El pelota[6]
«Te elogian de verdad dos veces en la vida y en ninguna de las dos te enteras: cuando naces y cuando mueres».
DECÍA LISA KIRK que «un chismoso es el que te cuenta cosas de los demás; un latoso, el que te habla de sí mismo; y un brillante conversador, aquel que te habla bien de ti mismo». Parece que, en principio, halagar es un buen sistema para despertar simpatías. Esta opinión la comparten muchos psicólogos y escritores. Dale Carnegie, en su libro Cómo ganar amigos, recomienda no escatimar alabanzas cuando uno quiera gustar inmediatamente a los demás. El célebre autor estadounidense cree que la política de «hacer la pelota» siempre da buenos resultados. Pero el asunto de repartir lisonjas por doquier como si fueran folletos de telepizza ni es tan simple, ni da siempre resultados positivos. En muchos casos, puede suponer, al contrario de lo que se persigue, una antipatía para el pelota, cuando no un descrédito. Hasta puede llegar a descalificarlo como un vulgar «lameculos», aunque los adulados, por educación, al referirse a él se limiten a decir ¡que tiene un gran dominio de la lengua! El pelota es un ser manipulador, desleal, hipócrita y egoísta. Virtudes éstas que esconde bajo una aureola de «simpático seductor». Pero cuando las víctimas descubren su juego les sobreviene una decepcionante sensación de asco y desprecio hacia tan detestable espécimen. Porque, en realidad, sus halagos ¡son menos creíbles que una carta de amor en fotocopia!
Técnicas zalameras
El pelota desarrolla un sinnúmero de fórmulas para resultar simpático a la persona de la que puede conseguir algo más que el saludo. Es cierto que congraciarse con alguien puede significar simplemente un deseo natural de alcanzar su amistad o crear una favorable impresión. Pero en este adulador profesional están descartadas tan sociables intenciones. Su objetivo es únicamente conseguir un favor, un ascenso, un empleo, una operación comercial o una conquista sexual. Las técnicas más usuales que el pelota emplea consisten en:
- Exagerar las cualidades del otro respecto a su atractivo, cultura o inteligencia (es decir, jugar con sus «puntos débiles»).
- Compartir las actitudes y opiniones del otro en importantes aspectos como la política, la religión o el sexo (aunque las del adulador se encuentren en las antípodas).
- Ofrecer favores no solicitados, pero de evidente atractivo para la otra persona (de esos que parecen «gangas increíbles»).
En cualquiera de las tácticas, el pelota actúa efusivamente. Como un verdadero amigo. Dispuesto a hacer cualquier cosa antes que perder la relación con la persona objeto de sus interesados deseos. Eso sí, en cuanto éstos hayan sido satisfechos, el pelota desechará a su idolatrado amigo ¡porque le resulta ya tan útil como un cenicero de moto!
La vanidad o la necesidad de la gente hace que, en muchos casos, se sucumba ante las tácticas laudatorias del pelota. Es muy fácil que la gente se engañe a sí misma cuando alguien encuentra su punto flaco. De hecho, son muchas las personas dispuestas a creer que gustan a ese especialista de la genuflexión, sólo porque ellas son realmente las más simpáticas, las más bellas y las más inteligentes. Y, aunque en el fondo no se lo crean, inconscientemente les gustaría que fuera verdad. Así que, al menos, están dispuestas a abrirse bien de orejas para gozar de un orgasmo auditivo. ¡De esa predisposición se aprovecha el pelota!
Esta es la parte activa de las tácticas pelotilleras. Si, por el contrario, usted intenta rechazar los excesivos elogios y se muestra incómodo por ellos, el pelota insistirá en sus empalagosos halagos. Los repetirá una y otra vez asegurando que son la verdad, para cerciorarse de si usted es receptivo a la adulación. La actuación del pelota puede observarse en cualquier relación interpersonal. Pero la que se produce en el mundo del trabajo merece una especial atención.
La oficina, ¿su hábitat preferido?
