El trepa[10]
«No se sorprenda nunca de que el trepa reciba un premio por una idea que usted le contó».
¿QUIÉN NO HA OÍDO HABLAR del trepa? Éste es, entre otros, uno de los más insoportables arquetipos que pueblan el mundo empresarial. El trepa padece un virus que le ha inflamado la ambición hasta extremos incontrolables. Desgraciadamente, no se conocen vacunas ni antídotos eficaces para erradicarlo. Su enfermedad es mucho más fácil de diagnosticar que de curar. Aunque el trepa no acude a consulta médica porque convive a gusto con esta patología. Por su parte, el organismo de Salud Pública se ha limitado —como en el caso del tabaco— a recomendar que el contacto con el trepa puede ser perjudicial para sus compañeros y colegas. Porque este ejemplar es invasivo, controlador, manipulador, traidor, intrigante e hipócrita. Es tal su ambición de alcanzar el más alto cargo, que ¡hasta en las inundaciones ve la posibilidad de llegar a ser almirante!
Llegar «arriba» a toda costa
En cualquier empresa, uno asciende mediante un proceso gradual. Si trabaja eficazmente durante varios años y tiene la suerte de que sus superiores se fijen en él, puede ascender cuando al que está por encima lo despiden, se jubila o se muere. Es lo que se llama ascenso por antigüedad. Pero el trepa es un tipo muy motivado y no puede esperar tanto tiempo. Quiere elevarse en globo, pues no puede desperdiciar su valioso tiempo trabajando. Para ello se vale de todo tipo de tretas, que son auténticas trampas mortales para los que lo rodean. Cree en el principio maquiavélico de que el fin justifica los medios. Ágil como un mono, intenta trepar por el árbol jerárquico. Pero, pese a estos indicios, no pertenece a la familia de los simios. ¡El trepa se diferencia de los chimpancés porque no tiene granos en el culo, sino en la cara!
Todo cuanto hace el trepa gira en torno a satisfacer sus ansias de poder. El poder es, mucho más que el dinero, su motivación más insaciable. Hace que trabaja para hacer carrera. No porque crea que el trabajo en sí mismo merezca la pena. Ni siquiera le importa el interés de la empresa. Su única obsesión es escalar con el menor esfuerzo y tiempo posibles la pirámide de la organización. Llegar «arriba» constituye el programa total de su vida. Este insoportable ejecutivo está empeñado en confirmar la ley de Wellington: «La crema sube a la superficie, también la escoria».
La ley del trepa es la de la selva. No confía en nadie. No puede respetar a sus amigos porque no los tiene. Desprecia a sus compañeros, con los que nunca hace causa común. Aunque les hace creer que son sus amigos. Que se preocupa por ellos como seres humanos. Es su política para ganarse su confianza y poder arrebatarles así alguna idea brillante. Su táctica depredadora imita el estilo ciclista: «Apretando hacia abajo y empujando hacia arriba». Esto le permite auparse en la tarea colectiva, cabalgando a lomos de sus compañeros, lo que produce desaliento y rabia entre éstos.
Sigue al pie de la letra el guión de libros con títulos tan esperanzadores como, por ejemplo: «Cómo convertirse en presidente de una gran empresa en apenas una semana o menos».
Síndrome de Münchhausen
¿Cuáles son las artimañas del trepa? Como se sabe, muchas de las decisiones que han de tomarse en la empresa dependen de la información. Datos, fórmulas y procedimientos que hay que conocer para que las cosas funcionen. El trepa conoce perfectamente el valor que hoy día tiene la información. Puesto que ésta es la clave para controlar muchas situaciones, la capitaliza a su favor, para reforzar su imagen de pieza irreemplazable en el organigrama empresarial. En este sentido, el trepa padece el síndrome de Münchhausen. Necesita convertirse en imprescindible, y refuerza esta dependencia atesorando y manipulando la información. Aunque esta detestable práctica les cueste el puesto a otros. ¡El trepa consigue un impulso ascendente igual al número de colegas que desaloja!
