CAPITULO XII

—Veo que sigues de mal humor, primo. Cambia esa cara, que así no te ves atractivo —comentó Elizabeth divertida al verlo con el ceño fruncido y refunfuñando como todo un viejo cascarrabias.

—No sé cómo me dejé convencer para venir —respondió Vincent, molesto.

En cuanto entró en el salón de la mansión Kingston sintió todas las miradas sobre él, los murmullos y cuchicheos estaban a su máximo y el ambiente se sentía tenso.

No comprendía por qué lo miraban así. La época en qué todos hablaban de él y lo que pasó el día en que iba a casarse había quedado en el pasado; o al menos eso creía. ¿Entonces? ¿Por qué tenía la sensación de ser el protagonista de ese jugoso chismorreo?

Se fijó en una mujer que después de mirarlo, susurró algo a su compañera de cotilleo, y en seguida ambas dirigieron su atención a otra dirección. Siguió el rastro y casi le da un infarto. Un escalofrío lo recorrió entero.

Fue un verdadero gancho al hígado encontrarse con la mirada de Christine fija en él. Ella lo observaba con descaro y una rara combinación entre desprecio y burla, pero, sobre todo, buen humor brillaba en sus ojos azul metal.

Se quedó estático, sus piernas se negaban a obedecer al impulso de correr, aun no decidía hacia cual dirección, aunque, siendo sensatos, lo ideal sería dirigirse hacia la salida.

Su tormento personal estaba más hermosa que nunca; la madurez adquirida le sentó de maravilla. Ya no parecía una chiquilla inocente y dulce, sino todo lo contrario, ahora era toda una mujer y, por lo que percibía, muy segura en sí misma.

La nueva Christine era tentación pura; la personificación terrenal de la diosa Afrodita, poseedora de la belleza y seducción más irresistible concedida para someter a los mortales indefensos a su encanto.

Las reacciones físicas, propias de un hombre excitado, se hicieron presentes. Su hombría le dio aprobación total a esa exquisita mujer. Tuvo que cruzarse de manos al frente para disimular el efecto que ejercía esa sublime criatura en él. Su cuerpo traicionero olvidó, pero su corazón y mente no.

De pronto, la sorpresa en él se transformó en rabia y no se preocupó por disimularlo.

Christine no apartó la vista ni se dejó amedrentar por la furiosa mirada masculina, al contrario, le sonrió sarcástica, retándolo a enfrentarse a ella, a resistirse a su encanto.

Elizabeth palideció en cuanto la vio. «¿Qué hacía Christine allí? ¿Cómo se atrevió a regresar después de lo que pasó?», pensó angustiada.

Vincent se apartó de Elizabeth y se dirigió furioso hacia Christine sin importarle dar pie a más habladurías. Su ira prendió más al percatarse que ella lo esperaba con una mueca de burla.

—¡Hola, Vincent! ¿Me extrañaste? —le preguntó con tal cinismo que Vincent sintió deseos de golpearle ese hermoso trasero como si se tratase de una niña mal portada.

—¿Cómo te atreves a regresar después de lo que hiciste? —la cuestionó furioso, pero sin alzar la voz. Ya tenían bastante con las suposiciones de los demás como para dar pie a un verdadero escándalo.

En efecto, en el salón, todos estaban expectantes respecto a ellos, y ambos lo sabían. Christine le hizo un gesto cortés, como correspondía hacer ante tan respetable caballero de rango elevado. Su inclinación fue deliberadamente lenta y sensual. Para coronar el saludo, puso en su rostro la sonrisa más esplendida de su repertorio.

Vincent sintió como su respiración pareció abandonarlo en contraste al latir desbocado de su corazón. Reconoció con amargura que solo Christine tenía ese efecto sobre él, aun por encima de lady Artemisa. Creyó que la diva lo había liberado de la maldición de los ojos azul metal, pero en ese instante comprobó que nunca sería así. Para su desgracia eterna, el grillete era indestructible.

—A mí también me da gusto verte —comentó sarcástica.

