Capítulo IX
EL «DREAM TEAM» SE DESVANECE, LA COPE PLANETARIA DESCARRILA

La guerra interna que se desarrolla en la COPE desde comienzos de la temporada 2001-2002 hasta principios de la de 2002-2003 no fue simplemente una ilustración de los problemas internos de cualquier empresa que no gana dinero, ni de un cambio generacional, ni de una disputa ideológica, ni de una sucesión de conflictos entre egos a punto de estallar, pandillas sindicadas y plantillas al borde de un ataque de nervios. Fue eso y más, pero si se quiere entender el fondo del proceso, el que explica cómo el «Dream Team» de Pedro Jota y Telefónica se vino abajo en un año, cómo la compra y tutela de la COPE por Planeta terminó como el rosario de la aurora y cómo, tras esa doble ruina, Pedro Jota y Luis Herrero protagonizaron el rosario de bofetadas más libre y feroz que haya visto ninguna aurora radiofónica en España, hay que situar los dos proyectos fallidos y la ensalada de tortas que le sirvió de colofón en el contexto mediático de la segunda legislatura de Aznar, la de la mayoría absoluta, cuando todo el futuro, y también y sobre todo el de los medios de comunicación audiovisual, parecía querer modelarse como plastilina en las manos del adusto faraón monclovita. Sin el conocimiento o el recuerdo de ese entorno político es imposible entender ni lo que pasó entonces ni lo que ha sucedido tras la defenestración del Poder del PP gracias a la masacre terrorista del 11-M y su manipulación mediática.

Todos, absolutamente todos los movimientos en los medios audiovisuales de centro-derecha tenían como objeto conquistar el «Polanquito de Oro», multipremio con chollobote que Aznar reservaba al presunto empresario de comunicación capaz de crear frente al polanquismo un grupo multimedia tan disciplinado, sectario y poderoso como el mismísimo Imperio prisaico. El problema del «Polanquito de Oro» es que lo tenía que dar Aznar entregando los despojos del imperios fast and run, o sea, aprisa y corriendo, que había montado Villalonga en Telefónica en el invierno de 1996, cuando el polanquito primero de Aznar, Antonio Asensio, se pasó a Polanco. Las piezas clave del intento de reequilibrar la descompensación mediática entre la derecha y la izquierda, o entre el aznarismo y el antiaznarismo que amenazaba con derribar al Gobierno al año de llegar al Poder, fueron compradas, recompradas o inventadas con el dinero de Telefónica y eran tres: Vía Digital, para impedir el monopolio de Canal Satélite Digital en la televisión de pago; Antena 3 Televisión, para impedir la hegemonía total de la izquierda en la televisión privada en abierto, y Onda Cero, para crear una alternativa de radio semejante a la SER en número de postes emisores, poderío multimedia y eficaz gestión empresarial.

Los aspirantes eran todos los demás grupos de comunicación, que a su vez aportaban piezas al Contraimperio: El Mundo y ABC añadían un periódico nacional de referencia al sector audiovisual; el Grupo Correo, solo o en compañía de Prensa Española (ABC), aportaba su cadena de diarios regionales y jugaba a todo después de apostar por Polanco en la Guerra Digital, lo mismo que el Grupo Godo y el Grupo Zeta. Y a esto se añadía el zascandileo autónomo o inducido de otros grupos multimedia de envergadura internacional, como Pearson y Murdoch, que también cosquillearon las entretelas decisorias del Faraón, uno en la primera y el otro en la segunda legislatura.

Que la obsesión de Aznar fuera Polanco es lógica. Nunca ha existido en España (tal vez por eso ha sobrevivido hasta hoy) un grupo de comunicación convertido en un poder fáctico tan aplastante, tan omnipresente y tan contrario a los principios, valores e ideas que pueda alentar un proyecto político liberal y nacional. Pero como el empeño de Aznar nunca fue conquistar la hegemonía ideológica allá donde más acusadamente reina la izquierda, que es en la educación y los medios de comunicación, como no se atrevió a facilitar que la iniciativa privada desarrollara en la derecha proyectos empresariales que equilibraran esa hegemonía, como lo que Aznar buscó siempre era neutralizar al que amenazaba su poder —legítimo pero limitado— y no al que amenazaba ilimitada y permanentemente la libertad en España y la pluralidad de los medios de comunicación, ese antipolanquismo razonable se convirtió en un disparatado polanquismo especular. Y con ese guión era inevitable que Planeta, el único grupo editorial capaz de competir con el de Polanco en España y América, fuera invitado a unirse a esa desequilibrada carrera de equilibrios, a ese antipolanquismo polanquizado, a ese exorcismo satánico que en última instancia buscaba Aznar.

