Capítulo Seis

 
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La mañana después de que Grace hubiera bailado con Ravenwood y el conde de Carlisle, cuya imprevista confesión—que prefería haber sido simplemente el señor Oliver York—le había parecido sorprendentemente sincera, una cantidad inaudita de flores comenzaron a llenar sus aposentos. Pero el único ramo que no cesaba de acelerar su corazón cada vez que lo miraba era el más simple y sin nota de acompañamiento. No necesitaba una firma para saber a quién correspondía.

Jazmín. Igual que su jabón de baño. Grace enterró la cara entre las flores y sonrió.

Lord Carlisle estaba fuera de su lista de esposos potenciales, por supuesto. No podía ser suyo de ninguna manera. Titulado. Ex-soldado. Ella no sería capaz de engañarlo para dejarla ir, ni manipularle para hacerle creer que era una buena idea. Era demasiado inteligente para eso. Demasiado fuerte. Demasiado seguro de sí mismo. Ella sonrió a pesar de todo. Él tenía todos los motivos para ser arrogante. Era guapo. Inteligente. Un rey Tritón, rodeado de un mar de olominas.

Peor aún, le gustaba. Él le había mirado a los ojos y había visto más de lo que a ella le hubiera gustado. Tal vez no querría dejar escapar a un hombre así, y definitivamente no querría hacerle daño.

No, sus planes no habían cambiado. En todo caso, su resolución se había duplicado. Necesitaba un pretendiente maleable, fácil de olvidar y no demasiado brillante, a quien no le importara despertar sin su novia a su lado. Gracias a la docena de jarrones salpicando toda la sala, ella incluso había sido capaz de pensar en ciertas posibilidades.

El siguiente paso era ver lo rápido que podía conseguir que sus posibles candidatos estuvieran a la altura de las circunstancias. ¿Una semana? ¿Dos?

Grace odiaba estar tan desesperada. Si sus abuelos tuvieran al menos un poco de corazón, hubieran ido en busca de su hija enferma ellos mismos, en lugar de perder un tiempo precioso obligando a Grace a bailar al son que quisieran tocar. Todo lo que le habían dicho era: si tu madre quiere nuestro perdón, tendrá que venir a rogarnos que se lo concedamos ella misma. ¿Cómo? Mamá estaba tan enferma que ni siquiera podía tomar una taza de café, ¡y mucho menos navegar a través del océano! Pero las súplicas de Grace habían caído en oídos sordos.

Ella deseaba fervientemente, y no por primera vez en su vida, que su padre aún estuviese vivo. Por el bien de su madre y el suyo propio. Grace acababa de aprender a gatear cuando su padre había sido arrancado violentamente de sus vidas. Ella era tan pequeña por aquel entonces que no podía recordar su cara, su olor, su risa. No era justo. Nada en esta vida era justo. Lo único que podía hacer era casarse, conseguir el dinero, y tomar el primer barco de regreso a casa. Volver a un lugar donde nadie se riera de sus costumbres o su acento. Volver a sus amigos, su vida y su madre.

En el próximo evento social, Grace pasó la primera media hora haciéndose notar mientras sorbía un vaso de ponche en los lugares más estratégicos a lo largo de la reunión, dándoles a sus objetivos potenciales muchas oportunidades para solicitar un puesto en su tarjeta de baile. Aunque en realidad, se podía decir que bailar era la última cosa en su mente. No tenía tiempo que desperdiciar divirtiéndose.

No había manera de saber qué pretendiente era el más viable sin conversar con cada uno de ellos, así que Grace tenía la intención de emplear cada set de baile girando alrededor del jardín hasta congelarse.

Bailar alrededor de la pista de baile sería más cálido, pero mucho menos privado. Estar rodeada de celestinas estaba bien—sería algo a lo que incluso daría la bienvenida—pero no necesitaba que las lenguas más cotillas de la ciudad escucharan sus curiosas preguntas sobre el estado de los bolsillos de cada caballero, o cómo de rápido podían imaginarse en el altar, o si estarían dispuestos a contraer matrimonio con una mujer que les otorgaría una total libertad posteriormente.

Después de una hora y media de estremecimientos y castañeteo de dientes, Grace ya no podía sentir los dedos de sus pies, ni de sus manos, ni la nariz, por lo que se vio obligada a realizar el cuarto set en el interior. Era un baile country, lo que anulaba cualquier posibilidad de conversar, pero al menos sus congelados pies volverían a tener un poco de sensibilidad. Ella se frotó los brazos y se puso al lado del señor Isaac Downing, quien esperaba que pudiera llegar a ser su pretendiente.

