II ABARRÁN E IGUERIBEN
El segundo sobresalto que alteró la indiferencia en que vivía fue la ocupación e inmediata pérdida del monte Abarrán. A las nueve de la mañana del día i° de junio entraban nuestras tropas en esa posición. A las dos de la tarde estaba pérdida. Las dos compañías de Regulares que, al mando del capitán Salafranca, componían la fuerza con la barca amiga de Texaman, estaban de acuerdo con los enemigos. Por lo menos se aseguraba que la barca tenía convenida la traición. Los Regulares acaso no hicieron más que dejarse llevar, al comprender que estaban perdidos, si se resistían. El capitán Salafranca murió escribiendo una carta en que serenamente se despedía de los suyos. Una batería de montaña que mandaba el teniente Flomesta, cayó en poder de los moros.
Este triunfo produjo un efecto enorme en el campo enemigo. Era la primera vez que conseguía un resultado completamente victorioso. El botín les enloqueció de entusiasmo. Sobre todo, la posesión de los cañones.
No obstante, permanecieron en una relativa tranquilidad hasta que comenzó el ataque moro a Igueriben. Sólo se sufrían algunos paqueos nocturnos. También se divisaban en las montañas que cierran el paso de Alhucemas numerosas hogueras.
Sin embargo, a nada de esto se concedió importancia. Circulaban rumores entre los soldados en que se anunciaban los ataques que proyectaba Abd-el-Krim. Pero se burlaban de ellos como de bravatas y fanfarronadas. A lo de Abarrán no se le otorgó en el campamento mayor trascendencia, porque, en realidad, fue un éxito de la traición y no de la lucha. Después de retirarse la columna que conquistara la posición, los harqueños traidores se limitaron a matar a los escasos soldados y oficiales europeos que allí quedaban, y los urriaguel entraron sin disparar un tiro.
En medio de esta calma de la vida en Annual, se empezaron a sentir los primeros relámpagos de la tormenta.
El día 17 de julio se sabe que los rifeños habían atacado Igueriben la tarde anterior, a las cuatro. Del campo moro llegan noticias de que han conminado a la guarnición de Igueriben, dándole ocho días de plazo para entregarse. De lo contrario, la expugnarían por la fuerza, adueñándose de ella, como habían logrado con la de Abarrán. La guarnición seguía riéndose de los que suponían gallardías morunas, mientras contemplaba los preparativos de un convoy de víveres y municiones que sale para Igueriben.
Parte el convoy y, al salir de las alambradas los soldados, despiden sus compañeros con alguna emoción, deseándoles buena suerte. Pero no les ha acompañado el fraternal deseo. La mitad, por lo menos, del convoy se ha quedado en el camino, cayendo en poder de los moros, que lo acechaban muy bien parapetados, cortando el acceso a Igueriben. Los que lograron atravesar la trocha y entrar en la posición, tuvieron que quedarse en ella, porque el regreso lo hacía imposible el enemigo. Sólo se salvaron cuatro cubas de agua, cantidad homeopática para los trescientos hombres que guarnecían Igueriben, y de pertrechos de guerra no llegaron más que unas cuantas cajas de cartuchos y granadas para la artillería; pero sin espoletas, y sabido es que sin ellas no se produce la explosión y sus efectos son muy escasos. Doce hombres y los mulos de que eran conductores fueron apresados por los moros.
Desde Annual se oía el intenso cañoneo y fuego de fusilería, revelador de la tenaz defensa de los soldados de Igueriben, rodeados por completo de gran número de asaltantes.