Capítulo 7

Pensamientos y emociones altamente tóxicos

 

En este capítulo

triangle.png   Detectar tus pensamientos y emociones tóxicos en el día a día

triangle.png   Evitar la aparición de conductas tóxicas en ti

triangle.png   Lidiar con las reacciones tóxicas ajenas

triangle.png   Decirle adiós al odio

triangle.png   Alejar la ira de tu vida

triangle.png   No dejarte llevar por la envidia

 

Si algo hace única a la ecología mental es su consideración hacia otras personas. Ese es precisamente el factor que la diferencia de la higiene mental. No mejoras solo por ti mismo, sino también por otras personas (tanto si las tienes cerca como si no, tanto si las conoces como si no). Y lo haces porque sabes que todo está unido a todo, y por tanto, eres interdependiente con el resto de seres. No puedes ser feliz y tener éxito sin que otras personas sean felices y tengan éxito contigo. Por ello, no solo te importa ser feliz y tener éxito, sino también evitar las conductas tóxicas, que puedan hacer daño a otros.

Desde luego, se trata de una conducta muy poco egoísta. ¡Y ahí está la clave, en el ego! Ese enemigo interior intentará hacerte creer que no merece la pena pensar en los demás (por cierto, si quieres conocer mejor el ego, te recomiendo leer el capítulo 3). Por ello, la ecología mental tiene el ego como el principal obstáculo a superar.

El ego se esconde tras todos tus comportamientos tóxicos. En este capítulo recorreremos algunos de los más peligrosos que existen, y aprenderemos cómo lidiar con ellos. El objetivo es desintoxicarse de todas esas malas hierbas mentales. Es necesario arrancarlas de raíz y sustituirlas por semillas de pensamientos positivos (que conducen a comportamientos positivos, que te harán feliz tanto a ti como a otras personas).

En cada sección puedes aprender un poco más sobre la toxina mental que se anuncia en el título en cuestión, consejos para detectarla y no reaccionar movido por ella, los hábitos a crear para contrarrestarla y cómo limpiar de dicha toxina el ambiente que te rodea (y que te vincula a otras personas).

atencion.pngLa mayoría de textos donde se abordan las emociones y pensamientos tóxicos tratan de cómo defenderte ante las personas que te atacan basándose en ellos. El objetivo es vencer... Es una especie de combate, por tanto hay ganadores y perdedores. O, al menos, hay combate... ¿Quién andará tras ello? ¡En efecto, nuestro amigo el ego! La ecología mental no aborda el asunto desde un punto de vista combativo. No se trata de que te protejas frente a los demás y que no consigan salir ganadores. ¡Se trata de que todos ganen!

recuerda.pngPara llevar a cabo la detección de una toxina mental y su sustitución por hábitos positivos, existen infinidad de técnicas posibles. Por ejemplo, hay quien utiliza el reiki, otras personas emplean técnicas de programación neurolingüística (PNL, que puedes aprender en PNL para Dummies), técnicas de liberación emocional (conocidas por el acrónimo ingles EFT), etc. Si tienes tu propia técnica, ¡genial! ¡Te invito a aplicarla para detectar toxinas y sustituirlas por hábitos correctos! Si, por el contrario, no dominas un método particular, te propongo aplicar el que se explica en el capítulo 6, que resulta muy poderoso. Te lo recomiendo, pues llevo bastantes años viéndolo funcionar con éxito no solo en mí mismo, sino en infinidad de personas.

Las toxinas altamente contaminantes

Si bien el ego se esconde detrás de todas las toxinas mentales, ¡hay algunas con las que se lleva el primer premio! Son las más peligrosas para tu crecimiento personal y para el bienestar y la felicidad de otras personas. Te invito a emprender un recorrido para que te enfrentes a dichas toxinas, aprendas a detectarlas y las sustituyas por conductas antitóxicas, así como para evitar su presencia en el ambiente interpersonal que te rodea.

consejo.pngTe recomiendo realizar el recorrido completo, a través del capítulo de principio a fin, y después céntrate en cada toxina concreta. Dedica un día (o más, si quieres) a detectar la actuación del ego en cuestión y a decidir qué hacer al respecto. Te recomiendo utilizar una libreta de notas, a modo de diario, para que registres todo lo que vayas observando: obstáculos con los que te encuentras, cosas que se pueden mejorar, avances experimentados, acciones que te comprometes a emprender, situaciones remarcables, etc.

recuerda.pngTrabajar con emociones, pensamientos y comportamientos tóxicos lleva su tiempo. ¡Ten paciencia! En especial, sé paciente con las emociones altamente tóxicas que conocerás a continuación. No se combaten en una única batalla. Pero si aplicas los consejos que te mostraré en este capítulo, poco a poco verás cómo tú irás creciendo y las toxinas serán cada vez más pequeñas. ¡No pierdas la confianza!

La solución reside en el presente

Si conectas con el presente, el ego se disuelve y, con él, todas las toxinas tras las cuales se esconde. Las técnicas de meditación que puedes encontrar en la parte II te ayudarán a lograrlo. No es algo que se consiga de la noche a la mañana, pero, desde luego, te ayudará a darte cuenta de que existe una solución, y podrás conectar con un estado en el que es posible ver las cosas tal como son, lo cual te permite pensar con mayor claridad.

Cuando desarrollas tu concentración, alcanzas estados de elevada tranquilidad y profunda conexión con el momento presente. Allí encuentras un espacio donde no hay lugar para el odio. Además, ese estado se transmite con facilidad a tu vida cotidiana y te inmuniza (en cierta medida) de tan tóxica emoción. Eso sí, no te garantiza que no reaparezca; no es un remedio milagroso ni tampoco definitivo.

El mindfulness te proporciona una herramienta complementaria muy útil para combatir el odio. Evita que reacciones ante la aparición del odio, dejando que evolucione y acabe desapareciendo. Detrás, tienes el poder de decidir cómo responder (y la idea es hacerlo sin basarte en el odio, sino más bien en el amor o la amistad).

