a otras personas y, en general, a todos los seres que existen en la naturaleza.
Cuando hablamos de amor, todos tendemos a pensar en un sentimiento hacia otra persona. Te lo digo más claro: pensamos en relaciones sentimentales. En realidad, el amor va más allá. Las relaciones sentimentales no son el amor. Solo son una forma de expresar amor, entre otras muchas. En el universo, todo es amor en estado puro. El único obstáculo que te impide tener constancia de ello es el ego. Conforme te alejes del ego y comiences a reforzar tu conexión con el universo, empezarás a experimentar lo que es realmente el amor, y a inyectarlo en todas tus acciones cotidianas.
En cualquier acto que proceda del corazón hay amor universal. Por ejemplo, cuando das con auténtica generosidad (como hemos visto en el capítulo 9), hay amor universal. Cuando realizas un acto de servicio por el bien de los demás, también hay amor universal detrás de eso.
Y no solo se trata de emprender determinadas acciones para que florezca el amor universal. También funciona al revés: el amor universal se puede practicar. Si aprendes a irradiarlo cada día, impregnarás de amor universal todo lo que hagas y lo transmitirás a quienes te rodean, cada vez con mayor facilidad, sin esfuerzo.
El amor universal no tiene barreras de espacio y tiempo. Cuando lo pones en práctica, quizá impactes de forma positiva en personas que ni ves ni conoces, y el impacto puede propagarse en el tiempo. Imagina realizas un acto auténticamente generoso con un amigo. Es posible (diría que probable) que le alegres el día. Y es fácil que él se sienta feliz y motivado a alegrar el día a otras personas con quienes se encuentre conectado. El amor universal se transmite a través del espacio y el tiempo sin conocer barreras. ¡Y a menudo comienza con sencillos pero sinceros gestos!
Cómo ponerlo en práctica
Transmitir amor universal en tu día a día es posible, incluso sin que te cueste ni tengas que estar pendiente de ello. ¿Te lo imaginas? Si lo consigues, transmitirás felicidad a los demás, y quien da felicidad, la recibe (normalmente multiplicada). ¿No es estupendo? Ahora bien, para lograrlo tendrás que entrenar un poco.
La forma que te propongo para prepararte (la mejor que conozco) es con la meditación. En particular, se trata de un ejercicio de meditación budista llamado metta bhavana, que se puede traducir como ‘desarrollo del amor universal’, y que te explico en el siguiente icono Ejercicio. Te recomiendo que dediques cada día un tiempo (entre quince y treinta minutos por sesión) para practicar la meditación del amor universal.
Si practicas los ejercicios de meditación del capítulo 5 y te lo tomas en serio, te darás cuenta de que en tu práctica diaria ya no puedes incluir nuevos ejercicios de meditación. ¡No te preocupes! Haz lo que puedas, lo importante es que no lo dejes, pero tampoco te estreses.
Por ejemplo, cada semana, sustituye una o dos de tus prácticas por la meditación del amor universal. Tómalo como un poderoso complemento para tu práctica. La concentración te convertirá en una persona más serena ante la adversidad. El mindfulness te ayudará a eliminar toxinas mentales y a evitar reacciones que viertan contenido tóxico a tu alrededor. Con el amor universal, contribuirás a transmitir felicidad a tu alrededor. ¡No podría estar más en línea con la ecología mental!
Es importante recordar que no se puede dar lo que no se tiene. Si no experimentamos el amor universal, no podremos transmitirlo a otras personas. Como podrás apreciar, este aspecto tan importante se tiene en cuenta en el ejercicio de meditación que te propongo a continuación.
Para practicar el amor universal, sigue estos pasos:
1. Adopta una postura cómoda, intentando que tu columna vertebral se mantenga erguida (pero sin forzarla más allá de su posición natural). Para conocer más detalles, te recomiendo acudir al capítulo 5.
2. Inspira tres o cuatro veces de forma lenta y profunda, y céntrate en ellas. Observa cómo el aire entra en tu cuerpo, cómo se expanden el pecho y el abdomen, cómo se contraen después, cuál es la temperatura del aire, etc. El objetivo es ser consciente de cualquier sensación física que tenga que ver con tu respiración.
