Capítulo Siete
"Un poco más arriba, si no le importa, mademoiselle."
Grace levantó los brazos en el aire y se obligó a sonreí a su abuela por encima de la cabeza de su última modista. No era su culpa que no disfrutara sintiéndose atrapada mientras la medían y la equipaban. No se sentía como una princesa de cuento en absoluto. Al principio, no había podido evitar ser deslumbrada por los grandes y lujosos vestidos y los salones de baile a la luz de las velas, pero lo cambiaría todo en un santiamén con tal de conseguir el dinero para poder recatar a su madre.
Todo. Cambiaría todo. Su boca se torció. Si tan solo pudiera. Pero todo delante de sus ojos pertenecía a sus abuelos. Incluso si le regalaran este ajuar, eso no ayudaría. Había lugares exclusivos en todo Londres dedicados a la venta y reventa de diamantes o caballos de carreras, pero no para vestidos. Podrían ser costosos por sus diseños y tallajes a medida, pero apenas podían considerarse un producto de primera necesidad. ¿A quién iba a vender Grace su ropa usada incluso si pudiera? ¿A su doncella?
La abuela Mayer asintió a la modista con aprobación. "Va a lucir espléndida. Tan hermosa como su madre el día de su presentación en sociedad. Tiene que dejar constancia del buen partido que es."
De alguna manera, Grace mantuvo una sonrisa decidida fija en su rostro. No quería estar espléndida. Quería estar a mitad de camino de vuelta a América. Pero dado que tenía que casarse con el fin de lograr ese objetivo, estaba decidida a no aguar el entusiasmo de su abuela más de lo estrictamente necesario. La mujer no tenía ninguna obligación legal de vestir y alimentarla, y mucho menos ofrecerle una dote. Grace era bastante consciente de su tenue fortuna.
Aunque habían sido unos completos desconocidos cuando ella había aparecido en casa de los Mayers hace un poco más de una semana, sus abuelos le habían acogido en su casa... y se habían mostrado furiosos porque su madre se hubiera quedado atrás. No importaba cuántas veces Grace les hubiera explicado que su madre estaba de vuelta en Pensilvania porque estaba literalmente demasiado enferma como para poder levantarse siquiera de la cama, sus abuelos no habían querido creer ni una sola palabra. Estaban convencidos de que la presencia de Grace no era más que un plan para correr de regreso a los Estados Unidos con parte de su dinero.
Debido a que sus abuelos se negaban a que Grace se aprovechara de ellos de una manera tan infame, nunca le daban nada de dinero y ni siquiera la dejaban sola con una pieza de cubertería a su alcance.
Ella ni siquiera tenía derecho a sentirse ofendida. La verdad era que estaba aquí porque quería dinero y tenía la intención de fugarse con él en la primera oportunidad que se le presentase. Sus abuelos estaban equivocados sobre sus razones, pero tenían todo el derecho del mundo de sospechar. Ella no había disminuido en absoluto su recelo al recordarles que tenía la intención de aprovecharse de su futuro esposo.
Esa era otra de las cuestiones que ellos no podían llegar a entender.
Grace tenía que casarse con alguien que no la necesitara. Alguien con suficiente dinero y amantes como para no echar en falta ni a ella ni su dote una vez que se hubiera ido. Tenía la intención de volver, por supuesto. Jamás deshonraría su santo matrimonio ni a su marido desapareciendo para siempre. Su estómago se retorció ante la idea de abandonar al hombre con quien se casara justo después de la boda.
Pero era precisamente por eso por lo que tendría que contraer matrimonio con alguien que no fuera a poner el grito en el cielo por tener que afrontar una breve separación. Su madre la necesitaba y ella estaba por encima de cualquier otra cosa.
La abuela Mayer, por otro lado, quería que Grace se convirtiera en el brindis de la alta sociedad. Había dicho que el sorprendente físico de Grace y su historial tan poco convencional harían de ella una mujer llamativa con posibilidades de convertirse en una duquesa, o tal vez incluso capturar la mirada de algún príncipe extranjero.
Las flores acumulándose en la sala solo alimentaron más la pretensión de su abuela. Estaba decidida a que Grace se casara bien. No solo por la frustración flagrante de la abuela Mayer porque su escasa movilidad se estuviera deteriorando cada vez más, sin importar el dinero que ella y su marido hubieran acumulado. Ni siquiera porque viera en Grace la oportunidad de convertirse en el gran partido que siempre había querido que fuera su hija.