Se estaba burlando de él sin disimulo alguno. Lo recorrió de arriba abajo con una mirada muy sugerente y provocativa, como si estuviese evaluando la mercancía. Lo hizo como había visto a muchos hombres hacerlo con las chicas del burdel. Sabía que esa actitud lo dejaría perplejo y, para su regocijo personal, así fue.

Vincent quedó desconcertado, se sintió un objeto, una mercancía exhibida para ser comprada por el mejor postor.

«¿Quién era esa mujer?», se preguntó, «¿qué pasó con la dulce Christine? Quizá nunca existió y solo fui yo quien se empeñó en creer que era inocente», pensó.

¡Pero si lo era!, al menos al principio; él fue el primero, de eso estaba en absoluto seguro. Trató de comprender qué pudo haberle pasado a Christine para convertirla en lo que era ahora: una mujer fría, cínica y sin escrúpulos.

—Eres una... —comenzó él.

—Sabes, hoy no me apetece que me insultes en público. No te voy a permitir que me ofendas otra vez. —Su rostro cambió a una mueca de disgusto que duró tan solo unos segundos—. La ingenua y tonta Christine murió, ya no existe más, así que no me provoques, Vincent. —Lo miró con tanta frialdad y odio que Vincent se estremeció.

¿Por qué reaccionaba así? Con enfado, él era la victima de todo esto, no ella. Lleno de rabia, la tomó por la muñeca y el brazalete le lastimó la mano, pero ni así la soltó.

—¿Cómo te atreves a amenazarme? ¡No eres rival para mí, Christine! —escupió las palabras.

Ella emitió un sutil gemido.

—Me gusta esta nueva faceta de nuestra relación —dijo provocativa; era la tentación personificada. Una sonrisa descarada se dibujó en sus labios—. Pero creo que debemos dejar el masoquismo para la intimidad. ¿No crees? —Su tono de voz estaba cargado de irresistible sensualidad—. Aunque parezca lo contrario, no me gusta dar espectáculos, así que o me llevas a esa pista de baile para disimular el agarre de furia con el que me tienes sujeta, o comienzo a gritar que me sueltes. Tú eliges —expuso con una majestuosa muestra de cinismo.

Vincent la fulminó con la mirada.

—No me digas lo que tengo que hacer.

—Perfecto, entonces, yo decidiré por ti. —Le tomó la otra mano y en voz alta dijo—: Será un placer bailar con usted, duque Pembroke. —Y sin que él lo esperara, lo arrastró a la pista donde otras parejas bailaban un atrevido vals.

—Que apropiado, nos ha tocado un escandaloso vals —comentó ella sin inmutarse, sabía que el bailar ese tipo de piezas se consideraba demasiado íntimo por la cercanía de los cuerpos.

—¿Osas desafiarme? —preguntó furioso, pero mostrando una sonrisa jovial como si charlaran de forma amena—. Ya te dije que no eres rival para mí, Christine —le advirtió, seguro.

—¿Ah, sí? —Mostró una sonrisa igual que la de su pareja de baile, cualquiera que los viera quedaría convencido que conversaban de forma amistosa—. ¿Alguna vez te has preguntado quién es el dueño del lugar en donde te gusta apostar?

Vincent se quedó helado. ¿Cómo sabia ella que...?

—Te preguntarás cómo es que lo sé. La respuesta es simple: en mi poder tengo varios documentos firmados por ti, los cuales espero sean liquidados como acordaste con Andrew, mi administrador. —Lo desafió de manera abierta—. Dime, Vincent, ¿sigues pensando que no soy rival para ti? —Vincent permaneció en silencio, por lo que con una sonrisa de burla continuó con su retahíla—. Si yo quiero, ahora mismo anunció a todos los presentes que estas en quiebra y que todo lo que tienes me pertenece. Veamos entonces cómo la gente en la que confías te da la espalda. Créeme, yo sé de eso —dijo sarcástica.

Vincent la miró con rencor.

—Me queda claro que por el momento me tienes en tus manos. ¿Qué quieres de mí, Christine? ¿Qué pretendes con todo esto? ¿Vengarte por que te dejé en el altar? —La apretó contra sí con más fuerza—. ¡Era lo menos que te merecías por lo que hiciste! —La rabia contenida por años habló por él.

