Capítulo VIII
MÁS SOLOS TODAVÍA: LA COPE CONTRA EL «DREAM TEAM»

Si en la temporada 2001-2002 las cosas fueron de mal en peor pero con lentitud, vivaqueando en la ruina y sobreviviendo en los rastrojos, en la temporada 2002-2003 el ritmo se aceleró y la COPE debería haberse rebautizado Radio Murphy, porque todo lo que nos pasaba parecía inspirado por esa famosa ley que asegura que si cae al suelo una tostada untada de mantequilla lo hará siempre por el lado de la mantequilla. Lo más sobresaliente entre lo malo y, aparentemente, lo peor, fue la defección de Pedro Jota, que se pasó con postes y periódico a Onda Cero. Todo sucedió de golpe, justo al comienzo de la temporada, se escenificó en rueda de prensa el viernes 7 y pasó a las hemerotecas al día siguiente, el 8 de septiembre de 2001, cuando la portada de El Mundo, en papel y en Internet, traía como auténtico titular de apertura una ancha columna en la parte derecha que a modo de capitel mostraba una foto de Victoria Prego sentada y sonriendo felicísima en un ancho sillón, del que José María García ocupaba un brazo, Luis del Olmo el otro y Carlos Herrera aparecía, medio sentado medio enhiesto, posado en el respaldo de medio perfil. El titular resultaba llamativo, inequívoco, apabullante, estrepitoso y, para la COPE, aparentemente letal: «Onda Cero, el "Dream Team" de la radio española».

El primer sumario bajo el capitel gráfico y el titular me afectaba directamente: «Victoria Prego dirigirá La brújula del mundo, de 20:00 a 23:30 horas, con Antonio Jiménez de director adjunto y la participación habitual de Pedro Jota Ramírez». Dicho en pocas palabras: frente a La linterna iba a tener a El Mundo en pleno. Sencillito.

El segundo sumario afectaba al conjunto de la cadena y muy especialmente a Luis Herrero: «Completará una formidable parrilla diaria con Luis del Olmo por la mañana, Carlos Herrera por la tarde y José María García desde la medianoche». Estimulante.

El tercer sumario incluía los números de la pedrea que debería hundir nuestro frágil tejado: «El director general, Fernando Onega, presentó ayer la apuesta de la emisora por el liderazgo, con Javier Algarra en los informativos y Concha García Campoy y Javier Gurruchaga entre sus puntos fuertes». Reconfortante.

En la casa, obviamente, no lo veían igual. El siempre frágil y asustadizo mundo del dinero, es decir, el área comercial, yacía sumido en la depresión más honda. Los ejecutivos, con don Bernardo, Rafael Pérez del Puerto y Jenaro González del Yerro al frente, cuando los veías por un pasillo, parecían salir de un funeral. Yo le decía a Luis:

—Oye, tienes que subir a la planta segunda: han puesto de música de fondo el Réquiem de Mozart. Al menos se preparan para bien morir según los cánones.

—Sí, sí, tú ríete. Pero antes de morir ellos, nos enterrarán a nosotros.

—La ventaja que tenemos esta temporada, Luis, es que el nicho de la COPE no es muy apetecible que digamos. Estaremos muy cómodos.

—Ja. No sabes la de gente que querría un programa aunque fuera el último año.

Luis estaba indignado, sobre todo, con «la traición de Pedro Jota». Pero aunque tuviera razón, me costaba criticar a Pedro. Hacía poco que me había recogido en El Mundo tras lo de ABC, y me sentía como uno más de aquella saga de novilleros desamparados que inauguró El Niño de las Monjas y clausuró El Niño del Hospicio.

—Tú no riñas mucho, Luis. Puedes acabar en su radio como yo en su periódico.

—¿Pero tú has visto lo que dice ¡EL! ¡EL! de Luis del Olmo? —y agitaba el diario.

Tuve que verlo. Efectivamente, la frase entresacada de la entrevista y el retrato eran como suele ser la propaganda de Pedro: incondicional, estrepitosa y eficaz. Total, ¿quién se acuerda mañana del periódico de ayer? La frase del otro Luis decía: «A los oyentes talibán, a los oyentes del terror les quiero decir que no vamos a quitar el pie del acelerador y que ellos también están en nuestro punto de mira. (…) Les lanzaremos bombas de tolerancia y convivencia».

¡Quién podía pensar que quien entonces llamaba talibanes a los etarras iba a llamarme talibán a mí pocos años después! Pero sería injusto pensar que el locutor berciano confunde deliberadamente, en su argéntea madurez, a los terroristas con las víctimas del terrorismo. Es sólo escasez de vocabulario, falta de guión y no mala fe.

A Luis lo de la fe no le importaba en ese momento lo más mínimo. Recitaba:

—«Este maestro indiscutible de las ondas y animal radiofónico que afronta su vigésima octava temporada de Protagonistas como líder absoluto de la mañana y con más de ocho mil programas emitidos a sus espaldas afronta el nuevo curso como un gran reto: "Jamás había tenido la oportunidad de trabajar con una parrilla tan completa y con la plantilla más completa de la historia de la radio. Si no conseguimos el liderato ahora es para que nos la corten"».

—Se la cortarán, Luis. Aunque consiguieran el liderato, que no lo conseguirán, se la cortarán.

—Lo de animal radiofónico, como sátira, pase, pero llamar «maestro de las ondas» al tío que hace un año echó de su tertulia a Casimiro y todos los de El Mundo cuando su periódico denunció el trinque de Villalonga, ¡tiene narices! Eso, por no recordar su comportamiento cuando lo del vídeo. Pero ¿y qué me dices del «hombre de COPE»?

El «hombre de COPE» era Carlos Herrera, que se había definido así en la penosa y ya relatada exploración encargada por don Bernardo al propio Luis en mi presencia.