Otra mujer florero, una marisabidilla llamada Jane Downing, había invitado a Grace a tomar el té la tarde anterior. Al haber escuchado accidentalmente que ambas iban a asistir a la misma velada al día siguiente, el hermano mayor de la señorita Downing le había preguntado cortésmente si podría guardarle un baile. Esta era la oportunidad de Grace de descubrir si simplemente había sido un acto amable, sin interrogarle con tanta profundidad que fuera a enajenar a su única amiga en potencia en todo el país.

Debido a la naturaleza de intercambios de los pares de remolinos sobre la pista de baile, ella solo sería capaz de hablar con él durante escasos fragmentos antes de tener que intercambiar parejas brevemente con los bailarines de enfrente.

Lo cual ya era bastante abrumador de por sí teniendo en cuenta que el caballero de la pareja de baile en cuestión era el conde de Carlisle.

Él se abstuvo de bromear. "Tarjeta de baile completa, por lo que veo."

"Así es." Ella mantuvo su ensayada sonrisa a pesar de que su corazón no paraba de dar brincos. Si el hombre olía el olor de su jabón de jazmín sobre su piel, ¿podría saber que ella no había pensado en nadie más que en él durante su baño?

Los ojos de Oliver se oscurecieron cuando frunció el ceño ante la lista de firmas que colgaba de la muñeca de la damisela. "Mi nombre no aparece en tu tarjeta."

"Muy astuto." Su respiración se aceleró mientras que la mano de Oliver se apretaba alrededor de su cintura. No podía estar celoso. Si tan solo supiera lo mucho que deseaba que su nombre fuera el único en su tarjeta de baile...

"Cuénteme, señorita Halton. ¿Has visto a Ravenwood?"

"¿Qué?" Grace se tropezó. Había pensado que el señor Carlisle estaba siendo consumido por la envidia, ¿cuando realmente lo que quería era que se hubiera encontrado con Ravenwood?

El señor Carlisle levantó su muñeca para poder ver mejor su tarjeta. "¿Está ese canalla en tu lista o no?"

"No, yo..." Ella quería apartar su muñeca de su agarre, pero no lo hizo. El calor en los ojos de lord Carlisle al enterarse de que no había estado en los brazos del señor Ravenwood la mantuvo cautiva. "No lo he visto."

"Si se cruzara en tu camino, dile que le estoy buscando."

"¿Por qué—"

Pero las parejas ya estaban cambiando al ritmo de la música, y ahora ella había vuelto a su acompañante original. El señor Downing le había parecido bastante guapo cuando sus destinos se había cruzado, pero bailar con él después de haber estado en los brazos de lord Carlisle era como comparar una vívida pintura al óleo con una insípida acuarela.

No es que importara. Grace estaba a la caza de un matrimonio, no de la pasión. Y hasta ahora, este era su mejor pretendiente.

La mirada del señor Downing se encontró con la suya solo brevemente. "Un tiempo encantador, ¿no le parece?"

El calor en los ojos del señor Carlisle había hecho que Grace se hubiera olvidado por completo del resto del mundo, pero ahora que había sido liberada de esos fuertes brazos, el frío de enero estaba calando sus huesos de nuevo. "Yo pienso que hace frío, en realidad. ¿No siente mis dedos helados?"

"Frío pero al menos no está lloviznando," continuó el señor Downing después de una breve pausa. Su frente se había alineado con desaprobación cuando ella había hecho mención a sus dedos, pero se había suavizado rápidamente cuando la conversación había vuelto a desviarse por el camino adecuado. "El sol es siempre una bendición."

"No hay sol," no pudo evitar señalar Grace. "Es más de medianoche."

"La luna y las estrellas también son bendiciones, aunque la noche pueda traer unas corrientes un poco impetuosas." Su voz se volvió contemplativa. "Nunca voy a ninguna parte sin una bufanda gruesa."

Ella se quedó mirando al señor Downing con incredulidad. Las conversaciones sobre el clima eran tan aburridas como había imaginado y el señor Downing, incluso más soso de lo que podía haber creído posible. Bueno, eso no significaba nada. Todo lo que necesitaba saber era si el señor Downing estaría dispuesto a acompañarle hasta el altar.

"¿Alguna vez ha—"

Pero ella ya estaba girando de nuevo hacia lord Carlisle.

"Todavía tienes los dedos fríos," dijo sin preámbulos. "No me gusta."

Su garganta emitió un sonido entre una risa y un grito. "¿Supongo que sabrás cómo calentármelos?"

Su sonrisa fue lenta y pecaminosa, y su mirada no se apartó de ella. "Soy un hombre de muchos talentos."

