CONCEPTOS BÁSICOS DE
LA RELIGIÓN MUSULMANA

La fe

La idea que todo lo sustenta está descrita en la primera azora del Corán. Se afirma que Dios es único, origen y Señor del Universo, compasivo y misericordioso. Ante Él hay que responder el día del juicio, a Él servimos y de Él imploramos ayuda. Nuestra obligación es obrar el bien.

El Islam es una doctrina basada en la fe en Dios Único, y también un proyecto de orden social, así como un sistema cultural. La palabra en sí misma, si se escribe con minúscula, significa «Vuestro Dios es un Dios Único. ¡Sedle sumisos!» Escrita con mayúscula, hace mención a la religión que pone en práctica tal sumisión a Dios.

Existen unos artículos de la fe que la expresan y la concretan aproximadamente así: Creer en Dios Único, creador y gobernador de todo; que Dios dio al profeta Mahoma el Corán, con el que se revocan todas las leyes anteriores; creer en la muerte y en el juicio posterior según las obras de cada uno; en la resurrección para recibir el premio o castigo, y por fin creer en la gloria para los bienaventurados y en el infierno para los que obraron mal.

El Profeta Mahoma

Para la religión judía, más importante que los profetas es la Torá, los cinco libros supuestamente escritos por Moisés, que son la esencia de esa religión. El cristianismo tiene muchos profetas bíblicos, pero Jesús es más que un profeta: es el Ungido, el Mesías, Hijo de Dios.

La religión musulmana reconoce como profetas a Moisés, a Jesús, pero el último de ellos, el «Sello de los Profetas», el que anula todo lo anterior es Mahoma. Es una religión profética por excelencia. No es comparable a Jesucristo en la religión cristiana. El evangelio de San Juan dice que la Palabra se hizo carne, y eso en modo alguno se puede decir de Mahoma. La palabra de Dios no se encamó en Mahoma sino que es el Corán mismo.

El Corán

Es la palabra de Dios hecha libro. Los evangelios cristianos han sido escritos por discípulos de Jesús y narran sus hechos y sus doctrinas. El Corán contiene todo lo que Dios ha revelado directamente y no puede hacerse en él cambio alguno. Los fieles saben a qué atenerse.

Es un libro árabe, la más antigua obra en prosa escrita en esa lengua. Ninguna otra ha contribuido tanto a la difusión de ese idioma como el Corán. Incluso hoy en día sirve de norma sintáctica y morfológica.

Es un libro vivo. No es de los que se colocan en la estantería o se leen en silencio. El Corán se recita continuamente en público y en voz alta. Sus palabras y sus frases acompañan al musulmán desde el nacimiento hasta la tumba. A través de él, el creyente escucha la revelación de Dios y la hace suya. Al ser sagrado, se exige que antes de leerlo, el creyente se purifique y abra el corazón mediante humildes plegarias.

Los ejemplares del Corán suelen ser obras de arte. Sus letras están escritas con delicados trazos y con adornos de infinitas filigranas que los hacen ser auténticas joyas pictóricas. Si existiera alguna exposición de libros del Corán, podríamos hacer con ellos un museo que en nada envidiaría al Prado, por ejemplo. Son, entre otras muchas cosas, la pintura de los árabes.

PLANTEAMIENTO ÉTICO

Mandamientos de la ley musulmana

Esencialmente, contienen los de la religión cristiana, con amplificaciones notables, especialmente en cantidad. Veamos ahora esos mandamientos aunque después ampliemos algunos de ellos.

