Capítulo Once

ChapterSwoopEbook



Afuera, en el pasillo principal, Grace se dio cuenta que no tenía la menor idea de dónde se encontraba la biblioteca. La señorita Downing podría haber memorizado cada título en cada estantería, pero Grace había estado tan centrada en la búsqueda de un pretendiente, que no se había molestado nunca a aventurarse fuera de cualquiera de los salones de baile o sus jardines adjuntos.

Después de varios intentos fallidos y un intercambio susurrante con un muchacho que se cruzó por el pasillo, finalmente encontró la dirección y la habitación correcta. Solo podía esperar que el señor Carlisle no se hubiera cansado de esperar.

Una delgada franja de luz cálida parpadeaba por debajo de la puerta.

Ella giró el picaporte y entró.

Un rígido sillón orejero moteado de color púrpura estaba delante de la chimenea. Un caballero igualmente rígido, pálido, con una arpillera brillante y ojos vidriosos, estaba sentado en él. Tal vez "sentado" no era la palabra adecuada. Era más bien como si alguien lo hubiera dejado allí.

Inmóvil.

A pesar del frío que se filtraba a través de los cristales de las ventanas o el fuego crepitante a sus pies, ni un pelo en la cabeza del caballero se atrevió a agitarse, y ni una sola sacudida de su pecho indicaba que aún siguiera respirando. Si no fuera por el lento y muy ocasional parpadeo de sus ojos, podría haber imaginado que el hombre se encontraba sin vida, o que tal vez había sido tallado en mármol. Ni siquiera ahora que ella estaba en la sala, parecía mucho más animado que un cadáver.

"¿Miss Halton?"

Lord Carlisle. Ella giró hacia él.

Era aún más guapo de lo que recordaba. Tenía el caballo castaño claro, rizado por encima de sus orejas y sobre su frente. Sus ojos marrones con una pizca de dorado estaban enmarcados por unas oscuras y rizadas pestañas. Labios anchos, dientes blancos, y un ligero aroma de menta en su aliento.

Esta noche, no había estado bebiendo. Olía a limón, jabón y sándalo. Ella quería dar un paso más cerca, sentir sus músculos bajo sus palmas mientras acariciaba sus brazos. Enredar los dedos en su pelo y abrir su boca bajo la suya.

Él la miraba como si pudiera subsistir solo con esa visión. Sus labios se curvaron, y sus ojos brillaban con una promesa. Si ese desconocido no estuviera solo a unos metros de distancia, si ella y Carlisle estuvieran en algún otro lugar que no fuera la biblioteca, donde cualquiera podría entrar en cualquier momento... Grace se obligó a apartar la mirada de sus labios entreabiertos, apartar su mente de lo que podría estar haciendo con ellos en este momento.

¿Qué era lo que había dicho la señorita Downing? Si lord Carlisle así lo hubiera deseado, hubiera dejado que se aprovechara de mí ahí mismo entre Eurípides y Aristófanes. Sí. Grace conocía demasiado bien ese sentimiento. Necesitaba toda su fuerza de voluntad para luchar contra él.

"¿Por qué querías verme aquí?" Las palabras salieron más entrecortadas de lo que esperaba. Ella estaba furiosa con él—o al menos, debería—pero la calidez en sus ojos hizo que ansiara enterrar la cara en su corbata y permitir que la consolara.

Él dio un paso atrás. "¿Dónde diablos está tu chaperona?"

La sonrisa de Grace era frágil. Tendría que hacerle saber a la señorita Downing que no era la única inmune a los deseos más carnales del señor Carlisle. Era una suerte que no hubiera cedido al impulso de lanzarse a sus brazos. "Mi criada está atendiendo otros asuntos."

"Nada es más importante que tú o tu reputación. Ya te he hecho suficiente daño, y no pienso agudizarlo. ¿Te parece si posponemos nuestra conversación?" Hizo un gesto hacia el fuego. "Xavier es inofensivo, pero apenas puede considerarse un acompañante."

"Será mejor que seamos breves." Grace recordó el consejo de la señorita Downing de que aprovechara el momento, pero no pudo evitar deslizar una dudosa mirada hacia el hombre en el sillón orejero. Todavía no se había movido. Tal vez ni siquiera estaba respirando. "¿Él es... Xavier?"

