Antonio no pensó nunca…

Antonio no pensó nunca en una pérdida bucólica de su amigo por los prados y las aldeas de Suiza, por más que pudiera esperar de él cualquier extravagancia, ni mucho menos un suicidio romántico, porque tenía muy arraigada la idea de que era cobarde y egoísta, aunque extrañamente desprendido y cariñoso.

En realidad, Charles, o Ángel, no era para él un huidor obsesivo, sino alguien que siempre vivió en otro lugar y que vino de él con la isla a cuestas.

Lo que sucedía es que la isla que traía con él era también una isla de culpas, y la culpa va labrando poco a poco una obsesión parecida a la de la persecución, con lo cual llegas a sentirte perseguido sin darte cuenta de que es tu propia sombra la que te persigue.

Ésa era la idea de Antonio, pero no la podía expresar con tales palabras.

En el caso de que hubiera podido expresarlo así, tampoco se lo hubiera dicho a Aldes, que con toda seguridad habría quedado fascinada con Antonio, todo hay que decirlo, le diera o no la razón, aunque en ese caso, conociendo a Aldes, no le hubiera hecho los repudios que le hace ahora y habría recibido ella en cambio el bien merecido repudio de Antonio.

Así que no es que Ángel distinguiera a su amigo Antonio con ninguna privilegiada confesión de su estrategia, más allá de aquella voluntad suya de marcharse que todo el mundo conocía como la voluntad de huir.

Le hizo a él las mismas confesiones que a los otros y le expresó los mismos miedos que a todos.

Tampoco esperaba Antonio otra cosa porque estaba convencido de que Ángel no tenía planes concretos, que todo respondía en él a raras incitaciones y que las cartas podía habérselas escrito él mismo a sí mismo, dentro de la locura que lo movía, aunque estaba seguro de que no lo había hecho.

No obstante, una de las cartas de María tenía remite de Madrid y Antonio lo retuvo.

Le pareció extraño que en una carta amenazante se comprometiera un remite, pero es cierto que más que perder tenía el destinatario en caso de denuncia que el remitente de la carta.

Fue así como Antonio se decidió a escribir por propia iniciativa a María Gaspar sobre sus extrañas misivas, pero no sin otro ánimo que el de saber si hasta ella había llegado su amigo Charles, si estaba ya con ella.

El hecho de que, transcurridos algunos meses, sus cartas no obtuvieran contestación lo atribuyó a un probable error en la dirección, a que la carta hubiera sido intervenida por personas interpuestas con dominio sobre María o a la simple desgana de María de contestar a un desconocido, estuviera o no Ángel con ella, como Antonio sospechó.

Pero queda un detalle a tener en cuenta nada desdeñable: Antonio le contó a Erica que unos meses antes de la huida de Charles, un hombre rubio, con ojos claros, poco aspecto de español, pero hablando español tal vez con acento venezolano o cubano, se ignora de dónde se saca Antonio lo de esos acentos, había acudido al Bristol, donde se hospedó, para tratar de verificar la amistad de Antonio con Ángel Pérez Navamuel, diciendo, no obstante su acento, que era paisano suyo de Aguilar de Campoo, las señas de natalicio que figuran en el falso pasaporte de Charles, no las suyas propiamente.

Antonio no habla, pero tampoco le dijo nada a Charles para no inquietarlo más, se lo dice a Erica ahora por si acaso ese mismo hombre vuelve a aparecer, por si ella se decide a hablar con la policía y lo cuenta.

Le hubiera sido fácil a Antonio comprobar en el pasaporte del huésped que quien se hacía pasar por paisano de Charles tenía el mismo nombre y los mismos apellidos reales de su amigo, pero tal vez hubiera olvidado los apellidos verdaderos de Charles o no los llegara a conocer antes.

Tampoco Charles, a preguntas de su amigo Antonio sobre el personaje que lo buscaba, dio más importancia a su existencia y probablemente fuera el mismo Charles el que otorgara por su cuenta al español que se interesaba por él el acento del que carecía.

Angélica se pasea inquieta por la cristalera de su galería sin decir lo que piensa, pero atando cabos, admitiendo que ese sí era un detalle que pueda vincularse con la carta, aunque es preciso ser prudentes, no dejarse deslumbrar por las coincidencias.

Si de coincidencias se trata, Erica tiene que tomar en cuenta ahora lo que antes tomó por acto gratuito de Charles, cuando salió aquella mañana y se dirigió a la columna del soportal de enfrente, donde está el Commerce, en una posible verificación de que allí no había nadie, porque seguramente sí, sí había visto a alguien.