Los beneficios de la concentración y el mindfulness no solo te servirán para el tema del odio. Como las raíces son las mismas (el ego) y las atacas directamente, dichas herramientas te servirán para todas las toxinas mentales y emocionales que puedas imaginar.

recuerda.pngEl presente disuelve el ego, pero no lo tomes como una especie de lugar al que huir para escapar de la realidad. El mindfulness y la concentración son dos herramientas muy poderosas, pero no debes emplearlas para huir del ego, sino para enfrentarte a él. Por ello, no solo es importante que practiques la meditación como se explica en la parte II, sino también que, en cuanto puedas, apliques los antídotos antitóxicos que aprenderás en las secciones de este capítulo.

Despréndete del odio

El odio representa aversión o repulsión hacia otras personas, cosas o situaciones. Se suele presentar como antónimo del amor y la amistad. Si odiamos a alguien, está claro que no le queremos ni somos sus amigos. Pero también conviene aclarar que si no somos amigos de alguien, o no le queremos, tampoco significa que le odiemos. El odio no siempre conduce a reacciones instantáneas; a veces ni siquiera a corto plazo. Sin embargo, nunca se sabe en qué puede derivar ni cuándo (y una de las posibilidades es desear el mal ajeno, con todo lo que esto conlleva), así que conviene, y mucho, cortarlo de raíz cuanto antes.

Resulta obvio que, tras el odio, se esconde el ego. Esa aversión representa sus ganas de crear separaciones entre nosotros y todo lo demás. Cuando existe odio en tu interior, tus acciones se orientan en esa dirección. Harán daño a otras personas y, si no lo controlas, podrías llegar a destruir relaciones y hacer cosas de las que te podrías arrepentir. Es fácil que, con el odio, atraigas más odio, lo cual no te ayuda a ti ni a nadie. ¡Nada más lejos de la ecología mental! Se trata de unir, no de separar.

Normalmente, el odio no es una toxina difícil de detectar en nosotros, ni en otras personas. De hecho, a menudo expresamos conscientemente (e incluso en voz alta) nuestro odio hacia alguien o algo. Mantente alerta ante tus palabras y actos. Desde luego, si palabras como «odio», «detesto», «no soporto», y otras similares salen de tu boca, presta atención, pues tienes ante ti claros indicios de odio. Si hablas o actúas de forma brusca o violenta, vale la pena prestar atención, pues podría existir algo de odio tras ello.

Para combatir el odio, el antídoto que se puede aplicar es cualquier conducta derivada del amor y la amistad. Cuando seas consciente de que vas a actuar movido por el odio (y ahí te ayudará mucho el mindfulness), sustitúyelo por una respuesta basada en el amor y la amistad.

ejemplo.pngImagina que te encuentras ante una persona que tiene ideas políticas diametralmente opuestas a las tuyas, y odias a todo el colectivo de personas que se identifica con esas ideas. Tocáis un tema de conversación que te hace hervir la sangre. Si reaccionas movido por el odio, quizá respondas violentamente a dicha persona, o suceda algo peor. También es posible que logres activar el odio que la otra persona pudiera tener hacia tus ideas, y entonces te encontrarás ante una situación altamente tóxica, para ti, para la otra persona y para quienes os rodean. Quizá ese día estés tan enfadado que se lo hagas pagar a tus seres queridos, y lo mismo podría ocurrirle a la otra persona. ¡Y solo es un ejemplo de lo que podría pasar! Muestra cómo el odio puede dañarte a ti y a otras personas, incluso a quienes no puedes ver o ni siquiera conoces.

En lugar de reaccionar con odio, es mejor responder con amor y amistad. La forma de hacerlo no es universal, es todo un arte, y solo tú podrás decidir cómo conviene responder. En el ejemplo anterior, una forma elegante podría ser que, tan pronto detectes que se toca ese tema delicado, cambies de conversación y hables de otra cosa que fomente la amistad. Ésa es una contribución muy importante para crear un ambiente menos tóxico. ¡Es ecología mental en acción! No quiere decir que esa siempre sea la respuesta más indicada. Como te digo, deberás ser tú quien lo valore. Pero si logras cambiar el odio por amistad y amor, actuarás de una forma coherente con la ecología mental.

atencion.pngAl aplicar la ecología mental, no solo se trata de estar alerta ante tu propio odio y aplicar el antídoto. También debes estar alerta ante el odio de los demás (hacia ti, e incluso entre ellos), e intentar aplicar el antídoto de la amistad y el amor para descontaminar el ambiente. Esto mismo se aplica a cualquier otra emoción tóxica.

La madre Teresa de Calcuta dijo un día que no la llamaran para ninguna manifestación en contra de la guerra. Pero si se celebraba alguna actividad en favor de la paz (que obviamente sería pacífica), allí estaría. Es un ejemplo de cambiar el odio (en mayor o menor medida, manifestarse contra algo encierra odio) por el amor.

consejo.pngTe recomiendo relativizar las causas del odio. Este se conecta directamente con tus creencias, principios y valores, lo que provoca que veas las cosas tal como las ves. Otras personas con distintos valores, creencias y principios verán las cosas de otro modo. Muchas personas llegan a odiar a otras sencillamente porque ven las cosas de otro modo. Ten en cuenta que, para ver las cosas tal como son, la única opción es conectar plenamente con el momento presente. ¡Y allí no hay lugar para el odio! Fuera de ahí, te vas al mundo de la mente discursiva y racional. Te vas a la dimensión de los pensamientos e ideas. Y allí todo es relativo. Si intentas ponerte en el lugar de otra persona y ver las cosas como él o ella podría estar viéndolas, es posible que consigas reducir (al menos un poco) tu nivel de odio hacia la otra persona.

De igual forma, deberíamos reflexionar sobre si alguna de nuestras ideas podría tener puntos débiles o matices que aceptaríamos cambiar. Quizá algunos de nuestros planteamientos no sean tan sólidos como creíamos (no digo que sea así, pero no es imposible, y no sería la primera vez que ocurre). Las ideas, creencias, valores y principios de otras personas pueden resultar inspiradoras para realizar cambios positivos en nosotros. De hecho, a veces las otras personas nos conducen a adoptar ciegamente determinadas creencias, hábitos, principios y valores.