Pero atención: con todo el PP detrás. Y cuando digo todo es todo. Si personifico la responsabilidad en Aznar es porque la tuvo, la asumió y podría decir que hasta la disfrutó, pero ni en el fondo ni en la forma difería lo más mínimo del sentir y el parecer del 90 por ciento de los representantes políticos de la derecha, que, habitualmente recelosos de su base social, son reacios a dejarle respirar y expresarse libremente, en su plural y anárquica complejidad, en su lealtad de fondo a los principios —Libertad, Propiedad, Igualdad ante la Ley, Familia, Nación española— y en su desconfianza ante los políticos en general, incluidos los suyos. Esa derecha sociológica, por su relativo desentendimiento de la política, cultiva siempre la nostalgia de un líder providencial que salve y mejore España y que les permita dedicarse a los asuntos que realmente les interesan: los particulares, familiares o empresariales, mucho más que los políticos.

En la actualidad, eso ha cambiado o está cambiando mucho y a gran velocidad. Ni todo el PP ni, sobre todo, la base social de la derecha se parecen a los de hace tres o cuatro años, los de aquellos años bobos, felizmente bobos, del 2001-2002. Después de dos años de Gobierno ZP, es decir, después del proceso de liquidación nacional y persecución política contra la derecha acometido por la izquierda y los nacionalismos, que empezó por el Pacto del Tinell y el de Perpiñán, que alcanzó su punto álgido en el 11-M y su punto de no retorno golpista el 13-M y que ha continuado desde el 14-M con la práctica liquidación de la herencia política de los años de Aznar, desde la política internacional hasta la hidráulica, desde la educativa hasta la antiterrorista, la derecha social casi al completo y buena parte de la derecha política han cambiado. Desde las leyes contra la familia, la educación y la Iglesia católica, hasta el nuevo Estatuto de Cataluña y el renovado pacto del PSOE con la ETA, el Gobierno de Zapatero ha liquidado el consenso de la Transición que dio lugar al régimen constitucional de 1978, ha anulado el papel moderador de todas las instituciones del Estado de Derecho, y ha demostrado la voluntad de liquidar todos los valores que media España siente como irrenunciables. Y esa España se ha despertado, ha salido a la calle, ha demostrado una capacidad de movilización como jamás había demostrado. Una parte muy significativa del PP, que es su partido, se ha despertado y movilizado con ella. Y la COPE ha tenido un papel esencial en esa reacción popular frente a la descarada agresión de la izquierda.

Pero eso ha sido después. Apenas cuatro años antes, nadie preveía el diluvio ni fabricaba arca alguna. Al revés, el Gobierno parecía disfrutar echando a pique lo poco que en la derecha flotaba, y cuando jugaba a astillero o atarazana, ni reparaba bajeles viejos ni fletaba barcos nuevos. Su única obsesión era controlar y mangonear. En la radio, nombrar un capitán que corrigiera la incorregible singladura solitaria de la COPE.

Lara y Aznar nombran Dombernardo a González Ferrari

La COPE Planetaria fracasó cuando Lara, tras haber adquirido en torno al 10 o 12 por ciento de la propiedad, se sintió con la fuerza suficiente para hacerse con el control de la gestión. En ese momento, con un organigrama supuestamente favorable y con Luis Herrero como representante de Planeta en el Consejo de Administración pero designado por la COPE, Lara decidió que la situación estaba suficientemente madura para hacerse con el poder, para lo cual era imprescindible relegar a don Bernardo a la condición de florero honorario, es decir, a una presidencia de honor, nombrando para mandar de verdad a un presidente ejecutivo. Obviamente, éste era el que tenía que conseguir el cambio de línea informativa y política de la cadena pasando de un centrismo liberal que apoyaba críticamente al Gobierno pero no le obedecía a una «línea PSC» tutelada por Moncloa, que permitiese reforzar sus lazos con el catalanismo. Si se mira con un poco de perspectiva, era una apoteosis de la necedad y del regate corto que no podía tener más fruto claro que quitarme de en medio a mí y darle a Luis Herrero una patada hacia el Consejo de Administración, en el mismo sentido de don Bernardo pero sin llegar a las nubes presidenciales. Pero ¿quién le ponía el cascabel al gato?

El elegido por Lara tras consultar con La Moncloa o designado por La Moncloa tras petición de Lara fue Javier González Ferrari, que se declaró cansado de bregar con la fauna sindicalera de RTVE pero dispuesto a sacrificarse por Aznar y el PP con el único consuelo de una supernómina o latisueldo como presidente ejecutivo de la COPE. Cuando Luis se enteró a través de La Moncloa de que la oferta estaba hecha y aceptada, de que el nombre estaba requeteconsensuado y de que el nombramiento era inminente, más aún, que ya era un hecho, llamó a Lara para contrastarlo. Aunque designado por la COPE en vez de José Antonio Sánchez como controlador de contenidos y luego como consejero, Luis representaba a Planeta y, como nadie le había contado nada sobre la operación, se veía en una situación de sorpresa desairada.

Dicho sea de paso, el carácter residual que la COPE tenía a los ojos del Gobierno se nota en que sus cargos políticos fueron adjudicados a José Antonio Sánchez y Javier González Ferrari, comisarios políticos en RTVE y a los que se pagaban los servicios prestados con un dorado retiro en el balneario episcopal. Porque ése era el designio del faraón José Ramsés II para una radio que seguía siendo una referencia esencial en la derecha: convertirla en un balneario centristón de contenidos gubernamentoides cuya gestión se adjudicaba a un señor de Barcelona sin experiencia en el sector y que jamás se había jugado nada apoyando al PP en los años duros, pero muy dispuesto a acabar con las críticas liberales a Rato, los reproches éticos al propio Aznar y, por supuesto, a liquidar esas críticas radicales, exageradas, estridentes y, por ende, contraproducentes, de La linterna al nacionalismo vasco o catalán. Consumatum erat.

