Toro

 

No fue difícil parecer una mudéjar más de las que pululaban por los mercados de Toro en aquellas fechas.  No existía una comunidad de moros o algo parecido a los cristianos que mantenían su fe en los reinos del sur y donde se les conocía por mozárabes. Sin embargo, hacía ya muchos años que Zamora era lugar de tránsito y comercio con todos ellos, dada su cercanía a las fronteras y a que sus mercados se fueron asentando con incesantes caravanas cargadas de productos de oriente, tan demandados por nobles y ricoshombres que hasta la Corona les protegía por el bien que producían y los impuestos que pagaban.

Ella se instaló en la pequeña casita que le había cedido el bueno de Cebrián, y durante los primeros días se dedicó a la limpieza y reparaciones que se hacían necesarias para devolverle las condiciones lógicas para habitarla. En esos días, procuró hacer ver a sus vecinos cristianos que, la miraban desconfiadamente y eludían su encuentro,  que solo estaría un periodo corto de tiempo en Toro, dado que esperaba la llegada de la caravana del afamado, y ya viejo, exea, Vimarano, quien la debía llevar de vuelta a las tierras de Sevilla. Quizás el saberlo, tranquilizó en parte a aquellos toresanos que, durante un tiempo, se olvidaron de ella procurando evitarla.

Acude diariamente al mercado en la Plaza Mayor y deambula, lo mas disimuladamente posible, entre sus puestos, sobre todo aquellos regentados por mozárabes mucho más acostumbrados al trato con las moriscas, donde se deja ver preguntando por  pimentón dulce, comino, jengibre y pimienta negra;  cilantro, cúrcuma,  canela y nuez moscada, lo normal en las comidas mudéjares. Se mueve con soltura, emboscada entre los tenderetes  que ofrecen la carne de las reses y aves recién muertas y que aún despiden el humeante vapor de sus cuerpos…No tiene prisas, espera pacientemente la llegada temprana de los criados y sirvientes de las casas nobles y blasonadas. Los observa, arropada entre los colgajos de vísceras y pezuñas que rivalizan con ristras de ajos y cebollas o con hilvanados cordeles de pescados del río que aun soportan las horas con cierta frescura…

Iberia vigila a los encargados de las compras del Palacio de los Traba; se acerca a ellos favorecida por su impenetrable vestimenta que  tapaba casi todo su cuerpo  con los clásicos zaragüelles blanquecinos, una túnica larga de color ocre y un amplio velo tipo sabana. Apartándose lo suficiente para evitar el rechazo que producía entre los vendedores y su clientela, Iberia comienza a anotar en su cabeza las horas de compra y los puestos que se hacen habituales…Escondida entre los mesoneros que sirven a los comerciantes y visitantes, vino caliente y pan recién horneado con asaduras, la clásica sopa castellana, que mitiga el frío,  y migas con grasa y conejo, consigue enterarse que el próximo domingo, comenzaría un mercado muchísimo más grande y al que bajarían muchos nobles y autoridades, entre ellos,  el que fuera Merino Mayor: la afamada Feria de Toro que se situaba en extramuros y duraría hasta la mañana siguiente al día del Apóstol Santiago. Tenía tiempo suficiente para matarlo antes de que llegaran Pedro y sus caballeros.

Una feria es el lugar idóneo para un crimen. El momento perfecto para una venganza... Ella tenía muchas joyas de plata y algunas de oro que le fueron entregadas por si hiciera falta su uso para comprar voluntades,  podría camuflarse entre los cientos de puestos de alfareros, herreros espaderos, especieros, pastores y laneros castellanos, pellejeros, curtidores, guarnicioneros, leñadores, cuchilleros, aguadores, orfebres y  plateros, que pagaban grandes sumas por hacerse con un hueco entre las callejuelas formadas por cuadras, mesones, vallados, tenderetes móviles, tablados, lonjas, puestos de cañizo que al final, darían lugar a la Feria. Así que poniéndose en contacto con Cebrián, le hizo partícipe de su plan y éste se encargaría de obtener los permisos necesarios para instalarse en la Feria.

Según pudo escuchar en las chácharas de posaderos y comensales, acudirían negociantes francos y flamencos; viajantes navarros y los siempre presentes aragoneses y catalanes; hombres del negocio del rey inglés; comerciantes florentinos y mercaderes genoveses… Y hasta los judíos del Rey Fernando que salvaguardados por la corona, vendrían al préstamo y el aval para conseguir beneficios con los que proseguir las campañas de guerra contra el moro. Habría portazgo que no era otra cosa que pagar por entrar a la ciudad a negociar o vender lo que sea. Nadie podría sacar trigo, ni vino, ni otras viandas o cereales, hasta que la población quedara abastecida, como sucedía desde siempre en las llamadas “tierras de acarreo”. 

Al reclamo de la fiesta, el dinero y el negocio, acudirían putas ávidas de bolsas y faltriqueras, amos y vividores de ellas, viudas en busca de maridos, padres con sus hijas para entregarlas a quien más diera por ellas…Y músicos, acróbatas, malabaristas, juglares, enanos y cientos de peregrinos que caminaban por la ruta del norte y se desviaban hasta Toro para celebrarla y aprovechar para hacer el resto del Camino a Santiago junto a otros peregrinos y de esta forma, al ser más numeroso el grupo, conseguir evitar la inseguridad y los males que se sucedían en algunos caminos y senderos.

