PRÓLOGO [1]

Transcurría la última decena del mes de julio del pasado año. Ningún indicio exterior revelaba inquietudes ni preocupaciones en la opinión pública. El asunto de Marruecos era para la atención general como una vieja incomodidad en la que nadie pensaba. Dominaba sólo en Madrid por aquellos días el trajín de los viajes veraniegos, en que el hombre laborioso busca un necesario descanso, o en que una multitud frivola hace cambiar de postura a su ociosidad en las playas concurridas.

Esta tranquilidad, esta inconsciencia, se vio súbitamente turbada por noticias gravísimas, que anunciaban un fuerte descalabro sufrido por nuestras tropas de la zona de Melilla. El rumor era inicialmente impreciso, vago, pero portador de una densa obscuridad, como esas nubes plomizas que amenazan con el pedrisco. Poco a poco aquella impresión se fue poblando de detalles trágicos, y el contorno de la desdicha fué apareciendo ante el público con terrible diafanidad.

Uno de los fenómenos colectivos más digno de ser examinado, y que tiene en este prólogo su oportunidad, es el de la total sorpresa a que antes aludía, con que la catástrofe llegó a sacudir fuertemente los adormecidos nervios de la opinión. Esta inveterada inclinación al sueño, tan dañoso porque no previene, y al no constituirse en acicate de lo Gobiernos invítales también a la negligencia y al abandono, ¿es natural en ella o provocada por el régimen en que vivimos? Sin negar una parte de culpa en ese abandono a nuestra idiosincrasia meridional, ella no sería bastante a producir tan lamentables efectos sin el error arcaico en nuestros gobernantes de considerar como principal remedio el uso y el abuso de la morfina. Podríamos decir que los Gabinetes que se suceden en la dirección de la política y de nuestra vida nacional son empecatados morfinómanos. Consideran de buena fe, como excelente norma de disciplina social, el aislar al público de la exacta visión de sus problemas y de la completa gravedad de los sucesos desgraciados. Y como el primer factor para que exista una opinión española es que se encuentre asistida de informaciones verídicas, no es de extrañar la provocada inconsciencia en que los más fuertes y terribles acaecimientos sorprenden a aquella.

Si la Prensa, acaso cumpliendo altos deberes, previene los peligros, no faltan agrios patrioteros que la califiquen de alarmista. Yo escribo el viernes 5 de noviembre de 1920 el artículo inicial de La Libertad, no firmado en que se denunciaba la escasez y deficiencia del material de guerra de nuestro ejercito marroquí y se hacían prevenciones sobre su posible ineficacia. De ese trabajo periodístico copio el siguiente párrafo:

En el presupuesto de Guerra hace el contribuyente sobrados sacrificios para exigir que nuestra acción en Marruecos esté acompañada de cuantos medios sean convenientes. Por eso vemos con dolor y consignamos con tristeza, interpretando el sentir general, las manifestaciones que autorizados técnicos, juntamente con los informadores periodísticos que han asistido a las últimas operaciones formulan sobre la evidente carencia del material de guerra adecuado. Ni tanques de ataque, ni artillería moderna y abundante, ni aeroplanos, arma de un valor estratégico en esta clase de combates, tienen nuestros soldados de Africa con la profusión necesaria para multiplicar su acción y ahorrar el sacrificio de su sangre. Este género de negligencia, en el que se cuenta sólo con el heroísmo de los oficiales y soldados, será muy de la vieja sentimentalidad bárbara, que igualaba a los combatientes en un juicio de Dios o en una lucha caballeresca por la dama o el honor; pero nuestros soldados tienen derecho a no estar expuestos a un cuerpo a cuerpo con un montañés de Xauen. La superioridad de pertenecer a una nación civilizada, que tiene a su servicio a la ciencia y a la técnica modernas, se ha de percibir en el conjunto como en los detalles, y será enorme la responsabilidad de nuestros generales o del Gobierno, llamados a ponderar sus fuerzas, si se sacan las tropas desguarnecidas de cuantos medios sean precisos para el triunfo, sin quebrantos ni mortales angustias, como tiene derecho y posibilidad de obtenerlos España frente a unas tribus belicosas.

Pocos días antes del desastre, el día 15 de julio, el competente escritor Maximiliano Miñón, en artículo dedicado a las Juntas militares, escribía este párrafo, que era la profecía del derrumbamiento, en que anticipadamente se empleaba esta palabra, que ha sido luego la más sintética expresión del desastre:

¡Que desdicha y que peligrosa situación!... Un Estado sostenido por un Ejército así, es, valga lo manoseado de la comparación en gracia a la exactitud, como una pirámide sostenida por el vértice. Así vivimos como de milagro, en continuo sobresalto, esperando y temiendo a cada hora el tremendo derrumbamiento.

