Capítulo Dos
El plan había parecido muy simple cuando la madre de Grace Halton se lo había propuesto en primer lugar. Navegaría desde Pensilvania hasta Inglaterra, donde conocería a los abuelos con los que perdió el contacto hacía mucho tiempo, y usaría su modesta dote para atraer a un marido capaz y dispuesto a proporcionar un bienestar tanto para Grace como para su madre enferma.
Tres sencillos pasos. Tres ejercicios de futilidad y fracaso.
La primera catástrofe: el océano. Grace había pasado todo el viaje transatlántico con su cara suspendida sobre el inodoro, más que dispuesta a intercambiar ese oleaje interminable y horizonte de mala muerte por la endeble choza sin salida al mar que había compartido con su madre.
El segundo desastre: sus abuelos. Los dos se habían mostrado horrorizados por el asombroso parecido de Grace a su hija de ojos verdes y pelo oscuro, quien había huido presa de un escándalo y nunca había regresado.
Casi todas las palabras que habían salido por sus bocas habían sido una crítica sobre el comportamiento, la persona en sí, la crianza y la educación de Grace. O habían reiterado vehementemente que el dinero de su dote era su pasarela para encontrar al prometido que ellos debían aprobar.
Todo esto hacía que el paso número tres—Operación Marido—fuera mucho más difícil. Grace no solo debía buscar novio. Atraer a un pretendiente era la simple meta descerebrada que cada debutante en ese salón de baile esperaba alcanzar al final de la temporada.
Grace no tenía tanto tiempo. No con su madre tan enferma. Necesitaba a alguien con la cartilla limpia—y que estuviera dispuesto a acompañarla hasta el altar—en cuestión de días.
Pero las invitaciones que el dinero de sus abuelos podían comprar no eran para veladas como la de Almack’s. Estos eran eventos más pequeños, en casas particulares. El "Mercado de Matrimonio" estaba bastante fuera de su alcance. Lo que tenía era un puñado de anfitriones para quienes la novedad de una invitada estadounidense valía una invitación a cenar. Si hacía una buena impresión delante de la gente adecuada, quizás que se produjeran más invitaciones a cenas ocasionales en un futuro.
Pero Grace no tenía futuro. Tenía el ahora. Y el tiempo se estaba acabando.
Ella se sacudió su estado de desánimo y enderezó la espalda. Solo había un camino a seguir. Necesitaba un marido rico, controlable, de buen corazón, que pasara el visto bueno de sus abuelos, libre de amonestaciones y con un historial intachable, y lo necesitaba ya. Si ella no volvía en las próximas semanas con el dinero suficiente para salvar a su madre y su casa, no tendría madre ni un hogar al que regresar.
Parecía un reto insuperable. Si un caballero era remotamente adinerado, noble y estaba dispuesto a casarse, habría sido fichado mucho antes de que las escuálidas piernas de Grace hubieran puesto un pie en la orilla del mar.
Su acento se habría ocupado del resto.
Ella había zarpado creyendo en los cuentos que su madre solía leerle antes de dormir sobre salones brillantes y vestidos enjoyados propios de una princesa, que invadían a Grace con la esperanza de que podría tener a ese galán a sus pies y su mano en el altar antes de que hubiera trascurrido la primera semana.
Pero los únicos británicos dispuestos a mirar por encima del hombro el tiempo suficiente como para intercambiar una palabra con ella eran los hombres tan vanidosos y desesperados por llamar la atención que incluso una desmañada estadounidense les sería suficiente; o los libertinos viejos decrépitos tan extasiados por probar carne joven que no les importaría cómo sonaba su acento. Después de todo, no tenían pensado hablar con ella.
Incluso la doncella a las que sus abuelos habían enviado como su acompañante, había desaparecido segundos después de su llegada. Si una funcionaria pagada tenía mejores cosas que hacer que ser vista en público alrededor de Grace, ¿qué esperanza podía quedarle de encontrar marido?
