CAPÍTULO 23

 

El corazón  de Laura explotaba de alegría por conocer al fin el paradero de su pequeña hija. Su doctor entró en la habitación con el alta médica en su mano.

  Comprobó su estado por última vez y  le sugirió visitar a su obstetra al día siguiente.

Los amigos silenciosamente fueron juntando las pertenencias de Laura que estaban desparramadas por la habitación. Mientras tanto, intentaban recuperar el aliento después de todo lo que habían vivido.

Hicieron el amague de retirarse una vez que se hubiera ido el doctor y luego de que Laura se hubiera ido a disfrutar de una placentera ducha. Martín les preguntó:

—¿Dónde van?

—¿Afuera, man, dónde más? A darles un momento a solas.

—Ya vamos a tener momentos y muchísimos a solas. Ni se les ocurra moverse de acá. Quiero que estén.

—Mira, man, sabes que tengo el morbo de ser un mirón pero, a ustedes los respeto —guiñó un ojo Pablo haciendo una mueca con la boca.

Mariel y Mariana estaban de pie paradas sin saber qué hacer. Observaban la interacción entre esos dos personajes que habían conocido años atrás y no salían de su asombro.

—Se quedan acá. Punto —ordenó Martín.

—OK, dijeron todos simulando un coro.

Martín caminaba ansioso mientras buscaba algo en sus bolsillos.

   Laura apareció radiante. Su palidez había desaparecido y tenía una media sonrisa en la cara. Hacía mucho que no la veían sonreír.

También vieron a Martín acercándose a ella y poniéndose de rodillas. Le tomó una mano y la miró nervioso.

Las chicas suspiraron tapándose la boca. No podían creer lo que veían.

—Te amo desde el primer momento en que te vi. Mi amor por vos ha traspasado todo tipo de obstáculos y tiempo terrenal. Quiero que seas mi mujer. De acá a la eternidad. Quiero que seas mi esposa.

Las palabras de su amor la ahogaron en llanto. Lo  miraba y lloraba acongojada sin poder vocalizar palabra alguna. Tomó una respiración profunda, cómo  hacía cada vez que estaba a punto de  perder su centro. Se miró en esos ojos verdes y, con la mano libre que tenía, le acarició su cabello. Asintió con un gesto mientras dejaba escapar un leve —: ¡Sí!

Martín le dio un beso en la barriga, y le puso un anillo en  el dedo corazón.

—Este anillo lo compré el día que supe que estabas esperando un bebé conmigo. Al fin puedo regalártelo mi pequeñita.

Se puso de pie y  se abrazaron cómo  si fuera la última vez que fueran a hacerlo. Sintieron sus corazones latir y sus cuerpos temblaron ante tal contacto.

 
Tu secreto, mi destino
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