Por un momento, Christine pudo ver auténtico dolor en la mirada azul cielo. ¿Sería posible que a pesar de todo sintiera algo por ella? Si era así, peor para él.

—Me encanta cuando te pones rudo —lo provocó con voz sensual, misma que segundos después cambió a desenfado—. Pero te equivocas, no es por venganza, no seas tan arrogante, no todo gira en rededor tuyo. Si mal no recuerdo, yo no te busqué, fuiste tú el que llegó al centro de apuestas y pidió dinero prestado para jugar, nadie te obligó, así que no puedes alegar que es mi culpa tu imprudencia. —Lo miró de frente mientras seguían bailando.

Vincent no dijo nada más, no quería darle más armas a esa mujer para destruirlo. El saber que era ella su acreedor principal lo dejó bastante preocupado, tenía plena certeza que no tendría piedad con él

—Digamos que soy una persona de negocios, y tú te pusiste en charola de plata. —Se acercó más a él, de forma descarada—. Te recuerdo: no fui yo quien comenzó las provocaciones. ¿Acaso vas a negarme que fuiste tú quién empezó con todo esto de que no soy rival para ti? Solo quise hacerte ver lo equivocado que estás. —Lo miró de frente—. El que no es rival para mí ¡eres tú!

La pieza terminó, y Christine se alejó de él con una expresión de triunfo. Vincent se quedó por un momento más en medio del salón, asimilando todo lo dicho por su nuevo enemigo.

De todos los posibles acreedores, tuvo que caer precisamente con ella. Era un hecho innegable que Christine estaba disfrutando la situación de ventaja al máximo, y aunque quiso disimular, para él no pasó desapercibido que aún estaba resentida por lo pasado. «¡Dios! ¿Qué trama ahora esa mujer?», se preguntó.

Christine salió al jardín, el bailar el vals con Vincent la dejó agotada, fue un arma de doble filo. Estar en sus brazos, sentir el cálido aliento, su cuerpo junto al suyo… aumentó su temperatura elevándola a los cielos. ¡Dios, cuanto lo deseaba!

—Pronto, Christine, pronto —se dijo.

—¿Sigues escabulléndote a mitad de las fiestas?

No necesitó volverse para saber de quién era esa voz que le estremecía hasta la médula.

—Y, por lo visto, tú sigues espiándome cuando me escabullo al jardín —respondió sin girarse.

—Qué curioso que nos encontremos en la misma situación en la que te besé por primera vez, ¿no crees? —Su voz denotaba nostalgia.

—Sí, también es increíble cómo cambió todo entre nosotros desde entonces —señaló con frialdad. No quería recordar, no deseaba volver a sentir como en aquella ocasión.

—¿Por qué, Christine? ¿Por qué si yo te amaba? ¿Qué te hice para merecer tu traición? ¡Pudimos ser tan felices juntos! —reclamó, resentido.

—Es caprichoso el destino. Hace más de dos años habría dado hasta mi vida por escucharte preguntarme «¿por qué?». Rogué al cielo que me pidieras una explicación, pero ahora es tarde, ya no me interesa.

—Pero a mí sí me interesa, Christine. ¡Merezco una explicación!...

—¡Yo también merecía la oportunidad de defenderme, y me la negaste! —espetó furiosa; tomó aire para calmarse—. La vida no es justa y debemos hacernos a esa idea. —Sonrió sarcástica—. Si tan interesado estás en conocer la verdad, pregúntale a tu prima y a la respetable lady Margot Riquelme; perdón, me equivoqué. —Se tapó la boca fingiendo un gesto, como si estuviese apenada—. Se me olvida que es lady Margot Williams. Ellas dos saben mejor que nadie qué pasó —dicho eso, se alejó de prisa rumbo al salón.

—Regresa, Christine, aún no hemos terminado —gritó furioso.

Christine se detuvo ante los escalones de la entrada principal, se giró y le dijo:

—Tienes razón, aún no hemos discutido qué haremos con el asunto de los documentos que firmaste y que yo tengo en mi poder. —Sonrió provocativa—. Te espero en mi casa, mañana, a las cinco. —Se marchó, dejándolo perplejo.