Llegados a este punto, lo que no le vendría nada mal era una amiga. Pero incluso eso era demasiado improbable.
La más exaltada de las rosas inglesas no tenía nada que ver con ella. Grace no era solo una pobre americana; la pequeña dote de sus abuelos estaba manchada por el comercio. Y cosas aún peores.
El abuelo de Grace había invertido en algún tipo de planta de tejidos durante la Revolución Americana, y luego había comprado un puñado de fábricas de espadas y armamento de bayoneta cuando Napoleón llegó al poder. La reciente batalla de Waterloo había supuesto el fin de su gobierno, pero los abuelos de Grace se habían hecho ricos gracias a la sangre derramada de sus compatriotas. Grace se estremeció ante la idea. No era de extrañar que fuese una paria.
"¿Tienes frío, chérie?" Un libertino rico, pero sin dientes, le sonrió mientras se sujetaba al mango de su bastón dorado; el matrimonio—o más bien, el matrimonio de cama—obviamente en su mente. "Una vuelta conmigo en uno de los balcones podría calentar tus hombros desnudos, ¿eh?"
Grace dio un salto y se apartó de su calculadora mirada. Había planeado hacerse invisible entre el mar de solteronas y acompañantes quedándose apoyada en la pared del fondo, pero el corte de su vestido y su atrayente escote, sin duda, le habían delatado. Tres semanas de mareo habían recortado la gordura de su cuerpo, otorgándole una cintura de avispa y unos pómulos reales por primera vez en su vida.
Claro que no era una dieta que Grace pudiera recomendar. Sobre todo porque parecía ir de la mano con la atracción de miradas lascivas de hombres más mayores que su abuelo.
"Lo siento," espetó en un tono que indicaba todo lo contrario. "Este juego de hombros ya está prometido."
Ella casi voló fuera de su alcance paralítico, dejando a un lado a las matronas para pegarse contra el revestimiento de madera en el extremo opuesto de la sala del baile.
Ese rincón estaba demasiado cerca de la orquesta como para poder escucharse a sí misma y demasiado lejos de la comida y bebida como para mantener una conversación incluso carente de sentido. La corriente de aire helada que venía del segundo piso mantendría lejos a cualquier persona que deseara que su sangre siguiera circulando, y las gotas de cera derramándose de la última vela de la lámpara de araña sobre su cabeza designarían ese metro cuadrado de habitación como inhabitable.
Grace cruzó sus brazos salpicados de piel de gallina sobre su corpiño fruncido, sin importarle si la moldura de madera de la pared se clavaba en su espalda baja, o si los pegotes de cera se pegaban a las suelas de sus zapatillas de seda. Su mirada se precipitó sobre el salón de baile. Parejas elegantes iniciaron un animado baile regional. Grace se abrazó con más fuerza. Nunca había tenido menos ganas de bailar que en estos momentos.
No es que nadie se lo hubiera pedido de todos modos.
Su mandíbula se contrajo. No tenía ni idea de cómo llevar a cabo ninguno de sus objetivos. Sin el dinero de sus abuelos, no podría volver a su patria. Sin un marido, no podría obtener el dinero de sus abuelos. Al no haber nacido en el seno de una familia perteneciente a la nobleza con un acento británico, no podía esperar atraer a un hombre interesado en algo más que su dote o su virginidad. Ella apretó los dientes.
De vuelta a casa en Pensilvania, Grace tenía amigos de ambos sexos que la querían por quién era y no por lo que pudieran obtener de ella. De vuelta a casa en Pensilvania, todos ellos se habrían reído hasta que les doliera el estómago al ver a Gracie Halton ataviada con un vestido elegante y toda afeminada en un salón de baile sofocante. De vuelta a casa en Pensilvania, su madre—su madre—
El aliento de Grace se atascó en su garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas. Oh, ¿quién sabía lo que estaría pasando de vuelta en casa en Pensilvania? Había escrito a su madre y a sus vecinos todos los días desde que había puesto un pie fuera del barco, y sin embargo, no había recibido ni una sola palabra en respuesta.
