[1] G. Stein, Four in America, New Haven, 1947, p. vii (trad. cast.: Ser norteamericanos, Barcelona, 1974).

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[2] Véase Allegories of Reading, New Haven, 1979, p. ix (trad. cast.: Alegorías de la lectura, Barcelona, 1990). A partir de ahora, todas las referencias a esta obra con las siglas AL. [N. del T.: los números remiten a las páginas del texto en castellano.]

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[3] P. de Man, The Rhetoric of Romanticism, Nueva York, 1984, p. vii.

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[4] J.-J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, en Del Contrato Social, Sobre las Ciencias y las Artes, Sobre el Origen y los Fundamentos de la Desigualdad entre los Hombres, Madrid, 1992, p. 207. A partir de ahora, RSD (Rousseau. Segundo Discurso). [N. del T.: las referencias numéricas corresponden a la edición castellana.]

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[5] J. M. D. Meikiejohn. Ver, por ejemplo, la versión inglesa de la Crítica de la razón pura (The Critique of Pure Reason, Chicago, 1952, p. 180A). La expresión inglesa de Meikiejohn («to annihilate in thought», aniquilar en el pensamiento) traduce la palabra original de Kant aufheben, cuya fortuna aumentó espectacularmente en las siguientes décadas.

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[6] Véase, de J.-P. Sartre, Crítica de la razón dialéctica, precedido de Cuestiones del Método, Buenos Aires, 1963, cap. 3.

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[7] Por lo que atañe a la dialéctica como experimento del lenguaje, siempre he pensado que el siguiente comentario del Émile contenía pistas esenciales respecto a su razón de ser: «Cien veces, cuando escribo, he hecho la reflexión de que no es posible en una obra larga dar siempre la misma significación a las mismas palabras. No hay lengua tan rica que ofrezca tantos términos, locuciones y frases cuantas modificaciones puedan tener nuestras ideas. El método de definir todos los términos y sin cesar sustituir la definición a lo definido, es perfecto, pero no practicable: porque, ¿cómo se ha de evitar el círculo? Las definiciones pudieran ser buenas, si no fueran precisas las voces para hacerlas. No obstante, estoy persuadido que es posible ser claro en nuestra pobre lengua, no dando siempre la misma acepción a las mismas voces, sino haciendo de manera que cada vez que se use una voz, la acepción que se diere la determinen lo bastante las ideas que a ella se refieran, y que les sirva, por decirlo así, de definición cada período donde la voz se hallare. Unas veces digo que los niños no son capaces de raciocinar y otras los hago raciocinar con bastante sutileza; en esto no creo que se contradigan mis ideas, pero no puedo menos de confesar que se hallará muchas veces contradicción en mis expresiones», Émile, París, 1859, p. 101, nota 1 (trad. cast.: Emilio, México, 1975).

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[8] K. Marx, El Capital, volumen 1. De aquí en adelante, MC. [N. del T.: Las referencias remiten a la traducción castellana.]

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[9] Las cuatro fases se esbozan en El Capital, vol. 1, lib. 1, parte 1, cap. 1, secc. 3.

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[10] G. Spivak, In Other Worlds, Nueva York, 1987, p, 154.

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[11] Ibid., p. 154.

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[12] D. Diderot, Le Rêve de d’Alembert, volumen 17 de Oeuvres complètes, París, 1987, p. 128. «El mundo comienza y acaba sin cesar; en cada instante está en su comienzo y en su fin; ni ha habido ni habrá otro. En este mismo océano de materia, ni una molécula se parece a otra, ni una misma que se parezca a sí misma un solo instante». (Trad cast.: El sueño de d’Alembert, Madrid, 1992, p. 12.)

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[13] Kant, Crítica de la Razón Pura. La dialéctica trascendental, Madrid, 1983, lib. II, cap. 3, secc. 6.a, A622, B650, p. 518.

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[14] S. Cavell, The World Viewed, Cambridge, Mass., 1979.

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[15] Más sobre el nominalismo en mi Late Marxism: Adorno, or, the Perststence of the Dialectic, Londres, 1990.

