Capítulo V
EL LARGO ADIÓS DE JOSÉ MARÍA
GARCÍA
Tras el fracaso del timo de ABC, que tendría en la primavera de 2000 un epílogo particularmente sórdido, se produjo en la COPE la interminable despedida o el chandleriano «largo adiós» de José María García, puntal económico de la cadena, jefe de la menguante tribu de las «estrellas» y cuyo paso a Onda Cero, nuestra competencia directa, debería haber supuesto el entierro sin remisión o la disolución por absorción de nuestra cadena. También este episodio tuvo cierta aquiescencia monclovita aunque la ejecución fuera de Telefónica; y Luis y yo fuimos, en la popular terminología garciesca, «testigos privilegiados» de un proceso que nos tuvo en vilo toda la temporada 1999-2000 y acabó con la programación rota y la empresa lista para el traspaso. O el desguace.
La bruja que salvó a la COPE y otras historias asombrosas
En realidad, García había dicho tantas veces que se iba para, al final, acabar quedándose, que muchos creían que iba de farol. Nada más lejos de la realidad. Antes de empezar la temporada 1998-1999, la primera sin Antonio, García ya había abandonado los micrófonos en el mes de julio, a pesar del ultimátum de la empresa, y sólo de milagro, en una gestión a la desesperada de Luis y Abellán que acabé rematando finalmente yo, conseguimos convencerlo de que siguiera al menos un año más. En los mentideros periodísticos, aquélla fue la historia de «la bruja de la COPE», pero la prensa progre y polanquiana la contó tan precipitadamente y tan mal que hasta ahora no se han conocido los aspectos más sabrosos, pasmosos y esperpénticos del suceso. Yo creo que, a estas alturas, a nadie puede ya hacerle daño. Y además de asco, puede producir carcajadas.
El problema de fondo en la «crisis de la bruja» de julio de 1998 venía de muy atrás y era el enfrentamiento de Antonio, García y Luis, las «estrellas» de la casa, con el presidente de la COPE, Salvador Sánchez Terán, y el director general, Pedro Diez. Antes de morir Antonio, la salida de ambos estaba decidida; sólo faltaba elegir el momento. Ocho años después, esclarecer por qué se produjo ese enfrentamiento o quién tuvo más culpa —si culpa hubo— en las dos partes me parece un ejercicio de espeleología bastante inútil, pero sí vale la pena explicar un par de cosas. El cargo de presidente era sólo de adorno, una especie de relaciones públicas sin sotana que debía representar a la COPE en los despachos del Poder. Pero en la práctica, Sánchez Terán —gobernador civil de Barcelona en la época azul mahón pero ya tirando a blanca de Adolfo Suárez, negociador con Ortínez de la vuelta de Tarradellas y luego preboste ucedeo— era un político en barbecho, una insomne vocación ejecutiva, un afán de desembocar en algún mar que terminaba por meternos en demasiados charcos. Si en vez de suavizar las relaciones exteriores de la COPE resulta que azuzaba las querellas interiores, reñía con Antonio y luego con García y Luis; estaba claro que o sobraba el personaje o sobraba el cargo. En cuanto al director general de una radio que se enfrenta a quienes tienen en sus programas el 80 por ciento de la audiencia y el 90 por ciento de la publicidad, o los echa pronto o se despide a sí mismo. Don Bernardo había prometido «resolver» ambos casos, pero, ay, vástagos de la pereza clerical, pasaron los meses, se nos fue Antonio y llegó la «bruja».
En realidad, la bruja no era exactamente bruja sino una famosa echadora de cartas que barruntaba o adivinaba el porvenir y que, como toda estrella de su gremio, salía en televisión para predecir —en su caso, con buen castellano— bodas principescas y divorcios de famosos que, al año siguiente, hayan sucedido o no, nadie quiere recordar. Mi ignorancia acerca del gremio quiromántico es absoluta y el mundo de la adivinación lo limito a las predicciones políticas, donde se acierta por una mezcla de intuición y experiencia y también se yerra estrepitosamente. No sé, pues, lo que suelen pedir sus clientes a las echadoras de cartas, las brujas o, como dicen en Miami, las «psíquicas». Pero en el caso de la bruja que nos ocupa lo que sucedió es que una mujer —esposa, amiga, secretaria, no sé— ligada al director general de la COPE había ido a pedirle que les echara mal de ojo, les hiciera vudú u otra operación mágico-lesiva a García y a Luis, porque le hacían la vida imposible a Diez e impedían su feliz desarrollo profesional. Lo que no sabía esta inquieta mujer es que la bruja —llamémosle así— iba a encontrarse en la clínica Incosol de Marbella con una cuñada de García que era amiga suya. Y allí, a orillas de la piscina, le contó preocupada el caso. Y ésta, naturalmente, se lo contó a su hermana Montse Fraile, la mujer de García; ésta a su marido y ahí ardió Troya.
Era la de Montse una preocupación muy justificada, porque si alguien estaba dispuesto a pagar por utilizar la magia negra contra García y Luis, no cabía descartar que, fracasado el aojamiento, pudiera emprender contra uno de ellos o contra ambos acciones algo menos especulativas. Por ejemplo, eventualmente que un camión, un coche o un coche-camión, vulgo todoterreno, pudiera atropellados y darse a la fuga. Así que la mujer de García se puso en lo peor y García se puso hecho un basilisco. No les faltaba razón y además llovía sobre mojado, porque Diez, en plena escalada de hostilidades, había suprimido la repetición nocturna, de cuatro y media a seis de La mañana, del programa de García. El programa elegido para sustituirle, El larguero, de César Lumbreras, difícilmente podía mejorar los índices de audiencia, ni cambiar los hábitos de los españoles forzándolos a levantarse a las cinco de La mañana para saber lo último sobre el subsidio a la alcachofa; pero lo que sí podía era indignar a García, al que siempre perjudicaría un descenso en el EGM que bastante lo castigaba ya.
También, y esto fue clave, porque Lumbreras se había significado como enemigo público de García, hasta el extremo de que el día en que el EGM dijo que el programa de deportes de la SER había superado en audiencia al de García, se presentó en la COPE con una camiseta de El larguero. Es decir, que, ante la impavidez, estolidez o complacencia de la empresa, se producía una provocación tras otra del director general y otros personajes de menor entidad para hacer saltar a García, que era el principal activo comercial de la cadena. Y como no saltaba, le aojaban o le hacían vudú. Grotesco, sí; pero, sobre todo, irritante, injusto e insoportable para García. Porque el colmo de los colmos era que el sueldo de los provocadores lo aseguraba precisamente el provocado.
García se lo contó a Luis y ambos a don Bernardo: era la gota que colmaba el vaso, así no se podía trabajar, cuándo iba a cumplir la promesa de echarlos, etcétera. La respuesta del cura fue, de tan prudente, temeraria. Les dijo que no podía tomar ninguna decisión sin saber de primera mano qué es lo que realmente le había pedido a «la bruja» esa mujer ligada al director general.
Y García, que presumía de «vestirse por los pies», no vaciló un instante:
—Si lo que quiere decir usted es que no tomará ninguna decisión sin conocer a la bruja y tener su versión directa, déme un par de horas y le traigo a la bruja.
Y como lo dijo, lo hizo. A Luis, que es tan formal y tan católico, lo de andar con cartomancias, adivinaciones astrales, magia negra y magia blanca le producía urticaria estético-teológica con sofocos de alipori. Sin embargo, no tenía más remedio que hacer causa común con García, porque, en última instancia, era un episodio más de la guerra entre las estrellas y una parte de la dirección. Y García le había pedido encarecidamente a Luis que lo acompañara con la bruja a ver a don Bernardo. Así que lo acompañó.
Andando los años, con García ya fuera de la COPE, Luis recordaba a menudo el carácter intrínsecamente surrealista de la empresa que nos albergaba evocando la estampa de los tres —García, Luis y la bruja en medio— camino del despacho de don Bernardo en La tarde flameante de un flamante primero de julio:
—Mira, Fede, yo no puedo ni entusiasmarme ni enfadarme con esta casa, porque me veo por ese pasillo, a la altura del váter, cediéndonos el paso García, la Bruja y yo, subiendo al despacho de don Bernardo, y no me puedo tomar en serio a mí mismo. Sí, sí, ya sé que en esta bendita casa el número de miserables por metro cuadrado es altísimo, pero me falta convicción para la indignación. Feliz tú, que te sobra.