El miedo se apoderó de ella. ¿Estaría su madre tumbada todavía en esa cama andrajosa como la última vez que la había visto? ¿Seguiría viva? ¿Tendrá aún tiempo? ¿O se habría arrojado de cabeza a una estúpida misión que solo iba a asegurarle que estaría presente en las últimas horas de su madre cuando más iba a necesitar a su hija?
Sin pensar, Grace se apartó de la pared forrada de terciopelo...
Justo para interponerse en el camino de un gigante tan alto y tan fuerte como un roble.
Una mano firme la agarró por la cintura mientras que unos fuertes dedos capturaban su muñeca. Ella parpadeó el escozor de las lágrimas acumuladas en sus ojos para encontrarse a sí misma no frente a un roble precisamente, sino a un caballero poseedor de pelo castaño oscuro y unos peligrosos ojos marrones con una pizca de dorado. Una sonrisa irónica curvó sus labios mientras que la orquesta comenzaba a tocar los suaves acordes de un vals.
Los músculos calientes bajo sus palmas parecían duros y consistentes—sin necesidad del toque de ningún sastre para mejorar ese escultural cuerpo. Era increíblemente alto y estaba incómodamente cerca de ella, pero a diferencia de los que ocurría con los invitados sofocados bailando en esa sala sin ventilación, la ropa de este joven no apestaba a colonia. Sus ojos no estaban inyectados en sangre ni parecían indiferentes, sino más bien tiernos y cálidos mientras que Grace bebía del apuesto hombre como si estuviera a escasos segundos de tirar de ella y reclamar su boca. Su corazón tronó.
Todo en él exudaba calor crudo y energía contenida. Todo lo contrario a lo que estaba buscando. Si un hombre como este tomaba a una mujer, nunca la dejaría escapar.
Grace obligó a sus pulmones hambrientos a respirar. Estaba haciendo el ridículo. Había estado a punto de derribar a esa exquisita mole de hombre como la descarada americana que todos creían que era. Él estaba simplemente protegiendo al rebaño, interponiéndose en el camino del toro antes de que arrasara todo a su paso.
El calor inundó sus mejillas cuando ella rompió el contacto visual. Nunca se había sentido tan tonta e inculta en toda su vida.
Su respiración se entrecortó, pero se obligó a mirarlo a los ojos. Cálidos y entre miel y marrón. Alguien tan atractivo sin duda tendría lugares mucho mejores en los que estar. Ella tiró de su muñeca, indicándole que era libre de marcharse. Solo una ingenua trataría de permanecer a su lado.
Él dejó caer una de sus manos, pero no se apresuró a alejarse inmediatamente, tal como ella había esperado. Parecía incluso más corpulento que antes.
Su mano libre se tensó alrededor de su cintura. "¿Bailamos?"
Como si sus piernas fueran a ser capaces de sostenerla. Ella se apoyó contra su agarre, consciente de que él debía estar sintiendo su cuerpo temblar bajo sus dedos. ¿Por qué iba a querer bailar con ella? Era demasiado joven para ser un viejo verde, demasiado caballeroso para ser un libertino, demasiado adinerado como para estar desesperado por dinero, y deliciosamente atractivo como para estar en falta de compañía femenina.
Pero no estaría de más cerciorarse.
Grace entrecerró los ojos y se obligó a centrar su mente en su nueva misión. Necesitaba un marido con dinero. "¿Se alquilan tus bolsillos?"
Él parpadeó, confundido. "¿Qué? ¡No!"
"¿Estás en el mercado para encontrar una mujer?"
"¡Diablos, no!" Sus esculpidos pómulos mostraron un sutil atisbo de rubor mientras que Oliver recordaba tardíamente que estaba hablando con una dama. "Es decir, en algún momento será mi deber tomar una esposa."
"Suficiente." Grace deslizó su muñeca por sus dedos y dejó su mano descansar sobre la suya. "Este baile es tuyo."