Con ellos vendría mucha más guardia de la deseada que vigilarían precios y tránsitos, así como la llegada de innumerables canallas y timadores que hacían su negocio entre tanto extranjero. Hombres de armas y caballeros  que acompañarían a sus señores, y la ciudad, parecería pequeña por el número de visitantes. Entonces, al calor del acontecimiento, faltarían habitaciones  y, en algunos casos, las familias preferían irse a vivir al bosque para alquilar sus casas y viviendas. Cualquier lugar para dormir valía un pequeña fortuna y las noches del estío se hacían interminables entre negocios y fiestas. La ciudad pedía refuerzos a León y desde la Corte se daba orden de enviar varias decenas de soldados mandados por un capitán que velaría por la seguridad de Toro…Y ahí estaba el problema. Tanta vigilancia restaba posibilidades… –ojalá que ese cerdo baje solo con sus sirvientes– pensó Iberia antes de retirarse prudentemente, y volver a la soledad de la pequeña casita donde, tras tomar unas gachas frías, se dejó vencer por el sueño y cayó rendida en el jubón que había puesto bajo una ventana que mantenía abierta para refrescar la casa en aquellos días secos y calurosos…Dormitaba nerviosamente pensando en su amado Pedro, mientras le pedía perdón por lo que pretendía hacerle al malvado noble toresano. No podía evitar que el sueño la llevara de nuevo a aquellos desgraciados recuerdos y  sus ojos dejaban caer arroyos salados…

El tercer domingo del mense Juliano, Iberia había cumplido con el baño diario y el acicalamiento de su pelo perfumado con agua de rosas y vistió como mora una vez más. Enrolló su túnica color ocre sobre su maltratado y  menudo cuerpo, vistió sus piernas con zaragüelles blancos y su velo sobre su cabeza, cayéndole hasta casi el suelo; cumplió el ritual colocando un pañuelo de suave seda que tapaba su boca y caía arrugado hasta los hombros. Espero que las campanas anunciaran la apertura de la Feria y antes de salir, tomó una de las tres bolsas de mimbre que ató a sus espaldas y que había traído con ella desde Arévalo; buscó aquella vieja daga mora que aún conservaba y la guardó entre sus ropajes… A la puerta de la casita le esperaba un hombretón llamado Fruela, sobrino del posadero, a quien éste había encargado la seguridad de Iberia para los siguientes días de feria. Grande como torre de vigilancia y de escasa palabrería, el joven saludó a la mora y sin hacer preguntas, se limitó a seguirla a dos pasos tras ella, llevando la estera y la saca que ella le diera.

Una muchedumbre de toresanos se desplazaba por las calles que se daban cita en la Puerta de la Corredera. Desde allí engullida por el ambiente de fiesta que reinaba en la ciudad, bajaban  junto a los lienzos de la vieja muralla que mandara levantar el rey Alfonso el noveno para defenderla de los ataques de moros y castellanos, y que venía a desembocar pasada la Plaza del Mercado, en los extramuros del camino de Tordesillas, muy cercana al Alcázar y la bellísima iglesia de Santa María la Mayor. En los incipientes barrios que  iban naciendo algo más alejados de las defensas de piedra, donde, sobretodo, tenían casa y huerta los mozárabes que llegaban desde el sur huyendo de almohades y castigos, se conformaba la Feria que aprovechaba terrenos baldíos y acequias y pozos naturales del cercano río Duero. 

La hija de Alonso de la Zarza, extendió una  estera de cañas verdes sobre el suelo reseco en el lugar que se le había asignado dentro de la parcela donde los plateros empezaban a instalar, sus bellos puestos que junto a los de los orfebres, se distinguían por su amplitud, sus vistosas telas y sus tablados de exposición. Algunos de ellos, sobretodo entre los del oro, poseían hasta una pequeña trastienda donde se ofrecía bebida y comida a los caballeros y nobles que estuvieran interesados en sus piezas. En estas calles, siempre había una guardia instalada para evitar robos y fraudes. Aprovechando la llegada a la Feria de otros artesanos desconocidos, nadie preguntaría quien era aquella mora salvo los guardias que por dos veces fueron a preguntarle si tenía el permiso del  Alguacil Mayor de la ciudad intrigados por la presencia de una agarena. Pero Iberia, mostró sus papeles, tantas veces como le fueron requeridos y se empleó en exponer lo mejor posible, las alhajas de plata que había cargado y que le fueran entregadas en unos desvencijados bancos de madera para tal fin que le fueron alquilados por los madereros. Sobre ellos, colocó una rica tela de seda damasquina de resaltados  verdes y bronces, donde las alhajas lucirían aún más. 