—Siempre dices lo mismo, pero el que suele acabar a mamporros eres tú, no yo.
Y es que la amistosa visita de la bruja al cura, hecho objetivamente raro dada la relación poco cordial entre los lectores de las cartas de San Pablo y los adivinos de la carta astral, provocó dos hechos casi inmediatos que sólo por milagro o casualidad no desembocaron en la salida de García, de Luis y la mía, de la COPE. Y eso, a los dos meses justos de la muerte de Antonio.
No sé cómo, Pedro Diez, el director general, se enteró de la visita de la bruja a don Bernardo, y al día siguiente, al terminar La mañana, entró en el despacho de Luis pegando una patada en la puerta que casi la arrancó de sus goznes. Pedro Diez medía —seguirá midiendo, supongo— casi dos metros, de ahí que el patadón resultara tremendo. A continuación se puso a gritarle a Luis, sentado al otro lado de la mesa del despacho:
—¡Estoy hasta los cojones de tu humanismo cristiano!
Y a continuación, sin bajar la voz ni reducir el tono, se explayó en adjetivos y sustantivos injuriosos. Luis se quedó quieto en el sillón, mirando al fiero ejecutivo por encima de sus gafas, y cuando, seguramente para inhalar oxígeno, hizo una pausa, dijo:
—Sal inmediatamente de este despacho.
El otro volvió a barbotar injurias, amenazas y descalificaciones a la condición católica de Luis. Este, imperturbable, volvió a decirle cuando se detuvo a tomar aliento:
—Sal de este despacho.
Y así estuvieron un rato, entre el pasmo, el espanto y, sin duda, el regocijo de la redacción. Uno gritando y el otro repitiéndole con voz tranquila y baja que saliera de su despacho. Yo había quedado con Luis para que me contara la visita de la bruja al cura, pero en ese momento estaba en un estudio, grabando algo, seguramente un anuncio para La linterna, mientras Luis liquidaba las llamadas telefónicas que fatalmente hay que hacer o atender al terminar el programa. Total, que por casualidad no asistí al sentido homenaje del directivo de la COPE a la memoria de Atila y su ruda descalificación de Maritain. Sí estaba mi escolta, que se puso por delante del de Luis y a un par de metros del vociferante y el vociferado, por si había que intervenir. La tranquila frialdad de Luis ante la agresión lo hizo innecesario. Agotado su caudal de adrenalina, Diez abandonó el despacho de Luis dando un portazo. Y al poco llegué yo, encontrándome con los restos del escándalo. En realidad, más que una pelea, que nunca existió, era una noticia, que es en lo que al día siguiente se convirtió.
El País del 3 de julio de 1998 tituló así su información, es decir, su habitual manipulación de los hechos: «Virulento altercado entre Herrero y Pedro Diez en la COPE», y decía:
El periodista Luis Herrero, director y presentador de La mañana de la COPE y consejero de esta cadena, y el director general de la misma, Pedro Diez, protagonizaron ayer un violento enfrentamiento en el despacho del primero. Según un testigo ocular, Herrero y Diez no llegaron a las manos gracias a la intervención de los escoltas de Federico Jiménez Losantos y del propio Herrero.
El altercado se produjo a las doce de La mañana, nada más finalizar el espacio que presenta Luis Herrero. Pedro Diez se acercó visiblemente tenso e irritado al despacho de Herrero para pedirle explicaciones por la campaña de desprestigio personal que, según se ha oído decir al director de la COPE, están orquestando contra él José María García, Federico Jiménez Losantos y el propio Luis Herrero. Una campaña que ha llegado hasta altos responsables de la Conferencia Episcopal, propietaria de la cadena. La discusión fue tan virulenta que los escoltas de Jiménez Losantos y Herrero intervinieron para evitar males mayores. «Les tuvieron que separar», contó una de las personas que presenciaron el incidente.
El único problema de esa información es que era tan maliciosa como inexacta. Ni habían llegado a las manos, ni, por tanto, habían tenido que separarlos, ni hubieron de intervenir nuestros escoltas para evitar males mayores. Los escribas polanquistas, como es habitual en ellos, no tenían datos fidedignos ni declaraciones de testigos oculares; de tenerlos, no se habrían ahorrado el sabroso detalle de la patada en la puerta. En realidad, los «males mayores» de casos semejantes, que no son raros en un mundo tan tenso como el periodístico, suelen limitarse al regocijo de la competencia. Pero esto iba mucho más allá. Y El País lo manipulaba a su antojo, pese a tener los datos reales:
Luis Herrero, en conversación con este periódico, negó el enfrentamiento y dijo: «Dos no riñen si uno no quiere». Preguntado por su relación con Pedro Diez, Herrero se limitó a señalar: «Hace mucho que no hablo con él», pero no negó que ayer por La mañana hubiera visto al director de la COPE. «Verle no quiere decir hablar con él», explicó Herrero. Por su parte, Pedro Diez no respondió a las llamadas de este periódico.
Alguien debió hacerlo por él, porque en otro párrafo daba las claves del «virulento altercado» en términos mucho más cercanos a la realidad, aunque siempre bajo el punto de vista de Polanco, es decir, de la SER, la competencia de la COPE:
Según otras fuentes de la COPE, el enfrentamiento entre el director general, Pedro Diez, y los tres periodistas mencionados es público y notorio dentro de la cadena, lo que está generando malestar y preocupación entre los trabajadores. Ayer mismo, el comité de empresa difundió un comunicado en el seno de la COPE en el que denunció «las presiones» que está recibiendo el director general, Pedro Diez, por parte de «ciertos profesionales» de la casa, y mostró su apoyo a la dirección y su «frontal rechazo» a dichas presiones.
Y añadía:
El trasfondo de este enfrentamiento obedece, según algunas fuentes cercanas a los implicados, a la pretensión que se atribuye a los tres periodistas citados de «negociar a espaldas de la actual dirección para quedarse con las acciones de la COPE» y conseguir eventualmente «que Telefónica entre a formar parte del accionariado y ser ellos mismos los dueños y señores de la nueva estructura radiofónica».
Y remataba:
El comité de empresa, en el comunicado interno antes mencionado, señala que las presiones de «ciertos profesionales» conducen «no sólo a la destrucción de esta empresa, sino también a la destrucción de puestos de trabajo». Los representantes de los trabajadores animan a sus compañeros a «no consentir que situaciones pasadas se vuelvan a repetir». «Que esto no vuelva a suceder es responsabilidad de los propietarios y los accionistas de la cadena», finaliza el comunicado.
En realidad, ese comunicado llegó antes a la SER que al tablón de anuncios de la COPE y respondía a la estrategia de PRISA de evitar a toda costa la consolidación de un grupo multimedia de envergadura similar a la suya y organizado en torno a Telefónica. Parecía absurdo que un comité de empresa se empeñara en atacar a las dos «estrellas» que traían la audiencia, la publicidad y, por tanto, garantizaban los sueldos de la plantilla. Pero no era tan absurdo si se piensa que el izquierdismo «liberado» dominaba el comité y que para la izquierda, desde la Guerra Digital, la defensa del multimillonario Polanco frente a Telefónica y el Gobierno era más importante que la de los puestos de trabajo. De otro modo no se explica respaldar a una dirección desahuciada frente a la propiedad y a «las estrellas». Ésa precisamente era la garantía más lógica para no despedir a nadie: una propiedad fuerte —fueran los obispos o la primera empresa española, Telefónica— y unos ingresos garantizados por profesionales de éxito en la propia COPE durante años.
Naturalmente, estoy seguro de que algunos del comité y no pocos trabajadores creyeron de buena fe que sus puestos de trabajo peligraban en aquel maremágnum de fusiones multimedia. Les hubiera bastado, sin embargo, utilizar media neurona para entender lo absurdo de querer garantizar los sueldos echando a quienes traían el dinero. Pero estoy igualmente seguro de la perfidia de una parte de los presuntos representantes de los trabajadores que sólo servían a los intereses políticos de la izquierda y de las radios de la competencia, así como de la malísima fe de algunos directivos de la COPE que, ante la posibilidad de su despido, querían traer a otras «estrellas» menos luminosas y rentables pero que asegurasen sus poltronas.
