CAPÍTULO  6

-LAURA-

Me dí una ducha rápida y reparadora con un gel de baño lo suficientemente energizante para activar mi sistema y darme fuerzas para compartir una cena con mis padres. Me vestí de manera informal y me puse al volante de mi pequeño pero querido coche. En la radio  sonaba una melodía a bajo volumen...

*Babasonicos, “Irresponsables”

Somos culpables de este amor escandaloso
que el fuego mismo de pasión alimentó
que en remanso de la noche impostergable
nos avergüenza seguir sintiéndolo...

Poco a poco, fuimos volviéndonos locos
y es el vapor de nuestro amor
que se embriagó con su licor
y culpa al carnaval interminable,
nos hizo confundir, irresponsables...
Si fuimos carne de mentira casquivana,
que la imprudencia del rumor hoy desato,
que descubiertos por la luz de la mañana
nos castigaron la desidia y el dolor...

 

 

No me gustaba conducir con la radio a todo volumen para no perder ningún sentido.

Escuchaba la voz de ese hombre hermoso todavía en mi cabeza. El sonido de sus labios al besar mi piel, así cómo  la rudeza mezclada con pasión al hacerme suya toda la tarde. Me deslumbraba el brillo de sus ojos. Me miraba con tanta intensidad que me generaba ternura, inquietud y una sensación de algo más que no podía describir.

Necesitaba saber más de él. No me había dejado preguntarle qué era lo que recordaba de nuestro tiempo juntos. Mi cuerpo vibraba cerca de su cuerpo cómo si siempre hubiera sido suya pero no lograba entender el por qué. Solo recordaba algunos encuentros muy borrosos, solo unos momentos compartidos. Pero todo mi ser lo reclamaba cómo  suyo. Sin embargo, sentí cómo  si él hubiera creado una barrera  más allá de lo carnal. Parecía que no quería mostrar más aunque me confundía porque su dulzura no era ajena a mis sentidos.

    La casa de mis padres estaba afuera de la ciudad, más o menos a media hora en coche desde mi apartamento. Esa vieja casona me traía hermosos recuerdos de mi niñez. El pintoresco y floreado jardín de la parte delantera mimaba mis fosas nasales y también era un encantador de mariposas y colibríes en diferentes momentos del año. El enorme parque de detrás de la propiedad que era un imán de luciérnagas y de grillos cantores por la noches, estaba  lleno de árboles frutales, sauces, y pinos que me relajaban. Sobretodo me apasionaba disfrutar de las hamacas que colgaban de ellos, las que fueron siendo renovadas a través de los años pero siempre estaban ahí para mi hermana y para mí.

Mi única y adorada hermana. Mi pequeña Julieta, era de las que trepaba a todos los árboles de la casa mientras que a mí me gustaba cuidar de las plantas, plantar nuevas, regarlas y mimarlas.

Julieta había estudiado Psicología y se especializó en psicología infantil, dedicaba a los pacientes menores de edad.  Era excelente en su trabajo y se notaba que amaba lo que hacía. Sus " pequeños rufianes ", cómo  ella llamaba a sus pacientes del centro de acogida de menores dónde trabajaba. Lugar al cual le dedicaba muchísimas horas del día.

En cambio, yo me había decidido por la enfermería. Me gustaba hacer de mamá de todo el mundo desde pequeña. Cuidarlos y mimarlos. Creía y sentía que en algún momento los podría curar.

Cuando era pequeña, no lograba entender a algunos seres  humanos, cuando era más niña, que se vanagloriaban de ayudar a los demás por el solo hecho de ser reconocidos en la alta sociedad mis padres, por mucho que me doliera, estaban dentro de ese grupo de adultos y no porque sus corazones se los dictara de esa manera.

Mis padres, que eran miembros de las sociedades de beneficencia de la ciudad y zonas aledañas, habían heredado varias propiedades de mis abuelos, quienes habían sido fundadores de algunas de las sociedades con otros parientes lejanos. Ellos habían sido criados en un mundo donde la pobreza solo podía verse en donde ellos eran benefactores. En en mi opinión, la hipocresía los rodeaba. En cierto modo, se enorgullecían de su riqueza y ayudaban a los más necesitados, pero a la vez, los discriminaban. Solo mis padres y sus amigos, no mis abuelos.