De esta forma, una vez bendecida la Feria con el recitamiento de varias oraciones, el Obispo de Zamora,  acompañado por otros clérigos de Toro, nobles y señores, además de la guardia.., invitó a el Alguacil Mayor para que diera orden de paso a todos, toresanos y visitantes que se agolpaban en las entradas de las calles para que pudieran disfrutar de ella. Enseguida, los músicos y los artistas comenzaron a tocar y cantar, a bailar y hacer acrobacias que eran del agrado de todos. Los puestos se fueron llenando de gentes venidas de todas partes que buscaban gangas y productos para sus casas o para llevarse en pequeñas cantidades, porque los grandes negocios que se amparaban en las calles más alejadas, se movían por carretas, recuas de acémilas y mulas, y por largas caravanas que transportaban todo tipo de cereales, ganado, especias y mercancías diversas además de oro, plata y piedras preciosas….Los cambistas venidos para tal fin, actuaban de oficio sobre los negocios entre los hombres venidos de otros países para garantizar, mediante aval, la venta y el pago. En estos, era normal ver tropas pagadas de vigilantes armados que cuidaban que no se acercaran malas gentes, bandidos o cualquier otro sospechoso.

Iberia se mantenía sentada sobre la yerba que rodeaba su pequeño puesto, esperando ver a don Alvar... A su lado, otros tenderetes levantados con enormes estacas y grandes telares que arrojaban sombra y frescura a su alrededor, se llenaban de pendientes, anillos, pulseras, brazaletes, peines, espejos…, y otras alhajas más refinadas que eran confeccionadas por los plateros locales y otros llegados de Benavente, Zamora y Tordesillas; más también era cierto que las joyas de aquella extraña mora (extraídas convenientemente por Pedro de las sacas encontradas en la Ermita de Estebanvela) llamaban la atención de propios y extraños por la delicadeza y belleza de las mismas. Los negocios cercanos viendo el trabajo mostrado y el interés de los visitantes, resentidos, hicieron llegar sus quejas a los hombres del Alguacil Mayor aduciendo que la mercancía era robada y cosas por el estilo pero éste, pidiendo una vez mas los papeles, no encontraba motivo alguno para echar a la mora, salvo por eso, por mora.., pero ni siquiera con ello era suficiente y tendría que dar muchas explicaciones al Obispo que, a la postre, era quien firmaba su aquiescencia para con tal comerciante además de ser quien ordenaba aquella Feria, como las otras de  Zamora o Benavente.

Visto lo visto, los del gremio optaron por intentar comprárselo todo y de esta forma que se fuera de allí, pero ella previsora, había puesto precios muy elevados por la refinada platería mostrada, y el peso de las joyas no admitía regateo alguno por lo que simplemente, declinaron hacerse con el lote entero.

En los días siguientes, Alvar Enríquez no hizo acto de presencia en la Feria, para desesperanza de Iberia, ni siquiera en otros puestos, otras calles u otros negocios mucho más grandes que pudiera frecuentar…Ella sabía que no había estado allí porque a cambio de algunas monedas, convenientemente repartidas entre algunos muchachos y haraganes, obtenía la información precisa. Cada vez le quedaba menos mercancía y se acercaba la fecha final de la Feria, entonces, cuando ya pensaba que no sucedería y que el viejo infame estaría de viaje o en otras tierras de su familia, lo vio llegar acompañado por sus sirvientes y una pequeña escolta armada. A su paso, todos inclinaban la cabeza para saludarle y escondían sus miedos ante el poderoso y temido noble que recorría, lentamente, sin prisas y en ocasiones apoyado del brazo de su secretario, las diferentes calles y mostraba curiosidad en determinados puestos de tapices, sedas y en las casas de afamados orfebres….Fue en una de éstas donde le mostraron alguna de las maravillas en plata que había estado vendiendo una mora en un puesto cercano de los plateros, obligándole a preguntar algo más a los expertos orfebres que aconsejaban la visita y que como un favor personal hacia el poderoso Alvar, le vendieron algunos objetos por poco más de lo que la habían adquirido.

-Decís que una mora con cicatrices en el rostro y nunca vista por aquí es la vendedora de estas maravillas.., pero ¿de donde saca estas joyas tan refinadas y antiguas? –preguntó Alvar Enríquez- ¿son honradas sus credenciales? ¿Qué dicen los alguaciles?

-Al parecer, mi Señor, -contestaron algunos- se trata de una vendedora muy afamada en Salamanca y Ávila, donde recibe este tipo de mercancías de algunos de los muy ricos agarenos de los reinos de Sevilla y Murcia, que viendo la cercanía en que nuestro Rey Santo se haga con sus ciudades y sus tesoros, se han apresurado en ir vendiéndolos a través de mercaderes en nuestras ferias y caravanas al reino franco, para convertirlos en moneda y guardarse las espaldas por si llegaran esos malos momentos…Dicen que su marido es vendedor de otras joyas en la feria de Ávila. Todo ha sido comprobado y las cartas de credenciales que el Señor Obispo de Zamora ha tenido en sus manos lo atestiguan.

