El sabelotodo

«Saber lo que uno sabe y que no sabe lo que no sabe, he aquí la verdadera sabiduría».

CONFUCIO

EL SABELOTODO CREE CONOCER el 99,99 por 100 de todo. Parece un competente y experto catedrático. Y es muy asertivo al exponer sus puntos de vista sobre cualquier materia. Siempre se apresura a anticiparlos a los demás porque piensa que son los correctos. ¡Los mejores! Por tanto, el sabelotodo es muy controlador y con escasa tolerancia para la corrección y contradicción propias. Cualquiera que cuestione sus argumentos o presente otras alternativas, el sabelotodo lo considera una provocación a su autoridad enciclopédica. Así, cuando sus opiniones o decisiones son discutidas, él lo toma como un desafío total y reprueba hasta los motivos de quienes han osado disentir. Ni se le puede pasar por la cabeza que cualquier persona también puede estar perfectamente equipada en su casa para saberlo todo: ¡Basta que tenga un hijo adolescente!

Síndrome de autocomplacencia: si no sabes, ¡pregúntame!

El sabelotodo cree que ignorar algo es ser humillado. Por esta razón, se siente impulsado a dominar y manipular a sus interlocutores para que tal ofensa no se produzca. Su saliva no se agota exponiendo y defendiendo durante horas sus conocimientos. Pero no consume ni un minuto de su tiempo escuchando las ideas «equivocadas» de los demás. No es fácil que el sabelotodo les ofrezca una oportunidad para hablar. Si alguien consigue excepcionalmente meter baza en su «monólogo», el sabelotodo lo escuchará con la misma atención que ante una planta o un osito de peluche. Esto es, se toma la pausa no para escuchar, sino para recuperar energía e idear nuevos argumentos con los que apabullar más y mejor a su interlocutor. El sabelotodo conoce todas las respuestas, ¡siempre que se haga él mismo las preguntas!

Su obsesión por demostrar conocimiento es tal que, en algunas ocasiones, si alguien duda de sus explicaciones, emplea la devastadora fórmula de demoler el argumento contrario induciendo a los demás a reírse de éste. Así, desvía la atención del tema central hacia cualquier asunto intrascendente o incoherente que propicie la risa. O recurre enseguida a la estadística. Esto es, a su imaginación, porque en la mayoría de casos la inventa. La pasión por las cifras que existe en nuestra sociedad parece otorgar a éstas un poder de convicción definitivo. ¿Quién se atreve a discutir unas estadísticas que nadie conoce? El sabelotodo puede afirmar, por ejemplo, que la producción de garbanzos aumentó un 28 por 100. Nadie tiene paciencia para contarlos todos y así poder desmentirlo. Los números sugieren sabiduría. Y con ellos todo es posible. Ya se sabe: toda estadística convenientemente torturada o manipulada acaba por demostrar cualquier cosa. El sabelotodo usa las estadísticas como un borracho usa el farol: ¡más para sostenerse que para alumbrarse!

Y es que este insufrible sabiondo parece conocer siempre las últimas corrientes y los nuevos descubrimientos sobre cualquier materia:

  • GENERACIÓN X, Y o Z.
  • TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN ANTISEÍSMOS.
  • TECNOLOGÍAS INTERPLANETARIAS.
  • TAMAÑO EXACTO Y ACTUALIZADO DEL AGUJERO DE OZONO.
  • DERECHOS DE LOS VAGABUNDOS.
  • NUEVOS VIRUS INFORMÁTICOS.
  • INCREMENTO EN LA EXPECTATIVA DE VIDA.
  • NÚMERO DE TRASPLANTES DE HÍGADOS EN AUSTRALIA.
  • LO QUE MAÑANA APROBARÁ EL CONSEJO DE MINISTROS…
  • ETC., ETC.

Es un tipo que, sin ser portero ni peluquero, ¡sabe todo lo que ocurre!

El sabelotodo se apresura a dar explicaciones no sólo de cuantos fenómenos —importantes o superfluos— se debaten en una conversación, sino de cuanto ocurre a su alrededor. Tiene la correcta respuesta para cualquier pregunta. No importa la materia de que se trate. Él es la fuente suprema de conocimiento. Él lo sabe todo. Usted no sabe nada. El sabelotodo no desaprovecha la ocasión de disertar ante cualquier trivial comentario que uno haga. Si usted, por ejemplo, se lamenta de que hace calor, la respuesta del sabelotodo será, inequívocamente, de este estilo: «Es lógico, se debe a las altas presiones». El sabelotodo sabe por qué sube o baja la Bolsa. Por qué la gente mira hacia arriba cuando piensa. Por qué se rasca cuando le pica. Conoce las condiciones óptimas para suscribir una póliza de seguros. O la mejor tarifa para un vuelo aéreo. Él nunca vacila en decirle a usted la forma correcta de hacer las cosas. ¡Siempre conoce un método mejor, más lógico, más económico y más estético que el suyo!