Peor. La abuela Mayer realmente creía que el día que Grace y un pretendiente enamorado unieran sus manos en el altar sería el único incentivo capaz de inducir a su insensible, hambrienta de dinero y teatrera madre a saltar sobre un barco y cruzar el océano Atlántico.
Y, ¿qué se supone que sucedería en ese entonces? ¿Que mamá y la abuela Mayer caerían llorando en los brazos de la otra? ¿Un duelo al amanecer? ¿Se atacarán entre ellas con sus respectivas sombrillas? Grace no tenía ni idea y dudaba que su abuela lo supiera. Hablaba de su hija con desdén, desprecio y amargura, y sin embargo, no deseaba nada más que su regreso.
Pero lo único que había conseguido era a Grace.
La abuela Mayer no quería a su inesperada nieta, ni le gustaba. Ni siquiera se había molestado en tratar de conocerla. Grace no era de la familia, sino más bien un medio para conseguir un fin. Ella ciertamente no estaba interesada en las súplicas apasionadas de Grace por el carácter urgente de la enfermedad de su madre. Estaba demasiado ocupada tratando de planear cómo conseguir que su nieta asistiera a Almack’s.
"Cuando hayamos terminado con la prueba del vestido, ¿puedo ir a Hyde Park con la señorita Downing?" Preguntó la joven en voz baja.
Los afilados ojos grises de la abuela Mayer la golpearon. "¿Para qué?"
Grace reprimió un suspiro. Desde su llegada, no había tenido permiso para salir de la residencia de los Mayers a menos que se dirigiera a algún lugar escogido por su abuela, vestida como esta última deseaba, para ser vista por aquellos a los que la anciana quería tratar de impresionar. El resto del tiempo era empleado para estar con instructores de baile, tutores de etiqueta, profesores de modales... cualquier cosa que pudiera ayudar a una desmañada americana a ser más lo más atractiva posible para los que importaban. Tal vez el duque de Ravenwood o el duque de Lambley, su abuela sugería muy a menudo. A veces, la presión era más de lo que Grace podía soportar.
Por el momento, lo único que quería era una cara amable. Un lugar lejos de la atenta mirada de su abuela. Un lugar en el que no se esperara de ella que coquetease ni sonriese falsamente.
Por supuesto, decir algo de ese estilo en voz alta sería la forma más rápida de conseguir que sus abuelos la encerraran en su habitación hasta el día de la Candelaria. Tenía que intentar una táctica diferente.
"Las damas pasean por allí todas las tardes y los caballeros pasan con sus carruajes. La señorita Downing dice que es el mejor lugar para ver y ser visto."
Su abuela frunció el ceño. Hasta el momento, Grace solo había tenido permiso para asistir a bailes de salón y otras veladas. Lugares en los que la música y el baile podrían ayudar a conquistar el corazón de un Corinto. La mirada escéptica de su abuela indicaba que era muy poco probable que cambiara de opinión.
"Tanto Carlisle como Ravenwood estarán allí," se apresuró a añadir Grace. "Y muchos otros duques y condes." Ella no tenía ni idea de si eso era verdad o no, pero si ambos caballeros no apareciesen finalmente, la abuela Mayer no podría culparla por su ausencia. "Tal vez uno de los hombres de la alta sociedad se enamorará irremediablemente de mí."
Era demasiada tentación. "Muy bien. Llévate a tu criada. No pienso permitir que dañes tu reputación. He trabajado mucho y muy duro para hacer de Mayer un nombre respetable de nuevo." Abuela frunció el ceño. "Quiero que tengas éxito, Grace. Tu triunfo es mi triunfo. Verte bien avenida no podrá deshacer los errores del pasado, pero mejorará nuestro futuro. Yo no puedo manipular a la alta sociedad a tu favor, por eso tendrás que mostrar tu mejor comportamiento."
Grace asintió. Para la mayoría de la sociedad, la reputación era aún más importante que la dote de una misma. Lo último que necesitaba era entorpecer la caza de un marido. Ya se había gastado su dote.
La pieza más pequeña del pastel era el billete de regreso a casa. Necesitaría dos billetes más para volver con mamá, pero primero necesitaba médicos y medicamentos que la ayudaran a curarse. Si todo apuntaba a que su madre iba a necesitar varios meses para sanar, tendría que fortalecer la casa. La pequeña choza necesitaría un centenar de reparaciones, por no hablar de que también tendría que conseguir ropa, alimentos para nutrirse... Una dote de mil libras parecía una suma principesca la primera vez que lo había escuchado, pero ahora estaba preocupada de que no fuera a ser siquiera un buen comienzo para volver a poner a su madre sobre sus pies.