La memoria también te puede jugar malas pasadas. Los recuerdos de anteriores situaciones pueden generar odio (muchas veces innecesario). Por ejemplo, imagina que un seguidor de un equipo de fútbol, vestido con los colores de su equipo, iba conduciendo y chocó contra tu coche. Es posible que el recuerdo de ese suceso te genere cierto odio hacia ese equipo de fútbol en concreto. Es importante relativizar. En este ejemplo, si lo haces, te darás cuenta de que el fútbol realmente no tiene nada que ver con el odio que sientes. Podrías optar por aceptar que fue un accidente, que ocurrió en el pasado y que, a fin de cuentas, ahora, en el presente, tu coche funciona y está precioso tras la reparación...

ejercicio.pngTe recomiendo tomarte tu tiempo para analizar las situaciones en las que has experimentado el odio. Visualízalas, observa cada detalle y hazte preguntas para llegar a las raíces. Por ejemplo:

visto.png   ¿Qué es concretamente lo que detesto de esa persona?

visto.png   ¿Qué es exactamente lo que odio de la situación vivida? ¿Es una persona? ¿Una cosa? ¿Un escenario concreto? ¿Unas palabras? Etc.

visto.png   ¿Hay algún recuerdo de experiencias pasadas que alimente mi odio?

visto.png   ¿Cuáles son las palabras clave que ha pronunciado otra persona y han despertado mi odio?

visto.png   ¿Qué he hecho bien?

visto.png   ¿Qué puedo hacer para seguir mejorando?

visto.png   ¿Qué debo seguir haciendo?

visto.png   ¿Cómo podría haber sustituido mi reacción basada en el odio por otra basada en el amor y la amistad?

visto.png   ¿Qué podría haber hecho mejor?

visto.png   ¿Qué debería evitar a partir de ahora?

Anota todas las acciones que identifiques como necesarias para seguir mejorando, ¡y ponte en marcha de inmediato!

La ira

La ira (a la que también puedes llamar enfado, enojo, rabia, etc.), es una emoción negativa que surge cuando el resultado que observamos de una de nuestras acciones difiere del resultado que esperábamos o deseábamos obtener, y nos sentimos frustrados.

Por ejemplo, imagina que trabajas mano a mano y desde hace años con un compañero a quien aprecias mucho. Siempre os habéis apoyado mutuamente, y en una ocasión, para que no perdiera su empleo, pues había cometido una larga cadena de errores, llegaste a asumir la culpa de un error que el cometió. Los dos os presentáis a las entrevistas para ocupar una vacante para un puesto de liderazgo ejecutivo, y tu compañero consigue el puesto. Te alegras mucho por él, y además, por la amistad y confianza que os une, confías plenamente en que te ayudará a ascender en tu carrera. Tu amigo te llama por teléfono y te dice que está formando su equipo, pero que lamenta no contar contigo, añadiendo todo un cúmulo de razones que suenan sensatas. ¿Cómo te sentirías? Tu amigo, en quien confiabas, y a quien salvaste de perder su empleo, prescinde de ti, aportando argumentos razonables pero poco creíbles. Una frustración de este tipo se convierte en ira, y acaba desencadenando una reacción negativa (antes o después). ¿Qué harías en ese caso? ¿Mantendrías una conversación brusca con él, volcando así tu ira? ¿Harías como si no hubiera pasado nada, almacenando la ira en tu interior, para explotar más tarde?

Independientemente de la reacción, si te dejas llevar por la ira, los resultados siempre serán negativos (aunque a veces no se aprecie de forma evidente), y verterás un gran contenido tóxico en tus relaciones interpersonales. Tu ira daña a otras personas, pero también te hace daño a ti mismo a diversos niveles: fisiológico, psicológico, etc. Lo anterior incluye también tu salud, pues la ira produce efectos adversos tales como un aumento de la presión sanguínea, la aceleración del ritmo cardiaco, malas digestiones, etc. Y tu ira puede inducir iras ajenas, con iguales o peores consecuencias. Se trata de una fuerza destructora de relaciones interpersonales, salud, estabilidad emocional, etc. Es altamente tóxica y (sin necesidad de irse a los extremos) puede llevarte a las más desagradables situaciones, que podrían ser irreversibles aunque te arrepintieras más tarde. Tras los enfrentamientos entre personas se esconde la ira como motor principal (también pueden existir otros componentes tóxicos). El resultado de cualquier actuación movida por la ira es que todos pierden. Por ello, no es compatible con la forma de actuar propia de la ecología mental.

Los recuerdos de situaciones desagradables que has vivido (en las que no ocurrió lo que esperabas que ocurriera) también contribuyen a que el poder destructor de tu ira se propague en el tiempo. Por si no fuera suficiente con el daño que la ira puede hacer hoy, de esa forma, es posible que siga haciéndote daño mañana.

Detecta y combate la ira

En principio, detectar la ira no parece una tarea difícil. Ni siquiera es necesario que te fijes en tus palabras (aunque muchas veces la reflejan, y en ese caso suelen ser bastante explícitas), ni realizar ningún tipo de análisis racional. La ira se refleja en tu cara, en tus movimientos, en tus expresiones, en tu estado interior, en tu ritmo cardiaco, gestos y sonidos característicos (por ejemplo, resoplar o apretar los dientes), etc. Está rodeada de sensaciones y experiencias muy desagradables. Así pues, ser consciente de ella no parece una tarea complicada. Y no lo sería si no fuera por un pequeño problema: su aparición y sus efectos suelen producirse a gran velocidad, por lo que detectarla a tiempo (es decir, antes de reaccionar) es un reto. En este caso, el mindfulness (una cualidad que puedes aprender a desarrollar en el capítulo 5) marca la diferencia. En el caso de la ira, el espacio entre estímulo y respuesta es sumamente corto, pero si aplicas el mindfulness, podrás llegar a detectarla, aprovechar esa pequeña oportunidad entre la aparición del enfado y la reacción, y serás capaz de tomar el control.

recuerda.pngEn cuanto detectes la ira en ti mismo, lo primero y más importante es frenarla para evitar sus efectos devastadores. Si practicas el mindfulness, te resultará más fácil ver cómo la ira entra en escena, observar sus componentes (cómo se acelera tu corazón, sensaciones desagradables, tensiones musculares, etc.), cómo evoluciona, y mirar cómo desaparece. Ocurre muy rápido, pero, si practicas el mindfulness, cada vez podrás conseguirlo con mayor facilidad. Acto seguido, lograrás responder de la forma que consideres correcta. Aplicando la ecología mental, te librarás de los efectos de la ira y evitarás que haga daño a cualquier otra persona.

