LAS SUSPICACIAS DE LA JARKA

Cuanto con mayor proximidad se percibe la complicada urdimbre del problema marroquí, atraen más y preocupan más hondamente las dificultades de esta empresa. Como la historia es tan inconstante en sus juicios, yo me abstengo, por ahora, de la audacia con que muchos se aventuran a afirmar el error o el acierto con que hemos sido conducidos a estas montañas. Las vagas y solemnes apelaciones al destino de nuestra raza, el famoso y asendereado testamento de Isabel la Católica, la teoría con que todo ello ha tratado de modernizarse, de que la posesión de las costas fronteras a la nuestra constituiría una amenaza de la independencia nacional, son argumentos de viejo estilo académico, que el pueblo, con su fino instinto un tanto subconsciente, como las antenas de una hormiga, no puede compartir. Quédese todo ello para los que han tomado sobre sus hombros la responsabilidad de encauzar el curso histórico de España hacia los acantilados de Guelaya, imponiendo a la vieja nación, decepcionada ya de los laureles y cansada de aventuras, una de las misiones guerreras más difíciles y, sin embargo, de menos lucimiento que existen en el orbe. Estas kabilas, de independencia jamás dominada, constituyen uno de los más duros enemigos con que pueda chocar ejército moderno. Y, sin embargo, la victoria sobre ellas no aumentará un ápice nuestro prestigio en Europa, y, por el contrario, los reveses serán acogidos con asombrado gesto, que dejará mal parada la eficiencia española. Para el público internacional tenemos frente a las líneas de fuego unas tribus bárbaras.

Ciertamente, sin excluir la acerba crítica que nuestros deberes nos han obligado a formular, ni buscar disculpas de las enormes responsabilidades en el inaudito fracaso de Annual, sería perder el fiel equitativo de la balanza desconocer que el esfuerzo que los soldados españoles han de realizar es grande y rudo. El Rif es la mayor dificultad de todo Marruecos. La orografía de estos picachos, casi inaccesibles a la táctica de un ejército regular, ofrece, por el contrario, los más invulnerables parapetos y una estrategia escrita sobre las piedras para sus toscos habitantes. Ellos solamente, sin convoyes ni otra impedimenta que unos mendrugos en la bolsa de cuero junto a las municiones y el Korán, pueden ocupar, en una rápida ofensiva que se dispersa y desaparece, cuando nuestra reacción pudiese llegarles, esas posiciones dominantes. Yo he visto el caso de que unas docenas de moros, situados en esa ventajosa manera, haya causado numerosas bajas, y ha sido necesario que nuestros soldados, sin otro parapeto que sus pechos, irrumpiesen sobre ellos con la bayoneta calada para desalojar al grupo de enemigos.

Esta y las dificultades inherentes a la falta de agua son las características de la lucha emprendida. Si se hiciese una estadística proporcional nos asustarían los litros de sangre que ha costado cada cuba de agua en los diarios convoyes de aprovisionamiento desde el año 1893.

El convoy es el diario punto vulnerable que nuestra obligada táctica ofrece a los moros. Conocen el imperioso camino que ha de seguir y la hilera de carros y mulos que excita sus ansias de botín, que es todo visualidad, les facilita la preparación de sus golpes de mano, que son invisibles y poco fáciles de prevenir.

El campo moro es por completo opaco y misterioso para nosotros. Los servicios de información, aunque fuertemente dotados, dan un rendimiento en que sería aventurado para el mando fundar sus decisiones. Sólo pueden compensar las enormes ventajas que todo ese conjunto de circunstancias ofrece a los rifeños el uso de los medios modernos de combate.

Según nuestra impresión, el avance que toda España está esperando se retardará unos días por no haberse completado aquéllos. Hemos venido a presenciarlo, deseosos de borrar en nuestra memoria los tristes hechos del derrumbamiento de la Comandancia general de Melilla con los actos alentadores y viriles que de nuestros soldados aguardamos.

La situación de la jarka que dirige Abd-el-Krim no es fácil de precisar. El campo moro está silencioso y no es posible procurarse un contacto más o menos directo con aquel jefe. La psicología mora tiene singulares facetas. Es el rifeño pueril en muchas cosas, pero fuertemente suspicaz. Algo así como un niño malicioso. Por desconocer estos caracteres ha fracasado la buena intención con que ha ido a Alhucemas el ingeniero Sr. Montes.

Las jarkas, que se forman en derredor de un caudillo, suele estar compuestas por un grupo inicial de parientes leales hasta la muerte. Rodeando este centro se van incorporando capas menos adheridas al jefe, de sus hermanos de kabila y las "idalas" —grupos pertrechados de munición y alimento— con que las demás contribuyen a engrosar la falange. Los movimientos de adhesión y deserción son continuos y obedecen a numerosas causas que van haciendo cundir el desaliento. Uno de los principales motivos de desunión es el recelo con que estos rifeños infidentes suscitan unos entre otros. Generalmente se empieza a murmurar que el jefe de la jarka está en comunicación con los españoles, y aun que tiene tratada la paz en esta o la otra suma de miles de duros. Las "idalas" empiezan a desaparecer, y hasta el núcleo más inmediato experimenta desaliento.

Por eso han fracasado los intentos de comunicar con Abd-el-Krim. Sabemos de alguno en que se le ha remitido con un moro una carta. Se trataba de persona que ha mantenido en otro tiempo fraternal amistad con el jefe beniurriaguel. Este no ha consentido en rasgar el sobre. Ha reunido una especie de Consejo que para atajar suspicacias le rodea y en su presencia ha roto la carta sin leerla y ha hecho decapitar al emisario.

Nuestra opinión por ahora es que Abd-el-Krim no leerá más epístolas que las que vayan envueltas en una bala, como aquella que el Provincial jerónimo recibió de Donjuán Tenorio.