Cuando terminó sus negocios en el lugar, ordenó a su secretario que le llevara a ver aquel mísero puesto en la calle de la platería. Alvar saludó a los puestos de alrededor y se paró frente a la mora esperando, que como había hecho su gigantesco criado, ésta bajara la cabeza en reverencia, pero nervioso por no encontrar en ella la humillación, le gritó 

-¿Es que no sabes saludar a tu señor? –preguntó ofendido

-Mi señor  y mi marido están en Osuna, -contestó Iberia rezumando el odio de tantos años contenido y dejando que la altivez del noble se  volviera bilis en sus entrañas- yo solo soy una mora que vende su mercancía y que solo le debe el saludo a ellos, tal y como dice mi fe.

-¡Desgraciada! –estalló Alvar en medio de la curiosidad de los cercanos mercaderes- ¡¿Tu fe?! ¡Este es un reino cristiano! y si no mando quemarte viva por tu desfachatez, es porque estamos en Feria ..¿no ves que soy el señor de estas tierras? 

Fruela se adelantó desde donde se encontraba pero entonces Iberia, dándose cuenta que ponía en peligro todo el plan de Pedro al ver la furia del viejo noble y las posibles consecuencias…se interpuso  en el camino del grandote, agachando la cerviz y arrodillándose le dijo al que fuera Merino

-Perdón mi señor, perdonad a esta mora deslenguada que no ha sabido reconoceros y os ha respondido con tanta arrogancia..¡¡perdonadme!! –casi imploró intentando engañar al viejo con llantos fingidos- aceptad esta dádiva humilde de quien solo es una pobre mora que merece ser azotada por su ignorancia en la lengua del castellano al confundir las palabras…-mientras de sus ropajes hacía aparecer, entre sedas, una hermosa y antigua pieza de plata con piedras preciosas que guardaba para la ocasión…

El viejo quedó anonadado ante tanta belleza y perfección de la Cruz Visigoda que le mostrara. Cada engarce, cada piedra injertada, cada ornato, cada filigrana,  cada línea dibujada sobre aquel cuerpo limpio y plateado, con un peso apropiado y extraordinariamente tallado de una sola pieza. Su valor era incalculable y su sola pertenencia bien merecía el robo y el asesinato si fuera necesario…Le sonrío complacido y todo su deleznable y avaro  rostro ajado y vencido por la vida, se iluminó, calmando sus ansias de sangre y la de su guardia personal que ya se aprestaban a dar molienda a la desdichada que había sido capaz de molestar a su señor.

-Hoy habéis tenido suerte–le dijo Alvar Enríquez sin dejar de mirar aquel objeto- mucha suerte.., creo que esta Cruz  paga el malentendido que al parecer habéis tenido por culpa de no manejar demasiado bien nuestra nueva lengua. Me doy por satisfecho. ¿Tenéis más de estas joyas? –inquirió sibilinamente-  porque si es así y vuestro trato conmigo es el correcto, mañana, Día del Apóstol Santiago, volveré a este asqueroso sitio y  haremos negocios…¡pero ha de ser con piezas como esta! No intentéis engañarme o vuestra cara mutilada no será nada comparado a lo que os mandaré hacer, por cierto, ¿que os ha pasado en ella?

-Un mal encuentro con bandidos en los caminos, mi buen Señor..,  mañana tendréis aquí piezas parecidas, o mejores aún, que pertenecieron al tesoro de un gran señor de Córdoba del que dicen que no se puede nombrar por estas tierras por la matanza de buenos cristianos que hizo..

-¡¡Almanzor!! ¿Decís que son joyas del maldito hijo del diablo?-gritó azorado el toresano llamando la atención de los presentes que gesticulaban y lanzaban maldiciones de todo tipo- ¿Y como una mora inmunda y despreciable puede ser poseedora de tales tesoros? ¡hablad! o…, mejor no lo hagáis, no tengo ganas de saberlo, solo quiero verlos y de lo vea, ya os juzgaré… ¡Mañana es el día! –se despidió el poderoso Alvar Enríquez

“Mañana es el día”…pensó Iberia mientras le deseaba fingidamente lo mejor, -ahora si-, con una reverencia al de Toro, que se alejaba altivo del brazo de su secretario y su escolta, riendo la fortuna de haber acudido aquel día a la feria cuando apenas tenía ganas de hacerlo. Fruela e Iberia,   recogían con prisas el puesto antes de lo previsto. Entonces, sacó una moneda de oro y, con precaución por quien pudiera andar mirando, se la entregó al musculoso muchacho.

-Toma Fruela, y mañana no vengas porque no quiero que estés aquí durante el negocio con ese arrogante viejo.

-No puede ser mi señora, -contestó el sobrino de Cebrián cabizbajo mientras cargaba el fardo sobre sus anchas espaldas- Mi señor tío me dijo que no me separara de Vos hasta que la feria concluyera y que yo sepa, mañana, aún siendo un gran día para los cristianos, la feria sigue abierta y Vos estaréis en ella.

-No quiero discusiones al respecto, -le contestó Iberia- mañana no tienes que venir y no se hable más. Entregad a vuestro tío esta carta donde le explico todo y no caigáis en tentaciones, pues pese a vuestra juventud, sois un muchacho extraordinario.

