[1] Véase «Marxism and Historicism», en The Ideologies of Theory II, Minneapolis, 1988, pp. 148-177.
[2] N. Sarraute, «Flaubert the Precursor», en The Age of Suspicions, Nueva York, 1963; C. MacCabe, James Joyce and the Revolution of the Word, Londres, 1979, y mis tres ensayos sobre Rimbaud, Stevens y la literatura del imperialismo, «Rimbaud and the Spatial Text», en Tak-Wai Wong y M. A. Abbas (eds.), Rewriting Ltterary History, Hong Kong, 1984, pp. 66-88; «Wallace Stevens», en New Orleans Review 11, n.o 1 (1984), pp. 10-19; «Modernism & Imperialism», en Nationalism, Colonialism & Literature, Derry, Irlanda, 1988, pp. 5-25.
[3] Le debo a Jonathan Dollimore sus instrucciones para el correcto uso de este término. En cuanto a la conciencia del tiempo de la postmodernidad, John Barrell lo ha dicho todo al hablar de decoradores postmodernos para quienes «modernizar era la misma cosa que anticuar», en «Gone to Earth»: London Review of Books, 30 de marzo de 1989, p. 13.
[4] Pero véase respecto al término Cinco caras de la modernidad, de M. Calinescu, Madrid, 1991; también, P. Bürger, Prosa der Moderne, Francfort, 1988, y A. Compagnon, Ces cinq paradoxes de la modernité, París, 1990.
[5] Véase, por ejemplo, P. Bourdieu, La ontología política de Martin Heidegger, Paidós, 1991, y A.-M. Moschetti, The Intellectual Enterprise: Sartre and «Les temps modernes», Evanston, III., 1988.
[6] De modo muy parecido, Gertrude Stein se imagina a Henry James como un «gran general» en Four in America, New Haven, 1947 (trad. cast.: Ser norteamericanos, Barcelona, 1974).
[9] En J. Berger, Ways of Seeing, capítulo sobre el cubismo, Nueva York, 1977 (trad. cast.: Modos de ver, Barcelona, 1980).
[10] A pesar de que toda una política neoclásica, desde Hulme y el imaginismo en adelante, hizo precisamente esto en la década de 1910.
[12] Para Marx, la igualdad —o sus reivindicaciones— son el resultado de las equivalencias instituidas por el trabajo asalariado; de ahí lo provocativo de esta observación: «Lo que caracteriza, por tanto, a la época capitalista es que la fuerza de trabajo asume, para el propio obrero, la forma de una mercancía que le pertenece, y su trabajo, por contigüidad, la forma de trabajo asalariado. Con ello se generaliza, al mismo tiempo, la forma mercantil de los productos del trabajo», El Capital. Crítica de la Economía Política, lib. 1.o, secc. 2.a, cap. IV, México, 221992, p. 122.
[13] K. Marx, Grundrisse. Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, en Obras de Marx y Engels [OME 21]: K. Marx, cap. I: «Producción, consumo, distribución, cambio (circulación)», México, 1977, p. 30.
[14] L. C. Thurow, Dangerous Currents: The State of Economics, Nueva York, 1983; ver también S. Aronowitz, Science and Technology and the Future of Work, Minneapolis, en prensa.
[16] Su relevancia se acentúa históricamente si, con Weber, consideramos que es un acontecimiento teórico singular que, de algún modo, se coordina con ese otro acontecimiento histórico, igualmente único, que es la emergencia del capitalismo (y del «Oeste»). Véase apartado III de este capítulo.
[17] J. Hogg, Memoirs and Confessions of a Justified Sinner, 1824; reimpresión: Londres, 1924 (trad. cast.: Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, Madrid, 1977).
[20] Véase D. Kellner (ed.),Postmodernism/Jameson/Critique, Washington, 1989, pp. 324 ss. Fragmentos de esta conclusión se publicaron originalmente como réplica a las diversas críticas contenidas en este volumen, y fueron publicados de nuevo por separado en New Left Review, 176 (1989), pp. 31-45.
[22] A lo que sólo queda añadir la obvia paradoja de que la Crítica… de Sartre también es, de hecho, no sólo en gran medida una teoría de grupos, sino también una teoría que, inacabada como está, parece sentirse relativamente incómoda con la categoría más amplia de la clase social.