3. Echa un vistazo rápido a tu cuerpo (en general) con tu foco mental. Si encuentras tensión, relaja las zonas afectadas una a una. Encontrarás más detalles en el capítulo 5.
4. Concéntrate primero en ti. Di con tu voz mental: «Que yo sea feliz. Que tenga éxito. Que tenga salud. Que todo me vaya bien. Que sea querido y apreciado por quienes me rodean. Que se extinga cualquier sufrimiento». Se trata de sentir lo que dices con la máxima intensidad posible. El hecho de comenzar por ti mismo es de gran ayuda, ya que desearse el bien a uno mismo resulta relativamente sencillo. ¡Pero no te acomodes, porque ahora será cada vez un poco más difícil! Si necesitas apoyarte en la visualización de imágenes mentales, sonidos, recuerdos, etc., no dudes en hacerlo. Lo importante es que llegues a sentir lo que dices.
5. Ahora se trata de empezar a transmitirlo a otras personas. ¡Un poquito más difícil! Repite el paso 4, pero esta vez centra tus deseos en una persona muy cercana, alguien a quien quieras mucho, como tu padre, tu madre, un hermano, etc.
6. Elije ahora a una persona a quien aprecies por lo que te ha enseñado, por la inspiración que te ha transmitido, por lo que ha hecho por ti, etc. Por ejemplo, un profesor, un buen amigo, un mentor, etc. Repite el paso 4.
7. ¡Ahora vamos a complicarlo un poco más! Vuelve a poner en práctica el paso 4, pero esta vez céntrate en alguien que no te despierte frío ni calor. ¡Vamos, que te sea indiferente! Siempre podrás encontrar a personas que están ahí en tu vida cotidiana, pero con quienes no interactúas demasiado. Selecciona a una de esas personas, y aplica el paso 4.
8. ¡Ahora viene la parte más difícil! ¡Que estas palabras no te detengan! Es la parte que te proporcionará más entrenamiento. Si te cuesta, haz lo que puedas. Incluso aunque no consigas llevarlo a cabo, el mero hecho de intentarlo ya es un éxito de por sí, y te proporcionará grandes ventajas. Se trata de seleccionar a alguien que no te caiga bien, alguien a quien no soportes y con quien te lleves fatal, o que consideres hostil. Si alguien te ha hecho un daño psicológico enorme que te ha marcado de por vida, es un buen candidato, pero te recomiendo comenzar con alguien que, dentro de lo malo, sea menos malo. Cuando superes ese paso, podrás ir a por la matrícula de honor. Aplica el paso 4 con la persona que selecciones.
9. Ahora que ya has pasado el mal trago del paso 8 (necesario y muy importante), los siguientes pasos seguramente te endulzarán la meditación. Se trata de ir aplicando el paso 4 progresivamente a diferentes colectivos que te iré indicando en los pasos siguientes. Es importante que te apoyes en imágenes mentales que te muestren a dichos colectivos felices, tal y como indicas con tus palabras. Lo más importante es sentir lo que dices. Pero ten paciencia, ¡ no se logra en un día! Con la práctica de esta meditación cada vez te resultará más fácil.
10. Tu familia.
11. Los vecinos de tu localidad.
12. Los habitantes de tu país.
13. Los habitantes del mundo entero.
14. Todos los seres, incluidos los animales.
Lo mejor de la meditación del amor universal es que te llevas gran parte de ella (y me refiero a todo lo bueno) a tu vida diaria. ¡Cuando te levantes, no serás el mismo que se sentó!
Conecta con otras personas
Ahora ya has contactado con el amor universal y empiezas a transmitirlo a otras personas. Al practicar el ejercicio de meditación que te he propuesto, lo haces en tu mente, pero no dudes que el alcance es mucho mayor. Se transmitirá a tu vida cotidiana, en las relaciones con otras personas, cada vez con mayor facilidad y naturalidad, hasta que un día transmitirás amor universal sin darte cuenta y sin esfuerzo.
Irradiar amor universal es una forma de conexión con otras personas. Pero todavía se puede reforzar más mediante el cultivo de cualidades como la empatía, la compasión y la alegría empática.