El joven, tomó el rulo que le ofrecía Iberia pero se negó en redondo a tomar moneda por sus servicios y pese a la insistencia de ella, el zagalón marchó en dirección a la Posada de Giles a hacer el encargo…

A la mañana siguiente, Iberia se había levantado muy temprano. Lavó su cuerpo lenta y concienzudamente, mientras recitaba una oración tras otra…Vistió su disfraz de mora limpio y perfumado, guardó su vieja daga entre el ropaje y tomó un cestero donde guardaba las mejores joyas que le diera Pedro. Hoy era el día, no podía fallar, su martirio y el padecimiento, el daño en el alma y los años perdidos, era bagaje suficiente para llenar su corazón de odio, pero además, su honor mancillado, el de su amado y el de su padre, quedarían vengados. Lo de menos, sería lo que ocurriera con ella después. Lo sentía por Pedro porque le había prometido que no mataría al viejo Alvar Enríquez. Que harían justicia pero los dos y con otros como testigos.., pero ella no podía esperar más, lo tenía tan cerca que, todos los beneficios de las curas del buen don Gonzalo, todas las charlas y las palabras que la hicieron volver de las tinieblas, todos los besos y abrazos  y todo el amor de Pedro, no fueron suficientes. Sabía que si no podía matarlo nunca descansaría, nunca sería feliz. Tenía que hundir su daga en el negro corazón de aquel ser que la ultrajó, la mancilló, la torturó y la degradó a la condición de un animal, vendiéndola como tal y esperando que se pudriera entre las bestias allá en Mértola…No, no y no…Ella no podía esperar.

Cuando acabaron los oficios en honor de Santiago, las calles de Toro se tornaron en una fiesta de gentes que pululaban por entre sus térreos caminos. Todos vestían sus mejores galas para la Fiesta del Apóstol guerrero de Clavijo; el Apóstol de Jesús para los Peregrinos; el Apóstol al que ni siquiera el endiablado Almanzor fue capaz de destruir…Toro festejaba con cada campanada que los badajos conseguían hacer vibrar llamando a todos a celebrar el cristianísimo día. Las familias se acercaban felices a los músicos y malabaristas, buscando en estos el divertimento y la distracción de los pequeños. Las tabernas ambulantes se llenaban de hombres con ganas de beber. Los comerciantes terminaban de cerrar sus tratos y cargaban sus recuas con las mercancías contratadas. Los animales se mezclaban con las gentes entre los caminos de la Feria… Esta vez no montó ningún tenderete. No hubo despliegue, ni mantel, ni esteras en el suelo…No llevaba consigo a aquel gigantón que la guardaba y que evitaba a todos, con pocas palabras que más bien eran gruñidos, las ganas de acercarse demasiado a ella. 

Lo vio llegar henchido de poder y vanidad, mientras todos inclinaban su cabeza en señal de respeto, que Iberia interpretaba como miedo al  decrépito y menguado viejo y a sus seis hombres de escolta,  mientras se le revuelve todo su cuerpo y los recuerdos se le agolpan en la mente. Sus ojos de odio y fuego, lo siguen por el entramado laberinto de puestos y vendedores ofertando sus mercancías por la mitad de lo que apenas unos días antes, a sabiendas que la feria se acababa aquel día; lo siguen por entre las calles empedradas donde los tragafuegos abren corros entre el gentío;  por entre las robustas  murallas y los pasadizos atiborradas de canallas y putas buscando engañifas y oportunidades los unos y clientes descuidados y borrachos las otras… A medida que lo sigue, su rencor y su furia van creciendo con cada recuerdo  de aquellos días, con cada vez que la tocó, con cada violación sufrida, con cada herida que le causó. Mete su mano entre las telas y engola sus dedos entre el mango de su estilizada daga. La acaricia mientras sonríe maliciosamente, y antes de que él pueda decir algo, la mora se inclina con una reverencia ostentosa hacia el que fuera Merino Mayor de Toro. 

-¿Has traído lo prometido.., agarena? –casi gritó Alvar Enríquez, complacido por la genuflexión para que todos supieran del trato deslenguado y altivo con el que se relaciona un noble con un mahometano- No tengo demasiado tiempo para negocios, si lo tienes, enséñamelo.

- Lo he traído mi Señor, pero.., convendréis conmigo que este no es sitio ni lugar para mostraros semejante tesoro. Como veis, ni tan siquiera he traído escolta y no he montado puesto alguno… No sería seguro ni para mi, ni para Vos pese a vuestra guardia. –Y tomando la mano del toresano, le dejó en la palma un hermoso anillo de oro pulido con una piedra azul engarzada..

Alvar Enríquez, tomó la delicada joya y contrastó su peso, entonces paso sus delgados y arrugados dedos sobre la piedra, la miró al trasluz ante la mirada de unos y otros. Entonces, viéndose comprometido, le dijo a la mora que irían a otro lugar mas seguro, pero Iberia sabía que solo tendría una oportunidad para matarlo y que nunca podría hacerlo si le acompañaba su escolta.