Adorar al Criador sin representarlo en imágenes y honrar al profeta Mahoma. Desear el bien del prójimo como el de uno mismo. Vivir constantemente limpio con ablución, purificación y las cinco oraciones diarias. Obedecer al padre y a la madre aunque sean infieles. No jurar el nombre de Dios en vano. No matar, ni robar, ni fornicar con criatura alguna. Pagar la limosna legal. Ayunar el mes santo de Ramadán. Cumplir con la peregrinación a La Meca. No dormir con la esposa sino cuando ambos se encuentren en estado de limpieza legal. Honrar los viernes y las pascuas con limpieza y oraciones devotas, visitando esos días a los sabios y a los pobres. Honrar a los sabios. Defender la ley musulmana. Honrar al vecino. Hospedar al caminante y al pobre. No quebrantar los votos, juramentos o apuestas. Ser fieles y no comprar lo que proceda de hurto. No cometer ni consentir el pecado. No falsificar pesos o medidas, ni engañar, traicionar o ser usureros. No beber vino ni cosa que embriague. No comer tocino, ni carne mortecina o mal degollada, ni sangre, ni de lo que se ofrece al altar. Saludar al caminante, visitar al enfermo e ir a los entierros de los que mueren. Oponerse a los musulmanes que intenten quebrantar la ley. No hablar mal aunque sea verdad. Ser jueces fieles. No codiciar los bienes ajenos, honrar a los ricos y no menospreciar a los pobres. Evitar la ira o la envidia. No dejarse llevar por hechiceros, adivinos o astrólogos. No vivir en tierra de infieles ni entre malos vecinos. Vivir entre los buenos. No jugar a los dados ni a cosas vanas. No deleitarse con lo prohibido, ni poner los ojos en lo ajeno. Perdonar al que nos perjudique y pedir perdón a quien hayamos hecho daño. Huir de la soberbia. Obedecer a los superiores. Apiadarse de los menores de edad. No ser de dos caras. Poner la paz entre las gentes y aconsejar a los que estén en el error. Redimir a los cautivos, aconsejar a los huérfanos y a las viudas. Aprender la ley y enseñarla a todo el mundo. Impedir la obra de los que desobedecen la ley. Hacer verdadera penitencia. Aborrecer al mundo y dejarse influir por la esperanza en el más allá. No hablar como los cristianos, ni vivir como ellos, «así te verás libre de los pecados infernales». Cumplir y guardar las palabras, usos, costumbres y trajes del bienaventurado Mahoma. De esta manera, el día del juicio, sin ser sometido a prueba, «entrarás en el paraíso».

La purificación

Con un ritual minucioso y preciso, consiste en lavarse las manos y después lo que de sucio tenga el cuerpo. Es obligatorio lavarse en infinidad de momentos de la vida, tales como la oración, rituales, festivos e incluso antes o después de hacer cosas comunes de convivencia. Por supuesto que también al nacer y después de morir.

La oración

El pueblo musulmán, en general, es profundamente religioso y la oración marca cada uno de los instantes de su vida porque le atribuyen carácter divino.

Para orar es obligatoria una compostura que se traduce en hacerlo purificados, bien vestidos y en lugares limpios y retirados.

Son obligatorias las cinco oraciones diarias, que se deben hacer al alba, a mediodía, por la tarde, a la puesta del sol y por la noche. Y para la propia liturgia de esos rezos, hay que tener recta intención, usar vestidos limpios y honestos, haberse lavado previamente, situarse de cara a la alquibla, hacia Oriente, inclinarse y rezar las oraciones preceptivas en cada caso. Las plegarias son diferentes para cada fiesta o momento, así como la liturgia de gestos. En casos normales deben estar dirigidas por un imán. Si el creyente no se encuentra en las cercanías de una mezquita, puede y debe rezar sin esa presidencia.

Ministros de culto

En el Islam no existe el sacerdocio ni la ordenación sacerdotal, tampoco hay altar, ni vestimentas especiales para los dignatarios que dirigen los oficios religiosos, ni música solemne, ni cantos, ni velas, ni procesiones, ni drama sacro. El imán es un musulmán laico que dirige y preside la oración.

El oficio lo debe desempeñar el alfaquí más inteligente y el más versado en la ley musulmana. En caso de que la oración se haga fuera de las mezquitas, la preside el padre de familia. Por supuesto que están regladas las características del que tal oficio ejerza, que además de ser una persona versada en la ley, tiene otras incompatibilidades, como por ejemplo, no pueden serlo las mujeres. También actúa como predicador encargado de acercar al creyente a la palabra de Dios y a la recta doctrina de fe, costumbres, acatamiento a la suprema autoridad religiosa (que suele ser también civil), y a las corrientes concretas jurídicas o doctrinales. Entre un musulmán sunita que rige su vida por la corriente jurídica maniquí, y un chiita iraquí, hay muchas cosas en común y están en desacuerdo en otras muchas de gran importancia.

El almuédano o muecín es personaje de segunda importancia. Lo típico de él es su cometido de llamar a los fieles a la oración desde los alminares de las mezquitas.