La empatía
Para introducir la empatía, permíteme comenzar por el extremo opuesto: la apatía. Cuando nos encontramos con una persona que se caracteriza por su indiferencia ante casi todo y no presenta signos de emoción, entusiasmo y motivación alguna ante los diferentes aspectos de la vida (personas, tareas, situaciones, etc.), decimos que tiene un comportamiento apático.
Cuando compartimos emociones similares a las de otra persona, experimentamos la simpatía. ¡Por eso quienes se parecen a nosotros y piensan de forma afín nos caen tan bien y decimos que son muy simpáticos! Por esa razón, cuando escuchamos a una persona que dice que un tercero es muy simpático, no podemos comprenderlo...
Este es un paso importante más allá de la apatía. Pasamos de la desconexión total de todo lo que nos rodea a, por lo menos, tener algunas conexiones (con aquellos con quienes experimentamos simpatía). Pero todavía se puede ir más allá. Cuando logramos ponernos en el lugar de otra persona y percibir lo que ella siente como si estuviésemos en su piel, experimentamos empatía.
No confundas empatía con simpatía. La empatía representa ascender a un nivel superior con respecto a la simpatía. La simpatía es conectar con quienes piensan como tú, pero la empatía es más compleja, puesto que implica conectar con quienes piensan de forma diferente (o muy distinta) a la tuya. La empatía representa un mayor nivel de conexión con otras personas, de ahí que sea tan importante para poner en práctica la ecología mental.
En la comunicación con otras personas, la empatía es esencial. Para aplicar la ecología mental, es importante conocer a los demás lo mejor posible. De esta forma, podrás entender lo que sienten y lo que piensan. Entenderás por qué hacen lo que hacen, evitarás caer en errores en tu interpretación, y podrás encontrar soluciones basadas en la ecología mental adaptadas a cada persona. Podrás comprender a la otra persona, para luego ser entendido, pues podrás adaptar mejor tu mensaje para que lo comprendan los demás.
La empatía se desarrolla a través de la práctica. Comprométete a desarrollar la empatía en todas tus relaciones humanas. Cuando sientas la tentación de juzgar a otra persona basándote en tu punto de vista, concédete la oportunidad de ser más empático. Intenta olvidarte de ti mismo, y trata de ver las cosas desde el punto de vista del otro. Intenta ver las cosas tal como las ve la otra persona. No te arrepentirás, porque dicha experiencia te aportará una mayor y más precisa información. Podrás apreciar detalles que, de otro modo, quedarían ofuscados por tu propio punto de vista. Por supuesto, conectar con la otra persona no significa que tengas que darle la razón. Sencillamente, comprenderás mejor su punto de vista, y eso te ayudará, sin que tengas que estar necesariamente de acuerdo. Quizá puedas refinar tu postura, o tener en cuenta detalles en los que no habías reparado, decidir un modo más apropiado para transmitir tu punto de vista o incluso —quién sabe— darte cuenta de que te habías equivocado.
Proponte aplicar la empatía de forma cotidiana. Utiliza una libreta como diario y, al terminar cada día, anota las situaciones en las que has aplicado (o has intentado aplicar) la empatía. ¿Cómo fue la experiencia? ¿Qué hiciste bien? ¿Qué salió mal? ¿Qué vas a dejar de hacer? ¿Qué vas a seguir haciendo? ¿Qué cosas nuevas vas a poner en práctica para seguir mejorando?
La compasión
Si eras un tanto apático y has empezado a practicar la simpatía, te felicito, has dado un paso importante hacia la conexión con otras personas. Si además practicas la empatía, llegarás más lejos. Pero ¿es posible dar un paso más en tu conexión con quienes te rodean? ¡Desde luego, se llama compasión!
La compasión implica ser empático. Ese es su punto de partida: ser capaz de ponerte en la piel de otra persona, y sentir como tuyo tanto lo bueno como lo malo, tanto lo que te gusta como lo que no, tanto lo que compartes como lo que no... Pero la compasión añade un elemento más: se trata de sentir el sufrimiento ajeno como si fuera tuyo (es decir, con empatía), pero, además, querer aliviarlo.