-Perdonad mi Señor, pero no iré a ningún sitio  con Vos al que nos acompañe vuestra escolta. Debéis entender, con todos mis respetos,  que estoy sola y no quisiera que estos guardias me robasen o intentasen algo peor una vez finalicemos el negocio.

-¿Acaso dudáis de mi o de mi gente? ¡jamás he visto desfachatez más grande! ¿Sabéis quien soy? Solo mi nombre es suficiente garantía. Nadie se atrevería a tocarme un pelo.. 

-Vos lo habéis dicho..nadie se atrevería a tocaros un pelo; pero a una mora desfigurada y sola, con la bolsa llena de monedas…No mi Señor, no iré con vuestra escolta ni con nadie más que os acompañe. Si algo me pasara, tendría que dar explicaciones a mi marido y a todos los ricos señores de Sevilla que nos han confiado sus tesoros y mi pobre vida no tendría valor alguno... Será entre Vos y esta desgraciada o no habrá negocio alguno. Prefiero entregar las ganancias de esta feria  a los judíos concertados y esperar al exea que ha de venir a buscarme para devolverme a mi marido que espera en Ávila con otros negocios, antes que verme apaleada y sin la bolsa a entregar.

La rabia que sentía el viejo era tan evidente, que aún en su visible debilidad, apartó de un manotazo a su secretario y, volviéndose hacia sus hombres, les ordenó que  esperaran en la Puerta del Mercado, mientras agarraba a la mora por la manga de tal modo, que consiguió hacerla trastabillar y casi cae al suelo. 

-¡Está bien miserable puerca hija del diablo!, -le gritó enfurecido y con el gesto desencajado por la ira- será así como queréis pero mi secretario me acompañará, tanto si os gusta como si no, y dad gracias al Santo Apóstol en su sagrado día, porque en otro momento os habría azotado hasta despellejaros viva…¡vamos! ¡seguidme! Iremos a un lugar que lleva cerrado mucho tiempo… ¡y más te vale que valga la pena hacerme ir a ese asqueroso sitio!

Apoyado del brazo del impávido secretario, que conocía la maldad de su señor, sonreía sarcásticamente porque, sin duda, aquella mora desfigurada, no tenía ni idea de con quien estaba negociando. Entonces, se encaminaron hacia la calle de las posadas, por los enrevesados pasadizos entre tenderetes y el trajín de los toresanos y visitantes que disfrutaban de aquel último día de feria.

Iberia, se limitaba a seguirle dos pasos por detrás, mientras con su mano asía el arma que escondía en su vestido buscando el sitio apropiado para ensartarle el corazón. Su mente se ha vuelto oscura y perdida en los trágicos recuerdos se aferra a la idea de ver muerto al hombre que mal camina por delante de ella.  Ya no queda nada y ni siquiera el amor de Pedro o su recuerdo, son suficiente para hacerla desistir…Alvar Enríquez debe morir por su mano. 

A la entrada de la Plaza Mayor, casi vacía porque los lugareños están celebrando mucho más abajo, ve la oportunidad y saca de su manga la afilada daga para asesinarlo aprovechando lo solitario de la calle; pero en ese justo momento, Alvar gira la cabeza para dedicarle un improperio y la ve… No lleva el pañuelo que cubría su cabeza. Su pelo es largo y castaño. Sus ojos, aún llenos de sangre, le traen viejos recuerdos y la cicatriz de su cara…, ahora la recuerda,- ¡Iberia de la Zarza!- le grita al tiempo que se aparta del brazo de su secretario que ante el sorpresivo ataque no tiene tiempo para esquivar el estoque en su brazo. Incomprensiblemente, el viejo noble, que parecía tan indefenso e incapaz, tan torpe y vencido por los años, se vuelve ágil y con un movimiento de guerrero curtido en muchas batallas, atrapa la mano con la daga y girando sobre ella, se coloca a sus espaldas. Le tiene el brazo completamente doblado. Iberia grita de dolor, -¡ahh !¡hijo de puta! ¡Soltadme, asesino! Y el jadeante Alvar con la daga ahora en su mano presiona con su hoja el cuello de la falsa mora.

¡Ramiro! –gritó el ahora rejuvenecido noble al pobre secretario que se hallaba sentado en cuclillas en el suelo y al que le sangraba el brazo a la altura del hombro, en abundancia -¡Ramiro!, deja de lloriquear y levántate de una vez. Baja por la Puerta de la Corredera y ve a la feria.., trae al capitán y los alguaciles al viejo taller de curtiduría que fuera de los Montanchez, pero hazlo sin prisas, ella y yo tenemos mucho de que hablar y algo más…Así que cúrate primero el brazo y luego haz lo que te mando, -le dijo con una sonrisa fría como el afamado acero toledano-  hoy será un gran día…

Arrastra con velocidad, pese a su cojera, a Iberia por el pelo, sin apartar el puñal del cuello de ésta, hasta una vieja calle, donde se encuentran algunos talleres artesanales –ahora cerrados por la feria- hasta que finalmente llegan a una desvencijada y carcomida cuadra a medio caer.