La pícara promesa en sus ojos envió un aleteo de calor directo a su vientre. Ella no debería estarle animando. Un coqueteo no podría conducirles a ninguna parte. Peor aún, cualquier atisbo de escándalo podría arruinar cualquier esperanza de encontrar un marido maleable. "El clima—"

"—es aburrido. ¿Te han gustado mis flores?"

"No."

Él se encogió de hombros. "Era de esperar."

Ella bajó la cabeza, y luego se obligó a mirarlo. "Me han encantado."

Esta vez, ella tuvo el placer de dejarle a él sin respuesta cuando la danza country le hizo girar de nuevo al señor Downing. Grace necesitó unos segundos para recordar la lista de preguntas en su mente antes de volver a esbozar una tranquila sonrisa.

"¿Viene de una familia numerosa, señor Downing?"

"No, solo somos Jane y yo."

Excelente. La escasez de parientes ayudaría a reducir los gastos, y una hermana significaba que no carecería de compañía. "¿Están disfrutando ambos de la temporada?"

"Jane y yo no somos aficionados a la bebida ni a los bailes, pero tratamos de salir de nuestras bibliotecas de vez en cuando."

No ser adicto a la bebida colocaba al señor Downing muy por encima de los demás. Grace había odiado el alcohol desde la muerte de su padre, pero la sangre de la alta sociedad parecía estar compuesta por vino de oporto y brandy. Si tuviera algún plan de quedarse después de la boda, el hecho de que a su esposo no le gustara bailar sería una total decepción. En su circunstancia actual, el señor Downing era un candidato maravilloso.

Pero la música le devolvió a lord Carlisle. Él la inmovilizó con su mirada.

"Tus sonrisas no llegan a tus ojos esta noche. ¿Sucede algo?" Las comisuras de sus labios se curvaron. "¿Además de mi falta de gracia social?"

Ella frunció el ceño. El hombre no debería ser capaz de leer tan bien su mente. Ella no podía contarle la verdad sobre su pretensión de huir después de casarse, así que solo le confesó una parte de ella. "Voy a volver a América en poco tiempo. Solo estaba pensando en el viaje a casa. Tres semanas en una pequeña cabina compartida en un barco de pasajeros."

Él hizo una mueca. "A mí no me molestan los espacios reducidos, pero navegar de ida y vuelta del continente casi me mata. Nunca voy a volver a cruzar ni siquiera un río en nada menos que un carro robusto sobre un bonito y sólido puente."

"¿Mareos?" Preguntó ella con simpatía.

Su estremecimiento no parecía fingido. "Hay mareos y mareos. Si fuera católico, hubiera recibido la extremaunción. Tuve menos miedo al fuego enemigo que a emprender el viaje de regreso a Inglaterra." Sus ojos eran cálidos pero serios. Él apretó su mano brevemente. "Conseguiste llegar hasta aquí. Podrás regresar a casa."

Grace pensó en esas largas semanas en el mar y sus hombros se relajaron. Él estaba en lo cierto. Ella se había puesto muy enferma, pero no hasta el punto de ser mortal. Una vez que tuviera el dinero de su dote en sus manos, no tendría ningún problema en volver de nuevo a su madre. Todo iría bien.

"Gracias." Sonrió. "Hablar contigo me ha hecho sentir mucho mejor."

Él habló en un tono altanero. "Un caballero no puede aceptar un agradecimiento simplemente por ser un caballero."

"¿Tú?" Bromeó. "¿Un caballero?"

Él movió sus cejas. "Desde luego que no tengo que serlo. Si la dama lo prefiere, con mucho gusto aceptaría tu gratitud en forma de un beso que me deje sin sentido."

Ella lo hubiera golpeado hasta dejarlo sin sentido si no hubieran estado en medio de la pista de baile. O tal vez lo habría besado. Si él no dejaba de incitarla para que cediera a esas pasiones violentas, ella no podría ser considerada responsable de sus actos. Sobre todo cuando él siempre parecía saber qué decir. Sus ojos se centraron en su boca. Él era un caballero. Si su situación hubiera sido diferente, a Grace le hubiera gustado mucho sentir esos sensuales labios contra los suyos...

Entonces, el señor Downing extendió el brazo hacia ella y lord Carlisle desapareció.

Sus ojos miraron hacia algún lugar por encima de su hombro. "Los pasteles de pepinos están divinos, ¿no le parece?"

Ella se estremeció. Pepino y pastel no pertenecían a la misma oración en su vocabulario. "Me temo que no he tenido oportunidad de probarlos."

"El jamón también está delicioso. Cortado en rodajas muy finas. Casi transparentes."