Por otra parte, el trepa pone en marcha términos que le permiten, aun trabajando mucho menos que los demás, llegar a ser la única persona en la empresa que domina y sabe cómo hacer un determinado trabajo. Impresiona a su superior con constantes ideas creativas. Es decir, tiene lo que se llama iniciativa para copiar. Siempre posee la solución para cualquier conflicto que él mismo plantea. Nadie sabe cómo resolverlo. Pero ya todos saben quién podrá hacerlo. Tiene una portentosa habilidad para instrumentalizar la información y convertirse así en una persona insustituible, en detrimento de sus compañeros. Jamás hace circular información que considera útil para sus propósitos, ¡salvo si se trata de algo que pueda molestar y desprestigiar a sus colegas!
El trepa, junto con el pelota, son los modelos oficinescos más insoportables y socialmente odiados. Todos los miran mal, salvo los ciegos. Los afectados por tan hipócrita conducta abogan por una ley empresarial que los obligue —como a los camiones— a exhibir el distintivo de «mercancía peligrosa». Porque, realmente, el trepa es 1mucho más pernicioso de lo que pudiera sospecharse. No es posible, pues, mantener buena relación con el trepa. Ni se puede bajar la guardia con él. Sus celos profesionales y su enfermiza ambición buscarán destruir a todo aquel que se interponga en su camino.
Hazlo a los demás antes de que te lo hagan a ti
¿Por qué actúa así el trepa?
La degradante conducta del trepa puede obedecer a un complejo de inferioridad causado por alguna deficiencia psicológica, física o sociológica (con tales insuficiencias resulta extraño que no haya elegido dedicarse a la política). Pero, sin ninguna duda, el trepa es una persona que, por unas u otras razones, padece una baja autoestima. La única forma que ve para elevarla es competir con deslealtad con sus colegas. El trepa se siente recuperado en su valía personal cada vez que supera a uno de ellos en su carrera profesional. De ahí que no le importe practicar subrepticiamente traidoras estrategias para lograr sus fines terapéuticos. El trepa cree, además, que el hombre ha de ser agresivo, competidor y dominante en todo lo que hace. Por esta razón, adopta el papel de verdugo antes de que otro lo convierta en víctima.
ESTRATEGIAS DEFENSIVAS
Nunca regale medias de seda a un cerdo
Es fácil irritarse al descubrir las tretas y argucias que emplea el trepa para conseguir sus propósitos. Especialmente, cuando usted es la víctima profesional elegida. Usted lo considera un compañero normal, incluso afectuoso, hasta que se entera de que el jefe ya conoce una importante iniciativa que usted iba a exponerle, y el trepa se le ha anticipado atribuyéndose su creación. O descubre que sus superiores ya están enterados de algún aspecto negativo de su trabajo, y que, en un acto de confianza, le confesó al trepa por creerlo su amigo. ¡Confiar en un trepa es tan incoherente como poner medias de seda a un cerdo!
Ante este tipo de conducta, la única estrategia eficaz para combatirla es afrontarla directamente. De igual forma que se procedería con el criticón u otros ejemplares de este zoo, para los que la lealtad, el compañerismo y la amistad son conceptos desconocidos. El encaro directo le permite decirle al trepa que usted no va a entrar más en su juego, y que, por tanto, no le va a poder apuñalar más por la espalda. Ni decir algo en su presencia y lo contrario en su ausencia. Para ello, es preciso que siga usted los siguientes pasos:
- Comuníquele claramente que ha descubierto su juego de humillarlo y aniquilarlo, y que no está dispuesto a tolerar más su estilo —bajo, por supuesto—.
- Manténgase firme en su confrontación, pese a las reiteradas justificaciones que el trepa esgrimirá al estilo de: «No es lo que tú crees».
- Si, finalmente, el trepa reconoce su proceder, hágale ver que su colaboración con él será la estrictamente profesional. Si no reconoce su falta, trate de distanciarse o mantener el trato mínimo con él.