El antídoto consiste en responder basándote en la paciencia, la serenidad, la compasión y el perdón:

visto.png   La paciencia. Es la capacidad de soportar las adversidades con las que nos encontramos en la vida. Tendemos a confundir la paciencia con saber esperar a que las cosas lleguen (o sea, que cada cosa lleva su tiempo, y que si no sabemos esperar, terminamos desesperando). Evidentemente, esa es una de las aplicaciones de la paciencia puesto que, entre nosotros y nuestros objetivos, a veces se sitúa el obstáculo del tiempo, y debemos ser capaces de soportar la espera. Pero hay más aplicaciones, como ser capaces de soportar a una persona que no nos cae bien. Ante la ira ajena, pon en práctica toda tu paciencia.

visto.png   La serenidad. Ante tu propia ira, un comportamiento basado en la serenidad siempre te ofrecerá beneficios. Cuando lo apliques a la ira de los demás, ¡puede que la otra persona se contagie y se relaje un poco! La práctica de la concentración te ayudará en este aspecto (puedes aprender a desarrollarla en el capítulo 5).

visto.png   La compasión. Es la capacidad de ponerte en la piel de la otra persona, sentir su sufrimiento como si fuera tuyo y, además, desear que desaparezca. Se relaciona con la empatía, pero no es lo mismo, pues incluye algo más: desear que el sufrimiento ajeno se extinga (puedes aprender más sobre ello en el capítulo 9). Cuando te compadeces por una persona que reacciona movida por la ira, puedes ponerte en su piel y comprender que actúa así porque sufre, de un modo u otro. Al comprender ese sufrimiento, y desear aliviarlo, tus actos irán bien encaminados, y lograrán limpiar el ambiente tóxico generado por la ira.

visto.png   El perdón. Cuando sufres por culpa de una persona que reacciona movida por la ira, quizá se genere en ti cierto resentimiento. El tiempo pasará, pero seguirás reuniendo esa situación desagradable una y otra vez (posiblemente amplificado). Perdonar no es un acto de clemencia basado en tu poder y superioridad, y en la inferioridad de aquel a quien perdonas. Por el contrario, consiste en intentar olvidar la situación que genera resentimiento y que sigue haciéndote daño. Te das cuenta de que la situación se produjo en el pasado, la perpetúas y eso te hace daño. Mediante el perdón, la situación se olvida y deja de lastimarte para siempre.

recuerda.pngActuar basándote en la paciencia, la serenidad, la compasión y el perdón no significa que tengas que dar la razón a la otra persona ni someterte a ella. Pero lo que tengas que decir, lo dirás con una actitud correcta, y eso lo cambia todo. Esto no solo se aplica a las situaciones en las que te encuentras cara a cara con otras personas. También sucede en tu propia mente: cuando aparecen recuerdos de situaciones vividas, la ira puede volver a aflorar. Y lo mismo ocurre cuando experimentas pensamientos acerca de situaciones temidas (y probablemente muchas no lleguen a ocurrir). En todos los casos, los antídotos propuestos te ayudarán.

Por cierto, si has evitado reaccionar ante la ira, ¡date una palmadita en el hombro de mi parte! ¡Enhorabuena! Has frenado una fuerza destructora que te habría hecho daño a ti y a otras personas. Has puesto la ecología mental en acción una vez más, contribuyendo con un granito de arena a hacer de este mundo un lugar mejor (recuerda que se consigue si primero cambiamos nosotros e inspiramos a nuestro entorno inmediato).

atencion.pngSi has reaccionado movido por la ira y te has dado cuenta demasiado tarde, ¡no te autocastigues! Eres humano, y tienes derecho a equivocarte. Lo más importante es que te has dado cuenta y, sobre todo, que te arrepientes y deseas evitar que vuelva a ocurrir. En primer lugar, pide disculpas a la otra persona (o personas). Reacciona cuanto antes para enmendar el error y, sobre todo, anota las lecciones aprendidas para que no vuelva a ocurrir en el futuro, con la misma persona o con otras.

En todo caso (tanto si has evitado la reacción como si te has dado cuenta demasiado tarde), es importante que analices lo ocurrido y reflexiones acerca de ello. Hazlo lo antes posible, después de recuperar tu serenidad. Intenta encontrar el motivo que ha disparado tu ira. ¿Qué situación esperabas? ¿En qué se diferencia la situación que has vivido de la que esperabas? ¿Era realmente para tanto? ¿Puede que hayas basado tu reacción en un fundamento erróneo? ¿Por qué has reaccionado de ese modo? ¿Es posible que te hayas excedido? ¿De qué otra forma podrías haber respondido? ¿Qué harás a partir de ahora para no volver a reaccionar de ese modo? Esas preguntas, sumadas a todas las que se te ocurran, te ayudarán a encontrar mucha información útil y acciones que puedes poner en marcha para que te beneficien tanto a ti como a otras personas.

Podrás detectar la ira ajena con relativa facilidad si te fijas en la cara, gestos, movimientos, tono de voz, palabras y otros matices del comportamiento de otras personas. Por ejemplo, si le dices algo a otra persona (con la mejor de las voluntades), y notas que sus mejillas se sonrojan, que cierra un puño con fuerza y da un paso atrás, no dudes que te encuentras ante una persona poseída por la ira, y no es extraño que se produzca una reacción (para la cual debes prepararte y defenderte como si se tratara de un combate, sino para actuar según la ecología mental).

 

¡Todo un reto!

