[1] R. Venturi y D. Scott-Brown, Learning from Las Vegas. Cambridge, Mass., 1972 (trad. cast.: Aprendiendo de Las Vegas. El simbolismo olvidado de la forma arquitectónica, Barcelona, 1978).

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[2] La originalidad del rompedor Language of Post-Modern Architecture de Ch. Jencks (1977; trad. cast.: El lenguaje de la arquitectura postmoderna, Barcelona, 1980) residía en su combinación casi dialéctica de la arquitectura postmoderna y cierto tipo de semiótica; apelando a la una se justificaba la existencia de la otra. La semiótica es adecuada para analizar la arquitectura más nueva en virtud del populismo de ésta, que no emite signos y mensajes a un «público lector» espacial, a diferencia de la monumentalidad del modernismo. Asimismo, de este modo se valida la arquitectura nueva, en la medida en que resulta accesible al análisis semiótico y esto prueba que es un objeto esencialmente estético (más que las construcciones transestéticas del modernismo). Aquí, pues, la estética refuerza una ideología de la comunicación (a la que volveremos en el último capítulo), y viceversa. Además de las muchas contribuciones valiosas de Jencks, véase también H. Klotz, History of Postmodern Architecture, Cambridge, Mass., 1988; P. P. Portoghesi, After Modern Architecture, Nueva York, 1982 (trad. cast.: Después de la arquitectura moderna, Barcelona, 1982).

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[3] M. Heidegger, «El origen de la obra de arte», en Caminos de bosque, Madrid, 1995, p. 27.

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[4] R. Ceserani, «Quelle scarpe di Andy Warhol»: Il Manifesto (junio de 1989).

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[5] R. Stang, Edvard Munch, Nueva York, 1979, p. 90.

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[6] Este es el momento de abordar un significativo problema de traducción y de decir por qué, en mi opinión, la idea de una espacialización postmoderna no es incompatible con la influyente atribución de J. Frank de una «forma esencialmente espacial» a lo modernista. A posteriori, lo que esto describe es la vocación de la obra moderna de inventar una especie de mnemotécnica espacial, que recuerda el Art of Memory de F. Yates, una construcción «totalizante» en el sentido estricto de la obra estigmatizada, autónoma, por la que el particular incluye de alguna manera una serie de retensiones y protensiones que vinculan la oración o el detalle a la Idea de la propia forma total. Adorno cita un comentario del director de orquesta Alfred Lorenz en este preciso sentido: «Si has dominado por completo una obra de arte en todos sus detalles, a veces experimentas momentos en los que tu conciencia del tiempo desaparece de pronto y toda la obra parece lo que podríamos llamar “espacial”, esto es, todo está presente en la mente con precisión y de modo simultáneo». Pero esta espacialidad mnemotécnica nunca podría caracterizar a los textos postmodernos, que se abstienen de la «totalidad» casi por definición. Así pues, la forma espacial modernista de Frank es sinecdótica, en tanto que ni siquiera sirve como comienzo evocar la palabra metonímica para la urbanización universal de la postmodernidad, por no hablar de su nominalismo del aquí-y-ahora.

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[7] Ver también «Art Deco» en mi Signatures of the Visible, Nueva York, 1990.

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[8] «Ragtime»: American Review, 20 (1974), pp. 1-20.

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[9] L. Hutcheon, A Poetics of Postmodernism, 1988, pp. 61-62.

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[10] J.-P. Sartre, «L’Étranger de Camus», en Situations II, Gallimard, Paris, 1948.

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[11] La referencia básica, donde Lacan examina a Schreber, es «D’Une question préliminaire á tout traitement possible de la psychose», en Ecrits, Nueva York, 1977, pp. 179-225. La mayoría de nosotros ha recibido está visión clásica de la psicosis a través del Anti-Edipo de Deleuze y Guattari.

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[12] Véase mi «Imaginary and Symbolic in Lacan», en The Ideologies of Theory I, Minnesota, 1988, pp. 75-155.

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[13] M. Séchehaye, Autobiography of a Schizophrenic Girl, Berkeley, 1978.

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[14] Primer, Berkeley, 1978.