"Positivamente fantasmales," murmuró ella.

"El ponche estaba un poco caliente para mi gusto, sin embargo." Él frunció los labios. "Aunque supongo que siempre lo está."

Tan fascinante como estaba siendo la charla, Grace necesitaba centrarse en su entrevista. Llegados a este punto, estaba dispuesta a quedarse con el primer pretendiente elegible. Ella se acercó más al señor Downing. "¿Cree que su vida cambiaría considerablemente si se casara?"

Él miró sorprendido. "¿Cambiar cómo? Jamás me casaría con una mujer que tratase de perturbar mi soledad o mi agenda."

Grace asintió una vez más porque encontró su respuesta satisfactoria, no porque estuviera de acuerdo con él. Pero antes de que pudiera hacer otra pregunta para sondearle, él la hizo girar de nuevo en los brazos de lord Carlisle.

"No tengo por qué estar entre tus brazos," dijo entre dientes. "Este es un baile country, no un vals."

Él la atrajo hacia sí. "Y sin embargo, soy consciente de que tú tampoco estás haciendo nada para alejarte."

"Vaya." Ahí le había pillado. "¿Por qué estás buscando a Ravenwood?"

"¿Por qué tienes que pasar la noche en compañía de tantos imbéciles? Cada vez que me doy la vuelta, es una cabriola en el jardín por aquí, una danza country por allá."

"Estoy tratando de determinar si son imbéciles." Ella levantó la barbilla. Sin embargo, algo hacía que tuviera ganas de confiar en él. "Si quieres saberlo, estoy haciendo una criba de todos mis pretendientes potenciales."

"¿Oh? A mí no me has invitado al jardín, ni me has dado la oportunidad de que te pidiera un baile." La ferocidad de su ceño hizo que sus rodillas cedieran bajo su peso.

"Tú has dejado claro que no querías casarte." Ella arqueó las cejas. "Además, sé que no funcionaríamos como pareja. ¿Estás de acuerdo?"

Él le sostuvo la mirada.

Ella contuvo el aliento.

Y a continuación, el señor Downing volvió girando a su lado.

"Sin duda se siente el frío de enero," dijo, con la voz tan plácida como su expresión. "¿Le entusiasma la llegada de la temporada?"

Fue la primera pregunta personal que le había planteado. Tal vez por eso ella respondió de la manera más honesta posible. "No."

Él inclinó la cabeza. "A mí tampoco me entusiasma demasiado. Y le prometo que lo he intentado."

Ella se mordió el labio inferior. ¿Estaría también tratando de evaluarla como esposa potencial? "¿Qué otras aficiones tiene?"

"Leer sobre todo. No me gusta mucho pasear por los jardines porque las plantas me hacen estornudar." Él frunció el ceño. "¿Es usted un amante de las flores, señorita Halton?"

¡Estaba evaluándola como la posible futura señora Downing!

"No," mintió rápidamente. "Los libros son mucho más favorables. No... no se marchitan."

El señor Downing sonrió felizmente. "¿Qué autores está leyendo actualmente?"

Sus ojos se abrieron como platos, pero la música la salvó de tener que inventarse los nombres. En un abrir y cerrar de ojos, lord Carlisle estaba de vuelta.

"No," dijo él bruscamente.

Ella lo miró fijamente. "¿No qué?"

"No, no estoy de acuerdo con tu evaluación." Por el conjunto de su mandíbula, él estaba disgustado de haber tenido que mencionarlo. Pero ahora que lo había hecho, no había marcha atrás. "Por supuesto que funcionaríamos como pareja."

Grace se quedó sin aliento. ¡Sí! No. Eso es—

"Pero no puedo casarme contigo." Él apartó la mirada y puso una distancia más respetable entre ellos. "Lo siento."

"Yo tampoco puedo casarme contigo," dijo ella en un tono de voz demasiado alto, tratando de convencerles tanto a él como a sí misma. Su rechazo dolía. ¿A quién le importaba cuáles fueran sus razones? Ella también tenía las suyas propias. No había ningún motivo para sentirse decepcionada. Ninguna razón en absoluto para la sensación de vacío que se había instalado en su estómago, ni el impulso por acurrucarse de nuevo en sus brazos.

Oliver pronunció las siguientes palabras tan suavemente que ella casi no pudo escucharlas.

"Pero me hubiera gustado mucho."

Grace volvió al señor Downing antes de que pudiera hacer algo tan insensato como romper su tarjeta de baile con tal de pasar el resto de la noche con lord Carlisle. Enero o no, ella no tenía ninguna duda de que él se aseguraría de mantener cada parte de su cuerpo caliente mientras que paseaban por el jardín. Más importante aún, él parecía conectar con ella a un nivel mucho más profundo que el físico. Se preocupaba por ella.

