El blablador[4]

«El corazón es el último músculo que se mueve al morir el ser humano: en el blablador, la lengua».

EL BLABLADOR —llamado de «pensamiento prolijo» en psicología— se descubre enseguida. Tan pronto como uno le pregunta cortésmente: «¿Cómo estás?» Porque, va, y te lo dice. Te comunica su tensión arterial, su índice de colesterol y hasta el dolor abdominal que en esos momentos padece. Te cuenta su historial clínico con sobria emoción. Como si le fuera la vida en ello. ¡En realidad, parece una invitación a que su interlocutor disfrute con salud de sus enfermedades! Si usted, por educación, se sigue interesando por sus hijos, el blablador le contará de éstos todas sus gracias. Todas originalísimas. Y a continuación —sin que usted pueda meter baza en el diálogo— pasará a contarle cómo le va con su nuevo automóvil. Qué ocurre en su oficina, en su vecindario, etc. Y puede acabar hablándole del frío que hace en Burgos o de la cuñada que llega de Brasil mañana por la mañana, en el vuelo 706 de Varig. El blablador es un irreprimible rollista que cuenta con harta minuciosidad historias interminables. Complicadas de seguir. Saltando de un tema a otro. Sin hacer siquiera una pausa para la publicidad. Y citando continuamente, por su nombre de pila, a personas que sólo él conoce. ¡Cómo si todas figurasen en el Espasa!

Nunca piensa si sabe que puede hablar…

El temperamento del blablador es inmoderadamente proclive al comentario de asombrosos e insignificantes detalles que no interesan a nadie más que a él (es preferible soportar el discurso de un agente de seguros; al menos, éste nos ahorra la «letra pequeña»). Sus inacabables historias son de nulo interés, incluso para un aldeano aburrido, sin sexo ni televisión. Pero su pensamiento prolijo incapacita al blablador no sólo para saber separar lo importante de lo accesorio, sino para dar una oportunidad al silencio. El blablador no quiere ni sabe ni puede callar la boca. Preguntarle simplemente la hora es arriesgarse a que te suelte una conferencia. Está neuróticamente empeñado en hablar. Habla de todo y de todos sin parar. Como si tratase de sustituir la acción por ese enorme barullo de frases amontonadas sobre su interlocutor, al que parece querer aplastar con el peso de su lengua. ¡Habla tanto que podría abrirse sucursales en los codos!

Para desarrollar su incontenible cháchara enlaza unos temas con otros sin solución de continuidad. El blablador habla de su vida, de la de su familia, de la de los amigos, de la de los conocidos, de la de los que aún no conoce, ni se preocupa de conocer. Y jamás se le termina la cuerda. Parece tener la lengua suelta. Sin frenillo ni control. Porque cuando da la impresión de agotar un tema, salta gratuita e incoherentemente a otros. Comenta cualquier cosa que ocurre a su alrededor. Gasta saliva completamente en balde, pero no parece agotársele este líquido alcalino. El blablador padece diarrea bucal y no hay «tanagel» ni remedio adecuado para detenerla. ¡No calla ni aunque le ofrezcan canapés!

El blablador es una persona absolutamente egoísta e irrespetuosa con los demás, a los que no presta ninguna atención. Ni siquiera se percata de si su pseudointerlocutor está mínimamente interesado en escuchar lo que él dice. Ni le reconoce su derecho a hablar. Usted no puede dirigirle la palabra porque es imposible interrumpir al blablador. Éste sólo conversa consigo mismo. Pese a que usted está perfectamente documentado en el Registro Civil, ¡usted, para él, no existe!

Permanecer un tiempo junto al blablador es estar siempre al borde de un ataque de nervios. Porque lo más terrible de relacionarse con este insoportable verborreico es que no sólo monopoliza la conversación, sino también el tiempo. El blablador, como el aburrido, no sabe perder el tiempo solo. Necesita a alguien que lo pierda conjunta e inseparablemente con él. El blablador es el martirio y el azote de las personas ocupadas. ¡Nadie puede recordar la última vez que él abrió la boca, pero todo el mundo sabe que él aún no la ha cerrado!

El blablador es, sin embargo, el cliente ideal de la Compañía Telefónica cuando se decide a «actuar» a distancia. Puede llamarle hoy y no despedirse hasta mañana. Sus comunicaciones por teléfono son tan interminables como en persona. Y si usted comete la imprudencia de invitarlo a su domicilio, el problema se agrava considerablemente. Al blablador no le importa que su anfitrión, fingiendo somnolencia, se decida a colocarse el pijama en su presencia. Porque él sabe despedirse. Lo que no sabe es cómo parar de hablar. El blablador se diferencia del metepatas en que mientras éste nunca se detiene a pensar, ¡el blablador nunca piensa en detenerse!

Blabladuría monográfica: impulso de la emulación

Con frecuencia, los rollos del blablador son tan obsesivos como los clavos: «Cuánto más se golpea contra ellos, más penetran». O como los discos rayados. O las letanías. Cuando este tipo tiene fijación por un determinado tema de conversación, lo repite incansablemente. Bien sea de su trabajo o de su enfermedad crónica. Se siente compulsivamente impulsado a tratar siempre el mismo asunto. Como si fuera la primera vez que lo expone. Y si alguien se atreve a apuntar algo que se desborda del cauce de sus intereses, el blablador reconduce inmediatamente el agua a su molino. ¡El blablador es tan egoísta que un grano en su trasero le preocupa más que 50 terrenos en Japón!