Lara le confirmó a Luis que, en efecto, tras haber hecho la gran inversión que él conocía para hacerse con un paquete significativo de la propiedad y dada la inoperancia de don Bernardo y su equipo para afrontar la crisis de audiencia y publicidad de la casa, había decidido asumir la gestión empresarial y nombrar presidente ejecutivo a Javier González Ferrari, con el visto bueno de La Moncloa. Que Aznar estuviera encantado de poner a uno de sus cancerberos al frente de la COPE no suponía para nosotros la menor sorpresa. Lo que no acababa de creerse Luis es que don Bernardo, cuyo apego al sillón de la COPE merecía un anuncio de pegamento Imedio, se fuera mansamente del poder. Lara le aseguró que sí, que don Bernardo estaba de acuerdo. Adiós, adiós. Y colgaron.

Con la cabeza metida en una nube de granizo y los pies en un charco de niebla, Luis llamó entonces a don Bernardo para corroborar lo que le había dicho Lara.

—O sea, don Bernie, que al final se rinde y deja los trastos ejecutivos a Ferrari.

—¿Que yo dejo qué?

—La presidencia de la COPE. Vamos, el poder ejecutivo; y pasa a florero, je, je, o sea, presidente de honor.

—De ninguna de las maneras. Pero, vamos, de ninguna de las maneras. ¿Y quién dice eso?

—Me lo acaba de decir Lara. Que el acuerdo es total con Ferrari, que La Moncloa está encantada y usted también.

—Con Ferrari puede acordar Lara lo que quiera y La Moncloa puede decir lo que le dé la gana. Pero yo no he dicho que me voy y mucho menos para dejarle esto a un accionista que tiene el 10 por ciento y a un presidente ejecutivo que, con todos mis respetos, verdad, pues no ha tenido demasiado éxito en la casa pese a que tuvo su gran oportunidad cuando sustituyó a Luis del Olmo. Nada de nada, Luis. Yo sigo en mi sitio mientras me digan que siga los que me lo pueden decir. Y si Lara ha nombrado a Ferrari, allá él y Ferrari. Te digo que no hay nada de nada. Ni lo habrá. Gracias, Luis.

La perplejidad de Luis fue total. El nombramiento de Ferrari duró menos de veinticuatro horas y no pasó de acuerdo a contrato, al menos que yo sepa. Pero, según Lara, el que se lo cargó fue Luis Herrero poniendo a don Bernardo contra su sucesor. Lara riñó con Luis y hasta hoy dura el enfado. Ésa sigue siendo varios años después la versión oficial en Planeta del fracaso del asalto a la COPE. A mí don Bernardo me dio tiempo después una versión que yo creo que explica algo lo que realmente pasó.

—Hombre, Federico, es que a mí me dice Lara en un principio que renuncia a la gestión porque Luis le ha explicado claramente que los intentos de ABC y del Grupo Correo fracasaron precisamente porque querían hacerse con la COPE teniendo sólo un 5 por ciento, que él ha aprendido la lección y que ellos sólo quieren colaborar en los estudios de marketing y todo eso. Y en cuanto tiene el 10 me sale con lo de la gestión. Así que yo le dije: perdone, don José Manuel, a lo mejor yo no me he explicado bien, pero ¿cómo pudo pensar usted que con un 9 o un 13 por ciento, lo que sea, puede usted apartar de la gestión a la propiedad, que yo represento, y que tiene más del 70 por ciento? Me temo que aquí ha habido un malentendido, cosa que lamento de veras. El, Lara, se puso como un basilisco y le echó la culpa a Luis Herrero. ¡No sé por qué!

—Pues porque usted le dejaría creer que metiendo tres mil millones iba a mandar en la cadena. Y una vez los metió… se llevó el chasco. Como él no puede reconocer que usted le engañó y usted tampoco lo reconocerá, la culpa es del que estaba en medio, o sea, Luis Herrero.

—Bueno, ya se le pasará. Las aguas volverán a su cauce. Se le tiene que pasar, Federico, porque tiene aquí una inversión importante y le conviene que esto vaya bien.

—¿Usted no le compraría su paquete de acciones? Porque se lo pedirá.

—Si acepta el precio original, no tengo inconveniente. Pero supongo que para él sería un quebranto grande.

—¿Y al precio que él ha pagado?

—¡Quita, quita! ¡No tenemos tanto dinero! Ya sabes tú que después de lo de García y lo del Drintím estamos muy justitos. Pero verás tú como salimos adelante.

—Y de tesorería, mejor, ¿no?

—Hombre, me molesta que sea de una forma tan desagradable. Pero… mejor.