El sabelotodo es arrogante, intolerante y pedante. Pero, a diferencia de este otro insoportable calificado de pedante, a él le interesa demostrar que tiene conocimientos. En este sentido, una de sus principales tácticas es arrollar con todo tipo de datos a sus interlocutores, de forma que éstos apenas gocen de oportunidades para competir con él. Y lo hace en un tono didáctico y doctoral para sentirse superior a los demás. Lo que irrita a éstos, que aparecen a su lado vacíos, incultos y estúpidos. Principalmente, porque el avasallador estilo del sabelotodo les impide hacer cualquier objeción. Esto convierte al sabelotodo en una persona problemática y difícil de soportar. Unamuno lo definió con un insulto: «Es un hombre que lo sabe todo, ¡figúrese usted si será imbécil!»

Enciclopedia con piernas

¿Por qué actúa así el sabelotodo?

Aunque el sabelotodo parece gozar de una total seguridad, en realidad le falta confianza en sí mismo. Emplea sus «saberes,» como un mecanismo de defensa para superar su inseguridad y sentirse aceptado y admirado por los demás. Persigue el reconocimiento social a través de su capacidad enciclopédica. Su exhibición de conocimientos le sirve para «realizarse» y para que los demás lo quieran. ¡Quiere ser reconocido más como una enciclopedia con piernas antes que como un ser humano normal!

ESTRATEGIAS DEFENSIVAS

Pregúntele hasta que no sepa

Antes que nada, cuando usted decida enfrentarse al sabelotodo debe resistir la tentación de comportarse como él. Esta inflexibilidad sólo le conduciría a una tensa discusión que acabaría irritando a ambos. Si a usted le interesa conservar su relación con el sabelotodo, el objetivo es conseguir que este presunto pozo de sabiduría abra su mente a otras ideas distintas a las que le dominan. Porque en tanto el sabelotodo crea eso —saberlo todo—, nunca podrá aprender nada nuevo ni corregir falsas creencias. Así, cuando él afirme con rotundidad algo sobre lo que usted tiene dudas, siga estos pasos:

  1. Pídale detalles específicos de lo que dice, formulándole preguntas aclaratorias como: «¿Dónde lo has leído?», «¿Quién te lo ha dicho?»
  2. Si el sabelotodo elude facilitar las fuentes, suspenda el debate y busque —si el asunto merece la pena— documentación fidedigna para contraste.
  3. Si el sabelotodo tenía razón (nunca descarte esta posibilidad), reconózcalo usted; si no la tenía, ofrézcale una salida honrosa demostrándole lo contrario, sin humillarlo ni pavonearse de tener usted razón.

Advierta al sabelotodo que debe permitir que los demás hagan su aportación en las discusiones. Y para persuadirlo para que cambie su actitud, bastará que le apunte que la gente inteligente escucha lo que los otros quieren decir. Difícilmente se resistirá a este argumento, pues este insoportable no querrá pasar por lo que, precisamente, no quiere que lo tomen. En cualquier caso, absténgase usted, en la medida que le sea posible, de participar en el prepotente juego del sabelotodo. Muéstrele una actitud emocionalmente digna, prudente y distante. Con ello puede enseñar al sabelotodo lo que más necesita aprender. Es muy recomendable no invitar a un tipo así a una velada con amigos, ¡salvo que usted lo utilice deliberadamente como recurso porque quiera romper con ellos!

Finalmente, si usted quiere o se lo pueda permitir, puede tratarlo con humor. Pida al sabelotodo que le enseñe, lo guíe y comparta con usted sus profundos conocimientos. Dígale que él representa para usted un importante modelo (controle su sonrisa, él no debe saber que es un modelo que usted no quiere imitar nunca). Pero tenga cuidado con el juego. Si lo descubre, el sabelotodo cortará la relación con usted, aunque, a fin de cuentas, tampoco es un mal dividendo si carece de implicaciones con él.