"C'est tout," anunció la modista, arrancando un alfiler del dobladillo de Grace. "Hemos terminado, mademoiselle."
Grace bajó sus doloridos brazos con una sonrisa de agradecimiento. "Gracias."
La abuela Mayer asintió brevemente. "Puede enviarle la factura al señor Mayer una vez que haya terminado todos los vestidos nuevos. Necesitaremos el primero dentro de una semana."
La modista asintió rápidamente. "Como desee. Me gustaría darle las gracias por—"
Antes de que la mujer pudiera terminar de hablar, la abuela Mayer salió de la habitación de Grace y se fue.
La modista realizó una torpe reverencia en dirección a Grace y se apresuró a salir al pasillo después de su patrona.
Grace se volvió hacia su doncella, quien estaba recogiendo alfileres sueltos del suelo. "¿Quieres acompañarme a Hyde Park, Peggy?"
La joven levantó la vista de su tarea lo justo para encontrarse brevemente con los ojos de Grace antes de volver a bajar la mirada al suelo. "Si así lo desea."
Grace suspiró. Normalmente, la clase alta emitía órdenes en lugar de invitar a hacer algo a sus siervos. Pero Grace llevaba menos de dos semanas en este mundo y todavía no estaba acostumbrada a que hubiera personas que hicieran cosas por ella. Su vacilación era más que evidente.
Peggy, por su parte, solo hacía lo mínimo requerido. Ella se aseguraba de que Grace estuviera vestida adecuadamente y ocasionalmente le desenredaba el pelo, pero ciertamente no se estaba creando ningún tipo de vínculo entre ellas. Tal vez eso se debía a la costumbre de la abuela Mayer de hablar sobre ella como si fuera un objeto—o nada en absoluto. O tal vez era simplemente la ignominia de verse obligada a presentar sus respetos a alguien sin ninguna pretensión de aristocracia. O dinero.
A diferencia Grace, Peggy estaba acostumbrada a vivir en una gran casa, llevar vestidos bonitos y comer comidas deliciosas. No es que la dama se creyese por encima de su clase social, era más bien que no creía que Grace se mereciera la suya.
El problema era que Peggy estaba en lo cierto. Grace no pertenecía a la alta sociedad. Ni en Inglaterra. Echaba de menos la simplicidad de su vida de nuevo en Pensilvania y extrañaba profundamente a su madre. Pero la única manera de recuperarla era continuar con esta farsa y encadenarse a sí misma al primer pretendiente con un alijo suficiente de monedas como para no echar en falta su modesta dote.
Ella sacó una chaqueta de su armario y metió los brazos por las mangas. Tal vez alguien depositaría sus ojos sobre ella. Tal vez hoy sería el día en el que lograse convertir un admirador en un pretendiente.
Peggy la siguió a una respetable, aunque mediocre, distancia mientras que Grace corría escaleras abajo para pedirles a sus abuelos que llamaran a un carruaje. Los encontró en la sala de estar, disfrutando del té de la tarde.
Su abuelo levantó la mirada primero, y sonrió. "Vas a conseguir un prometido, ¿verdad? Bueno, estás hermosa. No me sorprendería nada que hubieras recibido un aluvión de propuestas para cuando llegue la noche."
"El dinero de otra persona siempre será mucho mejor que el nuestro," agregó la abuela Mayer sin levantar la vista de su galleta. "Tus nuevos vestidos están costando el doble que tu dote. Hasta que encuentres a tu prometido, no me pidas más caridad."
Todo el cuerpo de Grace se puso tenso. "Por última vez, ¡no me interesa vuestro dinero!"
"Pensé que habías dicho que querías unos pocos cientos de libras," dijo la abuela Mayer alrededor de su galleta. "Para tu madre enferma, por supuesto."
"¡Sí! No es para ningún beneficio personal, sino para mi madre. Ella está enferma. Tiene una enfermedad mortal. No le vendría mal vuestra ayuda."
"¡Oh, por el amor de..." La abuela Mayer apuntó a Grace con su tenedor. "Tu madre no está enferma. Es muy astuta. Clara te envió para que pudieras hacerte con el dinero. Yo lo sé y tú lo sabes tan bien como yo. ¿Cuándo vas a dejar de hacer teatro?"
La garganta de Grace se obstruyó con rabia. "Yo no—"
"Yo mandé un billete de barco para allá la mañana en que la chica llegó," dijo su abuelo casualmente. Tanto Grace como su abuela se volvieron para mirarlo.
