El Treblinka eterno de los mataderos
Fueron escritores o pensadores judíos quienes, tras la Segunda Guerra Mundial, se atrevieron a lo inimaginable: comparar el Holocausto con los mataderos industriales.
Igual que el Tercer Reich tenía la pretensión de deshumanizar a los judíos, nuestro sistema de ganadería industrial y de sacrificio ha desanimalizado a los animales. Sé que voy a escandalizar a más de uno, pero creo que entendí mejor la solución final cuando, a los veinte años, fui a ver el matadero de Neubourg, en Normandía.
Las semejanzas se me metían por los ojos. El profesionalismo gélido de los matarifes. La espera aterrada de los condenados en las rampas. La tecnología al servicio de la muerte industrial. Los gritos de ultratumba en los pasillos de llegada. Ese día entendí que los nazis trataban a los humanos igual que los humanos han tratado hasta ahora a los animales.
Estoy oyendo ya cómo ponen el grito en el cielo los policías del pensamiento ante este razonamiento supuestamente escabroso. Pero es muy larga la lista de quienes han hecho esa comparación, desde Jacques Derrida hasta Vasili Grossman, pasando por Élisabeth de Fontenay, presidente de la Fundación para la Memoria del Holocausto, que escribió: «Sí, las prácticas de ganadería y sacrificio industriales de los animales pueden recordar a los campos de concentración e incluso de exterminio, pero con una condición: que haya un reconocimiento previo del carácter singular de la destrucción de los judíos de Europa»[15].
Quien más lejos ha ido en esta cuestión es, sin duda, Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978. En uno de sus cuentos, «El escritor de cartas», pone en boca de uno de sus personajes, tras comparar a los nazis con los humanos carnívoros, que los animales pasan por un Treblinka eterno. El protagonista de su novela Enemigos repite también que lo que los nazis hicieron a los judíos, el hombre se lo hacía al animal.
Hijo de un judío jasídico, en 1935 Isaac Bashevis Singer escapó del antisemitismo que gangrenaba Polonia para emigrar a los Estados Unidos. Narrador sin par que domina el humor y la fantasía, escribió primero en hebreo y luego en yiddish, su lengua materna, y no se lo llegó a conocer hasta que Saul Bellow, el genial autor de Herzog, se ocupó de que lo tradujeran al inglés.
No le parecía normal que los humanos fueran más importantes que los terneros, los pollos e incluso los ratones, de los que fue un defensor tenaz. Al final de su vida, tras convertirse en uno de los pilares de la causa animal en los Estados Unidos, Isaac Bashevis Singer escribió en su autobiografía, A Young Man in Search of Love, que los auténticos mártires inocentes en este mundo son los animales y, particularmente, los herbívoros.
En otro tipo de obra, el filósofo Theodor Adorno (especifiquemos que también judío) lo dice todo sobre el espanto de los mataderos cuando escribe que el proceso que desemboca en el pogromo empieza en cuanto la mirada de un animal herido de muerte se encuentra con la de un hombre[16].
Y Adorno explica luego que la obstinación con que el hombre no admite esa mirada —«es solo un animal»— vuelve a aparecer en las crueldades que se cometen con hombres, cuyos autores tienen que confirmarse continuamente a sí mismos que solo son animales. Razonamiento que Charles Patterson resume en una frase que triunfa y escandaliza: «Auschwitz empieza cuando un hombre ve un matadero y dice: solo son animales».
Si esta analogía es escandalosa, pues mejor. Así permite que salga con más claridad a la luz esa verdad que hemos ocultado en una caja fuerte al fondo del sótano: nuestro modelo de opresión de los animales se les ha aplicado siempre a las etnias o a las categorías de humanos a las que nuestra especie ha bestializado sistemáticamente cuando tenía intención de «genocidarlas» o de reducirlas a la esclavitud.
Las exageraciones de Charles Patterson van en detrimento de las cosas que dice pero, pese a todo, nos inmutan cuando recuerda las semejanzas entre los métodos de los nazis y los de los mataderos, donde no se desaprovecha nada, ni las pieles ni el pelo. Cuando recalca la degradación de las víctimas que, en la antecámara, esperan la muerte industrial. Cuando indica, por más que no venga a cuento, que Henry Ford, antisemita notorio, se inspiró en las cadenas de sacrificio de los mataderos de Chicago para concebir sus talleres de fabricación de coches de Detroit.
Según Claude Lévi-Strauss, el hombre occidental abrió un «círculo maldito» cuando quiso separar la humanidad de la animalidad quitándole a esta cuanto atribuía a aquella. Así fue como acabó por dar a minorías cada vez más restringidas el privilegio de un humanismo que su amor propio pervertía. De donde proceden el racismo, el nazismo, el especismo y, siendo más prosaicos, la monstruosidad de nuestro sistema de sacrificio por todo el mundo y, muy especialmente, en Francia.