—Reconoce, Luis, que, para venir de Miami, no puede estar más discreto.

Y lo estaba. El único de aquel team que iba a sobrevivir al dream de Pedro J. Ramírez se hacía casi invisible en aquella epopeya dolby stereo con sensurround: «La voz y la personalidad de uno de los grandes comunicadores (aunque él sigue prefiriendo el término locutor) que ha dado la radio española en los últimos años vuelve a las ondas después de un año de relativo silencio y lo hace para tomar las riendas de la programación de tarde de Onda Cero. "No vengo a inventar nada. Vengo a continuar el buen trabajo que ha desarrollado Marta Robles (A toda radio). La tarde es un territorio que no he explorado y es un reto para mí". La cadena le ha dado todas las facilidades para confeccionar el programa y dice que "si éste no funciona, la culpa será exclusivamente mía. (…) La radio por la tarde está necesitada de un cierto calor". Respeta a sus competidores pero tratará de superarlos "con todo cariño"».

—Fíjate qué cariñoso, Luis. Yo debería tomar ejemplo.

—O sea, traidor colaboracionista, que no descartas colaborar con él. Uno en La mañana y el otro en La linterna. ¡Qué bonito!

—Oye, que el que juega todas las semanas al pádel con Pedro Jota eres tú, no yo.

—Sí, pero al que le hace la competencia no es a mí, es a ti. Mira, mira lo que dice tu periódico de tu competidora en La brújula, Victoria Prego. Siéntate y escucha: «"Yo pretendo poner mi experiencia y mi talante al servicio de un informativo que convoque al oyente y que lo que les contemos o les sugiramos sea verdad". Esta declaración de principios de la nueva directora y presentadora del buque insignia de los informativos de Onda Cero, La brújula (a partir del lunes La brújula del mundo), marca uno de los objetivos de su programa, que es ofrecer una visión plural, libre y detallada de la actualidad del día, tarea en la que contará con el oficio y la solvencia de Antonio Jiménez y con el trabajo y el esfuerzo del equipo de informativos que dirige Javier Algarra».

—Hablando en serio, Luis. Aparte de lo del gigante con los pies de barro, el caballo de Troya, el enemigo en casa y demás metáforas bélicas, tú ¿cómo lo ves?

—¿Lo tuyo? Si de ocho a nueve y media dan información, o sea, mucha crónica, corresponsal y pinchacito local; y si de nueve y media a diez ponen economía justo cuando tú terminas, es que dan por perdidas las dos primeras horas o lo dejan en manos del arrastre de Carlos. Limitan la lucha real contigo a la tertulia, de diez a doce. A ver si con García consiguen lo que García solo no ha conseguido. Pero no te engañes, Fede, esto es mucho más peligroso. Es cuña de la misma madera.

—De eso nada.

—Victoria, no. Pero Pedro Jota, desde luego que sí.

—Bueno, jugaremos el partido y al final ya veremos el marcador.

—El marcador lo habrán comprado también.

—Ahora Gimeno y compañía dicen «esponsorizado».

—No, no; comprado, comprado. Si yo fuera el EGM, salía a Bolsa.

—A propósito: ¿qué dice nuestro amigo García?

—Escucha, escucha el retrato de nuestro amigo: «Su lucha incansable por conseguir la primicia, su profesionalidad y valentía a la hora de denunciar corruptelas e irregularidades, junto con un estilo inconfundible de comunicar, han convertido a José María García en un referente de la radio deportiva en España. El secreto, como el propio periodista ha reconocido en numerosas ocasiones, radica en no bajar nunca la guardia, llamar a las cosas por su nombre y trabajar siempre algo más que los otros. Y ahora, de cara a la nueva temporada, y ante el nuevo proyecto de programación de Onda Cero, García no ha puesto impedimentos para que su programa se retrase media hora en beneficio de La brújula del Mundo. Ante el reto que supone el nuevo curso para la cadena (ser líder de la radio en España), declara: "Estoy muy ilusionado porque hay que ser muy burro para no ilusionarse con lo que tenemos". Al casi siempre polémico periodista, lo mismo que no le duelen prendas a la hora de criticar determinados comportamientos de los dirigentes de la cadena ("a veces nos tocan las pelotas con gilipolleces"), tampoco duda a la hora de reconocer los valores de esas personas: "Mi equipo y yo tenemos una libertad absoluta y total y ésa es la forma de construir"».

—¿Pero tú crees que si no le han dado cancha a García se la van a dar ahora?

—La cuestión es si le van a dar Onda Cero a Pedro Jota o no se la van a dar.

—¿Y tú qué crees?

—Yo creo que el Faraón no se fiará nunca de él.

—Ni de él ni de nadie. Pero sería lógico y normal. Y no sería lo peor.

—¿Y quién dice que la política de medios del Faraón y del PP sea lógica?

—Ah, no sé. Eso, los que coméis en Moncloa y le tomáis el pulso a la esfinge.

—¿Estamos celosos a estas alturas?

—No. En el pecado llevas la penitencia. Pero ¿cómo decías antes? ¡Ah, sí! ¡Colaboracionista! ¡Traidor!

—Vale, pero te he conseguido un despacho para dormir la siesta Al tran tran.

—¿Con un sofá como el tuyo?

—Incluso mejor.

—Con que sea igual me conformo. Bueno, me voy a hablar con mi nuevo socio.

—Ya verás como eso funciona, Fede.

—Vosotros sois los que entendéis de radio. Pero la verdad es que a mí eso del «tran tran», ni me suena ni me va.

—Funcionará, ya lo verás.