Mi padre, un contable de renombre en una firma donde él era el único director y mandamás. Tenía varios socios pero la última palabra en cada decisión o cada movimiento a punto de hacerse, la tenía él. Un hombre sin medias tintas, con carácter fuerte y testarudo. Era respetado por todos sus discípulos.

En la intimidad del hogar, con mi madre era bastante cariñoso, pero siendo sincera, parecía que todo el mundo solo adoraba a mi madre, no a mi padre. Ella era una persona maravillosa y adorable, pero también bastante dócil ante mi padre.

Con nosotras, sus queridas hijitas, era un hombre muy recto y dictatorial. Necesitaba, tener el control de nuestras vidas y de cada movimiento que hacíamos, donde íbamos o que dejaríamos de hacer. Decidía todo por nosotras. En consecuencia, siempre terminábamos discutiendo porque lo que nosotras elegíamos no era lo correcto o no estaría bien visto por su grupo de amigos aristocráticos.

Recuerdo el día cuándo le conté que entraba en  la escuela de enfermería de la Cruz Roja de Argentina. Se enfadó, muchísimo. No solo porque no le había consultado, sino porque él no aprobaba mi elección. Dejó de hablarme durante al menos una semana, hasta que, luego intervino mi querida madre y lo convenció haciéndole ver que yo era feliz, extremadamente feliz, y que necesitaba hacer eso. Era lo que había elegido para mi vida.

De todas maneras no logré escapar de su monólogo estilo  catedrático, que él tenía siempre preparado para mí a modo de reto, de por qué él estaba en total desacuerdo con la carrera que yo había elegido, por varias razones, la primera y principal (creo que era la única que más le preocupaba) que su hijita adorada iba a estar en contacto con gente enferma, con los marginados y los más necesitados. Él no quería que yo viviera esa realidad  pero lo que él no entendía era que yo necesitaba eso para crecer y formarme cómo  un ser humano con sentimientos, dejando totalmente la hipocresía detrás.

Crucé las rejas negras de la casona y en un lateral de la casa vi a mi querida y rebelde hermanita Juli, fumando un cigarrillo. En cuanto me vio, saltó a abrazarme.

Aunque era tres  años menor que yo, ella era más rebelde que yo, o tal vez yo había sido un poquitito más dócil.

—¡Hola hermanita! ¿Cómo estás nena? ¡Que linda que estás! ¿Seguís con ese vicio que te va a matar algún día?

—Hola hermanita vieja ¡Qué bien se te ve! ¿Por qué será? Ese brillo en los ojos hace mucho que no lo veía y esas mejillas rozagantes despiden sexo por tus poros...

—Vos siempre evadiendo preguntas y responsabilidades, cómo  buena sanadora de loquitos que sos, primero contestame vos cómo  estás, luego te contaré yo.

—OK OK, por esta vez te dejo llevar ventaja, pero solo porque quiero saber ya quien es el que ha hecho que mi hermana se vea cómo  una mujer y no ¡cómo  un zombie autómata! Primera respuesta a tu pregunta: estoy de diez, laburando a full, conociendo personas, y si, antes de que preguntes y me dejes mal parada delante de mamá y papá, son todos del sexo masculino, ¿acaso no son lo más lindo sobre la faz de la tierra? Sigo con el vicio, de algo voy a morir de todas maneras, me da placer, y lo que me de placer lo tomo, lo fumo o lo chup… ¡bueno no te sonrojes! —me contestó con una mirada traviesa y muriéndose de la risa al ver mi cara seguramente tan roja cómo  un tomate.

—La verdad me encanta escucharte así, ¡me llenas de energía Jules! Esto es un secreto entre vos y yo, esta cara rozagante se debe a un encuentro con una persona que no veía desde hace alrededor de cinco años atrás. Sinceramente recuerdo muy poco de lo que pasamos juntos, pero mi cuerpo lo reconoce, y mis sentidos también.

—Wow, ¡esa es mi hermana! ¡Al fin te decidiste a darte algunos lujos cómo  disfrutar de lo bueno! ¿Fue bueno? ¿Se puede saber quién es? ¿Lo conozco?

—Ah, es genial tu actitud, luego soy yo la que hace miles de preguntas. No  sé si lo conoces y si, es sobresaliente.

Le conté lo del reencuentro, pero me ahorré los detalles, sino ella me volvería loca y hasta me daría más ideas cómo  para poner en práctica.

El rostro de mi hermana se volvió pálido, su cuerpo se tensó y hasta creí ver cómo  sus ojos se llenaban de lágrimas.