Que dentro de la dirección de la casa había más gente en la operación de echar a García y a Luis lo reveló el propio diario de Polanco al volver sobre el asunto pocos días después, el 8 de julio de 1998. En el mismo sitio, la columna se titulaba esta vez «Asamblea en la COPE tras el incidente entre Herrero y Diez» y abundaba en perlas cultivadas: que el comité de empresa había informado sobre el incidente (pese a que ninguno de sus miembros lo había presenciado) o que la asamblea se había producido justamente mientras la dirección de la COPE estaba en Roma para ser recibida por el Papa. ¿Y por qué en ausencia de los que mejor podían informar de si alguien trataba de vender o comprar acciones, así como de si las «estrellas» querían irse o quedarse? Pues porque así era más difícil contrastar y contradecir la especie más sabrosa, que era ésta: «Según algunos de los asistentes, el comité de empresa dijo que la dirección de la COPE ha dado garantías de continuidad de la cadena en condiciones económicas saneadas y sin depender necesariamente de las estrellas “que van y vienen de unos a otros sitios”, comentó un trabajador». Y tras volver a recordar el incidente famoso y la nota del comité de empresa apoyando a la dirección contra los profesionales que supuestamente le presionaban (como si Pedro Diez pudiera «dirigir» a García y Luis), disimulaba la reacción de una parte de la plantilla contra el comité: «En la asamblea se habló de la repercusión que esa nota ha tenido en otros medios informativos y de la conveniencia de que no se produzcan “filtraciones”».
En realidad, lo que se dijo fue que el comité de empresa parecía el de la SER y que eran ellos los que ponían en peligro la continuidad de los puestos de trabajo al hacerle la vida imposible a García. Se dijo más: que era intolerable que entrar a patadas en el despacho del director del programa de más audiencia de la cadena no hubiera sido condenado con toda contundencia. Y se añadió que lo único que preocupaba a ciertos representantes sindicales era defender a la izquierda aunque fuera a costa de cargarse la empresa. Esto, claro, no lo recogía El País, que seguía a lo suyo: tratar de destruir a García manipulando supuestos datos de la propia COPE:
Al margen de la asamblea, otras fuentes internas de la COPE han informado de que existe también inquietud por el coste de algunos de los programas estrella, y en concreto por el de la sección deportiva. Dichas fuentes creen que dicho coste es superior al de los ingresos publicitarios que genera, pese a la pérdida de audiencia que sufre frente a la competencia, principalmente El larguero de la SER. Las mismas fuentes internas de la COPE atribuyen a la sección deportiva de la cadena un coste en torno a los 3.000 millones de pesetas al año, superior en alrededor de 500 millones a los ingresos que proporciona. No fue posible obtener ayer una versión de la cadena sobre estos datos.
Fue ese comportamiento deleznable de la dirección y del comité el que decidió a García a irse de la COPE en el verano maldito de 1998. Creo que le sobraba razón y que quizá, de estar yo en su lugar, me habría ido de inmediato, porque es muy difícil mantener la concentración y el esfuerzo que supone un programa en directo de varias horas (García no sólo hacía su programa de medianoche, sino las retransmisiones de las tardes de sábado y domingo, amén de los partidos internacionales de clubes y selección) mientras desde dentro te hacen la vida imposible, con la aparente complacencia de la empresa, los mismos a los que das de comer.
Sin embargo, con la dirección de la COPE entre asustada y atontolinada, sin capacidad de reacción ante lo que podía ser su ruina, hicimos un último intento. En la parte recoleta y trasera del bar Cuenllas, adornada con fotos y dibujos de las estrellas vivas y muertas de la COPE, nos reunimos García, Luis, José Antonio Abellán, que dirigía La jungla y mandaba en la Cadena 100, y yo, que aunque aún no se sabía era ya director in pectore de La linterna para la temporada siguiente. Apelando a todos los argumentos humanos y profesionales, convencimos a García de que dejara la COPE, para lo que le sobraban motivos… pero al año siguiente. Si se iba ahora, después del episodio de la «bruja», lo iban a triturar dentro y fuera de la COPE. Pero García tenía un argumento imbatible: ya lo había acordado con su mujer y no iba a llamarla para decirle que, de lo dicho, no había nada. Ahora bien, si nosotros la convencíamos, él se quedaba, a condición de que fuera sólo ese año.
Entonces se produjo la paradójica situación de que los que más relación tenían con los García, que eran Luis y Abellán, estaban peleados con Montse, que les achacaba la continuidad de su marido en el calvario de la COPE. Así que sólo quedaba yo para tratar de convencerla. Me resistí, pero fue inútil. García la llamó y me la pasó. Yo entré enseguida en materia, pero le dimos vueltas al asunto. Vi que ella estaba decidida a que García no volviera a la COPE y el único argumento que se me ocurrió fue éste:
—Montse, tu marido es el personaje más importante de la radio en los últimos veinte años. ¿Y quieres que pase a la historia de la comunicación en España como el tío que se fue porque le hicieron vudú? Que se vaya la temporada que viene o en Navidad, pero no después de lo de la bruja, porque entonces pasará a la historia como un perfecto gilipollas.
Hubo un momento de silencio. Nos mirábamos los cuatro, expectantes. Y entonces dijo Montse, con voz de pocos amigos:
—Vale, Federico. Pero no vuelvas a pedirme nunca otro favor.
—Gracias, Montse, creo que es lo mejor para todos, también para José.
—Adiós.
—Adiós.
Y así se quedó García en la COPE la temporada 1998-1999. De milagro. Por eso, Luis y yo fuimos los menos sorprendidos el año siguiente. Por eso y por algo que, en su último año de vida, Antonio Herrero nos repetía de forma obsesiva: «Tenemos que estar preparados para una COPE sin García; porque tarde o temprano, se irá». Ironías del destino: para lo único que no nos había preparado Antonio era para una COPE sin él.
Luis y yo decidimos seguir solos
Además de su intuición, es posible que Antonio supiera algo de las primeras charlas de García con Juan Villalonga en Guadalmina, que según confesión del primero se produjeron tres años antes del 2000, o sea, en 1997. El proyecto que García le planteó al entonces íntimo amigo de Aznar se llamaba Telefónica Sports. Su función era clara: integrar todo lo relacionado con el deporte en las empresas de radio, televisión e Internet propiedad de Telefónica; su presidente ejecutivo sería García; su financiero y factótum para operaciones internacionales, Villalonga. El deporte sería la locomotora multimedia y colorín, colorado, Polanco estaría acabado. Hoy es relativamente fácil ver los puntos débiles del proyecto, pero en aquellos tiempos de la burbuja financiera y los pelotazos en la Red, cuando ataban a los perros con longaniza punto com, todo parecía posible. Todo… excepto la supervivencia en solitario de la COPE. Evidentemente si Villalonga había sido capaz de crear una plataforma digital alternativa a la de Polanco cuando el hombre del que Aznar «se fiaba» para la televisión, Antonio Asensio, lo traicionó en la Nochebuena de 1996, ¿cómo no iba a levantar un imperio todavía mayor, con el fútbol como referencia de masas y cuya gran figura fuera el periodista deportivo más famoso de España?
Pero incluso sin Villalonga, el análisis de Antonio era prácticamente el mismo. Como náufragos de la corbeta Antena 3, nos habíamos subido a la chalupa de la COPE, y tras achicar sus deudas y calafatear el casco, llevábamos una singladura apañadita. Sin embargo, no podíamos competir con el acorazado de la SER, que tras el «antenicidio» nos doblaba en número de emisoras y que, en su típico estilo matonesco y liberticida, estaba siempre en campaña para desestabilizar a obispos y liquidar a los comunicadores de la COPE. A García le desesperaban dos cosas: nuestra desigualdad de medios y la deslealtad de los directivos de la casa, que permitían, cuando no alentaban, toda clase de turbiedades y zancadillas dentro de la propia cadena para «mantener a raya» a unas «estrellas», cada vez más paliduchas. Pero eso quizá lo hubiera ido superando Antonio, el gran «garciólogo», sin el nuevo ingrediente social, político y mediático que supuso la llegada del PP al Poder. Las alianzas defensivas contra el felipismo estaban condenadas a desaparecer si Aznar se asentaba en La Moncloa, como efectivamente empezó a verse con claridad en 1998. Tras la muerte de Antonio, Luis recordaba a menudo su vaticinio sobre la inevitable marcha de García e insistía en que «debíamos estar preparados».