Pasado el tiempo, yo he llegado a la conclusión —pero sin pruebas— de que el cura engañó a Lara dejándole creer lo que Lara quería creer: que él había engañado al cura. Hizo caja, que es lo que necesitaba la COPE en aquellas bajísimas horas, y luego le hizo creer a Lara que el que se había cargado el posible acuerdo era Luis Herrero. No se explica de otro modo que, pasado el tiempo de la penuria y recompradas las acciones de Planeta, con quien tenemos excelentes relaciones comerciales, se mantenga el odio de Lara contra Luis. Está claro que hay engaños que duran más que los hombres. O casi.

Luis Herrero contra Pedro Jota o los escombros arrojadizos del «Dream Team»

En el frente interno de 2002, la sempiterna estrategia monclovita de liquidar la COPE, esta vez a manos de González Ferrari y Planeta, se saldó, pues, con el sempiterno fracaso. En el frente externo, que básicamente consistía en resistir el tirón de audiencia y publicidad del «Dream Team» creado a golpe de talón en Onda Cero, lo difícil no fue resistir, ya que nuestra única alternativa era Numancia o Sagunto. Y pronto quedó claro que aquel agregado de egos y millones estaba abocado a la autodestrucción. Por curiosa paradoja, que en la COPE se había convertido en costumbre, lo peor de la lidia del «Dream Team», que se lidiaba solo, fue la agonía del morlaco, o, más bien, el arrastre con las mulillas de la colaboración de Pedro Jota con Onda Cero-Telefónica: el «Caso Alierta».

Visto con cierta perspectiva, podría pensarse que la feroz pelea de Luis Herrero con Pedro Jota al cesar éste su colaboración con Onda Cero fue simplemente una forma de pasarle la factura por su «traición» de un año atrás a sus amigos de la COPE, del mismo modo que muchos —entre ellos el propio Luis— creyeron que, en el fondo, el estallido del «Caso Alierta» fue la venganza de Pedro Jota por el incumplimiento de las promesas telefónico-monclovitas sobre la adjudicación de Antena 3 Televisión o, al menos, Onda Cero, al grupo de El Mundo para crear el enésimo polanquito multimedia ese que equilibraría —ahora sí que sí, que de verdad que sí— el aplastante poder del grupo multimedia de Polanco.

Yo creo que todo queda claro, incluido lo que queda oscuro o turbio, en la pelea verbal en directo de Luis y Pedro Jota en La mañana, que, a mi juicio, es uno de los ejercicios de libertad de expresión más asombrosos de la historia de la radio española. Pero antes de transcribirlo creo que hay que dar algunas claves sobre lo que hizo Luis Herrero, que, dicho sea de paso, fue justo lo contrario de lo que yo le dije que hiciera.

En la nota del Comité Intercentros transcrita al final del capítulo anterior queda claro que Luis se convirtió en el blanco de todas las críticas internas a lo que parecía —y era— un plan para vender barata la COPE o convertirla en pata radiofónica del sillón del nuevo imperio multimedia bendecido por Aznar. Al ser la última de las «estrellas» de Antena 3 que, tras el golpe de Polanco y González, desembarcaron en la COPE en 1992 y la salvaron del cierre, Luis concitaba el odio de todos los burócratas episcopolíticos que habían gestionado la cadena, siempre tutelados por don Bernardo y siempre a la sombra de grandes «estrellas» como Encarna Sánchez y Luis del Olmo, cosa que tendían a olvidar. Pero la piadosa manía laboral de embalsamar directivos, típica de la casa, los había convertido en una suerte de trilobites petrificados y sin embargo vivos, que jaspeaban los distintos estratos geológicos del paisaje empresarial. Como no tenían nada que hacer, salvo entretener su vacuidad laboral gratificada, intrigaban a más y mejor. Y el blanco de las intrigas siempre era Luis Herrero.

Aunque no hay justificación ética, esa animadversión permanente contra Luis tenía explicación psicológica y faunoburocrática. Además de venir de Antena 3 y, por tanto, de recordarles el intolerable favor de subsistencia que como ejecutivos fracasados le debían, estaba en el Consejo de Administración, formaba parte del nuevo organigrama de Planeta, era amigo de Aznar y, sobre todo, dirigía el programa más importante por audiencia y facturación de la cadena. Todo pasaba por él y todas las bofetadas le caían a él. Y cuando no le caían, parecía que las buscaba. Tiene Luis el virtuoso defecto de hablar con descarnada claridad a quien no quiere oírle y de cantarle las verdades al Lucero del Alba sin preguntar antes al luminoso referente astral si tiene curiosidad por conocerlas. El resultado era que las intrigas habituales, que olfateaba con perspicacia infalible, genéticamente diseñada, solían complicarse con imprevistas peleas callejeras, léase pasilleras, que le llevaban a perder mucho tiempo y dedicar esfuerzos agotadores a naderías que una mentira piadosa o un guiño hipócrita tal vez hubieran podido evitar. Eso no quiere decir que siempre fuera posible hacerlo ni que yo lo hubiera hecho mejor. Simplemente, que las cosas sucedieron así. Y como fueron agotadoras, desapacibles y harto mortificantes, no es nada extraño que Luis, tras vadear la rambla de Planeta y el turbión de Onda Cero, en vez de respirar aliviado, respirase por la herida. Cuando no era un comité el que lo ponía en la picota de algún tablón, era un lío interno de su equipo, o una intriga del ejecutivo de turno, o la enésima traición monclovita, o un desencuentro conmigo, o una gestión del cura a sus espaldas, o una puñaladita nacionalista episcopal.

