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Insisto: me llamo Lucas, no soy perro, y en mi casa, sí, era un hijo adoptado. Pero, por adoptado, no menos hijo.
Las personas mayores van a China, India o Rusia y se traen unos niños que son tan hijos para ellos como los que han nacido en casa.
Así que, si mis padres fueron a Granollers a adoptarme, no iba a ser menos hijo de ellos porque Granollers esté más cerca de Valencia que China. O que Rusia.
Sin ir más lejos, allí, al lado de mi casa, había una niña china que hablaba perfectamente en catalán. Pero no pude compartir con ella nuestra experiencia de niños adoptados porque la china me tenía miedo, y debo reconocer que yo a los que me tienen miedo les respondo enseñándoles los dientes. El miedo de los otros despierta en mí una pequeña agresividad.
La madre de la niña, que no era china y nació en Algemesí, explicaba que a su hija le daban miedo los perros, pero a mí me daban miedo la madre y la niña.
La niña, porque en cuanto creciera podría comer carne de perro —decía el abuelo Veremundo que los chinos se zampan los perros con facilidad—, y la madre, porque, bajo la influencia de la niña china, podría cogerle el gusto a la carne de perro y meterme en la olla.
Ya sé que entro en contradicción; si soy un niño y no soy un perro, no tengo por qué temer a los chinos. Pero, como algo me debe quedar de perro, al menos el aspecto, cara de perro sí que tengo, aquí me tienen ustedes con un miedo a los orientales que ni las pelotas que me compra mamá en El Corte Chino las acepto.
Ya ven que no voy a discutir que tengo cara de perro.
De modo que ya lo habrán entendido: mal me habría ido de haber nacido en China.
Mi hermano Duli tenía un amigo que se llamaba Sergi y lo trajeron de Moscú. Y así como a la china la delataba su aspecto, y ni vestida de fallera daba el pego como valenciana, Sergi, tan rubio y con ojos redondos y azules, pudo haber nacido en Manises sin que nadie se lo discutiera.
Es verdad que mis padres fueron a buscarme a un criadero de perros, como ya les he contado. Pero también es cierto que en ese criadero nos cuidaban mejor que a los niños que traían de China en China y, por supuesto, a los rusitos que habían traído de Moscú en Moscú.
Sergi le contó a Duli que en el criadero de donde vino se daba golpes en la cuna porque nadie lo tocaba y menos lo acariciaba.
«Eso te pasó por no ser perro», le dijo Duli, que se volvía loco por ser perro y llamaba criaderos a las inclusas.
Y el otro le contestó con toda razón: «Como si no hubiera perros que han muerto desconociendo la caricia.»