—De acuerdo, Luis, pero ¿cómo se supone que debemos prepararnos?
—Sabiendo qué vamos a hacer cuando nos diga que se va. Y, en el caso de que nos lo ofrezca, cosa que yo creo que aunque quisiera no podrá hacer, si nos vamos con él.
—¿Y qué se supone que vamos a hacer?
—Quedarnos en la COPE.
—¿Sin García?
—Sin García. Tampoco creo que tengamos otra alternativa: resistir o… resistir.
—Yo lo tengo más difícil. Bueno, imposible. Pero tú sí puedes saltar el cerco.
—Ya se te ha olvidado lo de la dirección de informativos de Antena 3 Televisión.
—¡Cómo se me va a olvidar, si te lo ofreció Villalonga delante de mí! Y no olvido tampoco que a última hora el Faraón te cambió por Buruaga. José Ramsés II ¡El Noble!
—Bueno, no sabemos si fue él.
—Lo sabemos perfectamente, Luis. Otra cosa es que nos cueste digerirlo.
—Bueno, en todo caso, está claro que sólo nos salvamos si nos dispersamos.
—Y si nos dispersamos, seguramente, tampoco. José Ramsés II ¡El Implacable!
—Por eso no tenemos más remedio que quedarnos aquí. A veces, la vida elige…
—…Por nosotros. Lo sé. Conozco la doctrina. Y en este caso, además, es verdad.
—Entonces, ¿qué piensas hacer tú?
—Seguir con La linterna mientras queden pilas. Y si se apagan, ya veremos.
—Yo seguiré acostumbrándome a madrugar. Uno de estos años, lo conseguiré.
El último golpe de Nemesio
Pero antes de que García nos pusiera en la desagradable tesitura de elegir sin poder realmente hacerlo, Nemesio Fernández-Cuesta dio otra prueba de su exquisito comportamiento personal y empresarial. Tras sustituir a Jesús Fernández-Miranda como representante de Prensa Española, en el primer Consejo de Administración del año 2000 presentó una enmienda a la totalidad de la cadena, desde la gestión a la programación.
Para empezar, le dijo a don Bernardo cómo debía cambiar radicalmente la parrilla de programas. Luis tenía que dejar La mañana, para la que se contrataría como director a Carlos Herrera. Luis volvería a dirigir La linterna y yo sería un «refuerzo de lujo» de los dos programas. La posibilidad de que ni Luis ni yo quisiéramos seguir en la empresa en esas condiciones, no la contemplaba. O si la contemplaba le daba igual.
En segundo lugar, con el respaldo de Alejandro Echevarría como representante del Grupo Correo, pidió el despido de Pedro J. Ramírez de la tertulia de La mañana y criticó el protagonismo excesivo que las informaciones de El Mundo tenían en la cadena. También dijo que había dado órdenes de que no se nombrara en el ABC a la COPE, en general, y a Luis, a mí y a nuestros respectivos programas, en particular.
Y en tercer lugar, le dio a don Bernardo una lista de colaboradores de ABC que deberían incorporarse, cuanto antes, a las tertulias de La mañana y La linterna.
Por supuesto, a los pocos minutos de que Nemesio plantease en el Consejo la liquidación de la parrilla de programas, toda la casa lo sabía. La animadversión del consejero delegado hacia Luis y el odio norteafricano del sector de informativos salvado del paro por la llegada de las «estrellas» de Antena 3 —favor tan injusto como implacablemente vengado por los favorecidos— creó en los pasillos un ambiente terrible, de liquidación profesional por derribo y de linchamiento moral y personal dentro de la COPE. García, en quien sindicalistas de izquierda y carcas rencorosos solían cebarse con toda clase de fechorías, con la complaciente pasividad de la casa, se ratificó una vez más en los dos principios básicos de su análisis del presente de la empresa y nuestro futuro profesional.
El punto primero del análisis era éste:
—En esta casa no nos quieren. Les salvamos del cierre y, encima, nos odian. Así no vale la pena seguir. De verdad que no vale la pena.
El punto segundo desarrollaba las consecuencias lógicas del primero:
—Hay que tener hechas las maletas y en cuanto haya ocasión, adiós muy buenas. Pero nunca al ABC. Ya veis lo bien que se está portando vuestro amigo Nemesio.
—Bueno, tu amigo Antonio Asensio también se portó estupendamente cuando nos echó de Antena 3. Y tu amigo Javier Gimeno lo superó cuando le regateó a Luis hasta la indemnización —contestaba yo.
—Eso es inexacto, Fede. Me quitó la mitad, para hacer méritos. Como Carrascal.
—Bueno, pareja —decía García—, dejémoslo. Cuando haya algo, avisaré. Ahora no es el momento.
Y así nos disolvíamos, cada cual con su amargura y su cruz a cuestas. La más pesada, obviamente, era la de Luis, que a los seis meses de meter a Nemesio en la COPE se encontraba con que el inquilino decía públicamente que había que echarlo.
Poco antes de las elecciones generales, en la primera semana de marzo, Luis se retiró a Castellón y le escribió una carta a Nemesio que pensaba enviarle de inmediato y me mandó una copia a ver qué me parecía y si había que retocar algo. A mí me pareció demasiado cariñosa, pero le animé a enviarla tal cual, porque estaba muy bien escrita y era harto clarificadora, sobre la situación general y la nuestra particular. Finalmente, Alberto Cátala, viejo amigo castellonense de Luis y Nemesio, amén de cofrade de éste en ABC, lo convenció para no mandarla. Sin embargo, el texto es un balance del «timo del ABC» y sobre todo describe perfectamente la auténtica naturaleza de la COPE como empresa. Lo que muchos socios de lance nunca supieron entender y otros, que sí lo entendían pero no lo soportaban, estaban dispuestos a liquidar. Salvo un par de referencias personales y familiares sin relevancia, ésta es la carta en su integridad:
Querido Nemesio:
Tengo tan mala memoria, para lo bueno y para lo malo, que no estoy seguro de recordar todo lo que quería decirte cuando decidí escribir esta carta. Creo que es mejor así, porque un poco por efecto de la amnesia y otro poco (o no tan poco) por efecto de la amistad, al final me saldrá —espero— sin demasiadas aristas.
Dos cuestiones procesales previas: 1) El hecho de escribir, en lugar de hablar, responde a la intención de levantar acta de mi estado de ánimo. Ya sabes: scripta manent. 2) La tardanza es premeditada. Guardar las quejas en un cajón durante un tiempo, cuando de lo que se trata es de razonar y no de combatir, casi siempre me ha dado buenos resultados. La perspectiva da objetividad.
Y ahora, al grano: hace algo más de un mes supe que le habías propuesto a don Bernardo que estudiara la conveniencia de cambiar la parrilla de la programación de la COPE para que yo volviera a La linterna, Carlos Herrera viniera a hacer La mañana y Federico Jiménez Losantos se quedara como refuerzo de lujo a caballo de los dos programas. Lo que más me sorprendió no fue la propuesta en sí, discutible pero legítima, sino tu desparpajo a la hora de tramitarla. Inmediatamente me pregunté: si yo tuviera la oportunidad de influir en el acomodo profesional de Nemesio, ¿tomaría alguna iniciativa, por bien intencionada que fuera, sin tener en cuenta su criterio? Me respondía que no. No me recuerdo en ninguna cuita profesional que te haya afectado sin haber hablado antes contigo.