"¿Tú qué?" Exigió la abuela Mayer, soltando el tenedor bruscamente sobre la mesa. "¿Por qué te molestaste en hacer una cosa así? Clara juró que nunca jamás volvería a Inglaterra."
"Su hija está aquí," respondió el abuelo Mayer simplemente. "¿No dijiste que volvería si Grace se casaba? No es como si pudiera cruzar el Atlántico a nado. Necesitará un billete de barco. Y por si acaso es verdad que está demasiado arruinada como para comprarse uno, yo me encargué de enviárselo. Encontré la dirección en una de las cartas que nos mandó Grace desde casa. Espero no tardar mucho tiempo en verla."
Grace se frotó las sienes. "¿No enviaste dinero?"
El abuelo sacudió la cabeza. "No. Envié un billete para el mejor barco que pude encontrar."
La abuela Mayer carraspeó. "Es mucho más de lo que se merece. Algunos de nosotros trabajamos para conseguir nuestro propio dinero. Ella ya tuvo la oportunidad de convertirse en un buen partido y la desperdició."
"No seas tan duro con las chicas," dijo el abuelo Mayer. "Clara escogió el amor antes que el dinero porque era demasiado joven. Grace no es tan tonta como para cometer ese mismo error. Cuando Clara vuelva a casa, no quiero que la intimides con antiguas rencillas. No cuando estamos a punto de volver a ser una familia."
Las piernas de Grace empezaron a temblar. "Nada de eso importa. ¿Cómo se supone que mamá va a llegar hasta el puerto y meterse en un barco cuando está demasiado enferma hasta para levantarse de la cama?"
La abuela Mayer miró hacia el techo. "Ya basta. Si estuviera tan enferma como dices, nunca la habrías dejado sola en primer lugar."
Las uñas de Grace se clavaron en las palmas de sus manos. "¡No tenía otra opción!"
"Clara está bien. Siempre está bien. Esto no es más que otra de sus mentiras." La abuela Mayer le lanzó una mirada mordaz a su marido. "¿Es que no lo ves? Grace es tan embustera como su madre. No me siento mal en absoluto por haber leído sus cartas."
La sangre de Grace se heló. "¿Qué cartas?"
"Las cartas que te escribió tu madre. Si hubiera tenido alguna duda sobre su perfidia, sus palabras las hubieran aclarado."
Grace se quedó boquiabierta. "¿Mi madre me ha escrito? ¿Qué ha dicho? ¿Dónde están las cartas?"
"En la chimenea, junto con las tuyas. ¿Qué importa? Lo único que dice en ellas es que está bien y que espera que estés disfrutando de Inglaterra."
"¿Has quemado mi correspondencia?" Grace casi se ahogó. No era de extrañar que su madre hubiera jurado no volver jamás "Te equivocas sobre mamá. Ella tiene que decir que está bien. Eso es lo que las madres hacen para que sus hijos no se preocupen por ellas. Me diría que está bien hasta con su último aliento."
La abuela Mayer se encogió de hombros y se volvió hacia sus tortas de té. "Yo no confiaría en ninguna de las dos ni una pizca. Clara echó a correr en el momento en que nos dimos la vuelta y tú ya has dicho que no importa cuántos vestidos y oportunidades pueda ofrecerte nuestro dinero, tienes la intención de hacer exactamente lo mismo. Unos modales muy bonitos. ¿Cómo esperas que reaccione?"
El estómago de Grace se contrajo. "Sé que dejar a mi marido tan pronto como obtenga mi dote me va a convertir en una persona horrible, pero volveré tan pronto como mamá esté lo suficientemente bien como para poder venir conmigo, y entonces podréis ver—"
La abuela Mayer gorgoteó de risa. "¿Ves? Eso es precisamente por lo que sé que estás mintiendo. Tu madre nunca habría sugerido un plan tan tonto. Clara nació aquí. Ella sabe cómo funciona el matrimonio. No puedo creer que te haya mandado en un barco hasta aquí, llena de sueños vacíos solo para conseguir un centavo."
Grace volvió su mirada de incomprensión hacia su abuelo.
El hombre sacudió la cabeza. "Tu dote no es para ti, chica. Es para tu marido. Y él no está obligado a darte un centavo—ni ahora ni nunca."
La abuela Mayer levantó su taza de té en un saludo burlón. "Abre los ojos, hija. Nunca vas a volver a América. Yo no te voy a comprar un billete para que vuelvas a ese lugar olvidado de la mano de Dios y tampoco lo hará tu futuro esposo."