Y, por si faltaba algo, lo que a Luis más le dolía de todo: la querella contra él de la viuda de Antonio, Cristina Pécker, que, por supuesto, fue aparatosamente aireada y vilmente manipulada por el imperio prisaico y su panfleto adjunto El Siglo. La causa era que Luis no desempeñaba como Cristina quería la función de albacea y partidor único en la caótica herencia de nuestro amigo. Y la razón era bien sencilla: Luis debía defender por igual los derechos del primer hijo del primer matrimonio —anulado— de Antonio y los de la viuda y cuatro hijos del segundo. Cristina debió de sufrir —supongo— muchos apremios o agobios, reales o psicológicos, al quedarse sola y, evidentemente, creía tener derecho a disponer de parte de la herencia, cosa que Luis no permitía sin cumplir los agotadores trámites de la ley. Yo fui testigo de todo lo que Luis y Manuel Pizarro hicieron en los meses posteriores a la muerte de nuestro amigo para aclarar y sustanciar la herencia de la forma más favorable para sus hijos. Sé que Luis hizo siempre lo que creyó justo y reconozco que todavía me sorprende que Cristina no sólo rompiera con Luis sino con toda la familia y todos, todos los amigos de Antonio, que se supone eran también los suyos. Pero aunque finalmente los tribunales le dieron toda la razón a Luis, como era de justicia, no querría, para ser justo, dejar de consignar que en la tempestuosa relación de Antonio y Cristina, aparentemente idílica en los últimos años y niños, debía de haber heridas profundas que los amigos de Antonio desconocíamos. No puedo explicarme de otra forma el comportamiento de Cristina, a la que, por otra parte, tanto Luis como yo, amén del séquito y la corte de nuestro radio-caudillo, adorábamos. Si yo fuera Simenon, escribiría la novela ácida y breve de Cristina después de Antonio. Como no lo soy, me limito a reseñar que Luis lo pasó fatal con la historia de la querella, sin poder defenderse de las murmuraciones y sin que nadie pueda nunca agradecérselo. Y que ésa pudo ser la gota que colmó el vaso de una paciencia que, después de tantas traiciones y calamidades, con tanto desastre a cuestas, sólo podía brillar por su ausencia.

Por esas u otras razones, o por todas juntas y algunas más, el hecho es que el lunes 18 de noviembre de 2002, a las siete en punto, que era cuando se incorporaba en directo al micrófono, Luis comenzó La mañana contestando así al editorial de El Mundo:

Pedro J., el director de El Mundo, insiste hoy machaconamente en un editorial, en la misma línea que ya había anunciado ayer en su larga carta dominical, más larga que de costumbre.

La idea que le tortura, o que le persigue, es que se está quedando solo en la denuncia contra César Alierta y que nadie le está acompañando a la hora de aventar esas supuestas ventajas económicas, 309 millones de pesetas que le sacó César Alierta al mal uso de información privilegiada cuando era presidente de Tabacalera.

En el comentario de ayer, en el editorial de hoy del diario El Mundo y en su actitud desde hace algún tiempo, parece que Pedro J. ha trazado una raya y, según esa raya, los que amplifiquemos esta denuncia, estaremos al lado del bien, y los que no lo hagamos, estaremos vendidos, comprados o alquilados, creo recordar que era la frase que ayer utilizaba en su comentario editorial.

Yo, particularmente, no creo que las personas sean buenas o malas, diga Pedro J. lo que diga, en función de que estén en nuestro lado o enfrente de nuestras posiciones, y las personas que me conocen saben que he defendido esta postura muchísimas veces.

A menudo, en muchísimas ocasiones, posiblemente más de las que nos gustaría, cabalgamos o caminamos al lado de personas indeseables, y luego sólo nos atrevemos a llamarlas indeseables cuando cruzan de acera y pasan a amigarse con nuestros adversarios. Podría poner infinidad de ejemplos pero ni es el momento, ni tengo ganas de hacer memoria, porque no es el motivo de este comentario.

Lo único que le quiero pedir a Pedro J. Ramírez, con todo afecto, es que busque en las hemerotecas, en la hemeroteca de su propio periódico, y que con toda seguridad encontrará algunas lindezas contra Jiménez Villarejo, el fiscal Anticorrupción, que no se compadecen demasiado con las flores que le está dedicando ahora por estar colocando precisamente a César Alierta contra las cuerdas.

Pero lo más fuerte venía después. Eran cuatro preguntas envenenadas contra Pedro Jota, con datos que en parte yo conocía y en parte, no, porque Luis seguía mucho más de cerca las intrigas político-mediáticas. La víspera, yo había hablado con él sobre el artículo de Pedro y le dije que hiciera justo lo contrario de lo que hizo, que fue esto:

Me gustaría decirle a Pedro J. Ramírez algunas cosas o, mejor dicho, me gustaría hacerle algunas preguntas:

PRIMERA. Pedro, busca en tu conciencia, y dime ¿por qué tardaste tanto tiempo en publicar una información que tenías en el cajón hace bastante más de un año?