En todo caso, quiero aclararte que la noticia de tu propuesta no me parece, en sí misma, animosa y desleal. Me parece equivocada, eso sí, y sobre todo me parece sintomática. ¿Sintomática de qué? De lo que creo que subyace en el fondo, Nemesio: del cambio en el modelo de relación que unilateralmente has impuesto entre Prensa Española y COPE. Hasta hace poco parecías haber aceptado que COPE no tiene una estructura de mando convencional. Ni son convencionales sus propietarios ni son convencionales sus profesionales (porque tenemos un grado de autonomía jurisdiccional infinitamente mayor que en ninguna otra empresa equivalente) ni son convencionales tampoco las complicidades que existen entre unos y otros —propietarios y profesionales— a la hora de adoptar las decisiones internas significativamente importantes. Por ejemplo: una decisión significativamente importante fue la entrada de Prensa Española en el accionariado de la COPE. Pues bien, ¿de verdad crees que hubiera salido adelante si algunos (y yo más que nadie) no hubiéramos abierto las compuertas desde dentro? Puedes pensar lo que quieras, pero eso no modificará una realidad que yo conozco, perdón por la petulancia, bastante mejor que tú.
No me importa tanto que hayas dejado de pedirnos colaboración para tus proyectos (que sigo sin entender, francamente) como que creas que es verdaderamente eficaz elevar protestas en el Consejo de Administración por el trato que recibe el ABC en mi programa, a tu juicio relativamente asimétrico respecto al trato que recibe El Mundo. Si me autorizas, te sugiero dos cosas: primero, que te preguntes el porqué, y segundo, que aceptes el hecho, si quieres injusto, de que no te servirá de nada. De nada. Todo lo que puedes llegar a conseguir es que me pidan que deje de dirigir La mañana, pero nunca que me digan, en lo que es opinable, cuál debe ser mi posición. Y lo mismo que pasa conmigo pasa con Federico o con García. Ésa es la parte de singularidad a la que antes rne refería. Somos periodistas asilvestrados que hemos sobrevivido a no pocas adversidades por mantener esa condición. A alguno de los nuestros, por ejemplo, le han echado dos veces de ABC. No creo que esa persona, a estas alturas, esté en predisposición de hincar la rodilla. Y, francamente, yo tampoco. No prescindiré de Pedro Jota por el hecho de que lo pida en acta oficial un consejero de COPE. Y, además, confieso que me cuesta entender que lo pida un amigo mío, por muy consejero que sea, sin cumplir al menos el trámite de la advertencia previa. Yo, créeme, no lo haría.
Por lo demás, Nemesio, reconozco explícitamente tu derecho a hacer las cosas como las juzgues oportunas. ¡Sólo faltaría! Aunque discrepe. Y creo que mi discrepancia ya está clara a estas alturas de la carta. Discrepo de lo que estás haciendo en COPE y no entiendo en absoluto (por eso ni siquiera discrepo) lo que estás haciendo en ABC. Si crees que la mejor forma de ganar mercado es apoyar la centralidad del periódico con firmas tan renovadoras como las que has incorporado a costa de las que has exiliado, creo que te equivocas. No ganarás ni un solo lector por el centro, porque esas firmas no aportan ninguna credibilidad añadida, y además espantarás a parte de tu clientela más fiel. Respecto del periódico en sí, creo que es un buen reflejo del talento de su director. Ya sabes lo que pienso de él. Tengo la autoridad moral de habértelo dicho desde el primer instante, antes incluso de que nuestras relaciones institucionales (quiero pensar que las personales en absoluto) se hubieran deteriorado tanto.
Siempre te dije que tenías todas las papeletas para convertirte en un punto de referencia empresarial de primer orden en el mundo mediático de esta parte del río. Y siempre pensé, además, que con mis modestas capacidades te ayudaría a conseguirlo. Sé de sobra que mi colaboración para ese fin es perfectamente prescindible, pero acepta al menos el consejo de un buen amigo tuyo que aspira a seguir siéndolo y que el mes que viene cumplirá 25 años en nómina en un medio de comunicación: la arrogancia de las empresas no suele favorecer los acuerdos.
Recibe un fuerte abrazo.
Luis Herrero
Pujol quiere cerrar la COPE en Cataluña y Rato se niega a ayudar
Si el frente interno quedó totalmente roto tras la apertura formal de hostilidades de Nemesio y el Grupo Correo contra Luis y contra mí, el frente externo empezó a empeorar desde que, en noviembre de 1999, Jordi Pujol decidió quitarle a la COPE las licencias de emisión en Barcelona, Manresa y Tarragona, que era tanto como cerrar la COPE en Cataluña. La razón esgrimida por el Molt Honorable i Despòtic era que, según él, «la COPE mentía». Es decir, que en ella se contaban cosas o se vertían opiniones sobre la Administración nacionalista catalana que no gustaban a don Jordi. Evidentemente, para las injurias, calumnias e incluso mentiras están los tribunales ordinarios, pero la condición íntimamente totalitaria del mesianismo pujolista le llevaba a despreciar esos métodos vulgares de la democracia occidental y a elegir los más expeditivos y revolucionarios de las dictaduras iberoamericanas. Como Cambó, también Pujol quería ser a la vez el Bismarck de España (era el socio parlamentario de Aznar en Madrid y Barcelona) y el Bolívar de Cataluña. Pero según envejecía se bolivarianizaba.
En España, incluida Cataluña, todas las licencias de radio se renuevan siempre automáticamente si no hay causa grave que lo impida, y esa causa sólo suele ser que la emisora técnicamente haya desaparecido por dejar de emitir su señal y su programación o bien que, por quiebra de la empresa concesionaria, hayan caído sus frecuencias en otras manos dedicadas a actividades ilícitas y, por tanto, muy alejadas de la concesión para la que se pidió. Eso sucedería, por ejemplo, si la COPE o la SER dejaran de emitir su línea de programación habitual y la dedicaran a promover diversas formas de prostitución y a la justificación del secuestro y trata de blancas, negras, mulatas, cobrizas y aceitunadas (puede cambiarse la «a» por la «o», la «e» u otra vocal que identifique el sexo en venta). Obviamente, ése no era el caso, bien al contrario: lo que se daba no era una ruptura de la continuidad editorial de la COPE sino una continuidad que se negaba a romperse pese a las presiones ilegítimas, ilegales y dictatoriales del Poder político nacionalista catalán.
La defensa de la cadena como red nacional para toda España se planteó en dos frentes: el recurso legal y la emisión en frecuencias de otras empresas que pudiéramos alquilar o utilizar para emitir comercialmente la programación. Esa alternativa pasaba por la Cadena Ibérica, cuyos profesionales eran criaturas de la COPE fichadas tras la muerte de Antonio Herrero pero dirigidos por José Antonio Sánchez (más sensible a los encantos gubernamentales) y que desde el punto de vista accionarial controlaba un grupo de empresarios cercanos al sector liberal del PP de Valencia, y por tanto, de Zaplana. Estos empresarios —no se olvide la presión anexionista del catalanismo sobre la Comunidad Valenciana— acordaron de inmediato colaborar con nosotros para que Pujol no amordazara la voz de la COPE en Cataluña. Había, pues, una alternativa técnica mientras decidían provisionalmente las instancias judiciales. Pero entonces, para nuestra sorpresa, tropezamos con el veto de Rodrigo Rato, el único que, por encima de Zaplana y con permiso de Aznar, podía «orientar» la propiedad de Cadena Ibérica. Vetar ese acuerdo con CI suponía condenar a la COPE a la amputación comercial y de audiencia de Cataluña, y añadía una dificultad casi insoluble a las que ya padecía, entre las que la posible marcha de García era la peor. Pero el vicepresidente económico y máximo aspirante a la sucesión de Aznar no vaciló: si la COPE tenía que cerrar, que cerrara.
Entonces, Luis Herrero y yo nos fuimos a comer con él en su ministerio, con la única compañía de su jefe de Prensa, Paco Ochoa, para poner las cosas claras y tratar de remediarlas. Y sin remedio pero clarísimas quedaron. Recuerdo pocas conversaciones tan violentas, desagradables y deprimentes con un político tan importante entonces como Rato, pero no era la primera, sino la tercera que yo tenía con él y que acababa como el rosario de la aurora. Quizá lo peor de esta última es que todo era descarnado y consciente, sin lugar para el equívoco: Rato sabe mucho de radio, no en balde la fortuna salvada de los quebrantos familiares por Fraga (que me lo contó al borde de unas filloas de Toñi Vicente en Santiago) consistía básicamente en la Rueda de Emisoras Rato, vendida para crear Onda Cero a la ONCE de Duran cuando ésta ya era el arma letal mediática al servicio del PSOE. La liquidación de El Independiente (incluidos los suculentos haberes de Pablo Sebastián) y la entrada en Tele 5 de Berlusconi (por entonces hombre de confianza del socialista Bettino Craxi) fueron también hazañas duranianas y de la ONCE.