Se sabe, por ejemplo, que los ebrios cambian muchas veces de conversación. Hasta pueden defender una idea cuando están sobrios y la contraria cuando están borrachos. Esto no deja de ser, al menos, ameno. Sin embargo, el blablador obsesivo es, en este sentido, una excepción: ¡Ni borracho cambia de tema! No puede desviar su pensamiento del objeto de su excitación. Es como si su mente dispusiera de un piloto automático que lo condujera siempre al mismo destino. El blablador monográfico es el tormento de familiares y amigos. Ante éstos reproduce sin piedad, una y otra vez, sus ideas fijas. Soportarlo es como seguir un culebrón televisivo, ¡pero con la mala fortuna de ver siempre el mismo capítulo!

En otros casos, el blablador obsesivo se mueve bajo el impulso de la emulación. Se centra monográficamente en un tema y no se desvía de él a lo largo de toda la velada. Es bien conocida, por ejemplo, la tendencia del hombre a hablar de su trabajo. Especialmente, cuando éste es su único mundo. Si dos o más blabladores monográficos trabajan en la misma empresa o pertenecen a la misma profesión, la conferencia está servida. El blablador se precipitará a diagnosticar los males de su empresa y las manchas biográficas de sus colegas. Sin importarle que usted no esté relacionado con sus vivencias. No obstante, el carácter egoísta y descortés de esta actitud no debe desanimarlo (al final del capítulo encontrará usted cómo usar productivamente el tiempo que le roba el blablador).

El arte de no callar

¿Por qué actúa así el blablador?

Cada vez que abrimos la boca para hablar, el que nos escucha se forma una imagen de nuestra personalidad. Y lo que decimos, cómo lo decimos y cuándo lo decimos, refleja admirablemente cómo somos y cuáles son nuestros defectos y obsesiones. Especialmente hoy, que ya no se habla de temas alejados de nosotros. Casi todos buscamos a través del diálogo nuestra catarsis personal. Ésta es, con toda seguridad, una de las necesidades del blablador. Pero no la única ni la más importante.

En un análisis algo más profundo es fácil constatar que, además, el blablador necesita ser aceptado por los demás. Cree que volcando toda su retórica captará su atención y usted lo reconocerá como alguien importante que está interesado en llenarle un vacío en su vida o brindarle permanente entretenimiento. Asimismo, siendo el blablador una persona psicológicamente insegura, su verborrea puede obedecer a una táctica para mantener alejados de su vida privada a sus interlocutores. Con su habla incesante, él espera que nadie pueda penetrar con preguntas en su intimidad. Construye una impenetrable barrera que impide dar paso a otras palabras que no sean las suyas.

ESTRATEGIAS DEFENSIVAS

Salvando el tímpano mediante el desvío atencional

La primera actitud cortés para soportar dignamente al blablador (con independiencia del resultado del T.E.I.) es la de respirar hondo varias veces. Hay que conservar la calma y evitar tener que taponarse los oídos con algodones en su presencia. Pero usted no puede permanecer impasible horas y horas escuchando al blablador y asintiendo continuamente con la cabeza, mientras por su interior siente un fastidio y un aburrimiento insoportables. Con esta postura le está autorizando al blablador a que siga haciendo lo que a usted tanto le molesta.

Cuando su capacidad de aguante esté llegando al límite, dígale alguna de estas frases:

  • ESO YA LO DIJISTE ANTES.
  • ¿NO SÉ SI TE HAS DADO CUENTA DE QUE LLEVAS UNA HORA HABLANDO DE ALGO QUE NO TIENE NINGÚN INTERÉS PARA MÍ?
  • ACABAS DE INTERRUMPIRME… (Es mejor echar el freno antes que perder un oído.)

Si la situación se repite, no es improcedente decirle al blablador, clara y directamente, que su imparable locuacidad es inadecuada para cultivar relaciones sociales, que habla demasiado y de demasiadas cosas que no interesan a nadie. Aliéntelo a que descubra en sus frustrados interlocutores los mensajes no verbales, tanto faciales como corporales. Esto le permitirá al blablador detectar los síntomas de desinterés que muestran sus víctimas y detener su insustancial hemorragia comunicacional.

Cabe la posibilidad de que al blablador le disguste su planteamiento y reaccione a la defensiva. Si sucede esto, usted habrá conseguido, al menos, librarse en próximas ocasiones de ser nuevamente víctima del blablador. Si, en cambio, pese a sus advertencias, no puede eludir caer otra vez bajo sus fauces, cambie de estrategia. Utilice la técnica del desvío atencional. Mientras el latoso dispara su bla-bla-bla, dedíquese mentalmente a planear sus futuras vacaciones o a evocar las pasadas. En justa correspondencia con el carácter egoísta del blablador, también puede dedicarse a algo tan práctico como descalzarse y cortarse las uñas de los pies (¡seguro que cualquier otra cosa resulta más emocionante que escuchar al blablador!). Cuando, finalmente, por lo evidente de su desinterés, el blablador se dé cuenta de que usted no le hace caso, le abandonará. Con toda seguridad. Y buscará otra persona dispuesta a dejarse atormentar los oídos.