CAPÍTULO 10

-Laura-

 

 

“Que si naufrago me quedo en tu orilla 
De recuerdos sólo me alimente 
Que despierte del sueño profundo 
Sólo para verte”

(Donato y Stefano)

 

 

 

Un suave ronquido en mi oído me despertó… tenía el tema de Edyta Górniak dándome vueltas en la cabeza “That is the way I feel about you”

 

There are times
Like a magnet
You are drawn
Into somebody’s life
You don’t know
What you’re doing
or why you are there
But, you know it’s right
There’s a sense
That the piece that was missing
Has suddenly come into view

That’s the way
I feel about you

 

Hay veces
que cómo  un imán
eres arrastrado
En la vida de alguien
no sabes lo que estás haciendo
ni por qué estas allí
Pero, sabes que es correcto
Hay un sentimiento de
Que la pieza que faltaba
Ha llegado de repente a la vista

Esa es la manera
Me siento acerca de ti

 

 

 

Sentí que el cuerpo del hombre que había amado hacía tanto tiempo y que la vida me había alejado de él en ese momento era mío de nuevo. Lo  tenía abrazándome de manera protectora. Me sentía cómo  en casa, otra vez. Su  calor corporal emocionaba hasta el último poro de mi cuerpo. Sentí  una lágrima escaparse. La dejé rodar. Era de felicidad. No tenía toda la verdad, no sabía qué había sucedido pero eso se sentía extraordinariamente bien. Lo disfrutaría. Estiré mi brazo para alcanzar su cabello, se lo acaricié y él tomó mi mano, estaba despierto...

—Hola hermosa, ¿cómo te sentís? —me preguntó con voz ronca y dulce.

—Mejor… mucho mejor…

Acómo dé mi cuerpo para quedar más rodeada por él y él no se resistió. Todo lo contrario, parecía feliz por mi acercamiento.

Sentí su aliento en mi cuello y cuando quise girar mi cabeza para mirarlo, no me dejó. Simplemente  besó mi nuca, desde el lóbulo hasta el hombro, un ida y vuelta de besos por ese camino que tanto placer me generaba.

Volví a girarme y me lo permitió solo  para atrapar mi cuerpo entre su cuerpo y mi boca en la suya. Un beso apasionado, succionándome los labios, lamiéndolos, haciéndolos suyos. Y de repente, dejó de besarme y se fue cuando lo miré a los ojos cómo  pidiendo más.

—Shh… tranquila, Lau, solo quiero amarte. Quiero hacerte mía, una vez más. Tengo mucha hambre de vos... todo el tiempo. Quiero recuperar el tiempo perdido —me dijo entre besos y caricias de su cara en mi cara.

—Martín…yo…

—Sshh… no hablemos. Dejame amarte...un ratito más. Luego  tendremos tiempo de sobra para charlar

Abrí la boca para protestar y me metió su pulgar en ella. Tenía ese poder sobre mi ser. El amor se rozaba con la pasión.  Involuntariamente lo saboreé y chupé, mientras él comenzó a recorrer todo mi cuerpo con su otra mano. Me besó los labios y llevó el pulgar a mi ombligo. Lo acarició unos segundos y después bajó hacia mi sexo aunque  no se detuvo ahí sino que su mano continuó bajando hacia mis piernas para acariciarlas. Se detuvo entre mi rodilla y mi ingle, subiendo, y bajando, acariciando… usando todos sus dedos para darme placer y volverme loca.  Mi cuerpo comenzó a retorcerse y mis caderas se levantaron cómo  pidiendo por favor ser adorada en ese botoncito de placer. No me lo negó, así pues, deslizó lenta y suavemente su mano por debajo de mi tanga y sus dedos entraron en mí sin pedir permiso. Me  permití gritar y no escondí el placer que sentía. Lo necesitaba y lo añoraba a partes iguales. Necesitaba entregarme al placer y eso lo era al ciento por ciento.

Con su mano libre me desnudó el torso y su boca hambrienta mordió mis pezones. Cuando uno lo dejaba bien turgente pasaba a atacar el otro. Besó todo mi cuerpo, lo lamió y lo degustó a su modo. Se tomó su tiempo. Sacó los dedos lentamente para terminar de desnudarme. No sé en qué momento se había quitado la ropa, pero lo había hecho y estaba listo para entrar en mí.

Lo hizo lentamente, pidiendo permiso con su mirada, susurrándome palabras y promesas de amor, todo el tiempo, mientras me penetraba y me besaba.

El clímax lo logramos juntos. No fue sexo salvaje. Nos hicimos el amor.

 

 

Un timbre resonó en todo el departamento y casi salté de la cama pero estaba atrapada por el cuerpo de Martín que todavía me abrazaba posesivamente. ¡Qué bien se sentía!