Como yo soy de poco ver y nada comer con los políticos, era inevitable que en aquel almuerzo a cuatro recordase el primero, a dos, que se produjo años atrás, a raíz de que Alfonso Guerra (jefe político de aquella ONCE de Miguel Duran, Berlusconi y sus mamachichos) se mofase del joven diputado de AP exhibiendo una carta petitoria de Rato para facilitar el negocio. Yo entonces lo puse verde en Cambio 16 y él me invitó a almorzar para explicarse. Rato puede ser simpatiquísimo cuando quiere y también puede convertirse en el señorito más borde del universo si le da la gana. En aquella primera ocasión, estuvo gentilísimo hasta los postres; pero ni un minuto más. La pelea fue así:
—Bueno, ¿y tú qué tienes contra mis negocios?
—Que los tengas.
—Pues vaya liberal que estás tú hecho. ¿Y la propiedad privada?
—Un liberal que defiende la separación de poderes. Y de lo público y lo privado.
—¿Y qué tiene que ver una empresa de mi familia con Montesquieu?
—Pues que yo te voto para que hagas política, no negocios con la ONCE.
—Pero son de mi familia, no simplemente mí os. Y de antes de ser yo diputado.
—Pues no tiene que notarse. Y Alfonso Guerra ha hecho que se note demasiado.
Pasaron los años y, otra vez a petición suya, comí con Rato en vísperas de las elecciones de 1993, en un asador de la calle Santa Engracia, donde —quizá por encargo de Aznar— me preguntó «qué diríamos» (Antonio, Luis y yo) si el PP planteaba en su programa la privatización de la Segunda Cadena de TVE, admitiendo que se la pudiera quedar Polanco. Yo dije entonces: «No hay palabras, pero las inventaríamos»; frase tan tonante como huera y que, claro, no mejoró la fluidez de nuestras relaciones personales.
Ahora, a la tercera, podía ir la vencida. Con el PP asentado en el Poder, a tres meses de renovar en las urnas el alquiler monclovita, lo único que le pedíamos Luis y yo era que no dejara que un enemigo de la libertad y la nación como Pujol se cargase el medio que más apoyaba la economía de mercado y la idea de España, los dos principios supuestamente básicos e irrenunciables del PP. Pues bien: nada. Ni comprensión, ni colaboración, ni otra cosa que un memorial de agravios —reales unos, imaginarios otros— por nuestra línea de crítica al Gobierno y, sobre todo, a su gestión política. Esta vez no había encargo de Aznar para sondearnos como en 1993. Era el protosucesor creando su poder mediático para llegar a serlo, aunque fuera cargándose la COPE o precisamente cargándose la COPE, porque, la pobre, no estaba diseñada para la incondicionalidad.
Desde luego, Rato nos dijo de todo, pero nosotros no nos quedamos cortos y lo pusimos de chupa de dómine. Como casi siempre, yo, que era el malo, acabé haciendo de bueno, y Luis, que era el bueno, acabó haciendo de malo. Fue una experiencia horrible. Si a la salida no vomitamos la comida, sería porque no habíamos llegado a probarla. Poco después tuvimos el decisivo almuerzo del 15 de diciembre con Aznar y le contamos la gresca. Su respuesta fue, textualmente, que las patadas a Rato no se las diéramos en su culo, y menos en víspera de elecciones. No sé si lo hubiéramos hecho, supongo que no, pero el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña evitó nuestra guerra con Rato al dictar una sentencia que impedía el cierre de las emisoras de la COPE y obligaba a la Generalidad a atenerse a la legalidad y a no perjudicar ilegítimamente a nuestra cadena.
Por supuesto, después de este episodio no nos sorprendió que Rato acabara siendo en el año 2003, último de Aznar sin sucesor designado, el más fiel de todos los defensores de los intereses de Polanco en el Consejo de Ministros, particularmente en uno de los episodios de corrupción más escandalosos del PP y del PSOE, al alimón: el de la sentencia del Supremo que ordenaba a Polanco la devolución de las emisoras de Antena 3. Se produjo, ironías de la vida, cuando José María García, ya en el lujoso vagón de Onda Cero, concluía su largo adiós. Y Luis y yo nos quedábamos solos, con el pañuelo en la mano y un rictus a modo de sonrisa, en el destartalado andén de la COPE.
El «antenicidio» legalmente condenado
Poco antes se produjo, sin embargo, una sorpresa que parecía el perdón tardío de un difunto. Fue el 6 de junio y lo adelantó por Internet El Mundo en estos términos:
El Supremo anula la concentración entre la SER y Antena 3 Radio
Madrid. La sala Tercera del Tribunal Supremo ha comunicado hace pocos minutos a las partes su resolución anulando la decisión del Consejo de Ministros de 20 de mayo de 1994 por la que se autorizaba la concentración (en la práctica, fusión) entre las emisoras de la cadena SER y las de Antena 3 de Radio.
Con esta decisión, el Supremo atiende la demanda presentada a título individual por un grupo de profesionales como Manuel Martín Ferrand, el ya fallecido Antonio Herrero, Luis Herrero, José María García, Federico Jiménez Losantos, Melchor Miralles y el director de El Mundo Pedro J. Ramírez.
La demanda fue interpuesta por el abogado Felipe Arrizubieta Balerdi. La sentencia ha sido dictada por unanimidad por los siguientes magistrados: Ángel Rodríguez García (presidente de la sala), Fernando Ledesma Bartret, Eladio Escusol Barra, Óscar González González, Segundo Meléndez Pérez y Manuel Campos Sánchez-Bordona.
En fuentes jurídicas se considera que la consecuencia de esta decisión será que Unión Radio, resultado de la citada fusión, deberá deshacerse y el Grupo Prisa deberá desprenderse de las emisoras de Antena 3 Radio.
Simultáneamente, el servicio de Defensa de la Competencia del Ministerio de Economía y Hacienda ha remitido al Tribunal de Defensa de la Competencia una propuesta para multar al Grupo Prisa, la cadena SER, Antena 3 Radio y al Grupo Godo, entre otros, por los acuerdos adoptados para actuar conjuntamente en el ámbito de la radio desde que se produjo la absorción de Antena 3 por la SER, en 1992, hasta que el Gobierno de Felipe González aprobó en 1994, la concentración de esas dos cadenas.
En breve, la sentencia íntegra.
(elmundo.es, 11 de junio de 2000)
Paradójicamente, la sentencia de verdad, es decir, la condena a muerte de la que se había convertido en la primera cadena de España, Antena 3 Radio, que se había decretado en La Moncloa en 1992 y que ejecutaron Polanco y Godo con el dinero de Mario Conde mediante la groserísima fórmula —delictiva en cualquier democracia liberal— de que la segunda cadena, la SER, comprara la primera, Antena 3, y la cerrase, estaba a punto de cumplirse. La salvación parcial de lo que esa cadena significaba informativa, ideológica, política y moralmente para tres millones de españoles se había producido al trasplantarse sus profesionales más destacados (García y Antonio Herrero al frente) a la arruinada cadena COPE. Pero tras la muerte de Antonio, la marcha de García suponía el fin de aquella solución de emergencia que mantuvo, con muy pocos medios materiales, una cierta pugna empresarial con la SER y el felipismo mediático.
Aquel junio fue un mes mucho más cruel que el abril de T. S. Eliot en The waste land. Cuando nos reunimos para recoger del abogado el resultado de aquella demanda ante el Supremo, ya nada del ayer permanecía, al menos en lo radiofónico. Antonio estaba muerto. García nos dejaba solos en la COPE a Luis y a mí. Manuel Martín Ferrand decía pestes de Luis, de mí y de García. Y en cuanto a García, contaba a todo el mundo una historia sobre Martín Ferrand que mostraba hasta qué punto el grupo capaz de poner en pie la primera cadena de radio española estaba irreversiblemente roto.