Mi fracaso en la tarde, solo y en compañía de otros

Efectivamente, nos estrellamos. No he tenido fracaso más estrepitoso que el de esa idea que se le ocurrió al propio Luis para contrarrestar la vuelta de Carlos Herrera a La tarde: ponernos juntos a Abellán y a mí para tratar de subsanar el agujero negro en que se había sumido la audiencia de cuatro a ocho, en el antiguo reino de Encarna Sánchez. La fórmula era aparentemente sencilla: se trataba de mantener una continuidad de cadena, basándose en la consolidación ya conseguida en La linterna y ampliándola a El tirachinas. Cualquiera podría pensar que despreciamos el aviso del refrán: «Casa con dos amos, mala es de guardar».

Pero creo que más bien incurrimos en el error de olvidar otro no menos sabio: «El ojo del amo engorda el caballo». Y allí no había amo.

Aunque la idea fue de Luis y el primero en acogerla con entusiasmo fue Abellán, el que debía mantener el hilo de continuidad con lo que venía después, que era La linterna, tenía que ser yo. Pero aunque disciplinado hasta el sacrificio (cosa que mejoró mis relaciones con Luis), yo nunca me sentí ni director, porque no lo era, ni tampoco codirector, porque Abellán dejó de considerarse así muy pronto. Cuando vio, antes que yo, que aquello no funcionaba, empezó a desaparecer del directo por arte de birlibirloque. Y como yo soy un inútil en ese arte, tan necesario en los medios cuando las cosas se tuercen, me encontré a los pocos meses al frente de un programa en el que no estaba al frente, en el que ni creía yo ni creía la casa. Y que, encima, arruinaba mi precario equilibrio político-neuronal.

Para colmo, aquélla había sido la única novedad en la «Temporada Murphy» de la COPE, cuya presentación, frente al «Dream Team» de Onda Cero Jota, fue bastante patética. Presumimos de independencia, porque la teníamos, pero de poco más. Facilitó un poco las cosas que Pedro le pidiera dos tertulianos al PSOE, éste designara a Julia Navarro y María Antonia Iglesias, el Gobierno los vetara y Pedro Jota aceptara el veto.

Sin embargo, la creación de una supuesta alternativa multimedia al imperio de Polanco tuvo un efecto milagroso casi instantáneo. Desde ese momento dejamos de ser para la progresía los malos de la película y pasamos a ser esforzados «profesionales». Así reseñaba elpaís.es nuestra presentación de la nueva temporada 2001-2002:

Los profesionales de la COPE critican el «Dream Team» de Onda Cero

Tienen dinero pero no libertad, dicen

R.G.G. Madrid. 28-09-2001. Los directores de los principales programas de la COPE arremetieron ayer contra sus competidores de Onda Cero, y en especial contra los periodistas que hasta hace poco trabajaban en la propia COPE. Los dardos apuntaron contra el autodenominado «Dream Team» de la radio de Telefónica Media (Luis del Olmo, Carlos Herrera, Victoria Prego y José María García), una empresa «que tiene bastante dinero pero muy poca libertad». Durante la presentación de la temporada 2001-2002, los profesionales de la COPE dedicaron casi más tiempo a hablar de Onda Cero que de sí mismos. Luis Herrero, conductor de La mañana, abrió el fuego para dejar claro que el «"Dream Team", equipo bautizado en Onda Cero y patrocinado por el diario El Mundo, jugaba hasta hace poco en la COPE». En referencia al conflicto entre la radio de Telefónica Media y La brújula del mundo dijo que «los grandes defensores del pluralismo y la libertad tienen problemas para encajar algunos contertulios por el veto del Gobierno». Y recordó que tanto María Antonia Iglesias como Julia Navarro, las «manzanas de la discordia» de las presiones gubernamentales, trabajaron en la COPE.

Federico Jiménez Losantos, responsable de La linterna, levantó la bandera de la independencia en la radio de la Conferencia Episcopal y dijo que en Onda Cero «ponen y quitan las tertulias según el comisario de turno». Jiménez Losantos hace esta temporada doblete al presentar en la tarde Al tran tran junto a José Antonio Abellán, quien sigue al frente de El tirachinas.

En la Cadena 100, Alfonso Arús conduce el madrugador La jungla. Procedente de Onda Cero, se felicitó por pasar «de cero a cien», y dijo que aceptó la oferta por no salir a antena detrás de Supergarcía. «García acaba cuando quiere. Había días históricos en los que mi programa duraba tres minutos», dijo con ironía. También lamentó que Onda Cero no le permitiera decir adiós a su audiencia, «cuando García se estuvo despidiendo de la COPE durante tres meses».

El consejero delegado de la cadena, Rafael Pérez del Puerto, abogó por una programación «entretenida, joven y dinámica». Aseguró que la participación del Grupo Planeta en el accionariado de la COPE «no afectará a los contenidos y a la gestión, que seguirá en manos de la Conferencia Episcopal».

Cito la reseña completa para que el avisado lector pueda comprobar que aquellos meses fueron los únicos en muchos años, tanto antes como después, en que el Imperio polanquista nos trató de forma bastante aséptica, distante y casi respetuosa. La razón era evidente: su enemigo de verdad era Telefónica Media (luego rebautizada Admira) y la pequeña COPE, además de no ser ya enemigo, suponía un factor de desgaste para Onda Cero y El Mundo que los medios polanquistas y asimilados no dejaron de aprovechar cuando tuvieron ocasión. Pero aquélla fue la primera y última vez que nos dio la risa:

—¡No te lo vas a creer, Fede! ¡Una crónica completa de Polanco sobre nosotros y ni una sola descalificación, ni profesional ni política!

—¿Tampoco personal? ¿Ni siquiera familiar?

—Tampoco. Ni un solo adjetivo. Nada.

—Eso no puede ser. O nos hemos muerto o algo hemos hecho mal, Luis.

—¡Pobres de nosotros! Que, después de García, Pedro Jota se ha ido también a Onda Cero. Y ésos les preocupan más. A nosotros nos usan para fastidiarlos un poco.