"Xavier, por favor, conoce a la señorita Halton, la encantadora joven de la que tanto te he hablado. Señorita Halton, por favor, conozca al capitán Xavier Grey. Hemos sido mejores amigos desde que pusimos un pie fuera de nuestros carricoches de bebés, y recientemente hemos servido juntos en el ejército del rey."

Ella miró al capitán Grey de arriba abajo. La impresión de que el hombre era una estatua de mármol no disminuyó. A pesar del fuego, emanaba un vacío misterioso. Pelo negro oscuro. Ojos azules tempestuosos. Rasgos descuidados. Parecía como si hubiera bebido una botella entera de láudano. O como si simplemente no tuviera nada por lo que vivir.

¿Estaría el capitán Grey atravesando algún tipo de duelo? ¿O tal vez ya no estaba dentro de su cabeza en absoluto?

Su mirada voló de regreso a lord Carlisle y él se apresuró a tomar sus manos, al parecer malinterpretando su preocupación por el estado mental del capitán Grey por una ofensa dado que el caballero en cuestión no se había inmutado tras su introducción.

"No te está ignorando," murmuró en voz tan baja que Grace tuvo que esforzarse para oírlo. "No ha dicho ni una sola palabra desde que fuimos enviados de regreso a casa. Por favor, no sostengas eso en su contra. Es uno de los mejores hombres que he tenido el privilegio de conocer."

"Yo..." Ella se apartó de lord Carlisle con el fin de acercarse más al capitán. Sus ojos en blanco no mostraron signos de reconocer su presencia; ningún indicio de que fuera consciente de que estaba sentado frente al abrasador fuego de la suntuosa biblioteca. "Es un placer conocerle, capitán Grey. Espero que algún día podamos ser amigos."

Ninguna respuesta. Ni siquiera un parpadeo. Ella se volvió hacia lord Carlisle con una mirada inquisitiva. Él negó con la cabeza. El corazón de Grace dolía por los dos. Esa cáscara vacía, que una vez debía haber sido un hombre apuesto, era el mejor amigo de lord Carlisle. A pesar de que técnicamente todavía podía estar aquí, no había duda de que Carlisle sabía que lo había perdido. Pero como Grace, el caballero no era de los que se rendían fácilmente.

Él extendió la mano para ella, luego la escondió detrás de su espalda.

Grace tragó con fuerza. Deseaba que le hubiera tocado, que hubiera tirado de ella para estar lo más próximo a él posible. Pero era un alivio que no lo hubiera hecho. Ella no podría dejarle ir nunca, y no podía arriesgarse a arruinar todos sus planes.

Él se aclaró la garganta. "¿Has traído alguna carta para que la mande?"

Ella sonrió, sorprendida de que se hubiera acordado. Y muy agradecida.

"Muchas. He traído una docena de cartas. Una para cada persona que conozco," pero no las sacó inmediatamente de su bolso. Tocarlas, entregarlas, iba a hacer que de alguna manera, las respuestas en su interior se volvieran mucho más reales. ¿Cómo está mi madre? ¿Es demasiado tarde? ¿Qué pasa si no puedo llevar el dinero a casa?

La garganta de Grace se cerró y ella volvió a tragar saliva con fuerza. Era el momento de entregarlas. Esta podía ser su única oportunidad.

Sus dedos temblorosos sacaron las cartas dobladas de su bolso. Ella empujó las misivas en las enguantadas manos de Oliver antes de perder los nervios. ¿Le quedaría todavía alguno intacto? Unos pinchazos calientes comenzaron a atormentar el interior de sus párpados, y ella parpadeó con fuerza para eliminarlos. El mundo se estaba cerrando sobre ella desde todos los ángulos, enterrándola viva en un mundo de brillos y seda. ¿Habría desperdiciado las últimas semanas de vida de su madre persiguiendo un sueño imposible? ¿Estaría siendo todo este esfuerzo en vano? ¿Podría alguna vez siquiera visitar la tumba de su madre, o estaría atrapada en Inglaterra para siempre?