Si actúas solo con empatía, podrás sentir el sufrimiento ajeno, pero quizá decidas dejar que la otra persona solucione su propio sufrimiento sin intención ni deseo de aliviarlo. Ese deseo de aliviar el sufrimiento de otras personas es el valor añadido de la compasión con respecto a la empatía.
Como puedes apreciar, si el nivel de conexión con otros seres al que te llevaba la empatía era enorme, con la compasión lo harás aún mayor. No solo conectarás en lo bueno y en lo malo, sino que también desearás que desaparezca el sufrimiento ajeno.
¡No confundas la compasión con la piedad o la clemencia! Cuando practicas la compasión, no estás por encima de los demás, considerándolos inferiores a ti, y gracias a tu clemencia les perdonas y decides ayudarles a dejar de sufrir, esperando que te profesen agradecimiento el resto de su vida. ¡Nada más lejos! Cuando practicas la compasión, te pones al nivel de persona que lo pasa mal, conectas con ella, y sufres como si fueras ella, hasta el punto de desear que cese su sufrimiento.
Para practicar la compasión, te propongo un ejercicio de meditación que procede del budismo; se llama karuna bhavana:
1. Adopta una postura cómoda. Intenta que tu columna vertebral se mantenga erguida (pero sin forzarla más allá de su posición natural). Para conocer más detalles, te recomiendo acudir al capítulo 5.
2. Toma tres o cuatro respiraciones lentas y profundas, y céntrate en ellas. Observa cómo el aire entra en tu cuerpo, cómo se expande el pecho y el abdomen, cómo se contraen después, fíjate en la temperatura del aire, etc. El objetivo es ser consciente de cualquier sensación física que tenga que ver con tu respiración.
3. Echa un vistazo rápido a tu cuerpo con tu foco mental. Si encuentras tensión, relaja una a una las zonas afectadas. Encontrarás más detalles en el capítulo 5.
4. Concéntrate en ti para comenzar. Piensa en uno o varios aspectos de tu vida que te estén haciendo sufrir. Siente tu sufrimiento y desea que cese. Usa tu voz mental para decir: «Sé que estoy sufriendo por [indica la razón] y deseo que ese sufrimiento cese con todo mi corazón». Como ocurría con la meditación metta bhavana, se trata de algo más que palabras: lo importante es sentir lo que dices. Apóyate en todos los recursos mentales necesarios para recuperar el sufrimiento al que te refieres (imágenes mentales, recuerdos, voz interior, etc.). Este paso es fundamental, puesto que de todos los sufrimientos del mundo, los que puedes sentir y comprender más fácilmente son los tuyos. Ahora se trata de ir más lejos.
5. Repite el paso 4 pero ahora céntrate en una persona cercana a ti que sufra. Elije a alguien a quien conozcas, y hayas vivido de cerca las situaciones que le hacen sufrir.
6. Repite el paso 4 con una persona neutral, con quien apenas tengas trato. Reconoce en ella cualquier tipo de sufrimiento. Si no sabes qué la hace sufrir, limítate a desear que se libere de todo sufrimiento.
7. Ahora repite el paso 4, pero centrándote en una persona que quizá no conozcas tanto, pero que también sufra. Por ejemplo, personas que han robado, que han cometido delitos, que han hecho daño a otras personas, que han cometido infidelidades, etc. Detrás de todos esos actos se esconde el sufrimiento. Intenta ponerte en su piel para comprenderles. No se trata de que apoyes ni comprendas lo que han hecho. Debes sentir su sufrimiento, pues sin duda lo hay. Lo que te pido es muy duro, lo sé. Pero es necesario para practicar la compasión, y no te arrepentirás. El ejercicio de llegar a ver el sufrimiento y de desear su extinción es uno de los golpes más fuertes que puedes dar contra tu ego, ese enemigo que intenta alejarte de la ecología mental.
8. Ahora concéntrate en una persona a quien conoces y que te hace sufrir. Por ejemplo, un compañero de trabajo que te hace la vida imposible. Vuelve a aplicar el paso 4 con él. Lo sé... ¡Es muy duro! Llega hasta donde puedas. Cada vez que lo intentes te saldrá un poco mejor. ¡Ten paciencia! Te aseguro que el esfuerzo merece la pena.