 

La ira es una emoción de mayor toxicidad que el odio. Te hace actuar de forma automática e inmediata, por lo cual la tarea de controlarte y no dejarte llevar es todo un reto. Muchas veces te das cuenta de que la ira te ha arrollado cuando ya has reaccionado y es demasiado tarde. En la historia existen infinidad de ejemplos de personalidades destacadas que se dejaban llevar por la ira, llegando incluso a las manos. Tal era el caso del arquitecto Antonio Gaudí. Según cuentan los historiadores, la ira le visitó a menudo durante una etapa de su vida. Cuando una situación no era de su agrado, reaccionaba de forma desagradable (a veces violenta, incluso agrediendo a otras personas). Como puedes ver, ¡ni siquiera los genios son inmunes a la ira!

En el caso del odio, sin embargo, es más fácil evitar la reacción, porque dispones de un poco más de tiempo. Seguro que recuerdas más de una situación en la que has tenido que convivir con alguien a quien detestas, pero has podido contenerte, o has sido capaz de soportar una situación que te resulta odiosa sin armar un escándalo. Sin embargo, la ira te arrastra sin dejarte apenas tiempo para pensar.

 

La ira te sitúa en modo «pelear o huir». En esa situación, tu cuerpo entra en un estado de máximo estrés, y entre otras cosas, se segrega adrenalina. Esto puede ser muy útil, y en ocasiones incluso salva vidas (por ejemplo, cuando escuchas el claxon de un coche que se te acerca, y te apartas inmediatamente, protegiendo tu vida). Sin embargo, si este tipo de reacciones suelen producirse en tus interacciones cotidianas con otras personas, ese estrés podría dañar tu salud.

atencion.pngCuando te encuentres con personas que reaccionan ante la ira, lo primero y más importante es que no respondas pagando con la misma moneda. No se puede combatir la rabia con más rabia. Eres humano, y por tanto, es muy fácil que la ira surja en ti. ¡Evita reaccionar a toda costa! ¡No te dejes llevar por ella! Es un momento ideal para aplicar todo lo bueno que el mindfulness pone a tu disposición. Después, es importante aplicar algún antídoto para desintoxicar el ambiente creado, especialmente los que te he recomendado unos párrafos más arriba (paciencia, serenidad, compasión y perdón).

Lo anterior no significa que tengas que ir por la vida siendo víctima silenciosa de la ira ajena. Implica que eres consciente de ella, y decides no reaccionar, para evitar que se convierta en algo que sería muy difícil de controlar. Pero la falta de reacción no te impide responder de la forma que consideres oportuna según el caso, y tomar buena nota de las lecciones aprendidas para que no te suceda algo parecido en el futuro. O estar más preparado para responder, basándote siempre en los principios de la ecología mental.

Por ejemplo, en casos extremos, podrías llegar a la conclusión de que te conviene evitar a determinada persona. Eso no significa que te mueva el ego, ni que busques la separación (lo cual parece contrario a la ecología mental). En este caso extremo, estás haciendo algo por tu bien y por el de otras personas, para evitar que se produzcan futuras situaciones tóxicas.

Otras toxinas peligrosas

La envidia

La envidia es una emoción altamente tóxica que causa sufrimiento a un ser humano por no poseer lo mismo que otra persona. Como se puede intuir, la envidia tiene mucho que ver con poseer, otra de las tretas que utiliza el ego para crear separaciones entre las personas.

atencion.pngCuando hablo de posesiones no me refiero únicamente a las materiales, sino también a las intangibles. Por ejemplo, se puede envidiar un puesto de trabajo, el estatus social de otra persona, determinadas habilidades, el aspecto físico, el conocimiento, etc.

La envidia puede incluso abarcar algo más general que las posesiones concretas, llegando a comprender la felicidad ajena. Se puede envidiar a otra persona al percibir su felicidad, bienestar, disfrute, etc., y reaccionar deseando hacer lo necesario para que dicha persona deje de ser feliz. Este caso suele darse en personas que no son felices y, por ello, envidian a quienes lo son. Quien está conectado con la auténtica felicidad jamás podría sentir otra cosa que deseo de que todos los seres sean felices.

La envidia rara vez te motivará a ponerte en marcha para lograr por ti mismo aquello que tanto deseas. En todo caso, te llevará a frenar el avance de la persona envidiada. Los actos a los que conduce la envidia se orientan a hacer daño a otros seres, por lo que estamos hablando de una emoción muy tóxica. ¡Diría que venenosa! Es importante pararla cuanto antes si reside en nosotros.

Las manifestaciones o formas de reaccionar cuando te mueve la envidia pueden ser muchas, entre ellas:

visto.png   Intentar hacer daño a otra persona con tus palabras.

visto.png   Hablar mal de alguien cuando no está presente, con el objetivo de desprestigiarle y frenar su avance hacia el éxito.

visto.png   Boicotear la buena relación de otra persona con terceros, para que no consigan juntos los éxitos que te gustaría conseguir a ti.

visto.png   Llevado al extremo, tomar lo que no es tuyo.

visto.png   Actuar como si la persona envidiada obrara bajo tus órdenes (incluso aunque no exista una relación de jerarquía).

visto.png   Mentir para hacer daño a la otra persona y evitar que logre sus objetivos.

visto.png   Humillar públicamente a otra persona, burlándote de aquello que envidias.

visto.png   Atribuirte los éxitos de otra persona.

visto.png   Robar información.

visto.png   Intentar dar miedo a otra persona para que se eche atrás en su trayectoria hacia el éxito.

visto.png   Hacer creer que eres superior en determinado campo, para dar miedo a otra persona y frenar su progreso.

visto.png   Utilizar tu superioridad jerárquica (en los casos que exista) para frenar a la otra persona, por miedo a que te supere.

visto.png   Ocultar información a otra persona por miedo a que con ella pueda llegar más lejos que tú.

Mantente alerta ante esos síntomas. En general, presta atención a cualquier actuación en la que el objetivo sea hacer daño a otra persona para que no posea o consiga algo (ya sea material o no), para que deje de tener algún bien, para que no sea feliz o cualquier reacción negativa basada en algo que otra persona posee y tú no.