—No es que sea una situación muy airosa. Pero, a cambio, los obispos vivirán en paz una temporada. Y nos dejarán tranquilos también a nosotros.

—Eso, hasta el próximo EGM. Pero, de momento, paz total.

—Es la gran ventaja de ser pobre, Luis. Los ricos no te tienen envidia.

—¡Qué cierto es eso, oh, Kalíkatres sapientísimo!

Vanidades, rivalidades, mal ambiente y un curioso mecanismo de supervivencia

El ambiente en la COPE durante aquella temporada pasó de tradicionalmente desagradable a francamente irrespirable. Durante el primer trimestre, a juzgar por las charlas de pasillo, despacho y corrillo, nuestra única tarea era esperar el primer EGM con los resultados de audiencia del «Dream Team» de Onda Cero, para comprobar si la COPE estaba abocada a un naufragio inmediato o íbamos a ahogarnos poco a poco. En cualquier caso, el destino final de la cadena, según todos los doctores, forenses, adivinos y arúspices, era la morgue. Visto hoy con cierta perspectiva, la que yo no tuve entonces, creo que el fracaso de Al tran tran, aunque fuera relativamente rápido y casi indoloro (no teníamos audiencia en la tarde, intentamos una solución extraña y no funcionó), tuvo efectos bastante serios, mucho más graves de lo que podíamos pensar o asumir. El peor fue el distanciamiento de los directores de grandes programas cuyo núcleo esencial formábamos Luis, Abellán y yo, que en realidad era lo único que podía mantener viva la cadena en vez de firmar o antes de aceptar resignadamente el certificado de defunción.

Como empresa atípica, la COPE resultaba indestructible si los programas iban bien y si los comunicadores tenían claro un proyecto común de supervivencia, porque las crisis parciales que solían provocarse por reacciones políticas a tal o cual programa eran inevitablemente dilatadas en su solución, mitigadas por tanto en su virulencia y, al final, desactivadas por consunción temporal. Si el presidente del Gobierno, el jefe de la oposición o cualquier jerarca de tribu autonómica, antropófago o vegetariano, pedía mi cabeza o la de Luis en el mes de febrero, amenazando con cerrar las emisoras existentes (con una excusa técnica, por supuesto) o con negar nuevas concesiones necesarias para mejorar la cobertura técnica y comercial, esa amenaza provocaba, como es lógico, un efecto negativo inmediato. Pero si el efecto no tiene efecto, si tarda mucho en llegar cualquier reacción de la empresa, sea para decapitar al decapitable, sea para ponerle un collarín ortopédico, la presión se diluye y la tormenta acaba por desaparecer.

Comprender este curioso mecanismo de reacción basado en la inacción resulta fundamental para entender el milagro de la supervivencia de la COPE en todos estos años. Si la radio vive al minuto, el político vive al día y, si en febrero ha armado el gran escándalo por lo que sea, cuando llega el mes de abril, con algunas elecciones siempre pendientes, con los líos habituales con la oposición y las sempiternas intrigas dentro del propio partido, seguramente ni se acuerda de por qué montó aquel escándalo en febrero. ¡Ha pasado tanto tiempo! En esos dos meses seguro que le ha hecho el mismo comunicador al mismo político otra más gorda o, al revés, ha alabado alguna iniciativa suya compensando balsámicamente su irritación anterior o han comido y estuvieron tomando copas hasta las seis de la tarde, cada vez más amigos, o se ha peleado con otro comunicador que critica aún más al mismo político, mérito apreciadísimo por todos los gabinetes de prensa. O ha caído el político. O se ha ido el comunicador. O vaya usted a saber.

El caso es que como la Iglesia en general y, por tanto, también la Conferencia Episcopal tienen una lentitud que podríamos llamar estructural, porque sus tiempos no son, ni para bien ni para mal, los mismos que para el resto del mundo, en lo que tarda en tomar una decisión sobre cualquier crisis, normalmente, la crisis ya ha pasado. Puede haber otra peor en ciernes o haber estallado en ese momento. Es incluso probable. Pero según el orden del día de la reunión ejecutiva, que tanto cuesta pactar, lo acordado era tratar ese día aquella crisis que parecía gravísima en febrero pero que —¡oh, milagro!— ya se ha olvidado en junio. ¿No será mejor, pues, dejar para septiembre, o sea, octubre, el debate sobre la crisis última? Sin duda. La experiencia amerita la prudencia. Así que también se deja pasar. Y pasa. Pasa que no pasa nada, pero pasa. Y así vamos pasando. «Porque lo nuestro es pasar», escribió Antonio Machado. Porque «sólo lo fugitivo permanece y dura», escribió Quevedo. ¡Qué tertuliano, por cierto, se perdió la COPE! Si en vez de poeta hubiera sido Papa, a lo mejor ni siquiera se habría perdido el latín.

Pero cada gran programa de radio, sobre todo en época de crisis, se convierte en un mecanismo de supervivencia autónomo. Y los de la COPE, urgidos por la premura de evitar su defunción, no compartían la tranquila lentitud episcopal en resolver los asuntos de este mundo perecedero. Querían, queríamos, no perecer. Y empezamos a correr como pollos sin cabeza. El fiasco de la tarde, aunque no nos llevó a reñir, produjo inevitablemente un distanciamiento entre Abellán y yo, sin que nunca nos reuniéramos para ver qué es lo que había fallado, ni con Luis, ni con la casa, ni nosotros dos: nadie. Yo me concentré en desarrollar el proyecto liberal a través de La linterna, porque si bien no me creía el nivel de alarma roja o amenaza negra de las buhardillas ejecutivas de la casa que me transmitía cada pocas semanas Luis Herrero, estaba más que harto de pellizquitos de monja. Llegué a una conclusión: si querían echarme, que me echaran; y si no, que me dejaran en paz. Por otra parte, los datos de audiencia y los signos de influencia eran buenos. El prestigio del programa entre lo que podríamos llamar la base liberal-conservadora seguía creciendo. Y en un proceso acelerado tras el 11-S comenzó un fenómeno cuya magnitud no sospechábamos: el gran salto de audiencia de Libertad Digital.

