El poneperos
«Se necesita mucha clase para aceptar el éxito de los amigos».
OSCAR WILDE
- «ES UNA BUENA IDEA, PERO…»
- «ESTOY DE ACUERDO, PERO…»
- «TIENES MUCHA RAZÓN, PERO…»
SON FRASES INICIALMENTE ELOGIOSAS, pero que preparan una crítica adversa. Muchas palabras transmiten una enorme diversidad de significados. Pero si alguna de ellas trae no sólo significado, sino una carga adicional negativa, ésta es «pero». Abusa de ella el «poneperos». Este insoportable objetor jamás deja caer de sus labios un elogio sin acompañarlo inmediatamente de un reproche («reconozco que te has esmerado al cocinar este nuevo plato, pero está incomestible»). Al final, es el reproche lo que permanece en la conciencia del receptor. El poneperos es una persona envidiosa que no sabe ni puede reconocer los méritos de los demás sin ponerles «peros». Es, en definitiva, un ser que no sabe hablar positivamente, porque es, sencillamente, negativo: ¡Ve agujeros donde los demás ven donuts!
En nuestra vida cotidiana nos encontramos a menudo con personas de estas características. Al poneperos le cuesta alabar los méritos ajenos. Decir a los demás que han realizado bien su trabajo y felicitarlos por ello es un deber moral. Sin embargo, él no está nunca dispuesto a dar esta satisfacción. Sigue hasta el bostezo el lema que, por ejemplo, aplican los jefes intolerables a sus empleados:
- NO IMPORTA CUANTO HAGAN, NUNCA SERÁ SUFICIENTE; Y
- LO QUE HA QUEDADO POR HACER, SIEMPRE SERÁ MÁS IMPORTANTE QUE LO HECHO.
El poneperos presenta mezquinas objeciones hasta para los trabajos más simples. Este tipo de maldad abunda más de lo que uno pueda imaginarse. Hágase, por ejemplo, a la idea de acoger favorablemente un proyecto. Piénsese en todo lo que lo hace bueno. Nunca faltará en esa reunión la objeción del poneperos. Tras elogiar brevemente la idea, se dedicará a continuación a enfatizar en los «peros». ¡El poneperos le encontraría defectos hasta al mismísimo Paraíso!
Con peros en la lengua…
En este sentido, tengo un amigo cuyo negativismo objetante es ejemplificador. Recuerdo que hace muchos años, cuando este autor empezaba a desarrollar la inconfesable afición por escribir regularmente, me preguntó por la remuneración que percibía por mis colaboraciones. Como quiera que ésta era más bien exigua, sentenció: «Tus artículos son interesantes, pero te los pagan al precio de una mujer de limpieza». Para una persona como él, que, además, todo lo traduce a términos economicistas, hubiera resultado completamente baldía cualquier explicación sobre la gratificación personal que yo sentía por el simple hecho de publicar. O más aún: por aquello de la vanitas, vanitatis ¡que yo estaba dispuesto, en aquella época, a pagar para que mis trabajos se publicaran!
En otra ocasión, el mismo amigo adquirió un libro infame. Al comentar su desafortunada elección, lo hizo del siguiente jaez: «El libro es un auténtico bodrio, pero me ha servido para valorar más los tuyos». Esto es, necesito comparar mis libros con algo así como las heces, que carecen de valor, ¡salvo si es para una analítica médica!, para conceder algún mérito a mi labor literaria. En parecido tono elogiaba el poneperos el lugar donde trabajo: «Es fantástico que tengas un estudio para tus actividades, ¡pero no sé cómo puedes trabajar en un espacio tan reducido e incómodo! (confieso que mis 25 metros cuadrados me parecen el Palacio de Versalles). Y así todo: «Estuviste bien en la televisión, pero quizás te mostraste algo nervioso al principio». Este insoportable adulador-inverso reventaría si no pudiera poner «peros». El negativismo del poneperos parece tener su base en el postulado de Boling:
SI USTED SE SIENTE MUY BIEN, NO SE PREOCUPE: YA SE LE PASARÁ.
Porque, efectivamente, el poneperos siempre empieza sus frases con palabras agradables para hacerte sentir bien. Pero, inevitablemente, las termina con un estocazo que intenta derrumbar la autoestima de su interlocutor («te sienta muy bien ese vestido, pero el peinado no te va»). Se podría pensar que la intención del poneperos es decir algo amable. Sin embargo, estos contradictorios cumplidos encierran realmente otros significados…
Si la envidia fuera tiña…
¿Por qué actúa así el poneperos?
La necesidad de poner «peros» o la de encontrar siempre algún defecto en las realizaciones de los demás podría atribuirse, en un principio, a un loable sentido de la objetividad. Esto es, ver las dos (al menos) caras de la realidad. Pero quien conozca un mínimo de la psicología humana sabe que, salvo rara excepción, no cabe hablar de tan buenos propósitos en el caso del poneperos. ¿Cuáles son, pues, las motivaciones que impulsan a este insoportable objetor a mostrar siempre esa ambivalente opinión? Los motivos pueden ser diversos, pero, en cualquier caso, nunca faltan en tan negativa actitud componentes de envidia, celos y sadismo.
El dudoso placer de poner «peros» es, por lo general, producto de la envidia que, a su vez, se transforma en sadismo. Tiene por objeto rebajar el mérito que pueda tener el que una persona destaque en algo que el poneperos no acepta. El mensaje que inconscientemente transmite el poneperos es inequívoco:
- TÚ NO ERES PERFECTO, NI LO TIENES TODO…
- ¿QUIÉN TE CREES QUE ERES?