Vincent reconoció que la nueva Christine era el mismo demonio, y para su desgracia, aún más que antes, la deseaba.

—¡Dios, dame paciencia! —pidió, elevando las manos al cielo.

En cuanto entró en el salón, Vincent no pudo evitar buscarla, la encontró hablando con un hombre y los celos lo invadieron. ¿Cómo era posible que a pesar de todo siguiera importándole? ¿Que aún sintiera algo por ella?, se cuestionó.

Christine se percató del momento justo en que Vincent regresó al salón. Sabía que él estaría al pendiente de ella, por lo que sin perder la oportunidad de fastidiarlo, aprovechó para mostrar a Andrew una sonrisa coqueta y charlar con su amigo mostrando familiaridad. «Muere de celos, Vincent», sentenció, satisfecha.

Vincent se percató que el hombre que estaba con Christine era el hermano de lady Artemisa. Se preguntó si ella lo estaría acompañando, pero una rápida inspección por el salón le confirmó que no. Aun así, decidió acercarse a ellos.

—Buenas noches, Andrew. Me preguntaba por su encantadora hermana, ¿está ella aquí? ¿Viene acompañándolo? —preguntó con intención y mirando a detalle a Christine, quería ponerla celosa, que sintiera al menos un poco de la rabia que él sentía al verla con otro.

—Qué curioso, eso mismo acabo de preguntar, y el caballero, amable como siempre, me estaba diciendo que lady Artemisa se sintió indispuesta; es una lástima. ¿No lo cree así, duque? Estoy segura que su presencia daría algo de vida a este aburrido evento. —Miró a Andrew, coqueta—. Andrew —lo llamó por su nombre de pila y lo tuteó, pues sabía que eso encendería a Vincent—, tú sabes que me encanta estar con ella, que pena que esa impredecible migraña nos prive esta noche de su compañía. Si estás de acuerdo, mañana pasaré a saludarla, espero que para entonces ya se encuentre mejor. —Miró a Vincent con mofa. La divertía lo absurdo de la situación, si él supiera que trataba de darle celos con ella misma se moriría de vergüenza—. Ya que pasaré a visitar a nuestra apreciada amiga, ¿quiere que le lleve algún mensaje de su parte, duque Pembroke?

Vincent comprobó con verdadera decepción que Christine no solo no estaba celosa, sino que le daba igual lo que él hiciera.

—Gracias, pero tengo que declinar su amable oferta, Christine, si quisiera decirle algo, lo haría personalmente, de eso puede estar segura.

En cuanto Elizabeth vio al hombre alto y rubio cruzar por la puerta, quedó prendada de él. Sin perder tiempo, le dijo a su inseparable amiga Margot:

—Mira a ese caballero, ¡Dios, qué guapo es! ¡Margot, estás mirando a mi futuro marido! —comentó altanera, como si eso fuera un hecho.

—Pues yo no estaría tan segura, amiga, ¿ya viste con quién se reunió? —preguntó, intrigante, Margot.

Elizabeth sintió la sangre hervir. «¡Christine! ¡Siempre Christine! ¡Maldita y mil veces maldita!», pensó. Entonces, se percató que su primo se dirigía a ellos y saludó al guapo caballero con familiaridad, era obvio que se conocían.

Mientras se acercaba al grupo donde estaba Vincent, Elizabeth recordó una situación similar años atrás con el marqués Lafountane. Pensó que era irónico que los dos únicos hombres que le habían llamado la atención estuvieran en compañía de la misma mujer cuando los conoció: Christine.

—Christine, no seas mal educada y preséntame con el caballero —le susurró al oído mientras mostraba una sonrisa coqueta al hombre rubio, el cual la miró con frialdad.

—Sabes, hoy no me da la gana ser educada y cortés —expresó Christine con frialdad, miró a Andrew y le dijo—: Anda, Andrew, vamos a bailar, que a eso hemos venido.

Andrew sonrió divertido, se despidió de Vincent y de Elizabeth; después, se dejó conducir por Christine a la pista de baile.