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[16] Se recordará que lo eudemonico (placer-dolor) juega el mismo tipo de papel de unión-separación en Kant: «Esta justificación de los principios morales, como principios de una razón pura, podía empero también ser conducida muy bien y con suficiente seguridad, por la mera apelación al juicio del entendimiento humano común, porque todo lo empírico, que como fundamento de determinación de la voluntad pudiera introducirse en nuestras máximas, se da a conocer enseguida por medio del sentimiento de placer o de dolor, que va necesariamente unido a ello, en cuanto que excita apetitos, y aquella razón pura práctica empero, se opone precisamente a admitir ese sentimiento en su principio como condición», Crítica de la Razón Práctica, Madrid, 21981, parte 1, lib. 1, cap. 3, p. 133.

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[17] Véanse sus interesantes comentarios sobre De Man, en especial G. G. Harpham, «The Ascetic Imperative», en Culture and Criticism, Chicago, 1987, pp. 266-268.

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[18] Mientras escribo esto, advierto que no tengo ni idea de lo que pensaba el propio Paul sobre la música; no obstante, un cierto desprecio satírico no es del todo incompatible con una apreciación indirecta, como en el retrato que hace Musil de los apasionados nietzscheanos de la música: «Cada vez que iba a su casa los encontraba tocando el piano». En esta ocasión interpretaban el «Himno de la Alegría» de Beethoven. Según la descripción de Nietzsche, «los millones caían estremeciéndose sobre el polvo, las barreras enemigas se derrumbaban, el evangelio de la armonía universal reconciliaba y unía a los separados. Sus amigos habían perdido el habla y el andar, y estaban a punto de remontarse en un baile por los aires. Sus rostros habían mudado de color, los cuerpos se encorvaban, las cabezas picoteaban el ritmo, las manos alborotadas golpeaban la masa sonora aumentando gradualmente su intensidad. Era algo inconmensurable, una erupción propagada por todo el cuerpo, inflamada por ardientes sentimientos y próxima a estallar; de los dedos en erección, de las convulsiones del cuerpo irradiaba un sentimiento, siempre nuevo, en el enorme estremecimiento individual. ¿Cuántas veces se repitió todo esto?» (El hombre sin atributos, Barcelona, 1986, vol. 1, pp. 58-59).

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[19] Se puede encontrar una valoración reciente de Henrik de Man en L. Niethammer, Posthistorie: ist die Geschicbte zu Ende?, Hamburgo, 1989, pp. 104-115.

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[20] Véase especialmente V. Farías, Heidegger et le fascisme, Verdier, París, 1987 (vers. cast.: Heidegger y el nazismo, Barcelona, 1989), y Hugo Ott, Heidegger, unterwegs zur Biographie (trad. cast.: Martin Heidegger, Madrid, 1992).

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[21] Véase E. Colinet, «Paul de Man and the Cercle du Libre Examen», en W. Hamacher, N. Hertz y T. Keeman (eds.), Responses: On Paul de Man’s Wartime Joumalism, Lincoln, Neb., 1989, pp. 426-37; sobre todo p. 431.

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[22] Véase, de P. Bourdieu, Ontologie politique de Martin Heidegger, París, 1988 (trad. cast.: La ontología política de Martin Heidegger, Barcelona, 1991); y también J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, 4 1993.

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[23] «Les Juifs dans la littérature actuelle»: Le Soir, 4 de marzo de 1941, incluido en Paul de Man, Wartime Joumalism, 1939-1943, Lincoln, Neb., 1988, p. 45. La fioritura concluyente, cuando se envía a los judíos a una isla cualquiera, es sin duda, a posteriori, de mal agüero, pero se refiere a la llamada «solución» de Madagascar discutida hasta que la guerra con Gran Bretaña cerró las rutas marítimas. Véase A. Mayer, Why Did the Heavens Not Darken?, Nueva York, 1988.

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[24] Compárese el papel de la ironía en Venturi, concretamente en su Complexity and Contradiction, Nueva York, 1966 (trad. cast.: Complejidad y contradicción en arquitectura, Barcelona, 1974), pero también en Learning from Las Vegas, Cambridge, Mass., 1972 (trad. cast.: Aprendiendo de Las Vegas. El simbolismo olvidado de la forma arquitectónica, Barcelona, 1978). Uno de los temas del presente libro ha sido la supervivencia de estos valores modernistas residuales en plena postmodernidad.

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