La historia nos la había contado Antonio a Luis y a mí para ilustrar precisamente lo inevitable de esa marcha de García de la COPE «para la que debíamos prepararnos». Fue comentando un día las malas relaciones de García con Martín Ferrand, que Luis consideraba el clásico episodio pasajero al que tan acostumbrados estábamos pero que Antonio veía como algo más grave. Sucintamente, se trataba de que entre las facturas falsas de Antena 3 Radio que habían aparecido en Alicante y por las que finalmente sería condenado MMF como máximo responsable de la empresa (aunque suponíamos que el máximo beneficiario sería Godó), figuraba una de bastantes millones de pesetas presuntamente destinados a pagar la seguridad de García en la Vuelta Ciclista a España. El problema no estaba únicamente en que García nunca disfrutó de esa seguridad sino en que la había pedido porque estaba en pleno apogeo su disputa con Perico Delgado en su Segovia natal los seguidores del ciclista habían jurado linchar a García. Este pidió seguridad a Martín Ferrand, que le contestó que no había dinero. Y luego resultó que la partida negada había sido utilizada, de modo fraudulento, por Martín Ferrand, en lo que no sabíamos, ni importaba demasiado, si fue una forma de conseguir dinero negro para Godo, para él o para otros. Lo esencial era la forma de utilizar su nombre, precisamente para justificar el dinero negado a quien era la primera fuente de ingresos de la empresa. Después de la revelación de Antonio y de su muerte, Luis y yo tuvimos ocasión de oír del propio García la misma historia, y también de comprobar hasta qué punto el análisis de nuestro común amigo desaparecido era acertado. García jamás perdonaría esa ofensa.
Pero ¿por qué se fue realmente García de la COPE? Había muchas razones, de las que creo haber explicado las fundamentales: falta de medios para competir con Polanco, falta de respaldo moral de la empresa, rencores y fisuras dentro de la casa y del primitivo grupo de Antena 3, amén de las muchas enemistades y animadversiones que se cosechan cuando, como García, uno es rico, famoso y con enemigos aún más ricos y más poderosos. Pero seguramente todas esas razones hubieran quedado en nada de no mediar un hecho inesperado el 3 de abril de 2000: la victoria electoral de Aznar por mayoría absoluta. Y digo Aznar y no el PP porque todos, empezando por el interesado, lo entendieron como una confirmación del carácter omnisciente, taumatúrgico del Presidente. Ese hecho, amén de la debacle casi impensable del PSOE y la perspectiva de una larga estadía de la derecha en el Poder despertaron en los vencedores y en la inmensa tropa que siempre acude presurosa en auxilio del vencedor los peores instintos políticos: cesarismo enfebrecido, partidismo desatado, intolerancia a la crítica y la consiguiente pulsión liberticida. Pero más tarde me referiré en un capítulo especial a las consecuencias de la mayoría absoluta y también a mi ruptura con el único político al que he llegado a tener cierto aprecio personal, olvidando aunque fuera brevemente el más sagrado de los principios liberales: desconfiar del poderoso, sea cual sea su color político, porque junto al Poder anida el Mal. Y desde la noche del 3 de marzo de 2000 no es que el Presidente tuviera mucho, muchísimo poder. Es que Aznar era el Poder.
Los tres últimos meses de Aznar como candidato estuvieron, sin embargo, marcados por un suceso que, en buena lógica, debería haber impedido la marcha de García a Telefónica. Porque conviene insistir en que García no se fue a otra cadena de radio sino a Telefónica para dirigir Telefónica Sports, área de deportes que incluía Antena 3 Televisión, Onda Cero y todas las nuevas fórmulas de televisión por cable, Internet y demás hallazgos de las nuevas tecnologías. Luego se quedó en Onda Cero pero ése no era el proyecto ni el contrato. El problema de García fue la ruptura de Aznar con su viejo amigo Juan Villalonga en vísperas de las elecciones y a raíz del escándalo de las stock options que los principales directivos de Telefónica, con su presidente a la cabeza, se habían concedido en función de los resultados de la empresa. Miles de millones de pesetas para Villalonga y una pedrea muy sustanciosa para los «primeros pobladores» aznaristas de 1996, los últimos de una Telefónica que siempre fue Telefinca del Gobierno de turno.
Aznar había acometido con más decisión que González (iniciador del proceso, conviene recordarlo) la privatización de las grandes empresas estatales o nacionalizadas, casi siempre monopolísticas y siempre ruinosas para el ciudadano. Materialmente, el proceso privatizador fue un éxito para España y para los millones de nuevos accionistas que, en vez de pagar las pérdidas con sus impuestos, lograron casi siempre ahorrar dinero con sus acciones y ganarlo con el dividendo anual. También mejoró mucho la gestión de las empresas, pero el paso de lo público a lo privado sin abandonar lo político dejaba a los gestores designados por el Gobierno un margen de discrecionalidad material y moral casi ilimitado. En general, se comportaron muy bien y no hubo escándalos… salvo el ya citado de Telefónica, aderezado con otras dudosas operaciones de Villalonga.
Y al llegar las elecciones, el PRISOE, ya completamente en manos de Polanco, diseñó dos líneas de confrontación: primero, hacia dentro, en una campaña de difamación-relámpago, liquidó al candidato elegido por las bases en unas elecciones «primarias», Josep Borrell, para reimponer al derrotado Almunia; después, hacia fuera, centró el programa electoral del PSOE en denunciar la corrupción de la derecha, que supuestamente representaría al máximo nivel la turbia relación de Aznar con Víllalonga. El Imperio del Mal batía así sus propias marcas de ignominia intelectual porque resulta que el denunciado Villalonga, siguiendo una moderna pero ya acreditada tradición de derechistas en apuros, se había echado en brazos de Polanco y de Pujol para conseguir inmunidad política. Mario Conde había precedido en la peregrinación a Valdemoro a Villalonga, pero éste tuvo que dimitir antes de la cita con las urnas tras una feroz campaña de revelaciones de El Mundo respaldada por la COPE y en la que Aznar, poseído de celo electoral, se mostró implacable. Arrióla, alias Doctor Bacterio, cobraba del PP por hacerle encuestas particulares a Aznar y cobraba todavía más de Villalonga por su privilegiado acceso al presidente del Gobierno. O sea, que Arrióla acabó convenciendo a Arrióla de que se fuera para que uno de sus aconsejados no arruinara la carrera del otro. Y su negocio, claro. Tan escandaloso proceder sólo lo denunciaron la COPE y El Mundo. Qué novedad.
Luis y yo, que sabíamos o intuíamos el acuerdo de García con Villalonga, le dijimos a nuestro amigo lo que podía suceder, porque en esa comida prenavideña del 15 de diciembre de 1999, tan importante para explicar muchas cosas que sucedieron meses e incluso años después, se lo había preguntado directamente Luis a Aznar:
—Y ¿cómo está tu relación con Juan Villalonga?
—Esa relación es inexistente.
—¿Sin capacidad de arreglo?
—Las relaciones duran hasta que se acaban.
Aznar se refirió en otro momento del almuerzo al grupo de colaboradores de Villalonga (que había dejado a su mujer, íntima amiga de los Aznar durante veinte años, por la atractiva y joven viuda del gran capo de Televisa Emilio Azcarraga) como «el club de los poetas muertos». Y que aquella administración de Telefónica podía darse por difunta era evidentísimo. Como mantuvimos en general una relación muy amistosa con García en aquella temporada 1999-2000, Luis se lo dijo un día con toda claridad:
—Mira, José, olvídate de Telefónica, de momento. Si Villalonga sobrevive, será gracias a Polanco, que te vetará. Y si no sobrevive, los proyectos de Villalonga no serán asumidos por el sucesor, por lo menos de inmediato. El año que viene, tal vez, pero esta temporada, es difícil. Y además, ¿qué prisa te corre?
—Pero es que esto de la COPE está por dentro cada vez más insoportable.
—Es verdad, esto está insoportable —le dije yo—; pero aquello está imposible.
—A lo mejor tenéis razón.