El ayuno

Tras la profesión de fe y la oración, el ayuno es la tercera obligación de todo buen musulmán, que ha de observarse durante el Ramadán, noveno mes lunar del año musulmán. Esencialmente, se trata de abstenerse de comer y de beber, y guardar abstinencia sexual desde que raya el alba hasta que el sol se pone. Se conmemora con este ayuno el momento en que Dios envió desde el cielo el Corán para ser guía y luz de los hombres y regla de sus deberes. Únicamente se permite cohabitar con mujeres y comer por la noche, «hasta que a la alborada se distinga un hilo blanco de un hilo negro». (El Corán, 2-187). Comen dos veces en la noche: una al divisar las estrellas en el firmamento después de la puesta del sol, y la segunda, al amanecer, antes de la oración del alba. En los barrios moriscos de nuestra España del siglo XVII había una especie de serenos que actuaban como despertadores, llamando de puerta en puerta a los fieles hasta que eran respondidos desde dentro para iniciar a tiempo la comida del alba. Por cierto que entre los moriscos se observaba rigurosamente el ayuno del ramadán, cosa que también hacen los musulmanes actualmente en su inmensa mayoría.

El ayuno es, al igual que en el cristianismo, una obra meritoria y un acto de penitencia que expresa cancelación del pecado. También contribuye el dominio del espíritu sobre el cuerpo y sus instintos, fomenta la piedad y la disposición al perdón mutuo.

La limosna

Llamada por ellos zakât, es la cuarta obligación de todo musulmán. La cuantía de esta limosna obligatoria va en relación a los bienes de cada uno. Puede ser en dinero o en especie en una complicadísima liturgia que establece cuántos camellos hay que dar a los pobres en función de la manada que posea el donante, o cuántos almudes de trigo o cebada según las cosechas del propietario. También está la limosna voluntaria o sadaqa. En el Corán encontramos innumerables azoras en que se detalla la obligación de la limosna, así como los beneficios espirituales que obtiene el donante en esta vida y en la otra.

La limosna en la religión musulmana es un tributo socialmente estipulado que tiene un profundo sentido comunitario y religioso. Los fieles se muestran agradecidos por los bienes que Dios les ha regalado y esa generosidad fomenta entre ellos el respeto y la solidaridad, puesto que constituyen ante todo una comunidad solidaria. Contribuyen con ella a atenuar las diferencias sociales, convencidos como están de que todo lo que existe en el mundo es propiedad de Dios.

Una parte de las limosnas se destina a los más necesitados y otra a lo que llaman fundaciones, que son personas jurídicas destinadas al bien común, como mezquitas, etc.

La peregrinación a La Meca

La Meca es uno de los pilares básicos del Islam. En todas las mezquitas del mundo existe el mihrâb, que es algo así como un nicho de oración que marca la dirección (la alquibla) de La Meca. Eso recuerda a todos los musulmanes el lugar donde todo comenzó y la patria de su religión. Al rezar, basta con dejar ir la imaginación para encontrarse esa ciudad y ese santuario. El propio Corán manifiesta la voluntad de Dios de que todo musulmán haga al menos una vez en la vida esa peregrinación. El que lo hace, recibe el título honorífico de peregrino (hâyy). Evidentemente, no todos disponen de dinero, salud o tiempo para hacer ese gran viaje, pero todo está calculado. No es infrecuente en el Marruecos profundo encontrar a un pueblo o una familia entera ahorrando para que al menos uno de ellos haga la peregrinación en nombre de todos.

Para nada son viajes turísticos como los nuestros a Lourdes o a Roma. El rito de esa peregrinación es complicadísimo, conlleva exigencias espirituales, rituales y desde luego, si no tenían bastante con el viaje en sí, son sometidos durante varios días a una actividad agotadora que, esquemáticamente, es la siguiente: deben dar siete vueltas a la Ka’ba; recorrer a paso ligero siete veces la distancia entre las colinas de Safâ y Marwa; subir al monte Rahma (de la Gracia); recoger guijarros para arrojarlos contra un monumento de piedra simbolizando que se está lapidando al demonio; sacrificio de animales en Minâ al que sigue la comida ritual, y de postre otras siete vueltas alrededor de la Ka’ba.