Miré la hora.

¡Mierda! ¡Me había quedado dormida! Y ya era muy tarde para ir al hospital. Pediría el día…  Mientras divagaba en mis pensamientos, el timbre volvió a resonar  y esta vez con más fuerza, o  quizá fueron  mis oídos que estaban activos ya.

Y fue cuando me acordé de que mi madre vendría a verme al hospital. Una de sus amigas estaba  ingresada y me había dicho que iría a verla y  aprovecharíamos para desayunar juntas.

Martín se despertó con el segundo timbrazo y lo vi moverse para mirar la hora. Él tuvo la misma reacción que yo pero incluyendo la palabra ¡ mierda! con voz ronca y varonil. Eso me  hizo sonreír. Me giré para mirarlo y me quedé paralizada. Con su torneado cuerpo desnudo. Ese adonis de ojazos verdes me descubrió observándolo, y guiñándome un ojo me preguntó:

— ¿Te gusta lo que ves?

—Hm… ¡claro que sí! –le dije mientras me acercaba para darle un beso en sus labios.

—A mí me encanta lo que yo veo. Mejor dicho, me vuelve loco. Me volvés loco. Anoche me encantó pero no fue suficiente. Siempre ,quiero más con vos y no voy a dejarte escapar. Ahora eres mía de nuevo…

Tuve que interrumpirlo mientras hablaba y se acercaba, con pasos lentos pero precisos, para pasarle su ropa. Debía vestirme más o menos presentable, mi madre estaba en la puerta de mi casa y yo seguía sin contestar al portero automático. Cuando lo hice, le dije que esperara unos minutos, que me había quedado dormida.

Le pregunté si estaba sola o con papá. Me  tenía que asegurar porque si mi padre estaba abajo, tendría que escuchar un horrible sermón por no haber ido a  trabajar   al hospital y no estaba para eso.

Cuando Martín escuchó que era mi madre la que estaba abajo, me dijo algo nervioso...

— Me voy ya.

A lo cual le respondí—: No hace falta, quiero que veas a mi madre —ella sabe que soy una persona adulta y que tengo una vida.

—OK preciosa, solo porque vos me lo estás pidiendo. De cualquier manera ya es tarde para comenzar la jornada. Me tomaré el día libre, y trabajaré desde mi casa—.Me contestó Martín medio dudoso.

Se levantó y se dirigió al baño.

 

 

 

Dejé entrar a mi adorada y refinada madre dentro de mi casa después de calzarme. Ella, con su esbelta y hermosa figura de señora bien educada, miró altiva cómo  observando todo el lugar. No sabía que estaba buscando, pero, seguramente lo encontraría.

—Hola madre ¿cómo estás? —pregunté tratando de relajar mi voz, despúes de una noche de arrumacos pasionales y hasta me atrevía a decir “amor” con el bombón de Martín.

—Muy bien, querida hija. Me preocupé por vos cuando no te vi en la clínica. Menos  mal que no estaba con tu padre, sino ya estarías siendo sermoneada. Ya sabes  eso ¿verdad? —me contestó tomando asiento en uno de los sillones de un cuerpo del living de mi pequeño hogar.

—Sí, lo sé, madre. Ayer  tuve un día bastante complicado y la verdad no me sentía muy bien. Me quedé dormida. Estoy pasando por un mal momento y me encantaría poder charlarlo con vos, abiertamente. Sin rodeos.

—¿Qué te podría estar sucediendo, hija mía? Tienes tu hogar, el que vos elegiste. Sabes que podrías estar viviendo en otra casa más lujosa —dijo con aire soberbio —.Tienes a tus amigas, a quienes te empeñaste a mantener cerca de ti a pesar de nuestra oposición y también tienes tu trabajo, el cual has elegido por tu propia voluntad. Has hecho todo lo que has querido y todavía lo sigues haciendo. No entiendo qué podría estar mal.

Sólo la escuchaba, conteniendo mi ira y mi aliento para no comenzar a gritar…

En ese momento, justo en el momento en el que iba a contestarle, o preguntarle acerca de lo que sucedió años atrás, salió Martín del baño, con su cuerpo cubierto pero imponente a la vez. Se acercó a mí, me dio un beso casto en la frente y saludó a mi madre con un simple “buenos días señora”

Cuando mi madre lo vio, se puso pálida cómo  un papel, parecía cómo  su hubiera visto a un fantasma, o a su peor enemigo. Con su cuerpo rígido, y dirigiéndose a mi me levantó la voz, señalándolo con el índice acusador

—¿Qué hace este hombre en tu casa? —su tono de voz era odioso y áspero.