En realidad, el 11-S cambió el análisis político de toda la política internacional y condujo en pocos meses a la reorganización de los grandes bloques ideológicos y políticos desdibujados tras la caída del Muro. La izquierda supo reciclar el más rancio antiamericanismo del 68, se agrupó frente a Washington, con Francia y Alemania a la cabeza, y formó una especie de cinturón protector en torno al islam prácticamente idéntico al que durante la guerra fría había forjado en torno a la URSS. Entrenados en la mentira revolucionaria, la ceguera voluntaria, el disimulo informativo o la abierta apología del gulag y el desprecio moral a los cien millones de muertos del comunismo, los izquierdistas viejos y nuevos se atrincheraron en la hegemonía que en los medios de comunicación, culturales y educativos habían conquistado durante la guerra fría y que la derecha estúpida a lo Fukuyama no intentó siquiera recuperar tras el hundimiento de la URSS. Sin abandonar nunca el antiliberalismo y el odio a la civilización occidental, la izquierda cambió la apología del socialismo por la del multiculturalismo, fórmula tan astutamente vaga e inconcreta que le permitía presentar como instrumento liberador el carácter liberticida del islamismo, y ver como diálogo cultural su esclavización de la mujer y como resistencia al capitalismo su incompatibilidad con el liberalismo y la democracia. Pero, así como detrás de los montajes pacifistas de la izquierda en los años sesenta y setenta estaban los tanques del Pacto de Varsovia, detrás de ese multiculturalismo, estaba Ben Laden y la masacre en las Torres Gemelas. En Libertad Digital, La Ilustración Liberal y La linterna desarrollamos un proceso de reflexión sobre la guerra contra el terrorismo que comenzó el 12-S y de la que buena parte de la derecha no quería saber nada. Tendría graves consecuencias en la COPE apenas un año después, pero merece capítulo aparte.

Por su parte, Luis Herrero, que era el polo de atracción y repulsión, el pararrayos de todas las chispas y todos los chispazos adversos, desarrolló un extraño mecanismo de supervivencia que enfrió mucho nuestras relaciones. Para empezar, encargó a su amigo Julián Santamaría una encuesta sobre la COPE en general y La mañana en particular para averiguar qué es lo que no funcionaba en la cadena. Meritoria y humilde iniciativa, si no mediara el hecho de que el sociólogo era felipista hasta el tuétano, al punto de haber sido el primer embajador en Washington del PSOE, y estaba —todavía está— profesionalmente ligado a La Vanguardia como demóscopo o auscultador de opinión. Aparte de que la casa se gastase buenos dineros en la encuesta, la cocina o explicación de los resultados fue lo que cabía esperar de Santamaría: la COPE era percibida como demasiado a la derecha y demasiado crítica ante el nacionalismo, de forma que para mejorar sus niveles de aceptación tenía que evolucionar hacia el centro-izquierda y «tender puentes» (horrenda metáfora centrista que a Luis le priva) con el nacionalismo, especialmente catalán.

A la casa, la famosa encuesta le vino bien para hacer como que hacía algo. Pero a nosotros nos vino fatal. La lectura que hacía el amigo felipista de Luis sobre La linterna era la de un progre irredento que ni siquiera conocía a fondo el programa ni era capaz de hilvanar otra cosa que constataciones de molestia ante sus contenidos. Yo no era mucho peor valorado que el propio Luis y, a cambio, tenía más incondicionales, pero el caso es que a raíz de la encuesta dichosa desarrollé un análisis diametralmente opuesto al de Santamaría, que tácitamente era el de Luis: lo que fallaba en la COPE era que habíamos perdido la confianza de un sector de la audiencia que nos la tenía cuando estaba Antonio Herrero, es decir, cuando salíamos a bronca diaria con los socialistas y a bronca semanal con los populares. En consecuencia, creía yo, la COPE debía recuperar un discurso más contundente, más radical, más crítico en general y con la izquierda en particular, para que volvieran los oyentes que nos habían abandonado. Porque, fuera cual fuese su número en las encuestas o el EGM, y al margen de los efectos terribles de la salida de García y la defección de Pedro Jota, estaba clarísimo que perdíamos audiencia e influencia en la opinión pública. La radio es un medio caliente y eso se nota.

Lo malo es que lo que yo decía que convenía a la COPE era precisamente lo que estaba haciendo en La linterna en una línea liberal, mientras lo que proponía Luis a través de Santamaría era lo que cabía intentar para recuperar la audiencia de La mañana en una línea centrista. Nuestros puntos de vista no eran contradictorios, más bien complementarios, pero, desde la encuesta maldita, empezaron a ser alternativos y puestos a prueba de medición o audiencia. Para horror de Carmen Martínez Castro, mi relación personal con Luis se iba enfriando al ritmo de nuestra divergencia profesional.

Cuando Planeta quiso hacer a la COPE del PSC

Esa diferencia en el análisis, que respondía también a nuestra diferencia de estilo, radiofónico, político o biorrítimico, no era mayor que la que diferenció durante muchos años a Antonio y a Luis, bien al contrario, porque además nosotros nunca reñimos del todo ni estuvimos meses sin hablarnos, como hacía Antonio. Por tanto, no tenía que haber provocado ninguna ruptura, ni siquiera enfrentamiento grave. Pero, ay, en medio de esa crisis o debate sobre el modelo de salir del hoyo, se produjo la enésima operación de caza y captura de la COPE por otra empresa multimedia. Esta vez el tiburón era el Grupo Planeta. Y en el asalto Luis Herrero jugó también, para no variar, el papel de hombre de diálogo mientras yo ocupaba el habitual de hombre-que-sobra-en-el-diálogo.

