Mi novio es un muerto…

—Mi novio es un muerto —declaró al fin Erica a su madre, que no estaba para bromas.

—¿Te dedicas a coleccionar cadáveres? —le preguntó el señor Baumann a su hija.

Y sin que ella le contestara, añadió:

—No me extraña, estás loca.

Nada estaba claro para la señora Baumann en la relación de su hija con ese novio raro y sin porvenir que terminó trayendo a su ciudad.

—¡Un español! —exclamó por su parte Walter Baumann, nada más conoció la noticia del noviazgo de Erica.

—Nuestra hija no pudo elegir mejor: irse a París para volver con un español errante…

—Habrá dejado novia en España —especuló la señora Baumann—. O tal vez esté casado. ¿Qué sabes tú de su pasado, hija? Aunque, pensándolo bien —reflexionó en voz alta—, si está casado, mejor; eso impedirá que os caséis.

Lo único que dijo Erica entonces a sus padres fue que no temieran por eso, que era ella la que no quería casarse. Ni con Charles ni con nadie.

Sin embargo, lo que le había propuesto a Charles cuando le ofreció llevárselo con ella a Berna fue lo contrario: el matrimonio.

—Muerto o no, habrá que darle un trabajo en casa —había decidido la señora Baumann, refiriéndose a que en la central ganadera que poseía la familia se le podría acoger, cuando consideró inevitable que su hija apareciera en Berna con Charles, dispuesta a que éste se quedara.

Pero Erica, ya con Charles en Berna, con su primer empleo de vulgar limpiacristales, no daba explicaciones o creía que se explicaba con sus padres encogiéndose de hombros simplemente.

—No lo puedes tener limpiando cristales en esta ciudad y exhibirte después con él por esas calles, presa de las murmuraciones y las sospechas, manchando el honor de esta familia. Irse a París —siguió la señora Baumann— para volver con un desgraciado; maestro, maestro, sí… ¿Me quieres decir para qué le sirve aquí a un español su título de maestro? Además, ¿has visto el título?