Empuja el vencido portalón sin esfuerzo y de un empellón la hace rodar por el sucio suelo desgastado. Iberia grita pidiendo auxilio pero no hay nadie en las calles y entonces, derrotada, llora, y los recuerdos empiezan a torturarla, mucho antes que el que fuera Merino Mayor de Toro. El viejo la ata a uno de los roídos postes argollados donde se estiraban las pieles y de un violento tirón rompe y desgarra los ropajes que dejan al descubierto un, aún, hermoso cuerpo, que desata sus pasiones más libidinosas…El recuerdo de aquellos días en que la tuvo y forzó sin reparos, le produce tal placer que su añoso miembro comienza a moverse entre sus calzas. Quiere volver a revivirlo todo y mordisquea la espalda desnuda de la mujer, mientras le dice que volverá violarla, una y otra vez, mientas manosea las nalgas semidesnudas de Iberia -luego lo hará mi guardia personal y después, ese inútil secretario que apenas lleva tiempo en mi casa y del que pienso deshacerme pronto.., después será el turno de los perros y te aseguro que, mora o cristiana, desearás no haber intentado matarme. Deberías haberte quedado allí donde te mandé. Tu amado murió; de tu padre.., me encargué que muriera como el perro de los Montánchez que fue y, puedo asegurarte, que tu muerte no será dulce, ¡aunque si placentera…!, jaaaaaaaaaa, jaaaaaaaaaa, -rió grotescamente mientras se deshacía de sus calzas y correajes de cintura golpeando la cabeza de Iberia contra el madero- voy a enseñarte a no volver de la muerte, zorra. Esta vez me encargaré yo personalmente y ya que estás muerta, nadie podrá acusarme de nada. Cuando acabe contigo puta, te haré otra cicatriz aún peor que la que lucís y ya que  echáis de menos a vuestro padre..mandaré que te desoyen viva y  cuelguen tu piel en las murallas de mi palacio hasta que se seque y me recuerde cada día lo bien que lo pasamos juntos…Iberia de la Zarza.

Alvar Enríquez lamió el estilizado cuello de Iberia, mientras ésta, sangrando por el golpe en la frente, intentaba deshacerse de los cordajes moviéndose enérgicamente hacia un lado y otro, cansándose en cada esfuerzo, llorando por su desgracia  y gritando el nombre de Pedro..

-Llámalo cuanto quieras barragana de traidor. ¡El no vendrá! Y tal como os he prometido, vuestro sufrimiento será un regalo para mi polla.

  Entonces, alguien le grita desde el destartalado portalón

-¡¡Nada de eso pasará, Alvar Enríquez de Traba!! Antes bien seréis Vos quien sufra tal calvario por este crimen que, como bien habéis dicho, ya cometisteis, y por todos los anteriores de los que os habéis declarado culpable. ¡¡Arrestadlo!! –grito el príncipe Alfonso mientras mandaba recoger y amparar a Iberia y el viejo medico se acercaba para examinarla y comprobar que estaba bien, solo dolorida por los golpes…

-¡¡Alvar Enríquez!! Daos preso en nombre del Rey de quien soy Hijo y por derecho Príncipe de Castilla, León y Asturias. Seréis juzgado y condenado a muerte, de eso podéis estar seguro. Vuestro cuerpo será descuartizado por los caballos después de ser azotado diez veces por cada uno de vuestros crímenes donde se incluye el de Iñigo Ximénez, y finalmente, vuestros restos serán expuestos para ejemplo de todos…, No tendréis enterramiento cristiano y vuestra alma penará eternamente. Seréis despojado de todas vuestras riquezas, tierras, mercaderías, hombres y tesoros que pudierais tener, todo ello será ahora de la, restablecida en su honor y honra, Casa de Montánchez. Así será, puedo asegurároslo, si lo quiere el nombrado recientemente por mi Señor Padre, Justicia Mayor del Reino, don Pedro de Montánchez y Tagarabona, aquí presente.

 Y entonces un guerrero con lágrimas en los ojos, que había entrado como una exhalación entre los guardias y que ahora abrazaba a Iberia y la cubría con sus brazos se levantó y, mirando desafiante al que fuera Merino Mayor del Rey Alfonso el noveno, añadió con palabras lentas que se fueron clavando en las carnes del ahora preso -¡Porque así lo quiso el Rey, nuestro Señor y así lo haré valer por el nombre de mi buen padre y del padre de mi amada y de todos los inocentes que tuvieron que pagar por vuestra avaricia!

-…Pero no es justo, yo solo fui.. –contestó el sorprendido y ahora temeroso noble-  El Arzobispo..y el Mayordomo…, -balbuceó- me arrastraron a ello bajo amenaza de hacer conmigo lo mismo –mintió el noble sollozando para intentar ganar la gracia del perdón.

-¡¡Mentís de nuevo, miserable!! El Obispo está muerto como lo está Rodrigo Fernández, quienes antes de hacerlo dejaron vuestro plan al descubierto  -gritó Pedro de Montanchez- además, vuestro Secretario, don Ramiro que no es sino el Secretario del Arzobispo de Toledo, enviado a vuestra casa con artimañas, cuando supimos de la muerte del anterior,  dará fe de cuanto mal habéis procurado.