Grace jugueteó con su bolso, tratando de cerrar el cordón con sus temblorosas manos. No era demasiado tarde para salvar a su madre. No lo era. Pero necesitaba saberlo con certeza. Necesitaba saber que cuando llegara en ese barco, su madre todavía estaría esperándola al otro lado del océano.

El señor Carlisle se metió el paquete en su bolsillo del pecho. "Las franquearé esta misma noche. Siento mucho no haber sido capaz de hacerlo la última vez que nos vimos. Nunca debí haberme rebajado al nivel de Mapleton ante tanta gente, aunque se mereciera eso y mucho más."

Grace metió su bolso en la esquina de un estante antes de dejarlo caer. Pese a que el caballero le estaba pidiendo perdón, sus disculpas resultaron ser... inesperadamente honestas. No estaba arrepentido de haber golpeado al hombre que le había insultado. Simplemente lamentaba que su defensa le hubiera traído más conflictos que paz.

Grace le hizo señas para que se uniera a ella entre las estanterías y así tener un poco más de privacidad. El hombre delante del fuego podía estar en silencio, pero Grace no quería sentir sus ojos sobre ella cuando le planteara a lord Carlisle la siguiente pregunta.

"Olías a vino," dijo en voz baja, con el rostro tan serio como su tono. "¿Estabas borracho esa noche?"

La esquina de su boca se curvó, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. "Lamentablemente, no. Tal vez en ese caso tendría algo más a lo que culpar además de mi propio temperamento. Cuando escuché que estaban mancillando tu nombre de esa manera... me temo que reaccioné con mi puño en lugar de con mi cerebro."

Su puño, sí, pero también su corazón. Él se había sentido ofendido en su nombre y había querido vengar su honor.

Si tan solo la sociedad trabajara de esa manera.

Ella respiró hondo. "Cuando olí el alcohol en tu aliento, me... me temo que pude haber reaccionado exageradamente."

Él soltó una carcajada. "Soy yo el que tiene sangre en mis guantes. ¿Por qué diablos tienes que disculparte?"

"No estoy disculpándome," dijo en voz baja. "Estoy tratando de explicarte que no puedo estar cerca de alguien que bebe alcohol."

Él paso uno de sus nudillos bajo su barbilla para obligarla a encontrarse con su mirada y ella se estremeció. Su mirada se había vuelto fría. "¿Alguien te hizo daño?"

"Irrevocablemente," admitió, "Pero no del modo que piensas. Yo era un bebé por aquel entonces. Me enteré más tarde de todo lo que sé hoy. Mi madre apenas tenía mi misma edad. Mi padre era un médico, asistiendo a un niño enfermo en Bower Hill." Ella tomó una respiración profunda y se estremeció. "¿Has oído hablar de la Rebelión del Whisky?"

Carlisle sacudió la cabeza y sus ojos se oscurecieron. Sin duda, había adivinado cómo terminaría la historia. "¿Tu padre luchó contra los rebeldes?"

"Mi padre era un sanador. Estaba desarmado, a excepción de su bolsa de cuero de corteza de sauce y sus compresas frías." Su voz tembló pero se obligó a seguir hablando. "Diez soldados del ejército llegaron a ayudar a la casa en estado de sitio, pero para entonces casi seiscientos rebeldes armados la habían rodeado. Querían matar al general Neville. El general no estaba ni siquiera en su interior."

Lord Carlisle la tomó en sus brazos. "No sabían que estaban en la casa equivocada."

"Él se había escondido en un barranco. Era la casa correcta." Ella se estremeció y cerró los ojos con fuerza. "Era el hombre equivocado el que encontraron en su interior."

"Seiscientos contra diez. Ni siquiera puede considerarse una batalla." La voz de lord Carlisle era áspera, y su cuerpo estaba duro como una roca. "No hay honor en ese tipo de masacre."

"Ningún honor en absoluto," dijo ella con amargura. "Solo hombres y su whisky."

Ella apoyó la mejilla contra su frente y él cerró los brazos a su alrededor. El pulso en su cuello se aceleró. "Lo siento mucho, querida."

"Después de varias horas, dejaron que las mujeres y los niños se fueran." Ella tragó el nudo en su garganta. "Pero no a los hombres. No a mi padre."

