CAPITULO IX
—Y bien, ¿qué averiguó? ¿Qué es eso tan importante que descubrió? —preguntó Christine, impaciente, al Fantasma.
—Lo primero, es que usted tenía razón, señorita, en efecto alguien pagó a un hombre para que se metiera en su habitación, en específico, en su cama. También se encargaron, por medio de un anónimo, que el duque Pembroke los descubriera —soltó, satisfecho por su trabajo.
—¿Qué? ¿Pero cómo es que yo no me di cuenta de nada?
—Aquí es donde viene lo interesante. —Su voz denotó cierto grado de diversión—. El individuo entró en su habitación mientras usted dormía y la drogó, de esa manera nunca sabría lo que pasó.
—Eso es lo que siempre sospechamos Mary y yo.
—Por lo que sé, usted no despertó hasta el día siguiente, así que no tendría ni idea de lo que sucedió. ¿O me equívoco?
—No, claro que no. En efecto, yo no me di cuenta de nada. Ahora todo tiene sentido. —Se puso de pie y, mientras hablaba, se paseaba por la habitación—. Ese día, cuando desperté, tenía un olor muy desagradable penetrado en la nariz, y en la boca, un sabor amargo, me dolía el cuerpo… —Se volvió a mirarlo—. ¿Cómo llegó a esa conclusión? ¿Cómo supo lo que pasó? No quiero errores, no pretendo que paguen justos por pecadores.
—Simple, porque el hombre que la drogó está en mi poder y a la espera de lo que usted mande. Con la chaqueta y el zapato que el tipo olvidó en su casa, no fue difícil localizarlo.
—Me impresiona, hace honor a los rumores que corren sobre usted. —Sonrió, satisfecha.
—Soy un hombre de recursos que sabe dónde buscar y tiene los contactos indicados, así que no es fácil que una alimaña como esa pudiera escapar de mí.
—Perfecto, es más de lo que esperaba. Debo decirle, señor Fantasma, que me ha sorprendido para bien, y por eso agregaré un bono a lo que ya habíamos acordado.
—Usted sabe que no lo he hecho solo por el dinero. Aunque no lo crea, no soporto las injusticias, y lo que hicieron con usted no puede quedarse impune.
—Gracias. Aunque desconozco su historia y los motivos o circunstancias que lo llevaron a ser lo que ahora es, sé lo que es perderlo todo, incluso el alma. Créame, jamás me atrevería a juzgarlo.
—Lo sé —fue todo lo que dijo.
Christine optó por cambiar de tema para evitar ponerse sentimental.
—Ahora, lo que más me importa es saber quién fue, quién pagó a ese infeliz para que hiciera lo que hizo.
—Creí que le gustaría preguntárselo usted misma.
—Está bien, traiga esa alimaña a mi presencia —dijo, satisfecha. El día de su venganza estaba cada vez más cerca, podía sentirlo.
El pobre hombre estaba todo golpeado y aporreado; jamás se imaginó que su intervención en esa trampa llegaría tan lejos.
Christine hizo señas al Fantasma para que levantara el rostro del desdichado ese, quería verlo a la cara cuando lo interrogara.
—Dime, infeliz, ¿quién fue? ¿Quién te pagó para que me destrozaras la vida? —preguntó con rabia.
—¿Qué? ¿Quién es usted? —El hombre la miró confundido.
—¿Tan pronto me olvidaste? —Le pasó un dedo de forma provocativa por la cara—. ¿Qué, no se supone que eres mi amante? —inquirió sarcástica.
El hombre la miró asustado, por un momento no la recordaba, pero ahora sabía que ella era la mujer que había drogado y que por esa causa casi lo mata el tipo que los encontró.
—¡Mira bien, infeliz! ¡Mira este rostro! Porque te acordarás de mí toda tu maldita vida. No, no te asesinaré —le dijo al ver el semblante de espanto de este—. Al menos no todavía. —Le sonrió de una forma diabólica que el hombre sintió escalofríos—. La muerte no es castigo, al contrario, es una liberación, y alguien como tú no la merece aún. —Lo miró de frente con tanto odio que el individuo se encogió de forma instintiva—. Te haré sentir un poco del dolor que me causaste; conocerás en carne propia lo que es el dolor más grande, aquel cuya intención no es matar, sino torturar sin piedad ni tregua —sentenció.
—Por favor, tenga compasión de mí, yo jamás quise hacerle daño; necesitaba el dinero, pero le juro que no pretendí lastimarla… haré lo que me pida, pero, por favor, ¡tenga piedad!
