Monasterio de Santa María de Moreruela.

 

Alvar Enríquez había pasado los últimos tiempos encerrado junto a los hermanos de la Orden del Cister en aquel hermoso Eremitorio que su familia financiara. Allí entre sus arquerías de medio punto, asustado, buscó refugio al amparo de los monjes blancos durante los meses que sucedieron al asesinato de don Iñigo Ximenez, “a la espera de que las aguas volvieran a su cauce”, para ello, empleó todo su tiempo enviando cartas al soberano y haciendo creer a algunos que todo había sido un desgraciado accidente llenándoles las manos a aquellos que ahora se sentaban muy cerca del Monarca castellano… Acostumbrado a los placeres que le daba su posición y riqueza y la opulencia en la que había vivido, aquel lugar le resultaba tan desagradable, que 

-Si viviera el rey Alfonso sabría encontrar la manera de tener de su parte a la Casa de Enríquez. –pensó el criminal, arrastrando su viejo cuerpo  mientras se arrodillaba en la capilla del monasterio

-Mi señor.., -le distrajo de sus oraciones un joven monje que se movía nervioso en el fondo de la capilla, sabedor del mal humor del que hacía gala el noble-

-¿Para qué y por qué me molestáis cuando tengo una conversación con el Altísimo? Le inquirió desagradablemente sin volverse a mirar quien le reclamaba.

-Mi señor Alvar, ha llegado un mensajero de la Corte para Vos con esta carta…

-¡¡Dios mío!! ¿Será la noticia que tanto deseo? Ansío tanto abandonar esta maldita cárcel de piedra y sus comidas para ganado! O por el contrario será mi condena… ¡¡Acercadla hasta mis manos!! –gritó mientras hacía verdaderos esfuerzos por levantarse mientras se apoyaba en las bancadas-

El novicio movió con rapidez su quebradizo cuerpo hasta entregarle la carta al de Enríquez, quien tras leerla ávidamente, le señaló con un gesto la puerta para que se fuera. Cuando volvió a estar a solas, gritó impertinencias y blasfemias como un loco, mientras reía exageradamente; hasta que más sereno, al entrar en la habitación donde dormía (y que en nada se parecía a  las rígidas celdas de los hermanos de la congregación), balbuceó una amenaza:

-¡¡Estad seguro, Pedro de Montanchez, o quien quiera que seáis, que pienso arrancaros la piel y colgaros de las murallas hasta que los cuervos os devoren vivos!!

 

…/…

 

La canción del rey
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