"¿Y su paciente?"

"Tenía ocho años. Murió al cabo de una semana. Los rebeldes no dejaron que las mujeres ni los niños se llevaran nada con ellos, por temor a que pudieran contrabandear un arma y usarla en su contra."

"¿La madre del niño no pudo volver a por la medicina la mañana siguiente? ¿Después de que todo hubiera terminado?"

"¿Volver a dónde? Tan pronto como las mujeres y los niños se habían ido, ambas partes abrieron fuego. Cuando cayó el líder de los rebeldes, sus tropas prendieron fuego a la casa." Ella misma había visitado el lugar años más tarde y deseó no haberlo hecho. Era peor que una tumba. "No había nada más a lo que volver. Todo el mundo estaba muerto. Todo había sido reducido a cenizas."

"Demasiada destrucción," dijo él lentamente, presionando los labios contra su pelo. "Solo por un poco de whisky."

"Exactamente." Ella se estremeció y se aferró a él. "Es por eso que... si..."

"No beberé más alcohol cuando esté cerca de ti, y me comprometo a no beber en exceso." Sus ojos la penetraron. "Lo juro por este beso."

Ella lo miró boquiabierta.

Él bajó la cabeza lentamente, dándole tiempo para alejarse, para rechazarlo.

Grace no podía resistirse al encanto de su boca más que el mar podría resistirse a la atracción de la luna. Podría terminar con la pierna encadenada a algún libertino viejo y polvoriento, pero se iría a la tumba con el recuerdo de este hombre grabado a fuego lento en su alma. También ella lo juró por ese beso.

Los labios de Oliver rozaron los suyos. Ligeros. Suaves. Todavía dándole la oportunidad de negarlo.

No lo haría. Disfrutaría de este momento, de cada pedacito de él, ya que eso tendría que ser el motor que la impulsase durante el resto de su vida. Este era Oliver. En su corazón, él era suyo. Aunque solo fuera por este instante.

La próxima vez que sus labios rozaron los de ella, Grace chupó su labio inferior para saborearlo. Había soñado con sentir sus labios juntos. Cuando él la mordisqueó, se abrió ansiosamente para él.

Oliver deslizó la lengua en su interior, tentándola con suavidad. Ella se quedó sin aliento, agradecida por estar rodeada de unos fuertes brazos. Sus pezones se tensaron como si sus pechos desnudos pudieran sentir claramente lo que su boca le estaba haciendo. Él giró la lengua en varios remolinos. Degustándola. Grace se tambaleó al darse cuenta.

Oliver chupó su labio inferior en su boca y ella lo imaginó en su mente haciendo lo mismo con sus pezones. ¿Qué se sentiría? Sus guijarros estaban erectos contra la fina y translúcida tela de su vestido. Su corazón se aceleró. ¿Podría sentirlos a través de su chaleco? La siempre idea la mortificó pero al mismo tiempo, deseaba que así fuera. Quería sentir sus manos en ellos; necesitaba aliviar el doloroso anhelo que se estaba instalando en sus senos, su vientre, y entre sus piernas.

Jadeando, ella apartó su boca antes de entregarse a la tentación de tenerlo todo.

La boca de Oliver estaba solo a unos pocos centímetros de distancia, y su respiración era tan superficial como la suya. La sonrisa que esbozó entonces fue lenta y parecía llena de sensuales promesas. "Si quieres, puedo jurarlo por dos besos. Si no te ha convencido el primero, quiero decir. Probablemente incluso podrías convencerme de tomar posesión de tres besos. Solo esta vez."

Ella lo golpeó en el hombro, pero no lo dejó ir.

"¿No? ¿Estás segura?" Su expresión se volvió muy seria. "Prometer es fácil porque no tengo whisky y soy demasiado pobre para comprar más. Eres muy afortunada de que no tenga ni un solo centavo a mi nombre. Es una bendición, a decir verdad. A menudo solía encontrarme vislumbrándome a mí mismo—ahora no tengo ni una pequeña pieza de espejo, como bien sabes—diciéndome: "Y lo terrible que sería realmente tener dinero. Si poseyera una cantidad contundente, la desperdiciaría en cosas tontas, como un invernadero lleno de jazmines para cierta joven, o tal vez una pañoleta de lana gruesa para sus vestidos de modo que los otros caballeros no se vieran tentados por la curva de sus suculentos pechos." Él hizo una mueca lobuna en dirección a sus senos.