El pelota florece mucho en las oficinas. Es de esos tipos que empieza su carrera en la infancia. Como ese niño que borra el encerado antes de comenzar la clase y que suele ser el favorito del profesor. De adulto, su vida está centrada exclusivamente en adular a la persona que puede satisfacer su necesidad más primaria: ¡el ascenso! Llega a convertirse en su auténtica sombra. Con objeto de conseguir su propósito, el pelota se muestra más preocupado por las relaciones con su jefe que con las de su mujer. Recuerda puntualmente la fecha onomástica o de cumpleaños de su superior, ¡aunque olvida la del propio aniversario de boda!
Acompaña a su jefe en el desayuno, el almuerzo de trabajo y los partidos de tenis de fin de semana. Éstos siempre los pierde porque cumple a la perfección la primera regla del pelota: «No permita que su jefe sepa que usted es mejor que él». Ríe sus chistes. Y soporta con buen humor su mal humor. Porque su pasión por el jefe no tiene límites. A veces, éste, en justa correspondencia amatoria, le obliga constantemente a bajarse los pantalones. La táctica que el pelota emplea con su jefe da a menudo sus frutos. Y no son pocos los que, en mayor o menor medida, la emplean. Pero, cuidado. Si por alguna circunstancia el jefe es destituido, ¡su número de aduladores cabe en un retrete de avión!
La adulación al jefe es permanente. Por el más nimio motivo. De hecho, el pelota practica la máxima árabe que recomienda al marido golpear a la mujer cada mañana, pero a la inversa: «Halaga a diario a tu jefe. ¡Él sabrá por qué!» El pelota siempre intenta descubrir qué es lo que más le gusta oír al jefe y llega a convertirse en un auténtico experto en elegir la frase o el mensaje que más halaga su vanidad. Este halagador infatigable jamás se atreverá a comunicar algo que sea emocionalmente perturbable para su jefe. O que ponga en entredicho la eficacia y el prestigio de éste. Siempre es él el que «no entendió bien» y el que asume como propia la idea que tuvo su jefe y que luego resultó un fracaso. ¡Sólo le falta mandarle flores!
El pase de información es otra arma preferida del pelota. Se abre paso con el chisme y la intriga. Es un buen confidente que tiene al jefe al corriente de todo lo que pasa en la oficina. Éste es uno de los servicios más connotativos del pelota. En justa compensación, la víctima juzga a este subordinado más por su «fidelidad» y servilismo que por su rendimiento laboral. No en vano el pelota está dispuesto a todo. A reírle su gracia fácil, felicitarlo por sus oscuras ideas, ocultar sus carencias o incluso a sonarle su nariz. Su servilismo es, pues, absoluto y siempre orientado a obtener de él buenos dividendos. La táctica del pelota está vigente hasta que consigue el ascenso y se desvincula de su último jefe, para reproducirla otra vez con su nueva víctima. ¡Su lista de ex amigos puede ser tan larga como una guía telefónica!
Pero la actuación del pelota, obviamente, no se limita al ámbito oficinesco. Se lo puede detectar en cualquier otro entorno social. Y en todos está siempre dispuesto a regalar los oídos de cualquier persona que se cruce en su camino y de la que intuya que puede obtener algo de ella. Algunas frases-tipo o preguntas que le delatan son del siguiente estilo:
- «DISCÚLPEME, ME GUSTA MUCHO SU VESTIDO. ES EXTRAORDINARIAMENTE LINDO. ¿NO PODRÍA DECIRME DÓNDE LO COMPRÓ?»
- «TIENE USTED UN CUERPO REALMENTE ESCULTURAL, ¿CÓMO LO CONSIGUE?»
- «DISCÚLPEME, DE TODOS LOS DE ESTE GRUPO, USTED ES LA PERSONA MÁS ENCANTADORA. ¿LE IMPORTA QUE ME QUEDE JUNTO A USTED?»