—¿Que tenga piedad? ¿Cómo te atreves a pedirla, gusano infeliz? ¿Tienes idea de lo que tu mentira me ocasionó, maldito miserable? Supongo que no, pero ya que estamos en confianza, dime, malnacido ¿Qué hiciste esa noche en mi cuarto? ¿Qué pasó realmente? ¿Te atreviste a tocarme? —Se acercó a su rostro hasta sentir el agitado aliento sobre su piel, lo miró con todo el odio del cual era capaz y puso una expresión de absoluto desprecio. La duda la estaba matando, pero era mayor su deseo de torturar a esa alimaña.
—Contéstale. —El Fantasma le propinó tremendo golpe en el abdomen, con el cual el hombre quedó sofocado.
Después de recuperar el aire, el hombre estaba listo para hablar.
—Yo entré por el balcón y, sin hacer ruido, me metí en su habitación; usted dormía, y yo le tapé la boca y la nariz con un paño impregnado con cloroformo. Después, me quité la chaqueta y los zapatos, el plan era desvestirme y desvestirla a usted. Lo siguiente era meterme en su cama… —Hizo una pausa, pero continuó antes de recibir otro golpe—. El hombre llegó antes de tiempo y estaba hecho una furia, por un momento pensé que me iba a matar, dudó entre quedarse con usted o ir tras de mí, pero se decidió por seguirme; no tiene ni idea lo que me costó perderlo…
Para Christine, esa parte del misterio por fin estaba resuelta, por meses la torturó la idea de que su bebé pudiera ser producto de esa maldita noche, aunque siendo sincera consigo, en el fondo siempre supo que su hijo era producto del amor que vivió con Vincent.
—No, maldito desgraciado, tú eres el que no tiene ni idea de lo que a mí me costó tu cobardía; pues bien, ya que me encuentro de excelente humor, te lo voy a contar, y entonces veremos si te atreves a pedir clemencia. —Su bello rostro estaba transformado en una diabólica expresión, tan aterradora como cruel.
Se colocó frente a la ventana.
—Primero, mi prometido me abandonó y me humilló públicamente en la iglesia, me dejó destrozada emocional y socialmente para siempre; después, por el disgusto y la impresión de semejante espectáculo, mi padre sufrió un infarto fulminante y murió a mis pies en el que se suponía sería el día más feliz de mi vida. ¿Tienes idea de lo que es eso? ¿De lo que se siente? No, ¡claro que no! ¡Nadie puede comprender lo que es ver como tu padre se muere con una mirada de reproche y creyéndote una cualquiera! —Hizo una pausa para calmarse, pues sus heridas, a pesar del tiempo transcurrido, no habían dejado de sangrar. Se volvió para mirarlo de frente—. Pero eso no es todo, mi querido amigo. —Su sarcasmo era evidente—. A causa de la depresión perdí a mi bebé. ¡Sí, maldito miserable, como lo oyes! ¡Yo estaba embarazada! Y gracias a ti y a esa o esas personas que te pagaron, jamás podré ser madre. Ahora, dime, ¿es posible tener piedad o clemencia?
El hombre la miraba horrorizado. Mientras ella narraba su historia, una mirada de inmenso rencor brillaba en sus ojos azul metal y su bello rostro lucía una sonrisa perversa; entonces, comprendió que esa mujer llevaba el demonio dentro y que de nada le serviría suplicar.
—Ahora, dime, maldito bastardo, ¿quién fue? ¿A quién debo tanta desdicha? —preguntó mirándolo fríamente.
—Fue lady Margot Riquelme, ella me contactó; le juro que yo no sabía nada, esa mujer nada más me dijo que usted era una buscona que quería robarle a su prometido y que quería darle una lección, es verdad, créame, yo no tenía ni idea —suplicaba el hombre.
—¿Solo fue ella? —inquirió desconfiada.
—Ella me contactó y ordenó qué hacer, pero quién me pagó fue otra mujer —respondió el tipo, seguro de su respuesta.
—¿Quién es esa otra mujer?
—No lo sé bien, señorita, apenas la vi —alegó, asustado.
—Fantasma, encárguese de este imbécil, pero que no se les pase la mano, lo quiero vivo, y no lo pierdan de vista, estoy segura que llegará el día en que lo ocuparé para desenmascarar a esas víboras. Asegúrese que se cumpla mi voluntad —ordenó y salió de la habitación sin mirar atrás, no le importó los gritos de «piedad» del asustado hombre…
—Señorita, hay algo más que tiene que saber —dijo el Fantasma después de terminar su encargo—. Yo sospechaba que lady Margot Riquelme no planeó todo esto sola. Aunque no se hizo público en su momento, esa mujer estaba en quiebra, así que no podía pagarle al tipo este. Era evidente que alguien debió darle el dinero.