SEGUNDA. ¿Por qué accediste después, cuando ya César Alierta era sospechoso (porque ya habías sacado tus primeras informaciones), en medio de un silencio tan espeso como el que ahora denuncias en los demás, a convertirte en socio del grupo mediático de Alierta? Y además lo hiciste llevándote los postes de El Mundo, de esta casa de la COPE, a Onda Cero, al «mundo del Imperio del Mal». Y además, sin avisar.

TERCERA. ¿Por qué volviste a ser contertulio de Luis del Olmo, después de haberme prometido personalmente que nunca más volverías a trabajar con él? ¿Y por qué reincidiste y volviste a ser contertulio esta temporada, aunque fuera esporádicamente justo cuando estabas negociando la venta de los postes de El Mundo sin haberlos explotado el tiempo mínimo que marca la ley?

CUARTA. ¿Por qué resucita este caso? ¿Por qué con esta virulencia, justo cuando esa operación de compra-venta se ha consumado y te ha ayudado a salvar el ejercicio para este año? Porque el dinero que te ha ayudado a salvar el ejercicio de este año es el dinero que te han dado por esos postes los hombres de Alierta.

Muchas veces has dicho, Pedro, que no crees en las casualidades. Y yo estoy de acuerdo con eso. Lo dices en el editorial de hoy, por ejemplo. Y te digo una cosa: yo tampoco.

Nos conocemos desde hace un montón de tiempo, te admiro y lo digo de verdad. Eres valiente, te has jugado el pellejo, han ido a por ti de la manera más abyecta y siempre he estado y siempre estaré a tu lado.

He defendido tu cabeza y tú lo sabes, aunque a veces hagas muchos esfuerzos por olvidarlo, cuando la pedían tirios y troyanos.

Te pedí que volvieras, a pesar de que ya me habías puesto los cuernos varias veces con Luis del Olmo, la temporada pasada, al principio de esta temporada y te lo seguiré pidiendo en la medida en que puedas ser un refuerzo profesional útil.

¿Y sabes cómo me has pagado siempre, Pedro?: liándote con Protagonistas, bueno, liándote, yéndote y no yéndote, mientras te dejaban ir, porque a lo mejor ahora resulta que no te dejan aparecer en Onda Cero ni en Antena 3 Televisión, si son verdad los rumores que llegan hasta mis oídos.

Yo te volveré a llamar, Pedro, porque creo que eres un gran periodista, un pura sangre de este oficio, y además creo que eres una de las pocas personas con las que merece la pena trabajar cuando de verdad está al lado de la causa profesional.

Pero quiero recordarte una cosa, Pedro, y te lo digo de verdad, con todo afecto. Yo nunca o casi nunca he hecho un juicio moral sobre tus intenciones. Pues, por favor, no hagas tú juicios sobre las intenciones morales de los demás. No te conviertas en el que reparte las credenciales de los que estamos al lado del bien o de los que estamos, ¿cómo has dicho?, alquilados, vendidos o secuestrados.

Todos tenemos historia, tú tienes historia, yo tengo historia y todos los que nos dedicamos a este oficio tenemos historia. Por tanto, ya nos juzgará la historia y ya se verá, Pedro, como a mí, espero, nunca me pillarás poniéndole la popa a la verdad, y tú lo sabes.

Pues ya deja de hablar del silencio y de la soledad en la que te encuentras, que el victimismo fastidia bastante, y, por favor, no seas cobarde, hombre, y juega al pádel, que mañana nos toca partido y llevas sin aparecer un mes, justo cuando el cómputo del año es favorable a mí por 4 a 1.

La réplica de Pedro Jota al día siguiente

La invectiva retrata a Luis de cuerpo entero levantino: es casi imposible imputar más delitos y traiciones a un aliado; pero, tras ponerlo verde, no vacila en citarse con él para jugar al pádel. Lo que a mí me resultaba física y metafísicamente imposible (jugar al pádel y reñir sin reñir), Luis era capaz de hacerlo y, encima, de hacerlo bien. Yo estaba de acuerdo con buena parte de sus críticas a Pedro Jota, porque había sufrido en la COPE tanto como él la invención del «Dream Team». También partía de una posición favorable a Alierta, no en balde Manuel Pizarra, buen amigo nuestro y viejo amigo del zaragozano, nos tenía dulcemente macerados en la versión del presidente de Telefónica. Por otra parte, el caso de presunta información privilegiada que habría beneficiado a su sobrino cuando él presidía Telefónica me parecía absurdo en una persona con tantísimo dinero como Alierta (había obtenido decenas de miles de millones de pesetas al vender años atrás su agencia de valores, mientras que la presunta información privilegiada habría generado una ganancia de ciento y pico millones) y aún resultaba más absurdo tratándose de un sobrino que, no teniendo descendencia los Alierta, era como un hijo.