El análisis del Grupo Planeta sobre los males de la cadena, tal vez por venir de la Barcelona pujolista y maragalliana, era idéntico al de Julián Santamaría: la COPE era muy de derechas y muy antinacionalista. En consecuencia, como ya había defendido Nemesio en la Operación Timo del ABC, yo sobraba del todo y Luis casi del todo. Por supuesto, como en toda operación que buscara el visto bueno de La Moncloa, cabía una rebaja en la pena a las víctimas laborales del nuevo proyecto: Luis podía sobrevivir en La mañana rectificando e incluso podía volver a La linterna sin rectificar. Y yo podía sobrevivir a su lado como mascletá político-vocal para conservar la audiencia incondicional que, al cabo, era la única que teníamos. Suicidarse antes de forrarse no entraba en los cálculos de nuestros nuevos salvadores, cuyo propósito era originalísimo: construir un grupo multimedia al gusto de Aznar. La pieza clave era Antena 3 Televisión. ¿La COPE? Más barata que Onda Cero. ¿El fin último? Crear un grupo capaz de equilibrar al de Polanco pero con el mismo control de los contenidos políticos. O sea, lo de siempre.

José Manuel Lara invirtió dos mil trescientos millones en la cadena haciéndose con los paquetes de acciones de proyectos anteriores y llegando al 13 por ciento de la propiedad. Pero su intención era la misma que la de ABC, Vocento, Telefónica y Unedisa: quitar la gestión a los curas y encofrar políticamente la cadena dentro de un grupo multimedia que se llevase bien con Aznar, pero también con el PSOE, los nacionalistas y con toda criatura o institución bizcochable, para ir acumulando muchas concesiones televisivas y radiofónicas y cosechando muchísimos beneficios empresariales. La idea, aunque no original, parecía buena, pero ¿cómo identificar la línea política de un medio cuya línea no consistía en criticar a cualquier Poder sino en llevarse bien con todo el mundo? ¿Y cómo debía hacerlo la COPE? Pues nos lo dejó muy claro el hombre que Lara colocó en la COPE para teledirigir el marketing de la empresa, que se llamaba y se llama (hoy en Onda Cero) Ramón Mateu: nuestra línea tenía que ser, cito textualmente, «la del PSC».

Cuando me lo contó Luis, yo no salía de mi asombro.

—¿Qué la COPE se salvará siguiendo la «línea Maragall»? ¡Pero si eso no es una línea; es un arabesco! Para nosotros sería imposible y para nuestra audiencia…

—Insoportable. No hace falta que lo digas. Pero eso es lo que ha dicho de palabra y por escrito a los obispos: nuestra línea debería ser la del PSC. Por lo menos está claro.

—Sí, bastante claro. Tanto como que ni tú ni yo vamos a dirigir la reconversión de las mesnadas católicas y liberales españolas al nacionalismo catalán de izquierdas.

—Es que además sería la ruina de la COPE.

—A éstos les importa la ruina de la COPE tanto como a Maragall la ruina de España. O sea, nada.

—Bueno, Fede, hemos visto ya otras operaciones parecidas y todas han terminado igual. No pasa nada por darles un poco de cuerda.

—Hombre, si es para que se ahorquen ellos, santo y bueno. Si es para ahorcarnos a nosotros, malo.

—¿Tú crees que el cura va a regalarle la COPE a Lara por dos o tres mil millones cuando ha rechazado cuarenta o cincuenta mil de Telefónica y de alguno más?

—Por gusto, no. Pero si se lo ordena la Superioridad, por supuesto que sí.

—En ese caso, tampoco tenemos nada que hacer. Así que vamos a jugar las cartas que nos den y ya veremos cómo acaba la partida.

—Cuidado con la ludopatía, Luis.

—Mira, Fede, estamos en el mismo barco. Siempre lo hemos estado.

—Pero eso ellos no lo saben.

—Siempre se enteran demasiado tarde.

Llegados a este punto, se imponía la salida por la tangente futbolera.

—Bueno, y el Madrid otra vez campeón de Europa, ¿no?

—¡Por supuesto!

Pese a las protestas de fidelidad, si en aquella época planetófila Luis no riñó conmigo o yo con él, no reñiremos nunca. Es una de las constantes de estos ocho años milagrosos de la COPE, uno de los pocos hilos de continuidad del proyecto en medio de tantas crisis. Sucede lo mismo, aunque de forma más profunda y menos visible, con la reconciliación permanente con Pedro Jota, forzosamente precedida de traición cantada, ruptura aparatosa, distancia rencorosa, amistamiento gélido y alianza renovada, que son las cinco etapas inexcusables de nuestra relación con él desde los tiempos de Antena 3.

El objetivo de Lara y Pedro Jota era el mismo: la construcción, con el impulso y necesario respaldo gubernamental, de un grupo multimedia alternativo al polanquismo tras la liquidación de los suntuosos restos del imperio de Telefónica, fundamentalmente Antena 3 Televisión. Los caminos igualmente monclovitas, parejamente sinuosos y similarmente retorcidos pasaban por las dos cadenas de radio privada no polanquista.

El de Unedisa-El Mundo, por la absorción ideológica de Onda Cero y la venta de Antena 3. El de Planeta (luego Planeta-La Razón), por la compra de la COPE y la venta-compra de Antena 3.

Pero, en el fondo, la posibilidad de éxito de ambos pasaba por la destrucción de la COPE tal y como entonces realmente existía, o sea, con Luis y conmigo como referentes. Pedro Jota necesitaba derrotarnos y hundirnos desde Onda Cero para, tras la eficacia demostrada, aspirar a la mano centrista de doña Leonor o doña Antenor, y, celebradas las nupcias multimedia, promover la fusión de Onda Cero y la COPE. Lara necesitaba liquidar o al menos mitigar y controlar la anárquica independencia de los asilvestrados comunicadores de la COPE, desagradabilísima en la corte del Faraón, para aspirar a la misma mano de doña Teleonor, ex esposa de Villalonga y pronto ex señora de Alierta.

