EL ARMAMENTO ENEMIGO

ARBAIA, YAMSAIA, BU SCRUM

Una de las primeras zozobras que asaltan al examinar los problemas relativos a nuestra acción guerrera en Marruecos es el de pensar cómo puede un adversario que se encuentra aislado de todo contacto directo con Europa proveerse de armas modernas y de municiones abundantes. La jarka de los beniurriaguel, cuando dio su primer zarpazo en el monte Abarrán, tenía ya perfectamente equipados a sus hombres.

Desde hacía algún tiempo se advirtió que el campo moro poseía en abundancia fusiles Lebel, antes muy raros y escasos entre las kabilas del Rif. El menos experto nota al oír los disparos la clase de arma que los ha producido. La bala del fusil Lebel es como un grito en el aire que huye velocísimo y que crispa los nervios con su aullido silbante. El máuser produce un ruido más blando, algo así como el sonido "chaff" prolongado, cual si se desgarrase un trozo de seda. El Remington, aunque con una detonación menos caracterizada, se distingue por la lentitud del tiro, puesto que no carga más que un solo cartucho. De suerte que cada arma tiene su voz y su expresión y puede juzgarse fácilmente cuáles son las que emplean los enemigos ocultos detrás de las chumberas y parapetos naturales del terreno, pues es de advertir que los moros se fían más de la resistencia de éstos que de la blandura de aquéllas.

Y llega el momento de descifrar las palabras con que iniciamos este artículo. Llaman los moros Arbaia, que significa cuatro tiros, al fusil Lebel; Yamsaia, o sea cinco tiros, al Mauser, y Bu Scrum, al Remington.

Hagámonos la pregunta que constituía nuestra inicial curiosidad. ¿Cómo se aprovisionan los moros de estas armas? Sólo pueden lograrlo, claro es, por medios artificiosos. A lo largo de estas guerras que hemos sostenido desde el año 1909 no ha sido escaso contingente de ellas el que les han proporcionado los golpes de mano audaces y el despojo de soldados heridos o muertos.

En esta época, y aun en 1911, había aún muchos moros armados con la pintoresca espingarda, y muchos más que carecían de todo medio de hacer fuego, y que en la retaguardia de los tiradores, con porras y hondas, iban sólo a la husma del botín, a conquistar el más preciado para ellos, que es un fusil.

El capitalismo europeo no tiene entrañas. Ante las codicias de un negociante pueden poco los intereses de la civilización que Europa quiere llevar a aquellas tierras. Frente a las incitaciones del lucro todos esos altos intereses morales suenan a monserga, y es, por lo tanto, evidente, y además sabido, que con más o menos importancia se han hecho, tanto en perjuicio de nuestra zona de protectorado como de la francesa, alijos fraudulentos de armas. ¿Quién puede impedir a una lancha motora cargar en alta mar la peligrosa mercancía, tocar en las solitarias costas africanas y continuar su derrota?

Sólo podría remediarlo en gran parte una estrecha vigilancia, que hoy en absoluto existe.

Pero ha habido otro conducto, perfectamente legal y conocido, que ha puesto a los indígenas en posesión de numerosas armas. Muchas veces éstas, en la llamada acción política, han sido el precio de la sumisión de una kabila, a pretexto de que su amistad con los españoles les obligaba a poseer medios de defensa para repeler los ataques de las kabilas vecinas.

Muchos moros se alistan en la Policía indígena para salir corriendo con el arma que se les entregaba, y ahora, al desertar en masa todas esas fuerzas, se han encontrado con su armamento completo y moderno.

Recientemente han descubierto las autoridades francesas un escandaloso contrabando, que se ha practicado en perjuicio de ambas zonas. Ninguna culpa tienen esas autoridades, y sera siempre indiscreto y poco justo cuanto en este sentido pueda murmurarse y que tienda a empañar la leal amistad con Francia. En todas partes puede haber un funcionario infiel. Así ha ocurrido con el que hasta hace poco era jefe del Parque de Aprovisionamiento de la zona oriental del Protectorado francés, capitán Moiran. Este individuo, arrastrado a los pingües negocios del contrabando por sus enormes gastos, ha facilitado la entrada de armas y municiones. De acuerdo con un suboficial moro, llamado El-Habib, de la guarnición de Mat-Mata, puesto situado en la línea de protección de Tazza-Fez, se ha realizado durante bastante tiempo la entrada de armas. Muchas vidas francesas y españolas ha costado y costará el criminal comercio de quien ha dejado superar en su alma la codicia a los sentimientos del deber, de patria y aun de raza. Descubierto el delito, creo que en el mes de marzo, fue el capitán degradado y sujeto a expediente, cuyo resultado desconozco [3] .

He aquí, pues, una explicación lógica, y no como las que echan a volar los mal enterados, de la profusión de fusiles Lebel.

Ahora, después del desastre de Annual, el botín de guerra de las kabilas que estaban al paso de las columnas desbandadas ha sido enorme. Se han quedado en realidad con todo, absolutamente con todo, el material de guerra de que disponía la Comandancia general de Melilla, o sea unas nueve baterías del 75, el grupo ligero del mismo calibre, más nueve baterías de tiro acelerado Krupp y Saint Chamond, alrededor de cincuenta ametralladoras, grandísima cantidad de Mausers y municiones para todos ese armamento.

Un dato en que, aplicando las leyes de la oferta y la demanda, puede darnos idea del municionamiento que hoy tienen es el de que antes del desastre se cotizaba un cartucho Mauser en la kabila de los beniurriaguel a veinticinco céntimos, y después de la catástrofe se adquirirían a cinco céntimos. Mucho más baratos que en ninguna fábrica.

Si nuestra acción en Marruecos no ha de estar expuesta siempre a irremediable inconsistencia, no será posible que volvamos a dar por seguro y conquistado el terreno que ocupen las kabilas que dicen "estar amigas"; pero que permanecen a retaguardia perfectamente armadas, con su fusil colgado dentro de la jaima, como una amenaza para nosotros y para ellos una esperanza de sus instintos de rapiña y de sangre.

La primera labor después de cada avance debe consistir en desarmar al enemigo y no creer, más que después de hacerlo, en su renovada sumisión, aunque la adornen, como suelen, con sus rendidas y corteses zalemas y con su inevitable carnero degollado. Sin desdeñar este pacífico rumiante se debe conseguir que los kabileños no tengan ni el Arbaia, ni el Yamasia, ni el Bu Scrum.

16 de agosto.