Cuando detectes la envidia en ti, no tardes en aplicar un antídoto. El más poderoso que conozco es la admiración, pues choca de frente con la envidia. Si alguien posee o goza de algo o de alguna cualidad que tú deseas, en vez de envidiarle, dale la vuelta a la tortilla, y genera admiración por él. Tómalo como ejemplo a seguir. Estudia lo que hace bien para tener lo que tiene... ¿Cómo piensa? ¿Cómo actúa? Proponte adoptar esas conductas, hábitos, creencias y valores. Exprésale tu admiración (¡quizá acabe ayudándote!). La admiración es un sentimiento positivo que te llevará por el buen camino. Eso sí, no se trata de imitar a la otra persona, sino de adaptar a tu vida (a tu manera) las cosas buenas de dicha persona, que le han llevado a tener lo que tanto deseas o a estar donde está. Cada vez que cambies la envidia por admiración, estarás beneficiando a este mundo. Evitarás un auténtico vertido emocional tóxico, para ti y para otras personas.

consejo.pngOtro antídoto muy poderoso (del tipo preventivo) consiste en practicar la alegría empática, es decir, adquirir la buena costumbre de alegrarte sinceramente por los éxitos ajenos. Sobre esto podrás aprender mucho en el capítulo 10.

¿Y qué ocurre con la envidia ajena? Cuando seas víctima de la envidia, con frecuencia, la otra persona intentará crear miedo en ti. Es importante que no caigas en esa trampa. Ten claro que dicha persona es la que realmente tiene miedo... ¡De ti! Desea apreciar tu miedo, que le aporta la tranquilidad de que no seguirás progresando y de que sufrirás la infelicidad que desea ver en ti. Si tienes claro que quien tiene miedo es el otro, te resultará más fácil mostrarte inmune a sus ataques. Al ver que sus actos no producen efecto, sufrirá un duro golpe y se debilitará. Pero recuerda que, desde el prisma de la ecología mental, no se trata de hacer daño a la otra persona si no de desintoxicar el ambiente emocional, y conseguir que todos ganen. Para lograrlo, aprovecha ese momento de inestabilidad de la otra persona y aplica la compasión. Intenta ponerte en el lugar de la otra persona y sentir su sufrimiento. Si hay envidia, seguro que hay sufrimiento.... Y, sobre todo, miedo. Tiene miedo de ti. Intenta utilizar el elogio con la otra persona de forma hábil para lograr que se sienta más segura de sí misma, y quizá deje de tenerte miedo. Si se da cuenta de que tú puedes lograr tener lo que tienes y alcanzar lo que pretendes alcanzar, pero le dejas claro que hay lugar para todos, y que él también puede lograrlo, entonces las cosas cambiarán. Y, ¿por qué no? Ofrécele tus consejos y apoyo. Conviértete en ejemplo y apoyo para la otra persona. ¡Un comportamiento así representa la pura esencia de la ecología mental! No solo dejarás de sufrir la envidia ajena, sino que también limpiarás el ambiente emocional de ese veneno que es la envidia, ¡incluso podrías ganar un buen amigo y aliado!

recuerda.pngLa envidia camufla una declaración de inferioridad. Si una persona A envidia a una persona B por algo que tiene, eso significa que la persona A desea para sí lo que tiene la persona B, pero le da la sensación de que no será capaz de lograrlo. ¡Por eso la envidia! Si la persona A tuviera claro que puede conseguir ese bien, ¿para qué iba a perder tiempo y energía con la envidia? Por ello, si detectas que alguien te envidia por algo concreto, no tengas miedo a los ataques que pueda lanzar hacia ti. No tengas miedo a que te pueda sobrepasar, por convincente que resulte o respeto que infunda. En realidad, por el mero hecho de demostrar envidia hacia ti, declara que se siente inferior, y tiene miedo a que le superes. ¡Tómalo por el lado positivo!

 

Ya lo dijo un genio

 

Einstein dijo que, cuando alguien tiene buenas ideas y progresa hacia ellas, no tarda en rodearse de personas mediocres que (movidas por la envidia) intentan frenarle. ¡Cuánta razón tenía!

Te recomiendo que no olvides esa importante enseñanza. Si te rodeas de envidiosos, tómalo positivamente. ¡Significa que estás haciendo las cosas bien!

Eso sí, todo con sentido común... Si una o más personas que sabes que te quieren y te aprecian te dicen que vas por el mal camino, tiene sentido que te lo cuestiones...

Desear el mal

Una acción común derivada de la envidia es desear el mal a otras personas. En el lenguaje de la ecología mental, hablamos de un gran nivel de toxicidad. Si se desea el mal a otras personas no se puede ser feliz. Desde el ángulo opuesto, quien es feliz no tiene razón alguna para desear nada malo a nadie. Además, las acciones a las que esto conduce terminarán haciendo daño a otras personas. ¡Justo lo contrario a lo que buscamos con la ecología mental!

atencion.pngPara detectar esta toxina mental, mantente alerta a tus pensamientos, emociones y palabras, con especial énfasis en estas últimas. Presta atención a tu voz interior, y a las palabras que dices sobre terceras personas. Por ejemplo, si te encuentras diciendo (a otra persona o a ti mismo con tu voz mental) algo del tipo «Ojalá Pepe suspenda el examen», ¡no dudes que has dado con un peligroso pensamiento tóxico! Y si alguien que te aprecia y en quien confías te dice que estás siendo malo cuando hablas de otra persona, conviene que te cuestiones sinceramente la posibilidad de estar pensando mal...

El antídoto que debes aplicar es precisamente desear el bien a la otra persona y plasmarlo con palabras. Quizá te resulte un tanto forzado y artificial pero si lo pones en práctica, no tardará en convertirse en un sano hábito que fluirá de ti de forma natural. Para que te resulte más fácil, hay una práctica meditativa que te recomiendo adoptar, y que a mí me gusta definir como irradiar amor universal (la aprenderás en el capítulo 9).

Si te encuentras en la desagradable situación de notar que alguien habla mal de ti, te recomiendo hablar con la persona en cuestión, de forma cordial y mostrándole tu deseo de que se exprese y te cuente cuál es el problema. Escúchale con empatía y esfuérzate por entender qué es lo que no le gusta. Mantente abierto a la posibilidad esforzarte para cambiar, y evitar que esto vuelva a ocurrir (por supuesto, dentro de los límites que consideres razonables, pero no cierres la puerta de antemano).