Vincent se quedó lleno de rabia, los celos lo carcomían a tal grado que le causaban dolor físico. No le pasó desapercibido el apego de Andrew, se notaba que el hombre disfrutaba siendo el perrito faldero de Christine y, por qué no, quizás algo más. El solo imaginarla en brazos de ese o cualquier otro hombre le encendió la sangre. Christine tendría que ser solo suya y de nadie más

—Te fijaste cómo me respondió, es una grosera, descortés y... ¡la odio! —expresó Elizabeth, furiosa, sacando a Vincent de sus pensamientos con semejante rabieta.

—Al igual que yo, prima, ya te diste cuenta que Christine no es la misma —respondió sin ocultar su decepción.

—Viste la cara de esa víbora cuando le respondí que no me apetecía. ¡Fue genial! —indicó Christine divertida mientras bailaba con Andrew.

—Sí, debo admitir que la dejaste enfurruñada y haciendo rabietas como una niña malcriada —respondió él, sonriente.

—¿Te fijaste cómo te miró? Es más que obvio que le gustaste, y cómo no si eres todo un galán —afirmó burlona mientras daba un grácil giro.

—Tal vez. —Él ignoró su comentario del galán—. De sobra sabes que no me interesa involucrarme con nadie. Primero tengo que recuperar mi nombre y lo que es mío. Debo confesar que aunque lady Elizabeth fuera la única mujer sobre la tierra, jamás pondría mis afectos en ella, es frívola y tiene el alma podrida. En nada se parece a... —guardó silencio, su secreto estuvo a punto de salir.

—No te calles, sabes que me puedes decir lo que sea, somos como hermanos ¿recuerdas? —Christine lo pensó un momento—. Estoy de acuerdo contigo, no vas a encontrar mejor mujer que Mary.

—¿Lo sabías? —preguntó apenado.

—En un principio no, pero un día me percaté de las miradas que se dedicaban y lo comprendí, ¿por qué no le dices lo que sientes? Estoy segura que ella siente lo mismo. —Giró al ritmo de la música.

—No puedo, Christine, ¿olvidas mi situación? No soy un hombre normal, estoy marcado por un pasado terrible, ni siquiera tengo un nombre que ofrecerle. —Meneó la cabeza—. No, ella merece un hombre completo, uno que la ame sin temores, que no tenga impedimentos para hacerla feliz —argumentó, decidido.

—Andrew, siento tanto todo lo que has pasado, y si alguien te entiende, soy yo. No sabes cómo quisiera poder entregarme al amor de Vincent sin miedos ni reservas, pero eso jamás será posible, el pasado me cambió para siempre. Aunque reniegue o haga lo que haga, mi vida jamás volverá a ser como antes.

—Sé que no debo quedarme atrapado en el pasado y que tengo que mirar hacia el futuro, pero mientras no consiga liberarme, no puedo aspirar al amor de alguien tan maravillosa como Mary —indicó, triste.

—Pon todo tu esfuerzo en superar la tempestad cuanto antes, Andrew, porque quiero sobrinos pronto. Por cierto, necesito que presiones al abogado para que confisquen los bienes cuanto antes; Vincent ya está al tanto de que soy yo su acreedor, no quiero que acuda a esa mujer en busca de ayuda. —Señaló a Margot con la mirada por si a su amigo le quedasen dudas sobre a quién se refería.

—¿Qué? ¿Por qué se lo dijiste? Aún no era tiempo —expresó sorprendido.

—Lo sé, pero él me provocó —se defendió.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

—No sé, pero se me ocurren un par de cosas... —Sonrió maliciosa.

—Conozco esa mirada, Christine. ¿Qué estas planeando?

—Que quizá podría obligarlo a casarse con una perdida como yo y, después, hacerle la vida miserable hasta que la muerte nos separe —comentó cínica.

—¿Estás segura, Christine? ¿En verdad eso es lo que quieres? ¿Ser miserable toda la vida? —preguntó preocupado.

—Yo no tengo remedio, Andrew, tú sí. Tienes a Mary, que es tu ángel salvador, yo no tengo a nadie —le respondió, triste.

—Sabes, tal vez no sea tan mala idea; quizá con el tiempo...

—¡No, Andrew! Eso no es posible; aún hay mucho rencor en mi alma, mucho dolor, y no sé si algún día seré capaz de perdonar y perdonarme.

