LA DEFENSA DE NADOR

El aspecto de Melilla es cada día más normal. El gran número de soldados, jefes y oficiales y el personal civil que va detrás de un ejército dan a la ciudad creciente animación. Los cafés están llenos y es difícil encontrar un asiento, y obra de paciencia lograr que un mozo sirva un refresco.

Esta mañana, en vuelo directo desde Tetuán, ha llegado, sin accidente alguno, una escuadrilla de cinco aviones. El verlos evolucionar sobre la plaza en diestros y gentilísimos giros inspira esperanzas al pensar en que, si no con la rapidez deseable, van congregándose elementos de acción y de defensa para auxiliar a nuestros soldados. Al atardecer, hora en que decrece el rigor de esta temperatura, facilitando el buen funcionamiento de los motores, volverán a volar sobre el campo enemigo e intentarán hacer llegar a la posición de Monte Arruit víveres y municiones, arrojando éstas por medio de pequeños paracaídas que se han construido con tal finalidad.

VISIÓN TRÁGICA

Estos valientes exploradores del aire han inspeccionado desde sus aparatos la comarca trágica por la cual se desbordó la retirada en desorden, que fue consecuencia de la derrota de Annual, y causa también, como ya hemos explicado, del levantamiento de las kabilas antes sometidas, y que fueron, más que la jarka de Abd-el-Krim, las que hostilizaron e hicieron sangrienta.

Desde el aeroplano han visto escritas, en el trozo de carretera de Annual a Zeluán, las huellas de la tragedia. Grupos de cadáveres, caballerías muertas, camiones abandonados, de los que los moros no se saben servir.

Con ansiedad preguntamos a nuestro informador:

—¿Y los cañones, estaban también abandonados?

—No; cañones no se ven en la carretera.

En ella, sobre la blanca cinta que desde el aeroplano se divisa, permanecen en inmovilidad terrible, paralizados por la actitud en que les sorprendió la muerte, hombres, caballerías y máquinas.

RELATO DEL CABO LOZANO

Anoche llegó a Melilla un cabo de la Guardia civil, de los que, al mando del gobernador militar de Nador, vienen defendiendo con tenacidad su puesto en la fábrica de harinas, protegiendo también las vidas de algunos paisanos allí acogidos. Aunque el telégrafo transmitirá hoy la mayor parte de las noticias que el cabo Lozano ha referido, he creído interesante visitarle y oír de sus propios labios el relato de tan desesperada defensa.

Fui al cuartel de la Guardia civil, donde muy amablemente me facilitaron mi cometido. Pasé a una habitación, donde se encontraba tendido en un colchón. Su aspecto demacrado bien expresaba las supremas fatigas que había soportado. Las familias de algunos de los que aún permanecían en Nador defendiéndose le rodeaban, haciéndole preguntas, y en algunas mujeres brotaban las lágrimas al conocer las penalidades que aún sufrían aquellos veteranos.

¡Bien se están portando! El uniforme de la Guardia civil tiene con estos hechos justos títulos de orgullo. Su experto valor se ha ilustrado con un hecho glorioso.

El cabo Lozano nos dijo:

—El día 24, al ver la efervescencia de las kabilas, como medida de prudencia se hizo que el paisanaje de Nador se retirase a Melilla. Todo el pueblo, que era ya muy numeroso, emprendió el precipitado viaje, llevándose lo que pudieron. Ya era tiempo, porque algunos vecinos que se rezagaron no pudieron salir y son parte de los que se refugiaron en la iglesia, donde se resguardó un núcleo de oficiales y soldados, y en la fábrica de harinas, que es donde nos estamos defendiendo nosotros aún.

Los moros cometieron algunas violencias. Delante de la fábrica vimos dar muerte a uno. Sin embargo, después de apoderarse de la iglesia, en la que no pudieron resistir más las fuerzas que la ocupaban, las han hecho prisioneras, manteniéndolas encerradas en el mismo local, después de quitarles las armas y les dan buen trato.

Nosotros teníamos agua dentro del recinto, y gracias a eso y a la harina de cebada que allí había en abundancia, ciento sesenta hemos logrado vivir. Hacíamos una especie de gachas y unas tortas que yo hasta el tercer día de hambre no pude tragar.

Los moros nos atacaban con toda clase de medios. En cuanto alguien intentaba asomarse a una ventana soltaban una descarga. Nosotros hacíamos agujeros en las paredes y por allí, sin sacar el fusil fuera de la pared, tirábamos, de manera que nos hacíamos respetar, pues como no veían el fusil comprendieron que aquellas paredes echaban lumbre.

Pero, por desgracia, aquellos agujeros empezaron a ser más grandes de lo que nos convenía, porque los moros consiguieron poner en algunos cartuchos de dinamita y las explosiones derrumbaron varios grandes pedazos de pared.

También nos han arrojado bombas de mano y hasta han emplazado un cañón en la esquina de la calle, con el cual nos han disparado dos cañonazos, haciéndonos con uno de ellos una gran brecha. Tenían prisionero a un cabo de Artillería y le obligaron a disparar el cañón apuntándole con sus fusiles, para matarle si no obedecía. No han vuelto a dispararlo. Sin duda, el cabo, al ver el efecto del segundo tiro, se negó a seguir disparando, aunque lo matasen. No lo sabemos de cierto; pero es la única explicación de que el cañón enmudeciese.