9. Ahora repite el proceso, pero pensando en todos los seres sintientes del mundo, lo cual incluye a los animales.
Si has terminado el ejercicio anterior, ¡felicidades! Probablemente estás destrozado, sudando o con pocas ganas de sonreír. Lo comprendo. Has hecho un gran esfuerzo, y no ha sido en vano, puedes estar seguro. Es un enorme avance en tu ecología mental, cada vez te costará menos y comprenderás que merece la pena. Para que sea un poco más llevadero, te recomiendo que practiques la meditación del amor universal después de practicar la compasión. Te aliviará y lograrás un doble progreso en tu ecología mental.
La alegría empática
Ahora que hemos hablado de la compasión, seguro que tienes un concepto poco atractivo de la misma. Lo entiendo, y es normal, puesto que se trata de una práctica basada en el sufrimiento. No la he incluido en este capítulo porque desee hacerte sufrir. Todo lo contrario, es necesario para mejorar tu conexión con otras personas y liberar a este mundo del sufrimiento, y de quien se esconde detrás: el ego.
Ahora vamos a hacer lo mismo, pero con la parte positiva: la felicidad y el éxito. Para ello debes practicar la alegría empática. Es una forma de aplicar la empatía, pero esta vez centrada en el éxito y la felicidad, en lugar del sufrimiento. En pocas palabras, se trata de alegrarse de los éxitos ajenos.
La alegría empática y el ego
En el universo todo está interconectado. Por ello, ¡debería ser imposible que un éxito ajeno no te alegrase!
Pero tú y yo sabemos que, en la vida cotidiana, no siempre es así... ¿Qué es lo que falla? Muy sencillo: el ego. Es el único que interviene para lograr que no te alegres de los éxitos ajenos. Si un triunfo ajeno no te hace feliz, ¡culpa a tu ego!
La alegría empática es un remedio muy eficaz para combatir al ego. Y todo lo que tenga que ver con combatir al ego, es interesante desde el punto de vista de la ecología mental.
La alegría empática te puede resultar relativamente fácil de aplicar en algunos casos, especialmente cuando el éxito ajeno no te toca muy de cerca. Pero no ocurre lo mismo cuando estás implicado mental y emocionalmente en aquello con lo que otra persona ha triunfado.
Supón que llevas muchos años dirigiendo un club de lectura que reúne a aficionados a los libros. Un amigo a quien aprecias, experto en informática, te cuenta que ha desarrollado una aplicación para smartphones que se encuentra entre las diez mejores en la tienda de aplicaciones de moda. ¿No te alegrarías por él? En este caso, no es un gran reto, a no ser que tengas algo que ver con la informática o sea un tema de tu interés.
Cambiemos de ejemplo: imagina que eres experto en fotografía, y te crees merecedor de un importante premio al que te has presentado. Tienes un vecino también aficionado a la fotografía, pero crees que es mediocre, pues has visto material que ha expuesto. Se celebra el concurso, y te enteras de que tu vecino ha ganado.
¿Cómo te sienta? ¡Seguro que muy mal! ¿Podrías llegar a alegrarte de la victoria de tu vecino? Probablemente sí, pero pasado mucho tiempo... Si cuesta tanto, se debe al ego. El ego te hizo creer que tú eras superior a los demás. Él fue quien te hizo creer que eras mejor que tu vecino, basándote en unas fotos expuestas. Si vencieras al ego, no tendrías problema alguno con la victoria de tu vecino. Y eso no significa que tengas que ir por la vida perdiendo para que otros ganen. Sin embargo, en lugar de sentir odio u otras emociones tóxicas hacia tu vecino, le admirarías, y estarías trabajando en superarte de cara al siguiente concurso. Probablemente, te interesaría su forma de trabajar de tu vecino, aprenderías de él y lo tomarías como modelo. Cada vez que pensaras en él, sentirías emociones positivas. Pero, claro, para lograrlo, debes vencer al ego, que es quien te hace creer una falsa versión de la realidad.