—¿En quiebra? Con razón tenía prisa por cazar a Vincent —comentó sarcástica—. Si esa mujer estaba en ruina como usted dice, es obvio que necesitaba a alguien más que la ayudara, pero ¿quién?
—Quizá lady Elizabeth Pembroke —sugirió el hombre, seguro de lo que decía—. Piénselo, señorita, por lo que pude averiguar, ella siempre ha sido amiga íntima de lady Margot, y para nadie es un secreto que usted nunca fue de su agrado. Aunque nuestro testigo afirma no haber visto su rostro porque llevaba capucha, estoy seguro que si lo presionamos, confesará lo que nosotros queremos que nos diga.
—Tiene razón. —Hizo una pausa—. Todo coincide, esa mujer jamás me quiso y era incondicional de la arpía de Margot, tenía el dinero suficiente para pagarle al tipo este; no me extraña que estuvieran de acuerdo. Por favor, encárguese de investigar bien, no quiero culpar inocentes, y si descubre que en efecto fue ella quien pagó por esa infamia, entonces asegúrese que este mal nacido declare en su momento que sí la reconoce.
—Le juro que no descansaré hasta cumplir su voluntad, señorita.
—Eso espero, Fantasma, porque si compruebo que ella tuvo que ver con toda esta intriga, juro que esa mujer deseará estar muerta.
—Entonces, nos veremos en cuanto tenga algo jugoso que contar —se despidió.
Antes de que el Fantasma se perdiera entre las sombras nocturnas, ella le preguntó:
—¿Qué hay de él? ¿Qué pasó con el Duque Pembroke? ¿Al menos logró esa arpía casarse con él?
—No, después de lo que pasó el día que ustedes se iban a casar, se volvió un hombre antisocial, bebe mucho y, al parecer, ha encontrado en el juego un desahogo. En cuanto a ella, sí se casó, pero lo hizo con el conde John Williams, que da la casualidad que enfermó después de su matrimonio y acaba de morir, pero entre los empleados corren rumores muy interesantes al respecto...
Andrew, que hasta ese momento había permanecido en silencio, lo cuestionó, rojo de rabia a la sola mención de ese nombre.
—¿Conde John Williams ha dicho?
—Sí.
—¿Por qué te interesa ese hombre? —indagó Christine, intrigada.
—Ese hombre era mi tío, ¿recuerdas? —explicó Andrew después de una pausa—. Continúe con lo que estaba diciendo, Fantasma, me interesa saber qué es lo que dicen los empleados sobre la muerte de ese hombre.
—Se cotillea que su linda esposa lo envenenó porque el viejo era un depravado que la obligaba a hacer cosas horribles, por lo cual ella se deshizo de él. Claro que el motivo principal era quedarse con su herencia.
—¡Maldición! ¡Jamás podré vengarme del viejo! —explotó, furioso, Andrew.
—Pues hasta donde sé, el viejo lo pasó muy mal, estuvo agonizando por meses y su muerte fue muy lenta y dolorosa —intervino el Fantasma, aunque sabía que eso no sería consuelo.
—Andrew, sé lo importante que era para ti lograr que ese perverso pagara por lo que te hizo; por desgracia, encontró su castigo en manos de esa arpía. —Se quedó pensativa un momento—. Tenemos que inclinar la balanza a nuestro favor. Si logramos probar que esa mujer lo mató, seguro que será castigada con todo el rigor de la ley, y tú recuperarás tu título y posesiones, lo que es tuyo por derecho. Dejando de lado lo que planeó en mi contra, no podemos dejar que se quede con una herencia que fue robada y que no le pertenece a nadie más que a ti. —Se acercó a él—. Sé que eso no compensa en nada los años que pasaste encerrado en ese horrible lugar.
—Siento tanta rabia, quería ser yo quien acabara con ese maldito, ver el sufrimiento reflejado en su rostro, hacerle sentir un poco del dolor que me causó. —Arrojó, furioso, la silla que tenía junto a él—. Fantasma, encárguese de investigar todo lo concerniente, necesito pruebas. Mientras tanto, yo contrataré los servicios del mejor abogado para que prepare todo para mi regreso. Christine tiene razón, quiero recuperar mi nombre y mi identidad, ser yo quien entregue esa mujer a las autoridades, dejarla en la calle y sin nadie a quien recurrir —expresó lleno de impotencia.
—En verdad lo siento amigo, quién nos iba a decir que tú y yo estaríamos a merced de la maldad de la misma mujer —comentó Christine, consternada.
Esa noche, Christine estuvo meditando sobre lo que el Fantasma le informó acerca del nuevo pasatiempo de Vincent. Después de mucho deliberar, ya tenía decidido por dónde atacar.
—Vincent Pembroke, prepárate, el día está cerca —sentenció en voz alta.