La guerra con Pedro Jota se libraba abiertamente, en las ondas. La guerra con Planeta, de forma subterránea, en los pasillos episcopales o más bien bernardinos y en los roncesvalles de la propiedad y el Consejo de Administración. Si bien se mira, ambos actuaron en el ámbito que dominaban: la conquista de la opinión o de la administración. Y no hace falta mucha perspicacia para ver que nuestra función era en ambos casos muy parecida: atestiguar el éxito del proyecto de control mediático de Aznar, bien exhibiendo nuestras cabezas cortadas como las de los cuatro reyezuelos moros en el escudo de Aragón, bien desfilando como cautivos encadenados en el cortejo triunfal de las legiones bajo la mirada del César, amable en su severidad, al tiempo calculadora y visionaria, y entre las aclamaciones de la plebe, que no distingue entre preseas y presos.

El nuevo organigrama de la COPE Planetaria

El primer asalto lo había ganado Pedro Jota o lo tenía ya ganado al llegar a Onda Cero con el fichaje de García, que nos convirtió de segunda cadena en cuarta. El segundo asalto lo ganó Lara incorporando a Luis Herrero como pieza clave de su proyecto para devolver a la COPE, con muchos más medios, a su posición anterior. Pese a que Luis parecía escarmentado y dimitido de sus tareas de consejero de don Bernardo, de hecho fue su emisario para tratar con Lara, en un papel no muy diferente aunque más discreto que el que asumió en la anterior y fallida operación del ABC. Con Fernando Jiménez Barriocanal en lontananza o cercanía, se produjeron innúmeras conversaciones que al final desembocaron en un acuerdo que Luis resumió en un documento para don Bernardo. Es decir, para que don Bernardo pudiera remitírselo a sus superiores. El texto que sintetizaba el proyecto de la llamada «COPE Planetaria» era éste:

Querido don Bernardo:

La conversación con José Manuel Lara no es difícil de resumir:

1. Planeta no quiere ser un mero socio financiero. Si el único objetivo es sacar rentabilidad a una inversión, por la mera vía del reparto de dividendos, el mercado les ofrece montones de alternativas mejores que COPE.

2. Planeta acepta y aceptará explícitamente que el mando de COPE siempre estará en manos del accionista mayoritario. Se comprometen a no incurrir en el error de inversores anteriores, que han llegado con la misma promesa y luego han hecho lo posible para desalojar al accionista mayoritario del puente de mando, han tratado de obtener del accionista mayoritario la compra de un paquete de control o han tratado de desestabilizar desde dentro la buena marcha de la emisora con el fin último de perjudicar su cuenta de resultados para ofrecerse ellos después como «salvadores» del desaguisado, comprando COPE a precio de saldo. Lara asegura que no incurrirá en ninguno de los errores antedichos.

3. El interés de Planeta con COPE no se acaba en la adquisición del 4 por ciento (aproximadamente) que ahora puede comprar. Pretenden ir adquiriendo las acciones de otros socios que quieran vender su parte (en clara alusión a Prensa Española y Grupo Correo) hasta completar una participación del 15 por ciento (aproximadamente). Lara se compromete a sindicar sus acciones con las del socio mayoritario. No renuncia a adquirir más porcentaje si el socio mayoritario, pasado un tiempo, quiere poner a la venta otro paquete de acciones.

4. ¿Qué pide a cambio básicamente? Básicamente dos cosas:

  • La posibilidad, en la medida en que COPE sea más fuerte empresarialmente, de acometer en común otros proyectos multimedia.
  • Una relativa participación en la gestión que vaya un poco más allá de los puestos en el Consejo que le correspondan de acuerdo a la proporcionalidad de su porcentaje accionarial. Esta es la madre del cordero. En síntesis:
    1. Quieren un interlocutor de su confianza para poder intervenir en los debates internos que afecten, sobre todo, a los asuntos relacionados con la programación. Su candidato inicial para el puesto (nunca especificó con qué rótulo) era José Antonio Sánchez.
    2. Les preocupa que cada programa fije una posición distinta frente a los grandes temas de actualidad que traslade una imagen al exterior de cierto «caos».
    3. Les preocupa el tono excesivamente agresivo de Federico ante el fenómeno de los nacionalismos catalán y vasco. Creen que el tono de Federico, por su radicalismo excesivo, provoca rechazo.
    4. Opinan que sería conveniente aunar criterios generales, en la línea editorial (en todo lo que no afecte, naturalmente, a los aspectos del ideario de la cadena) mediante la creación de la figura de una especie de «editor». Quieren que ese «editor» dependa directamente del presidente de COPE y, a la vez, de la persona que ostente la delegación del accionista mayoritario. En la medida que esas dos facultades recaigan en la misma persona (como ocurre en la actualidad), el «editor» tendría doble dependencia de esa persona, y sólo en tercer lugar dependería de la confianza que deberá otorgarle el Grupo Planeta. Están de acuerdo en que esa persona, descartada ya la candidatura de José Antonio Sánchez, sea Luis Herrero.
    5. Creen que la experiencia del Grupo Planeta en los estudios de mercado puede serle muy útil a COPE y proponen que el responsable del departamento de marketing mantenga una relación fluida con los expertos de la editorial y sea una persona que cuente con su confianza. Proponían para ese puesto a Miguel Pérez Pía (antiguo colaborador de COPE en el programa de Antonio Herrero y actual número dos de Antonio Jiménez en el programa de Radio España), pero aceptan que la persona (escuchadas las razones de mi oposición al nombre de Pérez Pía) pueda ser cualquier otra, incluida a priori la actual responsable del departamento de marketing de COPE.
    6. Lo único que le piden al «editor» es lealtad con ellos, acceso a las deliberaciones (aunque sea sólo para discrepar) y flujo de información respecto a los aspectos más relevantes del día a día de la vida societaria.