Te propongo una práctica de meditación que te ayudará a lograrlo. También procede del budismo, y se llama muditta bhavana. Conforme la lleves a la práctica, cada vez te resultará más fácil conectar con la felicidad ajena y sentirla como propia. Y, como es obvio, eso te hará sentir feliz.
Adopta una postura cómoda e intenta que tu columna vertebral se mantenga erguida (pero sin forzarla más allá de su posición natural). Para conocer más detalles, te recomiendo acudir al capítulo 5.
1. Toma tres o cuatro respiraciones lentas y profundas, y concéntrate en ellas. Observa cómo el aire entra en tu cuerpo, cómo se expande el pecho y el abdomen, cómo se contraen después, cuál es la temperatura del aire, etc. El objetivo es ser consciente de cualquier sensación física que tenga que ver con tu respiración.
2. Echa un vistazo rápido a tu cuerpo con tu foco mental. Si encuentras tensión, relaja las zonas afectadas una a una. Encontrarás más detalles en el capítulo 5.
3. En esta meditación seguirás un orden distinto al de las meditaciones de compasión y amor universal. En lugar de comenzar por ti, empieza a centrar el foco en otras personas. Piensa en un amigo a quien aprecies. Identifica algún área de la vida de tu amigo en la cual sabes que es muy feliz. Visualiza esa felicidad en tu amigo. Expresa que compartes su felicidad usando tu voz mental: «Reconozco la felicidad en mi amigo. Comparto su felicidad y la disfruto como si fuera propia. Deseo que mi amigo siga siendo feliz, en este y en todos los aspectos de su vida». Las palabras y las imágenes mentales son herramientas, pero lo importante es que sientas lo que dices.
No juzgues a tu amigo o a cualquier otra persona en la que te concentres durante el ejercicio. Quizá tu amigo haga cosas que no compartes, y que incluso consideres negativas. Pero seguro que hay algún aspecto de su vida con el que es feliz (algunas personas parecen no tenerlo, pero seguro que lo encontrarás). Se trata de conectar con esa felicidad, independientemente de tus opiniones, juicios de valor, etc.
4. Repite el paso 4, concentrándote ahora en alguien hacia quien sientas un especial aprecio y agradecimiento. Por ejemplo, un maestro, un mentor, una persona que te ha inspirado, etc.
5. Ahora, vuelve a aplicar el paso 4 con una persona neutra, a la que no prestas atención ni tiene un papel central en tu vida. Por ejemplo, alguien a quien ves cada día, pero no mantienes una relación de amistad ni hablas demasiado con ella. ¡Se complica un poco!
6. Más difícil todavía. Aplica el paso 4 con una persona con quien te lleves mal y exista una relación difícil. Tómatelo con calma. Quizá este paso no te salga muy bien la primera vez, pero puedes estar seguro de que merece la pena seguir trabajándolo.
7. Ahora, extiende tu foco de atención a las personas que viven en tu localidad y aplica el paso 4. Por ejemplo, concéntrate en un éxito logrado en tu localidad.
8. Haz lo mismo, pero focalizándote en las personas que viven en tu país.
9. Aplica lo mismo a todas las personas que viven en el mundo.
10. Ahora repite el paso 4, concentrándote en todos los seres (incluidos los animales). Por ejemplo, puedes alegrarte por la felicidad que siente un pájaro al encontrar comida para superar el invierno.
11. Finalmente, concéntrate en ti. Disfruta de lo que te hace feliz. Siente gratitud por tu felicidad. Desea que siga siendo así o mejor. Desea compartir tu felicidad con los demás.
Si pones en práctica los ejercicios que has aprendido en este capítulo, reforzarás tu conexión con quienes te rodean. Cada vez tendrás más claro (mediante tu experiencia) que dicha conexión existe y es real como la vida misma. Y cuando veas los resultados, apreciarás que vale la pena reforzar el vínculo con otras personas y seres, e incluso llevarlo más allá y sentir tu unión con la Tierra y con el Universo entero (aquí te ayudarán la concentración y la atención plena). No es necesario que te embarques en la práctica de todos los ejercicios a la vez. Es mejor ir poco a poco, uno a uno. Por ejemplo, puedes proponerte practicar el amor universal durante una semana, la semana siguiente pasar a la compasión, etc.