[24] J.-P. Sartre, Crítica de la razón dialéctica, precedido de Cuestiones del Método, Buenos Aires, 1963, p. 26: «Pero lo que por el contrario empezaba a cambiarme era la realidad del marxismo, la pesada presencia, en mi horizonte, de las masas obreras, cuerpo enorme y sombrío que vivía el marxismo, que lo practicaba, y que ejercía a distancia una atracción irresistible sobre los intelectuales de la pequeña burguesía…».
[26] Th. W. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración, cap. «La industria cultural», Trotta, Madrid, 1994, p. 166.
[29] Debemos una innovadora reinserción de la cuestión demográfica en la problemática marxista (intimidada durante mucho tiempo por el ejemplo de los ataques de Marx a Malthus) a un estudio hoy ya clásico de W. Seccombe, «Marxism and Demography»: New Left Review, 137 (1983), pp. 22-47. Véase también mi análisis de la idea de Adorno de la historia natural en Late Marxism: Adorno, or, the Persistence of the Dialectic, Londres, 1990.
[31] J.-P. Sartre, La Nausée, en Oeuvres romanesques, París, 1981, p. 67 (trad. cast.: La Náusea, Madrid, 1984).
[32] Véase sobre todo La Production de l’espace, París, 1974, pendiente (por fin) de publicarse en inglés en Blackwell.
[33] Para una valiosa panorámica de las teorías contemporáneas del espacio, véase Postmodern Geographies de E. Soja, Londres, 1989.
[38] En efecto, surge ante la vista un Dickens postmoderno cuando recordamos (como hizo por mí Jonathan Arac) el comentario que de él hace Walter Bagehot: «Londres es como un periódico. Todo está ahí, y todo está desvinculado» (Literary Studies, Londres, 1898, p. 178).
[42] Grundrisse. Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, en Obras de Marx y Engels [OME 21]: K. Marx, México, 1977, «El capítulo del capital».
[43] D. H. Lawrence, «Son of a Man Who Has Come Through», en Complete Poems, Nueva York, 1964, p. 250.
[47] Para una deconstrucción antropológica del concepto de creencia, véase R. Needham, Belief, Language and Experience, Oxford, 1972.
[49] La exposición de Gulles Kepel del fundamentalismo islámico en Muslim Extremism in Egypt: The Pharaoh and the Prophet (Berkeley, Calif., 1986) sugiere muchos paralelismos con los movimientos negros de Norteamérica en los años sesenta. Véase también B. Lawrence, The Defenders of God, San Francisco, 1989.
[52] Algo que demuestra Douglas Kellner en su introducción a Postmodernism/Jameson/Critique. De nuevo, el texto sigue aquí las críticas contenidas en ese volumen.
[54] Ronald L. Meek, Social Science and the Ignoble Savage, Cambridge, 1976, pp. 219, 221 (trad. esp.: Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estados, Madrid, 1981, p. 126).
[58] De la exigua literatura analítica sobre los yuppies se puede recomendar «Making Flippy Floppy: Postmodernism and the Baby Boom PMC»: The YearLeft (1985), pp. 268-95, de F. Pfeil; véase también la literatura sobre la llamada «clase profesional-directiva», en concreto P. Walker (ed.), Between Labor and Capital, Boston, 1979.
[60] Baudrillard nos recuerda muy correctamente —pero lo ha recordado tan a menudo que es como si derribase de una patada la escalera que le sostiene— que, en lo postmoderno, estos objetos esencialmente transcodificados, o las construcciones simbióticas como el famoso mapa de Borges (que siempre viene a la mente en estas ocasiones) o las imágenes de Magritte, no sirven como figuras o alegorías; y, en la alta teoría de lo postmoderno, todas presentan la vulgaridad y la carencia de «distinción» que revisten los grabados de Escher en las paredes de estudiantes universitarios pseudo-intelectuales. J. Baudrillard, «Simulacra and Simulations», en Selected Writings, Polity, 1988, p. 166.
[61] «Class and Allegory in Contemporary Mass Culture: Dog Day Aftemoon as a Political Film,» en mi Signatures of the Visible, Nueva York, 1991.