"¿Ah, sí?" Preguntó ella sin aliento. El auto-desprecio no disminuyó el romance en sus palabras. El corazón le dio un vuelco. Si él le regalase un invernadero lleno de flores, ella sabría exactamente qué hacer para ayudarle a estrenarlo. Grace arqueó la espalda para levantar sus pechos. "Pensé que solo los alimentos podrían ser suculentos."

La burla desapareció de sus ojos en un destello de pasión y calor. Ella no tuvo ninguna duda entonces que él la deseaba tan feroz y completamente como ella a él. Podía sentir el calor de su cuerpo, incluso a través de la ropa. "Creo que tus pechos serían definitivamente suculentos. Absoluta y positivamente, yo adoraría cualquier oportunidad que se me presentara de comerte."

"¿Comerme?... ¿A mí?" Preguntó sin aliento. "¿Pero cómo?"

"Me gustaría empezar por aquí mismo..."

La punta de su lengua trazó el borde de su oreja. Ella jadeó y se estremeció ante la sensación. Después, mordisqueó su lóbulo y lamió la suave y sensible piel justo detrás. Ella se agarró a sus brazos con más fuerza.

"...Y luego, me gustaría seguir por aquí..."

Su caliente y pecaminosa boca plantó una serie de besos lentos de un modo exquisito por detrás del lóbulo de su oreja hasta su garganta, poco a poco, probando y besando hasta que llegó a su pulso latiendo salvajemente.

Todo su cuerpo estaba en llamas de deseo. Ella pudo sentir cada beso en su cuello directamente en su pecho y entre sus piernas. Era como si cada milímetro de su cuerpo estuviera en sintonía con todas las partes que tocaba su boca. Y sin embargo, quería más. No quería imaginar sus dedos sobre sus muslos o la promesa de su boca en su pecho. Quería sentirlo. Quería sentir la muscular fuerza de sus brazos y poderosas piernas, el calor de sus besos contra su piel desnuda.

"... Y luego bajaría muy lentamente hasta aquí..."

La pañoleta de encaje había desaparecido de su pecho, como si hubiera sido arrebatada por el viento. Ella se apoyó en él. Al fin sus tentadores besos se fueron acercando muy lentamente a dónde ella más los quería. Grace se había olvidado de respirar; había olvidado todo excepto la sensación de los labios de Oliver sobre su piel y lo mucho que quería levantar sus pezones hasta su boca abierta y obligarlo a succionarlos. Y entonces, querría hacer lo mismo con los suyos.

Sus apretados labios presionaron una ristra de besos calientes desde su garganta hasta la parte superior de sus pechos, lo suficientemente lentos como para torturarla y lo suficientemente calientes como para marcarla. Su boca se cerró sobre uno de sus pezones erectos y su áspera lengua trazó varias veces el camino sobre la seda y el lino. Ella se aferró a sus hombros, a su cabello. No permitiría que parara. No podía. Él hacía que el dolor en sus partes más sensibles se intensificara cada vez más deliciosamente; le hacía sentir dolorida, necesitada y deseada.

Oliver tiró de su corpiño. Ella deseaba que la tocara por todas partes. Con un beso ardiente, él cubrió su seno con una mano. Grace se quedó sin aliento cuando sus dedos pellizcaron su pezón. Él era de ella y ella era de él. Grace echó la cabeza hacia atrás mientras que él inclinaba la boca sobre su pecho desnudo y empleaba sus talentosos dedos con el que permanecía escondido. Sus muslos estaban húmedos por las sensaciones que Oliver estaba creando en su cuerpo, así que Grace tuvo que apretar las piernas con fuerza como para aliviar su pulsante necesidad interior. Quería más. Quería sentir su calor, su humedad. Ella—

El chirrido de unas bisagras sonaron un segundo antes de que la puerta de la biblioteca se abriera y dos figuras se dirigieran directamente hacia Grace y lord Carlisle.

