Campiña de Fuensanta de Martos.  Noviembre del Año 1.230 de N.S.

 

Hacía solo dos jornadas que habían regresado de las cabalgadas que llevaran  en las tierras del que fuera conocido por todos los fronteros como El Baezano(12). El botín con el que se hicieron después de saquear las tierras del Aljarafe y los alrededores de Córdoba durante varios días había sido excesivo y el riesgo mínimo, pues la información comprada a algunos habitantes que no soportaban los numerosos impuestos a que les tenía sometidos el Califa de Sevilla, era amplia y certera. Solo se respetaron –por orden del propio don Pedro- alquerías y vidas, siempre y cuando éstas no intentaran devolver el golpe. No hubo asaltos armados a las viviendas más humildes; ni violaciones ni otros actos de crueldad con aquellos que no empuñaran armas y tampoco se hicieron con esclavos que no tuvieran posibilidad de intercambiar por un rescate económico.

Las correduras, eran rápidas, bien trazadas  y mejor dirigidas por los hombres de confianza de don Pedro –que pagaba a su propia tropa de fronteros pero sin servilismos con rey alguno- por lo que aún sin ser milicia villana, era llamado por los grandes señores y obispos para, en ocasiones,  reforzar tropas regulares en alguna batalla o, simplemente, para crear caos y confusión en las tierras por conquistar. Cuando no se requerían los servicios del Montanchego, éste daba prioridad a las incursiones en tierra hostil. Su tropa o mesnada, estaba compuesta por algo menos de un millar de hombres, bien armados y con cabalgadura. 

Dependiendo de que objetivo fuera el planeado, se dividía en tres grandes grupos. Uno de ello sería la punta de la lanza de ataque. Otro la reserva de efectivos para el mismo y uno más que siempre quedaba al cuidado del campamento, de los bienes ganados, de las mujeres y niños.., preparado y en guardia por si, en el peor de los casos, hubieran de huir a zonas más seguras y que con anterioridad ya se habían previsto.

Los grupos estaban comandados por los hombres de confianza de Pedro de Montánchez, aunque para él se reservara el mando del principal. 

Llegaban con sus terribles gritos de guerra: ¡¡Despierta Hierro!! tronaban los exiliados, los desterrados y los aventureros de otras coronas ¡¡Dios lo quiere!!, decían aquellos hidalgos (golfines) que sabían de las guerras en Tierra Santa.., ¡¡Sangre por Sangre!!, hacían suyo los Mozárabes que fueron víctima de los almohades, y todos juntos azotaban sus espadas contra el suelo llenando de espanto a moros y amigos de éstos.

Se trataba de someter al enemigo a una constante batalla de nervios. De procurarle en las emboscadas duros daños a las guarniciones de la Cora (Jaén, Andujar, Baeza, Quesada, Cazorla,..) que tras la muerte del Baezano, habían quedado sometidas al califato sevillano, y que no sabían, en muchos casos, por donde les llegaba el ataque. Se trataba de arrebatarles no solo todo cuanto tuvieran, sino además, el valor para defenderlo. 

Cuando Abu I Ula, acuciado por sus propios cortesanos y nobles que habían sufrido las temibles razzias, pretendía responder con alguna acción guerrera contra los fronteros, éstos se dispersaban entre los montes de Sierra Morena y, cuando el peligro pasaba, volvían a reunirse en algún punto previamente concertado no antes de dar cumplida cuenta de algunas unidades moras de retaguardia o desperdigadas, a las que volvían a atacar, una y otra vez, diezmándolas y en otras ocasiones, aniquilándolas sin piedad…

El saqueo, en esta ocasión, sumó caballos de jinetes abatidos; mulas, asnos, bueyes y muchos otros animales de labranza.

Las bestias y sus propias cabalgaduras,  llegaron cargadas de objetos de oro, de plata, de bronce.. Llenaron alforjas con jarrones de cerámica y tocados con piedras preciosas, telas, platos, cuencos y jarras de madera muy apreciadas por sus acabados en pinturas doradas donde figuraban bellos animales de otros reinos lejanos… 

Por esta vez, la rapiña les había enriquecido mucho más de lo que hubieran imaginado y al oído de ella, era presumible la llegada de nuevos hombres con ansias de aventura y riqueza que se sumaban a sus huestes, aunque serían rechazados sus servicios –en su mayoría- pues los fronteros eran más que suficientes. Su fama de fieros guerreros, de imbatibles y el valor que demostraban sus señores Pedro de Montánchez y  Martín López, les precedía hasta tal punto, que con solo mencionar en una villa que iban a sitiarla, ésta era abandonada a su suerte de inmediato por sus habitantes, quienes corrían a esconderse en las fortalezas, en los castillos o alcazabas cercanas. 

Sus hombres les veneraban y admiraban, les hubieran seguido hasta la muerte y en muchos casos así sucedía… Cuando un frontero caía, se procuraba una parte del botín obtenido para la familia (si la hubiera) y el  traslado a tierras más al norte de mujer e hijos, donde poder comenzar una nueva vida…Si el cristiano en cuestión perdía un miembro, su destino era el convento de Villar de donas en León, donde la Orden de Santiago recibía el donativo de los fronteros para que fuera cuidado. Todo ello, si el encausado no tenía otros planes para consigo mismo y su pequeña fortuna acumulada…

Estaban bien entrenados y manejaban a la perfección, las estrategias de emboscadas y persecución que Pedro y Martin habían aprendido gracias a otros nobles como Sancho Andreu (el aragonés), Tello García, Hernán Yáñez y Alvar Colodro, que se habían unido años antes, obedeciendo el mandato de los de Calatrava y Santiago; de esta forma, cualquier conquista quedaría sellada por estas Ordenes y bajo su tutela todo  lo referente al reparto de  bienes y repoblaciones de tierras.

