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«Ahí está, esperando al amo», fue lo que dijo Óscar, el chico que servía la gasolina, para explicar a la dueña del surtidor por qué seguía ese gos ahí.

Ignoraba que a quien esperaba yo era a mi madre. Ya tenía claro que mi padre había decidido abandonarme allí sin que yo supiera por qué.

Pero nunca supuse que Óscar sabía que mi padre me había abandonado en la gasolinera, que había llegado, con una tía muy buena, dijo, y cuando parecía que iba a repostar, «salió corriendo y ahí nos dejó al perro».

«¡Cómo es la gente!», dijo la señora. «No sé qué ventaja habrá encontrado el dueño en dejar aquí al chucho.»

Yo ya había asumido que era un perro, o un gos, como me llamaban ahora, pero no que me llamaran chucho; que la dueña me llamara chucho me hizo sentir aún más desgraciado.

Claro que hacía tiempo que no oía una palabra de cariño ni recibía una caricia, y la dueña se acercó a mí, me acarició, dijo que era bonito, que ella me llevaría a su casa, pero que un perro así no tenía sitio en su piso.

Como si a un perro, un perro así de grande quería decir, no le bastara con estar al lado de quien le diera cariño.

«Ya se buscará la vida», dijo Óscar.

Pero la dueña no se conformó, dijo que allí no podía seguir y volvió a preguntarse, o se lo preguntaba a Óscar, por qué me habrían abandonado.

—Y mira que es bonito —dijo—. Será porque no podían aguantarlo.

—O será porque el dueño es un divorciado —respondió Óscar—; la tía era mucho más joven que él, a la tía no le gustaba el perro, a la tía le divertía dejarlo aquí, no paraba de reírse.

Pensé que a lo mejor era eso, que a mamá la habían echado de casa.

Pero mamá no se habría ido sin mí.

—Pues aquí no puede seguir ese gos —murmuró la dueña mientras revisaba papeles.

Y si allí no podía seguir, pensaba yo, ¿dónde podría seguir esperando a mamá?

—Podría haberlo dejado en pleno campo —comentó la dueña— o en una calle cualquiera de Valencia, donde más o menos rabia le diera; que se hiciera un perro callejero... O podría haberlo matado, en lugar de hacerlo sufrir. ¿Por qué no lo mató? Pero ¿por qué aquí?, ¿qué hace un perro así en una gasolinera? —De repente se conmovía y me llamaba bonito—. Podría haberlo llevado a una protectora —dijo.

Y cuando lo dijo me acordé de Duli, a quien tanto le habría gustado ir a un internado de perros, y me imaginé a Duli buscándome por todas partes.

O a lo mejor no; a lo mejor el papá le había contado por qué se había deshecho de mí y le había asegurado que en aquella casa no habría más perro que Duli.

Pero tenía razón la señora: ¿por qué no me había matado?

—Lo mejor es llevarlo a la protectora —dijo la dueña, doña Herminia. Doña Herminia llamaban a la dueña.

—Doña Herminia —dijo Óscar—, eso es lo mejor. A la protectora va mucha gente a buscar perros, a lo mejor encuentra un nuevo amo.

Ni se dieron cuenta de que me había ido mientras ella intentaba encontrar el número de teléfono de la protectora.