Pero aunque compartiera un criterio sobre el caso similar al de Luis y no pudiera olvidar que Telefónica era el primer anunciante de una COPE en estado financiero casi comatoso, cosa que no dejaban de recordarnos don Bernardo y los directivos de la casa, lo que a mí me planteaba más problemas era el dilema intelectual y ético: cómo podía abordar el asunto en La linterna sin faltar a la verdad, sin vulnerar mis convicciones y, al tiempo, sin provocar un daño irreversible a la COPE. Eso, por no mencionar el daño que, aunque no mortal, también produciría la riña con Telefónica en el ámbito mucho más pequeño, pero no menos importante para mí, de Libertad Digital. Y, por supuesto, sin mencionar el efecto contrario: que la pelea de Luis Herrero con Pedro Jota arruinara mi colaboración diaria en El Mundo, mi último refugio tras salir del ABC. En honor a ellos, debo decir que tanto Luis como Pedro me evitaron cualquier violencia moral, en el sentido de tener que elegir, pero que me ahorraran los filos del compromiso no quiere decir que yo no me sintiera comprometido, agobiado y algo desconcertado. Sobre todo, cuando Luis me dijo que Pedro iba a entrar en directo en La mañana del día siguiente. Me limité, pues, a lidiar sin apreturas en La linterna, a hacer evidente mi incómoda perplejidad y a anunciar el festejo, para el que se agotaron las localidades.

Como era previsible, ambos contendientes entraron inmediatamente en faena:

Pedro J. Ramírez: En la tertulia de ayer y en su programa hubo una serie de manifestaciones profundamente injustas. Cualquier cosa que se diga en este programa o en la COPE a nosotros nos duele mucho más. Parece mentira que con todo lo que hemos vivido juntos, los episodios en los que hemos compartido puntos de vista, con los que hemos corrido riesgos, con Antonio Herrero, con usted… a continuación se ponga en duda, me parece injusto que se cuestione la motivación de nuestro periódico, o que se hable de intento de chantaje. Es verdad que hay una singularidad en este caso: que la información afecta al presidente de una compañía con la que tenemos una colaboración, lazos profesionales, eso supone que para el periódico resulta especialmente incómodo publicarlo, pero anteponemos como siempre, como ocurrió con Ibercorp, Filesa, GAL… el interés de los lectores. Lo único que cabe preguntarse sobre esta información es si los hechos son verdad y son relevantes, y nada más.

Luis Herrero: Ayer dije que me sorprendía esta información y que podía responder a cuestiones que ahora analizaremos. Pero quiero significar que es una información trascendente, sin duda, y que el único medio que la ha valorado es la COPE. Otra cosa son los comentarios de después. Tú tienes intereses en Onda Cero. Ellos no la han valorado. En el programa de Luis del Olmo no se ha dado. En La brújula la subdirectora de tu periódico, no sé si por gripe repentina, no estuvo; y no se comentó. Vamos a ser justos. Cuando se trata de información no nos podrán acusar de silenciarla en la COPE.

P. J.: Victoria Prego está de vacaciones durante toda la semana.

L. H.: Pero La brújula ni lo trató; ni los informativos de Onda Cero que tienen el apellido de El Mundo, tampoco; ni Luis del Olmo…

P. J.: Yo preferiría que para decir que la noticia obedece a un chantaje…

L. H.: Aquí hay dos cuestiones que no hay que confundir. El eslogan más acertado de la difunta Antena 3: «Informaciones veraces, opiniones independientes». Una cosa es información y otra opinión. La información la dimos. Vamos a la opinión: hay cosas que están en el ambiente…

P. J.: Pero ¿son verdaderas o no, esas cosas que están en el ambiente?

L. H.: Yo sabía y, como yo, media profesión, y tú lo sabes, que esa información estaba en poder de El Mundo desde, por lo menos, una semana antes. ¿Es verdad?

P. J.: El Mundo conoce el origen de esa información hace siete u ocho meses y hemos estado investigando hasta conseguir las pruebas. Ha sido un ejercicio meticuloso de periodismo de investigación.

L. H.: Pero lo sabía toda la profesión…

P. J.: Nosotros investigamos desde hace meses y lo hemos publicado cuatro, cinco, seis días después de haber tenido pruebas.

L. H.: Hay una lucha de poder en Onda Cero a propósito de quién controla la información. Y yo afirmo por mis fuentes, con mi información, que sí: existe. Una de las manifestaciones se escenificó hace algunos meses con la decisión de encargarle La brújula a Antonio Jiménez. A ti eso no te satisfizo porque considerabas que El Mundo debía tener más presencia en ese programa. Hubo tiras y aflojas y derivó en que Victoria Prego se hiciera cargo del programa.

P. J.: No sé si hay o no lucha de poder más allá de la que hay en cualquier medio de comunicación con sensibilidades diferentes. En el diario El Mundo no estamos en ella. Tenemos un vínculo contractual muy específico con Onda Cero en materia de contenidos. Nosotros hemos pedido que se cumpla ese contrato. No sé qué tiene que ver esto con la intencionalidad de esa información.

L. H.: Pedro Jota: tú eras contertulio de este programa hasta que tomaste una decisión libre: coger las emisoras de El Mundo e irte a la competencia. Decisión, por cierto, que yo conocí diez minutos antes.