—Éste hombre es el que me acompañó anoche cuando yo me sentía muy mal. Es  la persona que fue parte de mi vida años atrás, llenaba mi alma de felicidad y lo sé, a pesar de todo lo que me han ocultado. Siento que todavía lo hace. Cuando estoy con él, me siento cómo  si no quisiera estar en otro lugar en el mundo. Eso hace éste hombre acá madre —le contesté con el aire de una sola exhalación.

Miré a Martín que estaba petrificado a mi lado. No salía de su asombro, seguramente mis palabras lo habían inmovilizado pero si yo no comenzaba a hablar acerca de cómo me sentía, nadie me lo preguntaría. Si algo había aprendido mientras estuve fuera del país había sido a defenderme y valerme por mi misma y a hacerme escuchar. Entonces, yo hablaría, los demás tendrían que hablar o callar, pero tarde o temprano, la verdad saldría a la luz.

Mi madre comenzó a respirar profundo, cómo si estuviera tratando de controlar un ataque de pánico. Esos teatrales ataques que nunca creí ciertos, solo que esta vez lo estaba haciendo en el salón de mi casa y en frente al hombre que amaba.

—Madre, acá no, por favor, trata de recomponerte y charlemos. No entiendo por qué cada vez que Martín es nombrado en alguna conversación, el tema es desviado.

—¡Este hombre es un ladrón y un pobre diablo! ¿Cómo puedes volver a dejarte engatusar por este tipo de gente? —gritó mi madre haciendo un gesto despectivo hacia Martín mientras se levantaba del sillón y recogía su bolso que cuidadosamente había depositado a su lado.

—Mamá, no voy a permitir que actúes así dentro de mi casa. No recuerdo haber faltado nunca el respeto dentro de tu casa madre, entonces vos no lo hagas dentro de la mía, por favor. cálmate y charlemos.

—De ninguna manera, Laura, contigo no charlaré sobre este tipo de gentuza, menos, si tengo que respirar el mismo aire que este hombre. Si es que se le puede denominar hombre, y por lo visto, hija mía, hay muchas cosas que no recuerdas, cariño —me respondió ya tomando una respiración lenta y bajando solo un poco el tono de voz.

De reojo miré a Martin, que también estaba pálido, con su mandíbula tensa y sus manos en puños. Era cómo  si le tuviera odio a mi madre. No se movía del lugar donde había quedado de pie después de haberme saludado con dulzura.

—Por ese mismo motivo, necesito que hablemos, porque sé que hay cosas que no recuerdo. Porque sé que hay cosas que se ocultan de mí y no estoy confiando en nadie madre, ¿sabes lo mucho que duele eso?, ¿no poder confiar en tu familia ni amistades?

—¿Y vas a confiar en éste hombre? Me extraña, hija mía. Te  hacía más inteligente. Te criamos con todas las herramientas cómo  para que puedas tomar decisiones utilizando tu brillante sentido común y tu sentido de la justicia. Pero por lo visto, en algo hemos fallado.

—Señora, usted, no me conoce  —dejó salir Martín.

—¡Claaro que te conozco, insolente! Ladrón, hijo de ladrones. Eso es lo que eres .¿Cómo te atreves a dirigirme la palabra?

Mi madre estaba con la mirada desencajada, yo no lograba entender el por qué de semejante maltrato.

—Señora, cálmese, usted no me conoce. Lo que le hayan hecho mis padres, no tiene nada que ver conmigo.

Yo no lograba entender de qué hablaban… ¿Sus padres? ¿Ladrones?

—Hija mía. ¿En qué hemos fallado? Explícamelo, por favor. No puedes repetir historia… no lo voy a permitir.

—En lo que creo que han fallado es en mentirme y ocultarme cosas madre. Como por ejemplo, ¿qué sucedió con Jules antes de que ustedes se ocuparan de hacerme cruzar el país, para que fuera parte de Médicos sin Fronteras? ¿acaso en algún momento me preguntaron si yo quería hacerlo? ¿De ese tipo de libertad para tomar decisiones me hablas madre?

—A tu hermana la mandamos a un internado para señoritas. Tú bien sabes que estaba en su etapa de rebeldía y era inevitablemente necesario.

 

Mi madre y sus intentos fallidos de calmarse, solo me ponía más nerviosa.

Mi cuerpo estaba tenso, mi respiración agitada acompañada por un agudo dolor en el pecho. Inspiré  lento y me di cuenta de que estaba temblando. Di un paso atrás y ahí estaba él,. Me cogió de la mano. Sentí un escalofrío recorriéndome todo el cuerpo, y esta vez era una mala señal. Mi corazón me habló diciéndome que no confiara en él tampoco, que por algo mi madre lo había llamado ladrón, que por algún motivo desconocido por mí aún, él se había puesto tan mal al verla.