Cuando aprecies que otras personas desean el mal a terceros, intenta limpiar el ambiente con el mismo antídoto. Por cada frase negativa que escuches de una tercera persona, intenta lanzar otra positiva de ella. Es fácil encontrar aspectos negativos en otras personas, ¡y es que nadie es perfecto! Pero si te fijas, te darás cuenta de que toda persona guarda aspectos positivos en los que vale la pena que te fijes. Además de contribuir a crear un ambiente mental y emocional menos tóxico, esta práctica te ayudará a adquirir el sano hábito de apreciar lo positivo en los demás, algo que solemos tener un poco oxidado...

Sin rencores

El rencor o resentimiento es el malestar emocional que causa el recuerdo de una situación desagradable ocurrida en el pasado.

Por ejemplo, imagina que tienes un amigo en quien siempre has confiado ciegamente, a quien le has contado un secreto y le has pedido que no se lo diga a nadie. Un día te reúnes con tu amigo y otras personas para tomar un café, y te encuentras con que tu amigo no solo ha revelado tu secreto, sino que se está burlando de ti. Obviamente, te sientes muy mal. Por mucho que intentes olvidar lo ocurrido, no es extraño que ese día te cueste dormir. Y los días siguientes, es probable que de vez en cuando acudan a tu mente recuerdos de aquella situación. Y junto con los recuerdos, se asocian aquellas sensaciones desagradables.

El resentimiento prolonga el sufrimiento en el tiempo. Esto puede durar días, quizá semanas o meses... En determinados casos, pueden ser años... Si ya es dolorosa la situación cuando ocurre, ¿no es terrible que el sufrimiento se repita en el futuro? ¿Acaso no se sufre lo suficiente en ese momento?

El resentimiento se produce en nuestro interior. No suele causar reacciones inmediatas hacia los demás, aunque genera un malestar que nos hace sufrir, y se suele reflejar en nuestra cara, nuestros gestos, palabras, actitudes, etc.

Puedes detectar el resentimiento si descubres la aparición frecuente de sensaciones desagradables, asociadas a recuerdos de situaciones vividas. ¡Y no hay mejor forma de lograrlo que aplicando el mindfulness! En cuanto seas consciente de un recuerdo que se repite en tu mente y que viene acompañado de sufrimiento, es importante que le prestes atención, pues estás ante un síntoma de resentimiento.

El antídoto que debes aplicar es el perdón. Puedes aprender más sobre ello en el apartado «Detectar y combatir la ira». De algún modo, es una forma de decir: «¡Basta! Forma parte del pasado, y he decidido seguir viviendo sin ella». Mediante el perdón, te deshaces de la situación que te está dañando a través de la memoria.

Puedes detectar el rencor en otras personas de la misma manera (es decir, por su cara, gestos, comportamiento, palabras, etc.). No te costará detectar la angustia que produce el rencor en otras personas, especialmente si las conoces. En esos casos, te recomiendo actuar interesándote por ellos, mostrándote dispuesto a hablar del tema, escuchar lo que les pasa, aplicar tu máxima empatía y compasión, aconsejarles y ofrecerles tu apoyo. Si logras establecer ese contacto, es importante que no juzgues a la otra persona ni intentes anticipar lo que te va a decir. ¡Deja hablar a la otra persona, escucha activamente y aplica tu empatía! Ponte en su lugar, e intenta sentir lo que siente. No es necesario (ni es siempre posible) que le ofrezcas una solución, pero si logras mostrarle tu apoyo sincero y darle algún buen consejo, habrás dado un gran paso. El resentimiento tiene un impacto negativo en las personas, y gracias a la actitud propia de la ecología mental, contribuirás a crear un ambiente mucho mejor, con personas que sufren menos. Y eso te reportará felicidad, mejores relaciones, personas que te apoyarán cuando seas tú el afectado, etc.

La venganza, mejor ni servirla

Dicen que la venganza se sirve en plato frío. ¡Pues te recomiendo que no la sirvas! La venganza está íntimamente relacionada con el resentimiento. La venganza procede de recuerdos de una situación desagradable, vinculados a emociones negativas, que vuelven de forma recurrente a tu mente. Los deseos de venganza te harán perder mucho tiempo sufriendo. Si consumas tu venganza, quizá te sientas aliviado, pero habrás contribuido a contaminar el ambiente emocional de forma considerable. Y probablemente alimentarás la posibilidad de que se dirijan hacia ti nuevas acciones vengativas. La mires como la mires, la venganza no es buena para ti ni para otras personas. Además, acaba convirtiéndose en un hábito, hasta el punto de que al final quieres vengarte de las cosas que realmente no tienen importancia (por ejemplo, cuando te gastan una broma).

Hay quienes llegan al extremo de obsesionarse con consumar su venganza de forma muy rápida, a veces instantánea y, ante la más mínima broma, reaccionan vengándose con ironía o con un comentario corrosivo. En el fondo, saben que la venganza les hará sufrir en el futuro, e intentan quitársela de encima cuanto antes. El problema es que no siempre lo logran, y eso se convierte en una carga peor que la venganza en sí. Ven las relaciones humanas como una especie de contrato: si tú vas contra mí, yo te lo devolveré... En ocasiones reaccionan vengándose de cosas que malinterpretan como un ataque, pero que en realidad no escondían mala intención alguna.

recuerda.pngMantente alerta a tus pensamientos vengativos. Suelen ser recurrentes, como ocurre con el resentimiento. Cuando detectes alguno, lo más importante es cortar esa cadena de inmediato. ¡La venganza es mejor no servirla! El mindfulness es muy poderoso en ese aspecto. Como la venganza está ligada al resentimiento, el antídoto que te recomiendo aplicar es el mismo: el perdón. De esa forma, poco a poco, te irás quitando de encima esos pensamientos y emociones repetitivos que te están haciendo sufrir.