"¡Dios mío!" Dijo la señorita Downing con una mirada de asombro. "¿Estamos Isaac y yo interrumpiendo algo?"

"¡Tonterías!" Grace apareció desde detrás del estante con una mano en su pecho, tratando de palpar ciegamente el encaje caído que se suponía que debía estar cubriendo sus generosos pechos. "Es solo que... ya sabes. Eurípides. Me encantan los dramaturgos griegos."

Oliver se ocultó a ras de la estantería más cercana, tratando de ajustar sus pantalones disimuladamente. No se le estaba dando nada bien.

"Carlisle, ¿eres tú?" Interrumpió el señor Downing acercándose un poco más con las manos en las caderas. "¿Qué es exactamente lo que está pasando aquí?"

"Creo que Oliver estaba besando a la señorita Halton justo antes de su llegada," dijo un murmullo somnoliento en algún lugar cerca del fuego.

Los cuatro se asomaron para mirar al capitán Grey con asombro.

"¡Xavier!" Oliver corrió a su lado y le dio un fuerte abrazo. "¡Has vuelto!"

"Y os estabais besando," le recordó el señor Downing. "¡En la biblioteca!"

Oliver hizo una mueca y se pasó la mano por la cara. "¿De veras, Xavier? ¿Este es el momento que eliges para despertarte de tu fuga de dos meses?"

El señor Downing apuntó a Oliver con el dedo. "¡El momento preciso en realidad parece haber sido cuando tu hambrienta boca se ha posado en los inocentes labios de la señorita Halton!"

"Y su pecho," reflexionó somnoliento el capitán Grey. "Algo sobre... 'suculento'."

"¡Pechos suculentos!" La señorita Downing se quedó boquiabierta.

El señor Downing agarró a Grace por el brazo cuando ella terminó de colocarse más o menos su pañoleta de encaje. "Señorita Halton, este hecho es muy grave. Han sido vistos en una situación realmente comprometida. Su reputación—"

"—no se verá empañada ni un ápice," le interrumpió Oliver, al mando de su imperial tono de voz. "Yo solo estaba abrumado por la pasión de que esta joven y virgen jovencita haya aceptado ser mi esposa."

"¡¿Qué?!" Grace se atragantó con horror y dejó de sentir sus extremidades. La hacienda de Oliver... Su madre...

Él le dio un codazo en el hombro. "Muéstrate dichosa, maldita sea. Esta vez ambos necesitamos rescate. Si no te casas conmigo, nunca te casarás con nadie, y no pienso abandonarte a ese destino."

"Es cierto," susurró la señorita Downing. "Tienes que decir que sí. El capitán Grey ha visto tu seno."

Grace la fulminó con la mirada. "¡Nadie ha visto nada! Estábamos detrás de esa estantería y—"

"... Algo acerca de 'comerse' a la señorita Halton..." murmuró el capitán Grey. No terminé de escuchar..."

Oliver tosió y arrojó una mirada de preocupación hacia Grace. "Lo he dicho en serio..."

La nerviosa mirada del señor Downing los hizo reaccionar a ambos.

"¡Hurra!" Logró exclamar ella con una sonrisa sombría. "Voy a casarme. Nunca ha habido una novia más feliz que yo."

Oliver pasó los brazos alrededor de sus hombros y la abrazó. "Es oficial. Acabas de convertirme en el hombre más feliz del mundo."

Terriblemente, Grace sospechaba que parte de que acababa de decir era cierto. Necesitaba una heredera con mucho más dinero del que ella tenía por ofrecer, pero no parecía como si su corazón hubiera sido arrancado de su pecho y pisoteado en el suelo polvoriento por un millón de caballos.

Grace, en cambio... estaba terminada. Sus últimas esperanzas se habían esfumado. Ahora nunca tendría dinero para salvar a su madre. No podía mostrarse dichosa. Ni siquiera podía hacer contacto visual con él, por miedo a que sus calientes lágrimas comenzaran a fluir. Por mucho que le gustase Oliver, por mucho que deseara su presencia y su cuerpo, era el peor partido posible que podía haber encontrado.

Él necesitaba su dote aún más que ella.