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[15] J.-P. Sartre, ¿Qué es la literatura?, en Obras Completas, Losada, Buenos Aires, 1962, tomo 2, p. 1061.

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[16] E. Mandel, Late Capitalism, Londres, 1978, p. 118 (trad. cast.: El capitalismo tardío, México, 1972).

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[17] Véase, sobre todo respecto a estos motivos en Le Corbusier, G. Kähler, Architektur als Symbolverfall: Das Dampfermotiv in der Baukunst, Brunswick, 1981.

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[18] «Decir que una estructura de este tipo “se vuelve de espaldas” es sin duda un eufemismo, mientras que hablar de su carácter “popular” es no entender su segregación sistemática respecto a la gran ciudad hispano-asiática que hay fuera (cuyas multitudes prefieren el espacio abierto del viejo Plaza). En efecto, casi equivale a suscribir la ilusión suprema que Portman quiere producir: que ha recreado, en los preciosos espacios de sus super-vestíbulos, el tejido auténticamente popular de la vida urbana.

»(De hecho, Portman sólo ha construido grandes vivariums para las clases medias-altas, protegidos por sistemas de seguridad asombrosamente complejos. Casi todos los nuevos centros del núcleo urbano podrían haberse construido igualmente sobre la tercera luna de Júpiter. Su lógica fundamental es la de una colonia espacial claustrofóbica que intenta miniaturizar la naturaleza dentro de sí misma. Así, el Bonaventure reconstruye una nostálgica California del Sur de galantina: naranjos, fuentes, viñas en flor y aire limpio. Fuera, en la tóxica realidad contaminada, grandes superficies de espejos reflejan no sólo la miseria de la gran ciudad, sino también su irreprimible vitalidad y su búsqueda de la autenticidad, incluido el movimiento mural vecinal más emocionante de América del Norte)». (M. Davis, «Urban Renaissance and the Spirit of Postmodernism»: New Left Review, 151 [1985], p. 112).

Davis cree que sostengo una postura displicente o corrupta ante esta muestra de renovación urbana de segundo orden; su artículo tiene tanta información urbana útil y tanto análisis como mala fe. Las lecciones de economía impartidas por alguien que piensa que las fábricas que explotan a los trabajadores son «precapitalistas» no ayudan nada; además, no está claro qué provecho puede obtenerse atribuyéndole a nuestra postura («las rebeliones de los ghettos a finales de los años sesenta») una influencia formativa en el surgimiento de la postmodernidad (estilo hegemónico o de «clase dirigente», si es que alguna vez lo hubo), por no decir el aburguesamiento. Obviamente, la secuencia se desarrolla a la inversa: primero, el capital (y sus innumerables «penetraciones»), y sólo después se puede desarrollar la «resistencia» a él, aunque pudiera ser bonito pensar otra cosa. («La asociación de trabajadores, tal como se presenta en la fábrica, no es puesta, por lo tanto, por ellos, sino por el capital. Su reunión no es su existencia, sino la existencia del capital. Frente al trabajador individual ella se presenta como accidental. Él se relaciona con su propia reunión con otros trabajadores y con la cooperación con ellos como algo ajeno, como con el modo de actuar del capital», Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, en Obras de Marx y Engels, tomo 21, cap. III: K. Marx, «El capital del capital», México, 1977, p. 540.)

La réplica de Davis es característica de algunos de los ecos más «militantes» de la izquierda; las reacciones derechistas a mi artículo suelen expresarse como una ansiedad estética, y (por ejemplo) lamentan mi aparente identificación de la arquitectura postmoderna en general con una figura como Portman, que es, por así decirlo, el Coppola (si no el H. Robbins) de los nuevos núcleos urbanos.

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[19] M. Herr, Dispatches, Nueva York, 1978, pp. 8-9 (trad cast.: Despachos de guerra. Barcelona, 1980).

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[20] Véase mi «Morality and Ethical Sustance» en The Ideologies of Theory I, Minneapolis, 1988.

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[21] L. Althusser, «Ideological State Apparatus», en Lenin and Philosopby, Nueva York, 1972 (trad. cast.: Lenin y la filosofía, México, 1981).

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