 

—¿Vos de verdad me estás hablando de Martín?¿El  Martín Saavedra?¿El mismo personaje de hace tantos años atrás? ¡Nena vos tenés que estar loca! Ni se te ocurra mencionar ese nombre dentro de la casa de los papis, tengamos una cena en paz por favor Lau —. Me dijo mi hermana susurrando, elevando el tono del susurro en algunas palabras y poniendo más énfasis en otras cómo  si le estuviera hablando de algún pecado mortal.

Segunda nota mental.

Primero mis amigas que me habían mirado de una manera muy rara cuando les nombré a Martín, y ahora mi Jules… algo no encajaba en la historia de mi vida, tendría que comenzar a indagar…

—¿Por qué me decís eso Jules? ¿Qué pasa?

—Shhhhhh  —me hizo callar y con un gesto me indicó que se acercaba mamá, mientras tiraba la colilla del cigarrillo al césped y la pisaba con el tacón de sus botas de cordones desgastadas.

Traté de disimular mi asombro, o el dolor de estómago que se me puso al escuchar a mi hermana vocalizar esas palabras. Me costó  muchísimo pero mi madre se acercaba y nos miraba cómo  si entendiera que estábamos ocultando algo. Lo positivo de la situación era que mi madre sola, sin tener a mi padre detrás de su hombro, parecía respetar nuestros tiempos y secretos o nuestra rara energía. Yo sabía que ella estaba enterada de todo pero muy rara vez hablaba o se metía, solo cuando mi padre insistía, y si tras sus intentos de mediar no lograba convencerlo, ella se ponía del lado de él. Nos vio y solo disimuló.

 

 

 

                                        ***

 

La cena transcurrió en un ambiente de paz, tal cómo  lo pidió Julieta.  Fue una cena de varios platos, servida por nuestra querida cocinera. Poca charla hubo entre plato y plato, solo algunas preguntas al estilo interrogatorio, al cual,  ya estábamos acostumbradas a contestar con monosílabos. En las respuestas en las que los monosílabos no convencían, teníamos que contar algo más pero hasta que mi padre no lo decidía no se terminaba esa conversación. Sucedía lo mismo de siempre. El mismísimo Juan Antonio Pérez-Méndez tratando de convencer a sus queridas y mimadas hijas que estudiaran medicina nuclear, arquitectura, o derecho. Solo lograba comentarios en bajo tono, gestos raros o algunos largos silencios hasta que se daba cuenta que no lograría su cometido. Aunque siempre, siempre lo intentara.

En el momento del postre recibí un mensaje de Martin:

*¿Cómo estás hermosa? ¿Qué tal la cena?

Al cual respondí muy escuetamente:

*Bien, típica cena con padres controladores, ¿vos cómo estás?

Mi celular volvió a vibrar a los pocos segundos y las caras de mis padres fueron de enfado. Así que, simplemente leí lo que me había escrito y continúe comiendo.

*Muy bien aunque ya tengo ganas de ti otra vez..

Me sonrojé y no hice ningún comentario, solo quedó ahí. Una respuesta pendiente.

Volví a mi casa pasadas ya las doce de la noche. Estaba muy cansada, así que,  decidí leer algo para relajar mi mente después del encuentro con mis padres y las palabras de mi hermana. Traté de no pensar mientras escuchaba una de mis emisoras de radio favoritas. Conseguí dormirme en unos minutos.

 

 

                                           ***

 

Me desperté sobresaltada, empapada en sudor y con lágrimas rodando por toda mi cara. No entendía qué sucedía. Traté de respirar hondo y recordar qué era lo que había soñado.

Todo mi cuerpo temblaba en una mezcla de dolor y miedo. Había sido tan real que parecía que hubiera pasado de verdad.

Había soñado con él, con Martín. El sueño no había sido del todo claro pero sí había algo que era fácil de descifrar. Yo estaba embarazada, y él estaba conmigo.

Tu secreto, mi destino
titlepage.xhtml
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_000.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_001.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_002.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_003.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_004.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_005.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_006.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_007.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_008.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_009.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_010.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_011.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_012.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_013.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_014.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_015.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_016.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_017.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_018.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_019.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_020.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_021.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_022.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_023.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_024.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_025.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_026.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_027.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_028.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_029.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_030.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_031.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_032.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_033.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_034.html