Si eres víctima de un comportamiento vengativo, aplica el perdón. Por un lado, perdona a la otra persona por su reacción. Por otro, déjale claro que no tienes mala intención. Pide perdón por si alguna de tus acciones se ha interpretado como una ofensa, y explica sinceramente que no era tu intención. Quizá la otra persona se quede descolocada por tu reacción, pues lo único que espera la venganza es más venganza, odio, ira, etc. Esa inestabilidad momentánea es la oportunidad para darle la vuelta al asunto, dejar de lado la venganza, y comenzar a hablar de forma razonable, mostrando la voluntad de resolver juntos el problema.

Si presencias a tu alrededor comportamientos basados en la venganza, intenta calmar el ambiente siempre que puedas... Muestra tu apoyo a la persona que ha sido víctima de esa venganza y, si puedes, habla en privado con la otra persona (con tacto), para hacerle ver que quizá habría otra forma de tratar el tema (por supuesto, en línea con la ecología mental). Si lo consigues, contribuirás a limpiar el ambiente de esas toxinas mentales tan negativas.

El miedo

El ego intentará que no consigas avanzar hacia el éxito y utilizará su mejor arma para crear obstáculos dentro de ti: el miedo. Se trata de una emoción muy desagradable que experimentas cada vez que percibes una situación de peligro en tu mente. Como tu mente juega con el tiempo psicológico (pasado y futuro), el miedo no solo puede asociarse al momento presente (que es donde realmente se da la vida), sino también al pasado y al futuro.

Cuando el miedo se produce en el presente, te puede salvar la vida. De hecho, protege a la especie humana. Si ves que un toro (con cuernos bien afilados) corre hacia ti a toda velocidad, el miedo que sentirás te hará pelear o huir. ¡Y apuesto a que no querrás pelear contra un toro! Así que logrará que salgas corriendo a toda velocidad para proteger tu vida. Ese es un miedo basado en algo real. Como puedes ver, ¡el presente siempre te ofrece algo útil!

Sin embargo, el miedo también puede relacionarse con el futuro, es decir, con el temor a que suceda determinada situación no deseada. Igualmente, puede estar conectado con el pasado, por ejemplo, al temer que se repita determinada situación desagradable que ocurrió hace tiempo. Aquí hablamos de tiempo psicológico o falso tiempo (sobre el que puedes aprender más en el capítulo 3), que es el favorito del ego, puesto que le permite campar a sus anchas y hacer de las suyas. En estos casos hablamos de un miedo a algo que no existe pero que crea en nuestra mente.

¿Dónde radica la solución al miedo? Sin duda, en el presente. En el momento actual no hay mente discursiva, por lo que no hay tiempo psicológico ni espacio para el miedo basado en la memoria y la imaginación. La concentración y el mindfulness te ayudarán (y mucho) a lograrlo, y puedes aprender a desarrollarlas en la parte II del libro.

Hay otros antídotos para el miedo, pero ninguno es tan eficaz como el presente. Conecta con la dimensión del ahora, y tu miedo desaparecerá. Entre el resto de antídotos existentes, te recomiendo la información. Cuanto más conozcas sobre aquello que temes, menos le temerás. Por ejemplo, si te da miedo volar, recopila toda la información posible sobre el vuelo, cuáles son sus fases, cómo funciona un avión, etc. Quizá hoy des un salto de tu asiento por el susto que te produce ese extraño sonido en las alas, pero cuando sepas que se trata de los flaps, y que es completamente normal, te habrás quitado un poco de miedo de encima.

consejo.png¡Da un paso más contra el miedo! Trátalo desde el prisma de la gestión de riesgos (lo cual incluye la necesidad de recabar información). Si te asusta que ocurra algo en el futuro, considéralo un riesgo y gestiónalo como tal. En el capítulo 11 aprenderás cómo hacerlo.

recuerda.pngCuando percibas el miedo en otras personas, intenta aplicar la gestión de riesgos con él. ¡Verás cómo se tranquiliza!

 

Cuando el ego te obstaculiza y te separa de los demás

 

El ego hará todo lo posible para crear separaciones con respecto a otras personas. Para ello, uno de los recursos en los que se basará es en la comparación. En esa línea, es importante que te mantengas atento a pensamientos y emociones tóxicas como:

visto.png   La soberbia. Combátela con la humildad. No olvides que, en realidad, no somos nada comparados con la inmensidad del universo.

visto.png   El complejo de inferioridad. Recuerda que se trata de una idea errónea de ti mismo, que te hace creerte menos valioso que los demás. Con la repetición, se instala en el subconsciente, y hace que actúes inconscientemente según esa idea de inferioridad. Como consecuencia, obtienes resultados inferiores a los que eres capaz de conseguir. Es una auténtica zancadilla a ti mismo que te resta un enorme potencial sin necesidad alguna. Trabaja tu autoestima. ¡Mejora la imagen que tienes de ti mismo! Además, es fundamental que no tomes referencias externas con las que comparar tu éxito. Piensa que es perfectamente posible que te equivoques de referencia, o que te compares con algo excesivamente difícil. Recuerda que el éxito no se alcanza de la noche a la mañana. Se consigue paso a paso, superándote a ti mismo, y tropezando de vez en cuando, pero sabiendo aprender lecciones tras cada caída y siguiendo adelante. Sobre todo, si tienes que medirte con alguien, mídete contigo. ¡Que tu objetivo sea superarte!

visto.png   El perfeccionismo. En una sana dosis, te puede motivar a seguir adelante con coraje y entrega para lograr tus objetivos. Pero en exceso se convertirá en un ladrón de tu tiempo, de tu energía y de tus niveles de éxito y felicidad. Recuerda que nadie es perfecto. Tú tampoco. Si fueras perfecto, al final te aburrirías, pues no tendrías nada nuevo que aprender ni la satisfacción de adquirir nuevas cualidades. Además, no ser perfecto tiene una ventaja: te da derecho al error, como humano que eres. Como todo se puede mejorar y la perfección absoluta es inalcanzable, si eres perfeccionista perderás mucho (pero mucho) tiempo y energía. No intentes mejorar las cosas más de lo necesario. No te pongas metas inalcanzables, pues posiblemente perderás el entusiasmo al percibir que no las consigues. Es mejor poner el listón un poco más bajo y proponerte metas más humildes, para alcanzarlas paso a paso, superándote a ti mismo cada día. ¡Eso sí que entusiasma!