El set de baile terminó sin que volviera a tener otra oportunidad de volver a los brazos de lord Carlisle. Podría haber corrido a su lado si la presencia del señor Downing no lo hubiera evitado. Totalmente caballeroso, no la abandonó hasta que el señor Leviston, el siguiente pretendiente en su tarjeta, vino a tomar su brazo.

Mientras se dirigían hacia el jardín, Grace intentó reunir en su mente todas las preguntas para su siguiente compañero de baile—de veras—pero en cambio, se encontró preguntando por el conde de Carlisle en su lugar.

La frente del señor Leviston se arrugó. "¿Carlisle? Manténgase alejada de él. Necesita algo mucho más cuantioso de lo que podría proporcionar un imperio de fábricas textiles. Oí que está buscando una heredera."

¿Lord Carlisle le había mentido? Ella se abrazó a sí misma. "¿Cómo lo sabe?"

"El pobre acaba de enterarse de que su padre se ha gastado la fortuna familiar en put—entretenimiento nocturno. Está a punto de perder la cabeza, como se suele decir. Ayer mismo, Carlisle vendió hasta el más escuálido de sus caballos y la mayoría de sus carruajes. Quería poner mis manos sobre sus rucios, pero algún canalla se me adelantó."

Grace no pudo ocultar su sorpresa. Su alivio por no haber sido engañada palideció al lado del horror que sintió al enterarse de que el señor Carlisle se encontraba sin dinero porque su padre había echado a perder su futuro en putas. Y sin embargo, el señor Carlisle no se quejaba. En cambio, había notado su infelicidad, independientemente de que ella hubiera estado demasiado atrapada en sí misma para notar la suya.

A pesar de estar tan desesperado como para vender sus posesiones restantes a desconocidos que, obviamente, chismorrearían al respecto, todavía le importaba más su bienestar que sus propias preocupaciones.

Grace tragó saliva. Deseaba poder casarse con él. Pero si había tenido que recurrir a la venta de sus caballos, necesitaba mucho más dinero que el que su dote podría proporcionar. Incluso si ella estuviera en la posición de poder entregárselo todo, mil libras no serían suficiente en absoluto para salvaguardar la estabilidad de un condado.

"¿Qué va a hacer?"

"White ya ha hecho su apuesta. Lo más inteligente sería deshacerse del príncipe Negro, pero alguien tendría que arrebatar ese retrato de las frías manos muertas de Carlisle."

"¿Príncipe... Negro?"

"Cierto. Americana." El señor Leviston se dio unos golpecitos en la barbilla mientras que consideraba su explicación. "El príncipe Negro es conocido más por derecho como Edward de Woodstock, el príncipe de Gales, duque de Cornwall y príncipe de Aquitania. El rey Edward III lo convirtió en el primer duque en Inglaterra, hace casi quinientos años."

"¿Qué tiene que ver eso con lord Carlisle?"

"Son primos. O al menos eso dice la historia. Su padre—el viejo de Carlisle—solía arrastrar a cada persona que cruzaba el umbral de su puerta hasta el Salón de los Retratos de la familia. Tenía al príncipe Negro colgando justo donde debería estar el rostro de su hijo. Era la única pintura en toda la galería enmarcada en oro, aunque eso fuera lo de menos realmente. Un lienzo así sería incalculablemente valioso en sí mismo."

Ella retrocedió ante la injusticia. "¿Por qué el señor Carlisle no querría deshacerse de eso en primer lugar? Es algo horrible. No puedo imaginarme lo que tiene que ser aferrarse a una cosa así."

"Entonces es que no eres tan sentimental como Carlisle. Su tierra está comprometida y su pintura también." Cuando ella lo miró anonadada, el señor Leviston negó con la cabeza. "Americana, cierto. Comprometida significa que legalmente no puede deshacerse de su tierra, porque pertenece al título, no a la persona. Carlisle no vendería ese retrato. Está colgado en la galería familiar desde antes de que la pintura se secara. Confía en mí, he oído la misma historia en boca del padre de Carlisle mil veces. No se puede culpar al príncipe Negro. No es su culpa que el viejo de Carlisle fuera un padre terrible."

"Me alegro de que esté muerto," espetó ella. "Que se vaya con su príncipe Negro si tanto lo quería."

"Familia," dijo el señor Leviston encogiéndose de hombros. "No puedes elegirla."

Totalmente cierto. Los hombros de Grace se hundieron. Ella ni siquiera podía escoger al marido que quería.