Entonces, el Príncipe, con un gesto de la mano acalló las voces para proseguir con su alegato: 

- “Vuestros escudos, blasones y banderas, serán golpeadas y borradas de la memoria de esta Noble Villa, y solo perdurarán en los anales de la Estoria de España la cual me precio escribir, porque vuestros antepasados no tienen culpa alguna salvo de haber engendrado un demonio y no un buen Hijo de Cristo…” Eso, si mi querido Prelado  Papal, - y este hizo su aparición en la cuadra- no encuentra razón alguna para perdonaros la vida… Ximenez de Rada, recordando al buen Nicasio, el viejo cura de Benegiles, dijo: “No seré hipócrita ni condescendiente en esto y aún a sabiendas de mi pecado como ministro de Cristo, prefiero enfrentarme a su Juicio que perdonar vuestros crímenes. Pues vuestro mal no debe ser perdonado. No!, la Santa Iglesia Católica podría hacerlo, pero este Prelado Papal no encuentran forma alguna de perdonar tanta maldad, es más, prefiero que vaguéis por el Infierno de donde no debisteis salir nunca.

-Entonces, esa será mi Sentencia, dijo Pedro de Montanchez. Que es la sentencia de un Rey y del heredero de los reinos así como  de un Príncipe de la Iglesia…Que Dios se apiade de vuestra alma, algo que, aun pecando en mi presunción, dudo mucho que ocurra. 

Finalmente , Iberia, aún azarada y temblorosa, se soltó de los protectores brazos de Pedro y se acercó al viejo noble y pese al miedo del de Montánchez y sus amigos a que pudiera matarlo con algún arma escondida, intentaron detenerla, pero ella, les pide con su mirada que confíen y  extrañamente tranquila y sonriente le dijo -Alvar Enríquez, hasta hace un momento, pensé que solo merecíais la muerte por mis manos, una venganza que liberara mi alma de las garras del odio que no me ha dejado vivir estos años.., pero ciertamente, creo que la Justicia del Rey es suficiente para que la de mi padre, Alonso de la Zarza, -gritó su nombre-  y  la del padre de mi amado, descansen en paz de una vez por todas. . 

Y entonces  abofeteó y escupió a Alvar Enríquez, que solo sabía lloriquear entre rezos sin medida, mientras acercando su boca al oído del infame, le dijo sin que nadie más pudiera oírlo: “una cosa si haré cuando os descuarticen…cortaré vuestra podrida polla y haré que  la inserten en lo que os quede de boca, para que la aprovechen los diablos del infierno al que iréis seguro” y sonrió maliciosamente mientras se separaba del destruido otrora Señor de Toro.  

¡¡Hágase justicia!! –gritó Pedro de Montánchez- ¡¡Viva el Rey!! ¡¡Viva Alfonso el décimo, nuestro Príncipe!!, gritaron jubilosos y llenos de felicidad, entre abrazos y loas a los enamorados, mientras que alguien creía escuchar el tañer de la vieja “Cantua”..

Cuando se llevaron a Alvar Enríquez, este ya no tenía arrogancia alguna, ni en sus gestos, ni en su mirada. Solo era un viejo... Sus piernas flojeaban tanto que varios armados tuvieron que asirlo y llevarlo en volandas, no sin gastar en él algunos mandobles por el esfuerzo mientras lo introducían en la carreta de presos  que esperaba y en la que sería trasladado a las mismas mazmorras que lo fuera Pedro de Montánchez.

Con la promesa de verse en breve para la ejecución,  todos se fueron marchando. Las despedidas no fueron largas, pues dado el momento, todos optaron por dejar a solas a los enamorados para que recuperaran el tiempo y la paz en sus almas. 

Entonces,  la cuadra quedó en silencio y vacía, como aquel día que, siendo el Taller de Curtiduría de la Casa de Montanchez, Pedro e Iberia se amaron entre los fardos, los olores almizcle y vinagre y las voces de los niños que jugaban en la calle….Pedro de Montánchez,  se acercó a Iberia Rodríguez, y sin decir nada, se fundieron apasionadamente en un beso.., lengua contra lengua buscando ganar la batalla de las bocas. Labios ardientes contra labios de fuego, que se unían y separaban interminablemente. Manos que resbalaban contra manos que aferraban, intentando, las unas, conquistar los valles, las montañas, las gargantas y los pozos de los cuerpos y las otras, aguantar hasta la extenuación sin que escape el momento que tanto tiempo habían deseado; palabras bisbiseadas al oído contra frases que tropezaban en los lóbulos, otorgando certificados de pasión..., Fuego y agua entre la boca de Pedro y de Iberia.

Pronto habría boda en Toro y más pronto aún, los hijos de Montánchez y de la Zarza, correrían por las estrecheces de la Villa, acudirían a Misa en Santa María la Mayor y verían hacerse viejos a sus padres entre historias de guerras y fronteras y el amor incondicional.

Entre beso y beso, fueron muchas las veces que se amaron en el pequeño castillo de Montánchez…entre romero, encinares, lavanda y pinos 

 

....

 

La canción del rey
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