 

—Y¿a mí? ¿Por qué me enviaron a ese lugar? ¿Alguna vez me preguntaron si estaba de acuerdo? ¿Sabes lo mucho que sufrí estando lejos de todos?

—Te enviamos allí porque también era inevitablemente necesario, debías curar tu alma de la maldición que llevabas encima. Tu cuerpo estaba enfermo, así cómo  tu cabeza, hija. Lamento que hayas sufrido, pero todo fue por tu bien.

—¡Por mi bien! ¿por mi bien? ¡ y una mierda, madre! ¿Sabes lo que es estar lejos de todo lo que amas y deseas? ¿Sabes lo que es levantarte cada día para ir a llorar a la playa para “sanar el alma” cómo  todas las personas que fueron parte de mi vida durante ese tiempo me repetían constantemente? Era cómo  si hubieran recibido algún instructivo de los tuyos, “díganle que debe curar su alma, así lo cree”

—Cuida tu vocabulario delante mío. Ya demasiado tengo que soportar con ver a este hombre nuevamente cara a cara. No sé cuánto has sufrido, pero sí sé que has crecido y aprendido a valorar quien eres. No podía permitir que este hombre siguiera haciéndote daño.

 

En ese momento, mi mano soltó involuntariamente la mano de Martin, del hombre que amaba, no lo entendía, ¿en qué momento me había hecho daño?, ¿por qué me habían alejado de él? 

Mi madre continuó hablando pero ya con una mano en el picaporte de la puerta de mi casa.

 

—Me es imposible continuar ésta discusión con éste tipejo aquí dentro de tu hogar. Hablaremos en otro momento. Adiós.

Y se retiró sin decir nada más, sin mirar atrás, sin siquiera tocarme o abrazarme, siendo conocedora de todo mi dolor y todo lo que había sufrido.

Que fría era mi madre.

 

Me giré para mirarlo a los ojos. Él estaba sufriendo también. Tenía los ojos rojos de ira… ¿Qué era lo que me ocultaba? ¿Por qué mi madre lo llamaba ladrón, tipejo, gentuza? Quería descifrar a través de sus ojos qué era lo que no me estaba diciendo con palabras.

 

—Mi amor, dejame abrazarte —me imploró Martín en cuanto se dio cuenta de mi mirada escudriñando la suya.

—No, ahora no, necesito aclarar lo que sucede. Pero en este momento no estoy preparada para nada más. Han sido dos días demasiado largos.

—Dejame acercarme, no te vuelvas a alejar pequeñita —amagó con acercarse para abrazarme.

—¡Oh, por Dios! ¡No me vuelvas a llamar así! ¡Así me llamaba el hombre que yo amaba, el hombre que me amaba y decía que iba a estar siempre a mi lado!

—Lo intenté, Lau. Me alejaron de ti, me alejaron, te lo juro me echaron cómo  a una mala persona. Me trataron cómo  si fuera escoria. Me impidieron verte mi amor. Te busqué, por dios que te busqué, pero ya te habías ido mi pequeñita —me dijo en un suspiro pasándose la mano por el cabello, con lágrimas en los ojos.

 

Qué hermoso era, que hombre dulce, no podía permitirle que me volviera a hacer sufrir. Tal vez mi madre tenía algo de razón y de verdad era un tipejo. Pero cuánto lloraba mi corazón en ese momento, cuánto gritaba mi alma reclamando su alma.

Debía dejarlo ir, por un tiempo, hasta que aclarara las cosas. Hasta que supiera la verdad.

—¡No te creo! Te voy a pedir, por favor, que te retires —le rogué levantando mi voz mientras sentía mi cara llena de lágrimas.

—Mi pequeña, esto no puede terminar así. No ahora que te volví a encontrar.

—Por favor, Martín —lo interrumpí —déjame sola, necesito estar sola.

—Bueno, amor, pero prométeme que volveremos a hablar —se acercó para darme un beso en los labios, pero corrí mi cara y el beso fue directo a mi mejilla.

—No lo sé. En este momento no puedo prometer nada. Adiós, Martín —lo despedí abriendo la puerta y se fue a paso lento, volviendo la vista atrás.

 

Cerré la puerta y apoyé mi espalda. Dejé mi cuerpo caer al suelo, continúe llorando sufriendo y tratando de recordar momentos pasados, hasta que me quedé dormida.

 
Tu secreto, mi destino
titlepage.xhtml
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_000.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_001.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_002.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_003.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_004.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_005.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_006.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_007.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_008.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_009.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_010.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_011.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_012.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_013.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_014.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_015.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_016.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_017.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_018.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_019.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_020.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_021.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_022.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_023.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_024.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_025.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_026.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_027.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_028.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_029.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_030.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_031.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_032.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_033.html
CR!02EGC8W5NX52FATSQNJ2B9BVRFQ2_split_034.html