—Te entiendo, Christine. —Hizo una pausa, pensativo, como buscando las palabras ideales para plantear sus ideas—. Ahora que he estado tratando a Vincent, estoy convencido que no es mala persona y que su único error fue amarte en demasía...

—¿Amarme en demasía? —preguntó, furiosa—. ¡Sí, claro! ¿Humillándome en público? ¿Negándome una oportunidad para defenderme? ¿No confiando en mí? ¿Eso te parece amarme en demasía?

—Tienes razón, Christine, pero también tienes que tener presente que su amor fue muy impulsivo y precipitado; apenas estaban en la etapa en que se establecen los lazos de confianza y respeto. Por lo que yo sé, desde un principio hubo malos entendidos entre ustedes. ¿Ya olvidaste lo de Philip?

—No, claro que no.

—Su relación era muy reciente y no tuvieron tiempo de fortalecerla, estaba muy frágil aún, y Margot lo sabía. Tanto ella como Elizabeth contaban con que una mentira así destrozaría la confianza de Vincent en ti, y así fue. Estoy seguro que si esa mentira hubiera llegado tiempo después, quizá un año, el resultado hubiera sido otro.

—¿Qué tiene que ver el tiempo en esto? —preguntó sin entender.

—Christine, quizá se precipitaron y confiaron de más en sus afectos. Piénsalo un poco: se reencuentran en un baile y días después, están prometidos. Eso fue muy apresurado, les faltó tiempo para conocerse mejor.

—Es muy bonito lo que dices, Andrew, pero eso no cambia lo que pasó. Muchos matrimonios ni siquiera se conocen antes de la boda y, sin embargo, son exitosos —alegó convencida.

—Lo sé, Christine, pero ¿alguna vez te has puesto en el lugar de Vincent?

—Sé a qué quieres llegar y sí, quizá yo también no le creería, pero te puedo asegurar que al menos sí lo habría escuchado —expresó decidida a dar por zanjado el sermón—. Y si vas a ponerte sensible y regañón, prefiero al Andrew que me da por mi lado y me apoya siempre sin cuestionarme.

—Vamos, Christine, no seas infantil. Es por la amistad y afecto que hay entre nosotros por lo que te hablo así —expresó cariñoso.

—¿Ah, sí? Nunca antes te pusiste del lado enemigo —le reclamó.

—No estoy del lado enemigo; es solo que me preocupas y me gustaría verte feliz al lado del hombre que amas.

—Yo no lo amo, ¿de dónde sacas eso? —protestó enfadada.

—¿A quién tratas de engañar, Christine? Basta verlos juntos para saber que la naturaleza de sus afectos no ha cambiado en absoluto. Reconoce que son el uno para el otro. —Giraron, al estar de frente juntaron su mano derecha, un paso adelante, uno atrás, otro giro—. Es un milagro que, a pesar de todo, su amor haya sobrevivido y aún esté presente en ustedes.

—¡Claro que no! Ya te dije que no lo amo, y menos él a mí —refunfuñó, molesta.

—No hay peor ciego que el que no quiere ver. Christine, aún estás a tiempo de corregir el rumbo. Estoy seguro que Vincent te ama...

—Yo no lo creo. —En ese momento se hizo cambio de pareja, al regresar con Andrew, la curiosidad la impulsó a preguntar—. ¿Por qué estás tan seguro al afirmar que él todavía me ama?

—No se necesita ser un genio para deducirlo, Christine, basta con verle la cara al duque para saber que se muere de celos. Podría apostar mi alma al diablo a que si pudiera, Vincent me asesinaría con sus propias manos sin dudarlo ni un segundo.

—Siendo así, démosle verdaderos motivos para estarlo. Es tarde y estoy cansada, llévame a casa.

—¿Estás segura? Esto se malinterpretará, y la gente hablará —indicó, preocupado.

—¿Desde cuándo te importa lo que diga la gente? —Sonrió con mofa.

—Tú sabes que no es por mí —se defendió.

—Entonces, deja que sea yo quien se encargue de los chismes, recuerda que tengo experiencia en eso.

Vincent observó con rabia y frustración como Christine se iba con otro hombre…