Pero estos aldabonazos con que algunas personas enteradas del problema pueden haber tratado de prevenir a la opinión, tenían forzosamente que ser ineficaces. El Gobierno se encargaba de mantener aislada la zona de nuestro protectorado del ambiente nacional, conservando allí esa morbosa indolencia que con tanta sangre hemos pagado. Un hecho tan grave como el de la pérdida del monte Abarán, resultado de una violenta efervescencia en la hostilidad de los beniurriaguel vemos como se disfrazaba de suceso mínimo e intrascendente en el parte oficial que a continuación copiamos:

El general segundo jefe de la Comandancia general del Melilla comunica a este ministerio, a las doce del día 5, que el general Silvestre ha marchado en el cañonero Laya, a conferenciar con el alto comisario frente a Sidi-Dris; aquel se encuentra a bordo del Princesa de Asturias.

En la madrugada de día 1, y más bien como cooperación de policía, se ocupó por el comandante Villar el monte Abarán, fuerte estribación de la cordillera de Miletes, de unos 500 metros de cota, y alejado de Buymilián unos seis kilómetros en línea recta y 15 de malísimo camino de montaña.

Guarnecida la posición y emprendida por la columna la retirada, el comandante general regresó a la plaza desde Annual. A su llegada, recibió noticias de que la nueva posición había sido atacada, y volvió a salir aquella misma noche para Annual.

No se pueden precisar aún las causas de la defección de la jarka amiga, motivando este hecho tan inesperado la muerte de los capitanes Huelva y Salafranca, de Policía y Regulares, respectivamente; tenientes Camino y Reyes, de Regulares, y el alférez Fernández, de la Policía indígena, y Flomesta, de Artillería. El resto de la tropa europea, en muy escaso número, se incorporó a la posición próxima, sin más que nueve soldados heridos leves y tres graves peninsulares.

A continuación, el enemigo atacó Sidi-Dris, en el que fue duramente castigado, retirándose después de veintiséis horas de fuego, sufriendo más de un centenar de bajas.

Por nuestra parte sólo tuvimos: heridos leves, el comandante D. Julio Benítez, de Ceriñola, y teniente de Artillería Galán, encontrándose ambos en buen estado; y de tropa, un soldado de Intendencia grave y siete de Infantería y Artillería leves.

Después de la retirada del enemigo no ha ocurrido novedad.

El día 9 de junio se publicaba también la noticia de haberse tomado la posición de Igueriben de la siguiente manera que reproducimos, por ser característica del procedimiento que llamamos morfinómano.

Melilla, 8. En la madrugada de ayer, una columna, compuesta por fuerzas europeas e indígenas, mandadas por el general barón de Casa-Davalillos, avanza por el territorio de la kabila Beni-Uliches, siendo hostilizada por pequeños grupos de rebeldes diseminados, resultando herido un soldado indígena.

La nueva posición, llamada de Kudia Sucriben, quedó fortificada a mediodía y guarnecida por dos compañías de Ceriñola, una compañía de ametralladoras, una batería y algunas fuerzas indígenas.

El general Silvestre la visitó de madrugada, regresando al obscurecer a Melilla.

Procedente de la playa de Sidi Dris ha llegado el cañonero Lauría, quedando allí el Bonifaz y el Laya.

Algunos prestigiosos jefes indígenas, entre ellos Abd-el-Kader, han reiterado su adhesión a España, ofreciéndose a pelear a su lado.

El general Silvestre se propone castigar severamente a los atacantes de la posición Abarán.

Se sabe que algunos jefes de la kabila Tensamán fueron heridos por los rebeldes por negarse a combatir contra los españoles.

Los aviadores militares bombardearon ayer los poblados frente a Alhucemas, incendiando las mieses depositadas en las eras y destruyendo algunas viviendas.

A través, pues, de esas informaciones, en que todo es desorientador para el público, arrojadas en el conjunto de las noticias periodísticas sin relieve alguno, no es posible pedir a las grandes masas nacionales perspicacia bastante para desentrañar la disimulada verdad. Ahora, al través del tiempo, al releer esos telegramas, comprendemos que quienes los dictaban desde la zona marroquí o el ministro que los adobaba para darlos a la publicidad, conocían exactamente la situación, y es evidente, para el menos experto en el ejercito de escribir, dónde está el golpe de escoplo que va desposeyendo a la noticia de todas sus aristas agudas y alarmantes.

Contribuyamos, pues, todos a que la verdad llegue a todo el público español. Tengo gran fe en que el único medio de que los problemas españoles, y el de Marruecos principalmente, consigan una solución y dejen de ser obstáculos atravesados en la vida nacional, es el de que la opinión tenga plena conciencia de ellos. Con este libro trato de cooperar modestamente en ese sentido.