A Pedro no le importaba lo más mínimo, pues su meta no era alcanzar gloria o riqueza, aunque las hubiera, su único deseo era descargar su ira por donde pasara.., una forma de olvidar tanto sufrimiento personal y una manera de olvidar a Iberia, de quien ya hacía casi un lustro que no tenía noticia alguna.

La guerra, la sangre, el dolor .., no tenía valor alguno para él, eran, simplemente, la manera de encontrar una muerte que deseaba más que la vida.

Sus “hermanos de guerra”  lo contenían a duras penas en situaciones donde morir bajo espada, daga, cimitarra, gumia, alfanje, maza, hacha, lanza o venablo eran una realidad en la que algunas veces caía herido y sin embargo, seguía en pie golpeando como un poseso su espada, entrechocando su escudo o simplemente atravesando con su daga el corazón de aquellos que se ponían por delante. No era una guerra contra el moro, sino contra él mismo.

Un galeno que les seguía desde hacía algún tiempo( y al que se le presuponía un pasado demasiado turbio como para ejercer en otras villas), les atendió en una de las “casas-cueva” que en su día fueron morada de algunos habitantes de la zona. Apenas vio a Pedro, le espetó  el poco cuidado que llevaba en las acciones. El físico olía a vino y a las mujeres que seguían al campamento guerrero, pero tenía reconocida fama de “cosedor”. 

-Se ve que Vos también habéis tenido una buena batalla, don Sancho… –le dijo el de Montánchez, al tiempo que todos reían la gracia del comentario-

-A veces las heridas del vino y las compañías son batallas tan difíciles de ganar como arrebatarle al de Granada  las concubinas de su harén –y se unió a las risotadas de los presentes- ¡Quedaos quieto y dejad que empuñe mi espada de emplastes sobre las carnes malolientes y abiertas que traéis!

-Mi buen amigo Pedro –le dijo Hernán Yáñez- cada vez nos hacéis más ricos. Cada asalto entregáis más tierras a la Iglesia y los repobladores. Cada escaramuza, cada emboscada y cada contienda con el moro, os engrandece de tal modo, que no hay rey agareno que no os tema. Si leyenda se hizo de Fruela Pérez(13) o de Alvaro de Castro(14) o del mismísimo Rodrigo Díaz(15), la vuestra no les va a la zaga…

-Sabéis –prosiguió Tello- que el propio Arzobispo de Toledo, el mismísimo Prelado del Papa y Canciller de Nuestro Señor el Rey, nos ha conminado, en muchas ocasiones, ha llevaros a su presencia. En sus misivas nos pregunta, cada vez más insistentemente, quien sois, donde nacisteis, si son nobles vuestras armas y apellidos,  porque desea conocer a aquel que le gana en fama y premiaros como se os debe.

-Es cierto, mi buen amigo, -le dijo Sancho Andreu- vuestras, -nuestras-, correrías y batallas, son parte de los cantares de poetas y juglares en las cortes cristianas, ¿por qué os negáis lo que en derecho habéis ganado con sangre en esta reconquista? ¡atended al Prelado y reconquistad también vuestro apellido y la justicia que demandáis!

-Dejadlo ya, -les conminó Martín López- la justicia que demanda no está al alcance del Arzobispo. Es un derecho de sangre y por sangre habrá de ser saciada. Eso si os digo Pedro, si queréis, ¡cuando queráis!, solo tenéis que dar una orden y un destino, y todos cabalgaremos contigo hasta hacer valer el nombre de Pedro de Montánchez a fuerza de sangre y fuego, aunque con ello tengamos que enfrentarnos con el mismísimo Rey… 

Pedro de Montanchez, como tantas otras veces  cuando esta conversación surgía, se limitaba a mirar a sus buenos amigos y, de forma paternal, regañar sus estridentes pensamientos, que solo eran eso…

-Tranquilizaos, amigos míos, no es esa mi intención, como ya os he dicho otras cuantas, pues no pretendo alcanzar glorias por obrar contra el moro, ni recompensas por mis actos porque no son pocas las veces que me avergüenzo de ellos y en las que creo que el Altísimo no tendrá piedad de mi alma. No, no quiero castillo, ni tierras, ni prebenda cortesana alguna, vengan de quien vengan. Pero una cosa es cierta.., Justicia si quiero, pero no a costa de mi alma. Aún sigo siendo un buen cristiano y un buen siervo de mi Señor, el Rey, y cuando el destino lo decida, me arrodillaré ante él y, si lo tiene a bien, escuchará mi historia que no es sino la triste historia de una Casa y un Apellido que un día fueron amados allá por las tierras de mi sagrado León…

-De momento, mis fieles hermanos, -les conminó-,  centremos nuestros esfuerzos en la próxima corredura. –

-¡Pero Pedro!, ¿acaso no nos vas a dar un leve descanso? –le objetó Martín que como siempre pensaba en regar la últimas correrías con fiestas y “otros placeres”- para que quiero tanta riqueza si no tengo tiempo para gastarla…

-¡Por Santiago que lleváis razón! ¡Visitad a las putas y gastad vuestras bolsas! ¡Invitad y pelearos! Nunca se sabe cuando será la última vez, así pues, démosle tiempo al de Sevilla para huir lo más lejos posible y facilitarnos la tarea de guerrear.

 

…/…

 

La canción del rey
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