- «CON SU INTELIGENCIA, ATRACTIVO, SENSIBILIDAD, INGENIO Y SABIDURÍA, USTED PUEDE CONSEGUIR LO QUE QUIERA EN LA VIDA. ¡NO HE ENCONTRADO NUNCA A NADIE TAN ADORABLE COMO USTED!»
Altas cotas de inseguridad social
¿Por qué el pelota actúa así?
La mayoría de pelotas padece un alto grado de inseguridad y soledad, así como conflictos con la figura de autoridad. Por motivos de formación primaria (relación con los padres), el pelota no fue, probablemente, querido y aceptado como ha de serlo todo niño.
Sus carencias lo han convertido, pues, en un manipulador de la gente que lo rodea y que, por alguna razón, le interesa servirse de ella. Y aunque no es descartable que, en alguna ocasión, busque también despertar el cariño que no tuvo, el pelota le adula a usted:
- NO PORQUE LO QUIERA, SINO PORQUE LO TIENE «PILLADO» PSICOLÓGICAMENTE CON SUS ZALAMERÍAS (ver más adelante teoría del «autobombo»).
- PORQUE LO CONTROLA, NO PORQUE LO QUIERA.
- PORQUE USTED PUEDE CUMPLIR SUS DESEOS DE PODER, NO PORQUE LO NECESITE.
- PORQUE USTED LE SIRVE PARA CONSEGUIR SUS PROPÓSITOS, NO PORQUE ÉL ESTÉ INTERESADO EN USTED COMO PERSONA.
¿Por qué funciona la táctica del pelota? ¿Por qué se es sensible a la adulación y despierta simpatías el lisonjeador? La teoría del «autobombo» explica los resortes de este baboso hábito. Se basa en el estudio de la personalidad de Carl Rogers y el concepto de «necesidad de satisfacción». Los seres humanos tenemos una poderosa necesidad de autovalorarnos favorablemente. Y las lisonjas que le dirige el pelota pueden ayudarle a satisfacer esa necesidad. Porque es muy reconfortante que, de acuerdo con esta teoría, le llamen a usted simpático, inteligente y atractivo. Aunque en realidad sea arisco, bobo y repulsivo. Da igual. La adulación satisface la necesidad de «autobombo» y suscita recíproca simpatía hacia el pelota. Como dijo Oscar Wilde, «Amarse a sí mismo es el inicio de un romance que dura toda la vida».
Por tanto, el pelota cubre una fuerte necesidad humana: llena carencias de la autoestima. Dicen que el halago hiede. Puede que así sea. Pero el necesitado de alabanza carece de olfato para apreciarlo.
ESTRATEGIAS DEFENSIVAS
Encaro directo: «Descubriendo las cartas marcadas…»
Con el pelota, uno de los pocos insoportables que no le obligan a usted a pasar el T.E.I. (los intereses son del pelota, no suyos), la técnica más adecuada para defenderse de su manipulación es la del «encaro directo». Esto es, descubrirle sus cartas. Con ella, usted pondrá en evidencia el juego sucio del pelota y su inequívoca actitud de no querer ser usado. De este modo, conseguirá que sea él quien se sienta mal, incómodo, culpable y desconcertado por los halagos que tan hipócritamente le dedicó:
- Háblele clara y directamente de su defecto: «No hay ninguna posibilidad de que me crea lo que dices de mí. Me conozco muy bien y tengo la suficiente inteligencia para reconocer mis virtudes y limitaciones. Tus palabras me incomodan y por este camino nada conseguirás de mí».
- Mantenga firmemente esta postura ante él.
- Permítale que «salve la cara» («No lo tendré en cuenta en el futuro si…»).
- Desconéctese del pelota si éste no está dispuesto a reconocer su conducta.
Con esta declaración, el pelota se desvinculará, con toda probabilidad, de usted. Esto le prevendrá de no ser usado ni ser de nuevo víctima de él. Le habrá infundido respeto y su autoimagen se habrá elevado muchos puntos.