- ¡NO TE CREAS QUE ERES MEJOR QUE YO!
No en balde, César González Ruano, cada vez que conseguía un premio literario, se apresuraba a lanzar el rumor de que padecía una grave enfermedad. De esta manera, brindaba a los envidiosos colegas del Café Gijón, un «pero» aliviador. Cuando él aparecía por el célebre establecimiento, se susurraban unos a otros: «¿Te has enterado? Le han concedido el premio X, ¡pero el pobre está tan grave…!».
Asimismo, lo que también pretende el poneperos es desviar la atención de su propia insuficiencia. Su reacción se dirige a sus propios sentimientos de debilidad ocultos. El poneperos se ensaña con aquellos amigos o conocidos que ponen en evidencia sus carencias. Esto es, aquellos que hacen lo que a él le gustaría hacer se convierten en sus enemigos. Hasta llega a creer que tosen sólo para molestarlo. El objetivo del poneperos es, por tanto, claro: ¡Nada de lo que merezca elogio debe quedar sin castigo!
Así, para este sádico abusador de la conjunción adversativa, toda experiencia positiva o exitosa de las personas de su entorno social es una provocación. Un reto en el que le duele no estar a la misma altura. Por tanto, no acepta de buen grado los aspectos relevantes de quienes le rodean y reacciona con «peros» invalidantes. O, cuando menos, que ensombrezcan el brillo que tanto lo ciega. El poneperos es, por otra parte, reacio a analizar el espíritu destructivo de sus «peros». Si se le reprocha su actitud, asegurará no hacerlo deliberadamente. Se excusará diciendo que es un malentendido o una interpretación equivocada. Que él no tiene intención de menospreciar. Pero su envidia no tiene límites. Y la puede extender a toda una colectividad humana. Por ejemplo, cuando el primer premio de la lotería ha caído en la ciudad donde vive ¡y no se explica porqué a él no le ha tocado!
Por otro lado, la característica que complementa la personalidad sádica del poneperos es también un cierto grado de masoquismo. Como se sabe, el carácter activo y pasivo de un comportamiento en un mismo individuo es posible. Su bipolaridad le permite también al poneperos practicar el arte de torturarse y humillarse a sí mismo. Porque, si en vez de considerar intolerables los aspectos relevantes de sus amigos, familiares y conocidos, los asumiera como «suyos» compartiéndolos con ellos, su miserable vida se transformaría en una mayor posibilidad de goce. Elogiar sinceramente a los demás es clave para iniciar una buena comunicación. Sin embargo, cuando el elogio no es sincero y va acompañado de «peros», la relación se agria y el poneperos se vuelve insoportable para su interlocutor. De hecho, con sus «peros» le está diciendo: «Tengo celos de ti y me disgusta estar contigo». ¡Cuanta más envidia tiene el poneperos, más se tortura, y cuanto más se tortura, más envidia genera!
ESTRATEGIAS DEFENSIVAS
Ordenando el baúl de las emociones
Si su T.E.I. no le ha indicado un alto grado de implicación emocional o profesional con el poneperos, puede alejarse de él, incluso sugiriéndole que algún profesional le ayude a entender sus sentimientos. Si, en cambio, el poneperos es alguien imprescindible en su vida, la clave para tratarlo es tenerle compasión en vez de despreciarlo. Si algún poneperos comparte necesariamente su vida, usted deberá disponer de paciencia y tesón durante bastante tiempo para intentar modificar su conducta. Y si esto no es posible, usted puede cambiar la suya para tratar de sacar algún provecho a sus críticas.
Cuando trate a un poneperos con el que no puede eludir su relación, su objetivo principal ha de ser procurar mejorar las reacciones que aquél habitualmente tiene. En este sentido, lo peor que puede hacer es tratar de convencerlo de que es una persona negativa. Esto sólo estimulará al poneperos a defenderse de esta acusación y empeñarse en demostrarle a usted que los «peros» que él le dedica son «verdad». Luchar para que el poneperos se convierta en una persona positiva sin otra técnica que acusarlo de ser negativa es tan inútil ¡como tratar de ahogar a un pez! ¿Qué hacer?
Interésese por las causas que hacen actuar al poneperos negativamente. Trate de entender por qué le tiene envidia. Resulta difícil, a veces, saber qué adversidades y sufrimientos ha tenido que soportar en su vida el poneperos o a qué circunstancias ha tenido que sobrevivir. Cuando las personas se vuelven negativas y agrias como el poneperos es que, por lo general, tienen detrás una triste experiencia en su biografía en la que alguien ha destrozado su autoestima.
Pese a todo, tal vez usted no pueda eliminar por completo el caudal de negatividad con que el poneperos inunda su existencia. Aunque con su esfuerzo puede conseguir que la corriente no desborde, al menos, su propio cauce. Finalmente, si apenas consigue modificar la conducta del poneperos, asuma su relación con él como un reto positivo para usted bajo las siguientes premisas:
1. Permítale al poneperos ser tan negativo como quiera ser…
2. Úselo como un recurso. El «adulador-inverso» puede servirle para que usted aprenda a mantenerse positivo y controlar su autoestima frente a sus «peros». Esto es, evitando que le afecten emocionalmente. ¡Tener control sobre sí mismo es casi tan bueno como tenerlo sobre los demás! 3. Analice los «peros» para descubrir si en alguno de ellos puede haber un punto de lógica o razón. Ello le permitirá corregir, si procede, su fallo, prescindiendo de la intención con que fue dicho.