—¿Y como ha logrado llegar a Melilla? —le preguntamos.

—Verá usted. Nosotros tenemos en la fábrica como rehén a un moro, y valiéndonos de ello, hemos parlamentado. Yo he salido sin armas del cuartel. Un pariente del rehén, llamado Amandi, que es, por cierto, hijo de aquel moro a quien hace muchos años un penado del batallón disciplinario cortó las orejas, y otro a quien no conozco, se hicieron cargo de mí.

Me llevaron a presencia de los jefes de las kabilas allí reunidos, que son más de treinta. El contingente moro pasa de dos mil rifeños, y en la estación del ferrocarril tienen una batería de montaña. Estos jefes decidieron que, escoltándome esos dos moros, fuésemos hasta la tercera caseta, donde querían fuese una lancha para transportarnos, temerosos de que al ir por carretera nos disparasen las avanzadas.

Yo, mientras pasábamos por la kabila de Mizzian, iba con el ojo alerta, y al paisano que conmigo iba también le dije que al menor movimiento sospechoso nos arrojaríamos uno sobre cada moro para quitarles las armas. No fue preciso, pues cumplieron bien.

Como no había lancha alguna seguimos por la carretera, llevando yo en un palo una bandera blanca y llamando la atención para que los centinelas no nos abrasasen. Por fortuna, entramos en nuestras líneas sin accidente.

Estos hechos de Nador revelan la eficiencia que un grupo de soldados, bien dispuestos a resistir, pude alcanzar cuando están animados de una alta moral y disciplina. Deseamos con viva emoción que pueda salvarse el bravo destacamento mandado por el gobernador militar de Nador, Sr. Prado, y que puedan reintegrarse a sus familias, sujetas hoy a la mayor tortura que imaginarse pueda al saber el peligro que hora a hora les acecha y conocer las privaciones que les atormentan.

LA LEGIÓN EXTRANJERA

He visitado esta mañana también el cuartel de San Fernando, en que se alojan los legionarios, de los cuales hay en Melilla dos banderas. El jefe de estos aguerridos y pintorescos soldados es el teniente coronel Millán Astray. He hablado con muchos de ellos y tengo notas para que nuestros lectores conozcan las vidas aventureras de estos hombres, dispuestos en todo momento a jugarse la vida. Hoy la hora implacable del correo no me da lugar a desarrollarlas; pero quiero dedicar unas líneas de justa admiración al cultísimo jefe, lleno de ardimiento, que ha sabido crear y disciplinar estas fuerzas y hacer de ellas uno de los elementos más eficaces de que en Marruecos se dispone en estos momentos.

Con amable acogimiento nos explica, en palabras llenas de fuego y expresión, lo que son los legionarios.

Sabe tratarlos como un padre, como un amigo, y cuando es necesario como un jefe. El hacerse estimar y querer es la primera cualidad del mando, a cuya severa austeridad no dañan los ademanes cordiales. Todos, esa serie compleja de hombres de aventura y ánimo esforzado, le respetan; pero además ha sabido crear un hilo afectuoso que le permite arrastrar adonde él quiera a aquellos corazones que, en medio de asperezas de hombres arrojados, tienen mucho de infantiles.

Hace unos días pidió entre ellos ocho voluntarios para realizar una hazaña en la que casi seguramente morirían todos. Los sesenta que en aquel momento había allí se ofrecieron decididos.

UNA MANIOBRA

Esta tarde se realiza entre Melilla y la segunda caseta una maniobra, destinada a experimentar a las tropas para el caso de una alarma o un súbito ataque. Cada cual conocerá así el sitio adonde tenga que acudir, evitándose confusiones que en esos instantes suelen producir efectos lamentables.

LA CENSURA

Escribo estas notas bajo la pesadumbre de la remota censura, que La Libertad hoy llegada aquí me muestra la saña con que se ceba en mis artículos. Por lo visto, no sólo intenta suprimir, sino evitar que el escritor pueda quedar sincerado ante su público, para que éste sepa que no le dejan hablar.

Mi primera crónica, en que me limitaba, al llegar aquí, a transcribir casi literalmente las nobles y sinceras palabras del alto comisario y a relatar la versión que creía más exacta del desastre en que perdió la vida el general Silvestre, no pudo ser publicada. Las demás han sido cortadas, haciéndolas perder su conexión lógica y sin que sea justificable por las noticias, muchas ya conocidas, aunque con menor detalle, que transmitía. Parece presidir a esa acción de censura un propósito de molestia a nuestro periódico o a mí personalmente, acaso porque mi buena fe y mi bien intencionada sinceridad inspira recelos al criterio de rábula de mis censores.

¡Pobre patria! Entre los que hacemos el sacrificio de acercarnos a sus llagas para procurar curarlas, llenos de honrado amor a su porvenir, sin interés ni ambición alguna, se interponen los buitres del silencio, los mantenedores de la mentira nacional. Que esta explicación sirva al menos para que mis lectores sepan que procuramos contarles cuanto nos deja, y que para ello no omitimos sacrificios. Llegará la hora de la verdad, que hace temblar a los sustentadores de un sistema político que es una fábrica de fracasos, y entonces se me oirá sin las agresiones del lápiz rojo.

Melilla, 2 de agosto.