P. J.: Yo dejé de ser contertulio porque la relación de El Mundo con Onda Cero hacía incompatible esa colaboración. También es verdad que nosotros hubiéramos estado encantados de haber llegado a un acuerdo con la COPE.

L. H.: Pero con tu experiencia como contertulio sabes que cuando ocurren las cosas hay que darles a los oyentes todos los elementos de juicio para que lleguen a conclusiones, y es evidente que esa información que está siendo ocultada por los medios, menos por la COPE, se produce en El Mundo y en un contexto en el que es un secreto a voces que hay una lucha por el control de los medios de comunicación que dependen de Telefónica. Y eso no puede ser ajeno a la valoración.

P. J.: Por eso he dicho que los comentarios fueron injustos: porque hay que reconocer como mérito adicional para El Mundo publicar esa información aun cuando nos cree problemas con nuestros socios. Lo que quiere decir que el periódico antepone el interés de los lectores a cualquier conveniencia. Es de sentido común que si nosotros quisiéramos utilizar esa información en esa clave, lo que hubiéramos hecho es enseñársela a quien fuera competente y no publicarla. Y ejercer la presión teniéndola en el cajón.

L. H.: Yo recalco que COPE es el único medio que no ha silenciado esa información y soy el único periodista que no ha cogido una gripe repentina, como ayer muchos me recomendaron, y así evitar esta conversación contigo.

P. J.: Creo que ayer en la tertulia hubo una serie de adjetivos que son injustos y, si quieres, lo que hay que subrayar es que en España cuando se ponen en circulación informaciones veraces sobre personas poderosas hay muy poca gente que se atreva a dar la cara.

L. H.: ¿Ves por lo que no tenías que haber abandonado este programa?

P. J.: Por los datos que se conocen no hay motivo para pensar que haya algo achacable a él (Alierta) personalmente, todavía. Con los datos que se conocen. Pero sí dudamos de la actuación de la CNMV. Y del archivo de este asunto sobre el crédito del sobrino de Alierta.

(Zarabanda de cortesías, despedidas previsibles, música de sintonía).

Es posible que al lector no le diga nada este enfrentamiento aparentemente absurdo, porque de una crítica tan severa en términos morales no se dedujo ninguna consecuencia de tipo ideológico o profesional. Sin embargo, lo que ha distinguido a la COPE en todos estos años no es ganar batallas, sino librarlas, casi sólo para demostrar que era libre de hacerlo. A Luis Herrero no le preocupaba lo que Pedro Jota dijera de Alierta, de Telefónica o del paisaje mediático español, sino que se atreviera a sugerir que en la COPE se ocultaba una información. Era un prurito un tanto absurdo, y, sin embargo, ahí residía la grandeza de la cadena incluso en esa época de decadencia.

Yo creía entonces y sigo creyendo ahora que esas exhibiciones de ética florentina no atraen a las masas y espantan a los poderes fácticos, políticos o económicos, pero sin esa COPE del estiaje, empeñada en batallas de principios que no entendía casi nadie, es difícil explicar que, muy pocos años después, la marea llegara tan alto. Credibilidad, suele decirse, pero hay muchos medios que cierran con su credibilidad intacta. No es fácil saber lo que entonces había de inversión moral en el futuro ni si hubiera existido algún futuro simplemente con esa inversión. Sinceramente, no lo sé. Lo que sí sé es que en 2003, desaparecidos los dos enemigos más peligrosos para la cadena, Planeta como peligro inminente interior y Onda Cero como peligro permanente exterior, la COPE se quedó a solas con su peor enemigo, que era ella misma.

Luis Herrero afrontaba su último año de contrato y dudaba seriamente sobre su futuro en la casa y en el periodismo. La tentación de la política seguía ahí, desde siempre y periódicamente atizada por Aznar, pero el cambio era demasiado serio en todos los ámbitos de la vida personal y profesional como para abordarlo sin vértigo. Yo seguía mi camino, sin pensar ni por asomo que en el futuro pasara por la COPE. En realidad, desde que decidí publicar Con Aznar y contra Aznar no veía más futuro que el del compromiso intelectual con un proyecto liberal, que, inevitablemente, supondría mi marginación personal y profesional. Eso parecía, eso creía yo, y después de los ensayos sobre Aznar en La Ilustración Liberal, eso creían cuantos me rodeaban. Eso se había demostrado de sobra, como ahora recordaré, en la presentación del libro Con Aznar y contra Aznar. Pero entonces sucedió o empezó a suceder algo que acabaría cambiándolo todo: mientras yo ajustaba cuentas intelectuales con una derecha que administraba muy bien las cuentas del Estado y favorecía eficazmente a los humildes con una gestión económica liberal, pero que estaba políticamente ciega de prepotencia y que había perdido cualquier propósito de regeneración democrática, el PRISOE decidió ganar en la calle lo que no sabía ganar en las urnas. Evidentemente, yo no había elegido el mejor momento para decir lo que pensaba sobre el futuro de España. Pero ¿acaso hay algún momento cómodo para luchar por lo que uno cree que es verdad?