5. En consecuencia, mi propuesta de organigrama, si se quiere aceptar el planteamiento de colaboración que sugiere el Grupo Planeta, sería el siguiente:

Se crearía un Consejo Editorial del que formarían parte, además del presidente y del consejero delegado, el director general de contenidos, los directores de los programas en cadena, el director de informativos y un delegado del Consejo de Administración en representación del Grupo Planeta. Ese Consejo Editorial se reuniría quincenalmente.

Espero haber respondido a sus expectativas. Un abrazo fuerte,

Luis Herrero

Los elementos esenciales del proyecto de Planeta para la COPE; o de Luis para Planeta; o de Barriocanal para Planeta y Luis; o de Barriocanal para la COPE Planetaria; en fin, los datos esenciales del dialogado y organigramado proyecto eran, pues, estos cuatro:

1. Planeta entraba en COPE buscando la creación de un proyecto multimedia.

2. Planeta tenía una objeción de principio a la línea ideológica de COPE: el tono muy crítico con respecto al nacionalismo, especialmente en La linterna de FJL.

3. Planeta aceptaba retirar a las dos personas propuestas por ellos para el control de marketing y contenidos (Miguel Pérez Pía y José Antonio Sánchez) y acordaba con la COPE que su representante a todos los efectos fuera Luis Herrero.

4. Se creaba un organigrama nuevo para toda la cadena COPE como base de todos los proyectos, presentes y futuros.

Otra nota oficiosa para la propiedad (Conferencia Episcopal, representada por el Comité Ejecutivo) resumía con nitidez los acuerdos económicos y organizativos de COPE con Planeta en diez puntos:

1. Hay un acuerdo adquirido para que COPE le venda al Grupo Planeta, en las condiciones económicas que ya han estipulado ambas partes, el 4 por ciento (aproximadamente) de las acciones que hay en autocartera.

2. La autocartera de COPE adquirirá el 3 por ciento de las acciones que pertenecían a don Juan Abelló.

3. Planeta se compromete en firme a adquirir ese 3 por ciento de acciones descrito en el punto anterior con carácter inmediato.

4. El Grupo Planeta estará representado en el Consejo de Administración de COPE por don José Manuel Lara y don Luis Herrero. Don José Manuel Lara ocupará también un puesto en el Comité Ejecutivo de COPE.

5. Planeta y COPE se ponen de acuerdo en nombrar a don Luis Herrero consejero adjunto a la Presidencia. El nombramiento tendrá carácter oficial.

6. El consejero adjunto a la Presidencia asumirá como obligación permanente la coordinación de todos los aspectos relativos a la programación de COPE (en especial los programas informativos) y a la actividad del departamento de marketing y gabinete de prensa.

7. El consejero adjunto a la Presidencia actuará siempre bajo la dependencia del presidente de COPE.

8. La Comisión Ejecutiva propondrá siempre que lo considere oportuno la constitución de comisiones mixtas que puedan analizar los aspectos sectoriales más relevantes de la actividad empresarial de COPE. A esas comisiones asistirán, de oficio, los altos directivos de COPE y, a instancia de parte, los técnicos que designen para cada caso la propia COPE y el Grupo Planeta.

9. Con carácter quincenal se reunirá una comisión mixta, específica para hacer un seguimiento continuo de los aspectos relativos a la programación y al marketing, a la que asistirán, además de los altos directivos de COPE, los directores de los principales programas que se emiten en cadena. El representante del Grupo Planeta en esa comisión será don Ramón Mas.

10. Los estudios cualitativos que se encarguen para mejorar la relación de COPE con la audiencia serán realizados por institutos demoscópicos prestigiosos e independientes. Planeta colaborará en el análisis de los datos con el departamento de marketing de COPE.

De las reacciones dentro de la COPE al acuerdo con Planeta

A los pocos días de sustanciarse en nombramientos el organigrama acordado, se produjo, sin embargo, una primera y durísima reacción. En el tablón de anuncios de la empresa se colocó la copia de una carta remitida a don Bernardo que rezaba así:

Monseñor D. Bernardo Herráez Rubio

Presidente del Consejo de Administración de COPE

Sr. Presidente:

Por la presente, quisiéramos hacer constar la decepción de este Comité Intercentros por el nombramiento de Luis Herrero, como adjunto a la Presidencia, tan sólo unos días después de habernos manifestado su intención de amonestar al citado comunicador por las críticas vertidas, en el programa que dirige, contra José Antonio Abellán. Unas críticas públicas que consideramos improcedentes entre dos compañeros de cadena, circunstancia esta que no es la primera vez que sucede.

El Comité Intercentros no entiende cómo, a pesar de nuestras numerosas protestas, Luis Herrero puede ocupar un cargo de alta responsabilidad, faltando al respeto reiteradamente a los compañeros de trabajo y además ser el encargado de supervisar los contenidos de la programación de COPE, cuando no es capaz de evitar la continua caída de oyentes en su propio programa, consolidándose en un cuarto lugar, entre cuatro ofertas radiofónicas existentes en su franja horaria.

Nos gustaría que situaciones como la presente no volvieran a repetirse en esta empresa, o que personas como Luis Herrero no llegaran a ocupar puestos de tanta importancia y representatividad, por la mala imagen que dan ante la audiencia, que a fin de cuentas es el sustento de todos nosotros.

Esperando que tome en cuenta estas consideraciones, reciba un cordial saludo,

Madrid, 18 de junio de 2002

COMITÉ INTERCENTROS CADENA COPE

La guerra había comenzado.