Pero no la tuvimos. García le dijo al sucesor de Villalonga, César Alierta (que era amigo de Manuel Pizarro y que teóricamente debería mantener buenas relaciones con nosotros) lo más decente que podía decirle: que estaba libre de cualquier compromiso contraído con él por Villalonga; y lo más razonable: que prefería quedarse tranquilamente un año más en la COPE hasta que se asentara la nueva dirección de Telefónica Media y viera claro el proyecto de Telefónica Sports. Pero esa tranquilidad no existió porque el proyecto nunca se olvidó. Tanto porque los supervivientes del villalonguismo querían el acuerdo con García como porque nuestro amigo o sus amigos tuvieron una ocurrencia genial que mataba dos pájaros de un tiro: reforzar Onda Cero con García esa temporada y absorber en la siguiente a una COPE ya con la audiencia hundida, la publicidad arruinada y las acciones a precio de saldo. Aunque el problema nunca fue de dinero, porque, incluso a precio de oro, la Conferencia Episcopal se había negado a vender la COPE a Telefónica varias veces, si la operación salía barata, mejor que mejor. Sinceramente, creo que, en última instancia, fue este plan el que resucitó la difunta «Operación Butano» (popularísimo mote de García) y la hizo llegar a buen término (aunque muy malo para la COPE) en aquella primavera absolutísima del año 2000.
La idea de la fusión por absorción de la COPE en el grupo supermultimedia en ciernes de Telefónica (Antena 3 Televisión, Onda Cero, Vía Digital y todo lo que fuera incorporando) era simplemente otra versión —una más— de la sempiterna idea aznarista de crear un gran grupo semejante al de Polanco —incluida, en primer y casi único lugar, la fiera disciplina política y la ciega obediencia a sus designios— y diluir en él los restos de aquel grupo de periodistas asilvestrados y medios dispersos que ya habían cumplido la muy abnegada función de ayudarle a llegar al Poder y a conservarlo. Su último servicio a la causa de Aznar estaba sin embargo claro, escrito y decidido: desaparecer.
La fórmula para conseguirlo, es decir, el paso de García a Onda Cero sin dejar la COPE para que al final la COPE entera siguiera los pasos de García, puede parecer hoy un tanto absurda pero se explica por dos factores. El principal no era nuevo: esa decisión casi obsesiva en Aznar de exterminar los restos del «sindicato» periodístico que tanto le había ayudado a derrotar a González. El factor nuevo y secundario, pero que casi acabó convirtiéndose en el principal, fue el movimiento de pánico que creó en los directivos de la COPE la posible marcha de García. A diferencia de la inquina presidencial, este miedo empresarial al futuro sin García estaba plenamente justificado, como los hechos se encargaron de demostrar. Y podía resumirse en estos datos: suponiendo que García tuviera, en el peor y más manipulado de los datos del EGM, setecientos mil oyentes, y se los llevase a Onda Cero, eso podía costarle a la COPE un millón largo de audiencia frente a su rival: el medio millón que ella perdía y el otro medio que Onda Cero ganaba. Y si, por algún extraño milagro, la audiencia de la noche (La linterna y el programa de deportes) no se hundiera por completo, la desaparición del efecto de «arrastre» de García destrozaría La mañana de Luis Herrero y le daría nueva vida al ya casi vencido Luis del Olmo. O sea, que entre lo que se llevaba García y lo que le quitaba a Luis Herrero para dárselo a Luis del Olmo, la COPE estaba muerta. Yo nunca había creído demasiado en ese efecto de arrastre de audiencia de un programa sobre el que viene después e incluso sobre el que viene antes, sin embargo tuve que rendirme a la evidencia. No sólo en televisión sino también en la radio, el «arrastre» funcionaba.
La primera parte de la negra profecía no se cumplió, pero la segunda, sí. Pese a muchos que la daban por liquidada, La linterna resistió muy bien la desaparición del «arrastre» de Supergarcía y demostró que se había ido convirtiendo en un programa con entidad propia, casi al margen de la cadena. En cambio, La mañana de Luis Herrero, que se mantenía por encima del veteranísimo Protagonistas, no sólo perdió su ventaja sino que se invirtieron los papeles y el Luis joven fue superado por el Luis añejo. A ello contribuyó un factor que algunos ya habían anunciado: el tipo de audiencia de radiofórmula, es decir, de la Cadena 100 del programa que sustituyó a Supergarcía, rompía el efecto de arrastre de La linterna y toda la programación convencional sobre La mañana.
Pero, claro, ¿cómo no iba a romper algo un programa llamado El tirachinas?
La guerra con Pedro Jota y otros desastres
Curiosamente, el nombre del programa de deportes que sustituyó a García se lo puso, sin saberlo, el propio García. «Los que quieran la guerra van a ir bien servidos, porque ya no voy con tirachinas», dijo al ABC el 12 de agosto de 2000. Y Abellán, que se quedaba con el pequeño artefacto bélico en la modesta trinchera de la COPE, asumió el nombre y se lo puso a su programa. Pero ese bautizo a modo de sarcasmo fue sólo el último encontronazo de una despedida que quiso ser cordial y educada por ambas partes y terminó, como por otra parte era inevitable, crispada y tensa. Al fin y al cabo, García nos dejaba en una situación técnicamente insostenible, preagónica. Y el silencio de los corderos no es precisamente el de los micrófonos. Al menos, no los de la COPE.
Los dos motivos de conflicto más serios en el largo adiós de García tuvieron su origen en Pedro Jota. El primero fue la publicación en El Mundo de los términos del contrato de Telefónica con García, que seguramente facilitó el propio Villalonga. Los términos económicos eran semejantes a los de la COPE, entre los mil y mil quinientos millones al año para todo el equipo, lo cual aventaba la hipótesis de que García dejaba la COPE por dinero. Pero había un ingrediente más que publicó El Mundo: la compra por Telefónica Sports del portal de Internet libredirecto.com, propiedad o copropiedad de García y que llevaba su hijo Pepe. La valoración del portal en la negociación con Villalonga se planteó en torno a los trece mil millones de pesetas y se discutió la compra a partir de los diez mil. Estos datos fueron luego confirmados a El País por fuentes de Telefónica verosímilmente cercanas a Alierta, que trataba de marcar las distancias con la dirección anterior.
Aparentemente, eso suponía que, además de las posibilidades futuras y sinergias de grupo, virtualidades multimedia y demás argumentos habituales, habría una especie de sueldo paralelo en el contrato de García que equivalía a diez años de sueldo normal. Bueno, quiero decir normal para las cifras que entonces manejaba García y que estaban directamente relacionadas con el dinero de la publicidad que conseguía su programa.
El efecto que este dato publicado por El Mundo tuvo dentro de la COPE fue devastador. En Luis y también en mí mismo. Yo cometí entonces un grave error: dejar que Libertad Digital publicara el dato, lo que suponía una cierta confirmación desde el grupo más cercano a García. Como a Pedro Jota, a mí también me aseguraron fuentes de absoluta credibilidad que era cierto, pero no tuve en la mano el contrato o, al menos, el precontrato, y, por tanto, no debí dejar que se repicase en LD. Porque el efecto en nuestra relación fue desastroso. García me puso verde, dentro y fuera de antena, negando lo publicado por El Mundo y, sobre todo, le dijo a Luis que si no echaba a Pedro Jota de su tertulia, no volvía a hacer su programa. Lo mío tuvo un cierto arreglo publicando Libertad Digital el desmentido de García. Lo de Pedro era un ultimátum o un chantaje en toda regla. Y además iba absolutamente en serio. Aunque Luis no es lo se dice un lector de Lenin, esta vez no pudo esquivar el «¿Qué hacer?».
Estuvimos varias horas dándole vueltas y no se nos ocurría nada. Porque Luis no quería echar a Pedro Jota, pieza importante en su programa, y menos aún para contentar a García, que dentro de un mes ya estaría en la competencia. Así que cuando García le renovó el ultimátum, tuvo que echar mano de un truco genial. Su respuesta fue:
—Yo sé lo que tengo que hacer. No hace falta que me lo digas. Y lo voy a hacer. Pero tú no me vas a decir ni cuándo ni cómo lo voy a hacer. ¿Está claro?
—No hay más que hablar. Queda en tus manos.
Por supuesto, García volvió a los micrófonos y Luis no echó a Pedro Jota. Llegó el verano, llegó El tirachinas, García empezó en Onda Cero y nosotros empezamos lo que, para casi todos los expertos, iba a ser nuestra última temporada. Y la de la COPE.